jueves, 18 de agosto de 2011

S.S.


“Tentador” dijo madame Shutzer recorriendo con sus dedos la inscripción de la carta. “Pero sólo quiero asustar a mi marido, esto es demasiado”. En su cabeza fantaseó con las más horripilantes y absurdas resoluciones: imaginó que en el camino a su casa, en el cruce de las vías del tren, una moneda reposaba por sobre las vías y Herman, su marido, en su condición de rata codiciosa se agachaba a juntarla. En el momento en que saboreó un nuevo penique para su fortuna, su corbata quedó enganchada a las vías. El pobre Herman no pudo hacer nada, siempre alardeaba ante su mujer de su capacidad increíble para realizar los mejores y más fuertes nudos de corbata. Su manía le jugó en contra, debía elegir ahora entre morir ahorcado o frenar con su cabeza el arremetimiento del tren.
Madame Shutzer depositó el sobre en el buzón y al cabo de dos días le contestaron. Abrió el sobre y sacó un recorte de diario en el que se leía “Hombre muere ahorcado en las vías del tren”. Después de todo su marido no era la larva que creía, algo de dignidad tenía y eligió acabar con su propia vida. Madame Shutzer también se complació con la eficacia de la agencia S.S. (Sicarios Sutiles) cuyo lema proclamaba “Hacemos todo para que parezca un accidente”.
Elugo

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