sábado, 20 de agosto de 2011

El manjar

Que “aquel verano había sido el más caluroso de todos los tiempos” era lo que comentaban aquéllos que ya peinan canas mientras jugaban una partida de "chancho va" y tomaban un rosado dulce. Aurelio había terminado su jornada laboral, la cual disfrutaba; cada día cumplía las 8 horas, y cuando terminaba esperaba ansioso volver al día siguiente a la terminal para comenzar de nuevo a barrer los andenes. Pero no sabía que ese día no iba a ser tan sólo un día más en su rutinaria y aburrida vida. Ese día, Aurelio se subió a su bicicleta y se dirigió al bar para beber una copa y así hacer más ameno el encuentro con su esposa Olga. Ella era de esas personas irritantes, capaz de cansar hasta al más mesurado. Las vecinas solían evitarla, en el barrio se cuchicheaba que una vez Doña Ramona para no encontrársela cara a cara, había intentado cruzar de acera y ahí mismo el autobús la habría dejado “revisándole el eje desde abajo”. Aurelio salió furioso del bar, nunca nadie lo había visto así en el pueblo, pedaleo tanto como sus cortas piernas le permitieron hasta caer acalambrado de tanto esfuerzo.
Pasaron los días y no se presentó a trabajar, no apareció en el bar, ni fue a comprar su almuerzo en la confitería de su trabajo. Brian, el comisario del pueblo, fue a buscarlo a su casa pero no lo encontró. Si vio a Olga cocinando tranquilamente. Luego de un largo interrogatorio y de no encontrar pistas sobre la misteriosa desaparición de Aurelio, se marchó a la comisaría convencido de que aquel simpático personaje se había marchado debido a que no soportaba a su mujer, una decisión bastante lógica.
Al otro día cuando el comisario Brian se dispuso a ir a buscar algo para almorzar, apareció Olga con una bandeja de empanadas de carne, una carne rellena y milanesas de carne. “La ofrenda” según dijo la señora, era para inspirar al gordo Brian a que encuentre a su marido. Luego de que se marchó, toda la seccional se juntó a degustar ese exquisito manjar. Al primer bocado todos sintieron un gusto raro en la boca, la carne era más dulce y mas tiesa que de costumbre.
Todos olvidaron agradecerle a Aurelio por aquel banquete, gracias a él y por él estaban degustando carne humana sin siquiera sospecharlo.


El Manso Sosa

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