miércoles, 31 de julio de 2013

Tema: Revolución


 DISCURSO

No creo en el capitalismo liberal y no voy a creer nunca. No creo que el capitalismo sea una manera justa de repartir la riqueza de la naturaleza, creo que es una des-naturalización que no sabe adónde va, sin plan y sin futuro (porque el futuro no es otra cosa que una idea). La sociedad industrial es una máquina gigante que se autofagocita, y la naturaleza no es eso porque en la naturaleza existen el misterio y la belleza (aunque la muerte está claramente más cerca, en lugar de estar, como en la sociedad industrial, igual de cerca pero haciendo de cuenta que no está).
Creo que respondemos a una lógica cada vez más pragmática y que esa no es la política. Creo que la última medida del hombre no es el hombre.
Es decir, no sé dónde está la revolución, no tenemos construido al enemigo, que se encarga fervorosamente de disgregarse, diluirse y disolverse. Un enemigo inasible, que se desaparece, que pasa por abajo de las puertas y de las ventanas. Que se disfraza y muta, camaleón.
Adhiero a la idea de constituirlo, de definirlo e identificarlo. Adhiero a la idea de pensarlo.
Es decir, defiendo la instancia de no saber dónde quiero ir, y aún así sostener que por acá no es, y que la responsabilidad de mi generación pasa por construir una alternativa que primero tiene que ser idea, plan, conciencia.
No pienso que esta democracia tecnológica y de campañas políticas, de traición, corrupción y arraso de las costumbres más hermosas de las personas (estar alegres y tranquilos, disfrutar, tener tiempo, sentir placer, trabajar en lo que queremos y nos gusta), sea la mejor manera en la que nos podemos organizar.
No adhiero todavía por completo a una idea cerrada de acción política, pero la estoy buscando. Creo que tenemos que volver a establecer un corpus moral y defender lo estricto de ciertas estructuras culturales, en contra de dos actitudes fundamentales: la conformidad pragmática y el derrotismo. Esa es la búsqueda que puedo intentar, una pregunta honesta.

                                                                        La Gata Flora


martes, 30 de julio de 2013

Credo

Creer en la revolución es estar loco. No creer en la revolución es estar loco. Creer en la revolución como se cree en las líneas de una mano abierta, dibujar los contornos con los ojos cerrados de cansancio, como se dibuja a una mujer lejana, perdida entre la niebla de los barcos, como se dibuja un puerto familiar adonde nunca llegamos. Piensa el hombre que no fui, que no pude ser. Hay algo de la revolución cuando volvés a casa. Es la revolución tal vez, la que te deja solo. Ahí se queda, mezclada con el humo del cigarro, volviéndote más cerca de ser hombre. La soledad te va llevando a esos lugares que dios nunca visita. Algo con forma de cuarto en la penumbra, algo con forma de vacío, de cosas que tal vez nunca pasaron. Hay algo en ese hombre descreído, inconfesable. Hay algo de la revolución que no decís en la asamblea, que te resulta triste. Hay algo de la revolución cuando apartás la vista de la mesa familiar, cuando estás solo, hay algo. Hay algo irreal en la distancia, algo irreal en la cercanía. Hay algo en el entierro de tu padre. Hay algo en el camino a casa. Hay algo en el amanecer, que se repite, algo sin nombre, que no se señala en ningún mapa. Hay algo de la revolución que se queda en el mar, en los susurros, en eso de no entregarse nunca, en eso de no morirse cada vez entre las piernas de una mujer, hay algo en esa desnudez que no decís, que te resulta triste. Después del amor, hay algo. Hay algo que se va en los barcos y hay algo que se queda mirando, con la mano abierta, apenas levantada. Hay algo tuyo que se queda en el puerto, una mínima parte de vos, cuando estás solo, vos sabés, le dice adiós a la revolución. Hay algo cuando levantás la vista y mirás, por primera vez, con esperanza. Porque después del mar, no hay nada.

                                                                   Rhoda

lunes, 29 de julio de 2013

Mosca de Bar


-Entonces cabeza, que vamos a hacer?
Le dijo el Colorado a Gonzalez, una o dos horas después de que se hubieran tomado la primer cerveza, y probablemente unas doce horas después de la última comida fuerte.
-Y… no sé viejo, la mano viene brava, pero tampoco es para andar haciendo locuras.
-Ahí está, sos un cagón. Hay que movilizarse, organizarse y romper todo. Pero para eso hay que militar, hay que comprometerse, hay que leer, hay que dejar la vida para eso. Alfredo ya te dijo, el que no cambia todo no cambia nada.
-Deja, letras de canciones, esa es tu organización que va a romper todo. No seas pavo. Para armar algo enserio se necesita educación o hambre, y acá no tenemos suficiente de ninguna.
Dividieron la cuenta, borrachos los dos, más por la grapa que habían tomado antes de entrar al bar que por las incontables botellas que el mozo trajo, una y otra vez en un movimiento que se repetía confundiendo la próxima cerveza con la anterior, dejando los cadáveres arriba de la mesa como la única evidencia de que efectivamente el tiempo transcurría.  
Después se fueron juntos como se podrían haber ido por separado, pero los dos paraban cerca. No hablaban, en parte porque pensaban y en parte queriendo resistir los sopores de la grapa-miel que habían compartido un rato antes, con una rasta de pocitos, en quien sabe que tugurio.
Así una vez más, se prendía y se apagaba, casi en el mismo movimiento, el interruptor revolucionario. En el que revolucionarios, reformistas y relator, todos, no podían hacer más que reinventarse y repetirse hasta el hartazgo en libros o canciones. Lugares comunes, la revolución.   
                         
                                                                                       Pereyra

viernes, 26 de julio de 2013

Entrevista

Tenemos poco tiempo ¿Cómo es tu nombre?

Ismael

¿Qué hacés para vivir?

Respiro. Atiendo el bar que heredé de mi padre.

¿Cómo es el nombre del bar?

La bastilla

¿Qué edad tenía tu padre cuando murió?

35

¿Te acordás de tu padre?

No

¿Te gusta lo que hacés?

Si

¿Qué es lo que te gusta de lo que hacés?

La posibilidad de vivir la vida a través de los demás.

¿Qué es lo que no te gusta de tu vida?

Poco tiempo. Te dijeron que tenías poco tiempo.

Gracias ¿Qué recordás de los 60?

Recuerdo que contábamos los días para la revolución, en un calendario viejo tachábamos los días pasados con cruces negras. Recuerdo el calendario y la imagen gastada de un campo incendiado por el trigo.

¿Qué recordás de los días previos e inmediatamente posteriores a la dictadura?

Un relato de un hombre caminando por los bordes de un aljibe, mi madre como la vi por última vez en la cocina, mi novia desparramada en las paredes de su habitación, un sueño recurrente en que yo soy un milico y mato a balazos a mi novia.

¿Qué recordás del exilio?

La duración indeterminada del tiempo, el mar, el matiz trágico que adquirió la palabra ostracismo, las canciones que cantábamos en las reuniones con otros uruguayos,  los primeros pasos de mi hijo, el amor de Agda, la imposiblidad de ser feliz.

¿Por qué volviste al Uruguay?

Me sentía demasiado a gusto en Suecia.

¿Qué es la revolución para vos?

Una foto en un calendario.

¿Crees en Dios?

Creo en un Dios con la voluntad de que todas las cosas sean como son. Dios es la foto en el calendario, Dios es las manos de los milicos que sostienen el arma, Dios es la mujer desparramada en las paredes, Dios es la voz de mi madre que me pregunta si comí antes de verla por última vez.

Gracias Ismael

De nada


                                                                   Seoane

jueves, 25 de julio de 2013

El trayecto

Recuerdo que en cierto momento dije saber mucho sobre un tema, tiempo después, no mucho, la realidad se empecinó en mostrarme lo contrario.
Para esos tiempos vestía formal. Un traje negro gastado, muy discreto, un sobretodo gris y un gorro. Muchos me confundían con seres de otra índole: artistas, periodistas, políticos; pero no era más que un simple empleado, al cual le tocaba vestir de cierta manera.
Pensaba mucho en las elecciones, en dónde radicaba la decisión de hacer o no tal acción.

En el fondo de un ómnibus supuse que el chofer podría ser nuevo. Medía cada acción con tal celo, que no parecía dominar su arte como lo hacen todos. No se sentía contenido por el espacio de la calle, le parecía, como a los simples transeúntes, que era muy estrecha para que pasara tan grande vehículo.
Pero al volver sobre mis propios pensamientos, pensé, cómo podría yo saber si los espacios eran lo suficientemente amplios para que pasara el ómnibus, en definitiva, no era más que otro transeúnte. Mi suposición no era más que meras especulaciones. Especulaciones fundadas en ciertos adjetivos que atribuía sobre ciertos fenómenos. No eran los suficientemente fuertes mis argumentos, la piedra angular de mi pensamiento carecía de sustento luego de una primera y rápida revisión.
Uno suele especular sobre probabilidades, lo sepa o no. Porque de eso se trata especular, de jugar con un cierto número, más o menos amplio, de posibilidades de que suceda cierto evento. Cómo y cuáles serán los atributos elegidos para integrar el selecto grupo de opciones, sobre las que luego se toma una decisión, es cosa individual. No por eso, a pesar de la consonante subjetividad que requiere ese proceso, el evento mismo sobre el cual se barajan las probabilidades debe serlo, es más, por lo general no lo es, es ciertamente mucho más objetivo.

Una figura femenina que se reflecta en el vidrio, suave, tenue, como queriendo no estar ahí. Rasgos blancos, rubios, colorados. Más allá esta el mundo, con sus reglas, tan particulares. Objetivas, o no, ahí reposa, esperando ser encontrado. El transmute es quien le da vida, con su mirada rápida y tajante.  Árboles con consignas. “Probabilidades: la revolución de la futurología”                                

                                                                     tito


                                                                 

miércoles, 24 de julio de 2013

Marionetas murciélagos



Hay cosas que hacen a otras y otras no.
 
Por ejemplo el ser de madera se asocia normalmente a ser una marioneta.

La semántica acompaña, une, fusiona, se contornea y relame entre ambos significados.

Lo hermoso, sedante, es que la marioneta no se da cuenta que está siendo tirada por hilos.

Dije tirada, no manejada, porque así es como nos tratan hoy a las marionetas:  fuerzas centrífugas centrípetas, invisibles, dirigen nuestro accionar.

Podemos ver ejércitos pero no hilos.

Y menos los generales.

El teatro de los sueños se convierte en pesadillas; barro, y no madera, yace bajo nuestros pies.

Son de madera también, de pino brasil, los pies mojados y sucios. 

Y descalzos.

No vemos tampoco, aunque muchos crean lo contrario, quien tira los hilos de nuestras acciones.

No vemos en la ciénaga (barro, barro y más barro)

Tampoco hay luz que ilumine.

Murciélagos ciegos.

Ciegos de poder dirigen marionetas con hambre de gloria y fama.

Se tejen redes con los hilos de las marionetas, populares sociales democráticas.

Anti-trust.

Y perdoname... ¿quiénes me dijiste que eran tus dioses?

the goat

martes, 23 de julio de 2013

La Revolución Raskolnikiana

Usamos este medio para sacar a la luz material inédito sobre el movimiento Raskolnikiano, un documental que aborda a fondo la ideología de Rodión Romanovich Raskolnikov:
http://www.youtube.com/watch?v=TXimWo2cjns

Larga vida a los insurgentes Raskolnikianos!

Coman, duerman, luchen por ser libres!

Si quieres unirte a nuestras filas, envía vuestra correspondencia a anomia90@gmail.com


viernes, 19 de julio de 2013

La Cita XXY

Los vio entrar y sentarse en una de las mesas. Un hombre y una mujer. El pelo de mi madre, el mismo pelo rubio y encrespado que yo le acariciaba. Pero ella no es mi madre. Mi madre murió hace dos días. Todavía tendrá ese pelo cayendo para que lo acaricien los gusanos. Los mismos ojos color tierra. Seguirá siendo mi madre entre la tierra. Ahí están ellos dos. Un hombre y una mujer. El comienzo de todas las historias, ¿no? Él se llama Osvaldo. Lo sé porque viene a veces con sus amigos. Grita y sacude los brazos cuando está borracho, se agarra la cabeza después de hacer una cagada. Pero ahora se esfuerza por parecer tranquilo, mide cada palabra, considera, antes de decirlo, el peso de cada mentira. Yo quisiera ser él en este momento, acercarme hasta el mostrador y pedir una cerveza. Dos vasos por favor. Así podría estar más cerca de mi madre, hablarle, buscarla entre los gestos de ella, entre sus olores. Mi madre se reía de la misma forma. Su cara oblicua sosteniendo la luz y las miradas. Tengo miedo de olvidarla, miedo de despertar un día y creer que toda mi vida ha sido así, este invierno, olvidar el lugar en que la enterramos, los lugares repasados en los que me prometí encontrarla. Me parece injusto confiarle todo lo que fuimos a la memoria. Camina hacia el baño y la sigo con los ojos. La debo haber mirado demasiado porque en algún momento ella me sostiene la mirada. Dejarla ir. No hacer nada. No estás loco Ismael. Qué idiota soy. ¿Qué hacen las mujeres en el baño? ¿Cuántas veces pueden mirarse ante un espejo? Si yo fuese Osvaldo le diría que está hermosa. Si yo fuese Osvaldo nunca le diría te amo. Decírselo cuando pase. ¿Qué puede pasar? ¿Qué mejor que alguien me rompa la cara? Divertirse. Hace muchísimo tiempo que no peleo. La adrenalina corriendo, el atropello de las palabras, el miedo a la vergüenza, forzar el odio hacia la otra persona. Creer nuestra propia mentira. Ahí pasa de nuevo. Todo el tiempo mirando hacia abajo. Que cara de pelotudo pone Osvaldo cada vez que la ve. Por dios. Está enamorado y no trata de disimularlo. Ese es su error. Ella va a salir corriendo en cualquier momento y yo no puedo culparla. En un momento dejan de llegar los mensajes, cada vez atiende menos el teléfono. En qué la habré cagado, piensa Osvaldo Y quizás no existe otra persona en el mundo que esté dispuesto a hacer por ella lo que él está dispuesto a hacer. Seguirla hasta el fin del mundo. Si, vamos. ¿Es ternura esto que siento? Pobre Osvaldo. Tratarlas como a un perro. Eso decía mi padre. Mi padre amaba los perros y mi madre lo amaba a él. ¿Qué puede inferirse de esta historia? Señores ¿Qué es el amor? 

                                                                            

La Cita (LXVI)

Era un día un poco atípico. Había mucho trabajo para la fecha  y en la oficina eso se sentía porque el personal no estaba a pleno. Hacía unos días que Roberto,  el jefe de sección, se había tomado unos días de licencia. Al tiempo que una de las oficinistas y el cadete principal también hacían lo propio.
Entreverada en una charla bastante obvia y un poco morbosa, sobre una ex compañera de liceo que era pareja de un conocido viejo verde, fue que ella notó su presencia. Cortó en seco la charla, no sin antes ruborizarse, se paró, se arregló el pelo y fue a recibirlo.
-¿Hola, buenas tardes, en qué lo puedo ayudar?
-Si, hola, estoy un poco perdido, en realidad ando buscando a una persona.
-Bueno, dígame el nombre que tal vez lo puedo ayudar- dijo la servicial empleada con una sonrisa amplia e incisiva.
-Bueno, muchas gracias. Ella es Martina Riera.
-¿Martina Riera? Mmm, creo que te equivocás, acá no trabaja ninguna Martina- comentó mientras agregaba con una mirada cómplice- si querés puedo averiguar.
Pero no importaba la buena disposición de esa empleada municipal ni su fin escondido de robar su atención, de poderlo hacer olvidar a esa muchacha. Martina Riera no trabajaba en esa sección, estaba mal informado.  Ni siquiera trabajaba en ese edificio.

La tarde la encontró apurada, no había almorzado, no tenia ni siquiera unos minutos de descanso, el día se le hacía muy largo pero ella insistía en mantener ese ritmo, esa vorágine. Estaba compenetrada en su trabajo y lo hacía con tal pasión que eso evidentemente afectaba a sus subalternos y compañeros, porque todos parecían atraídos por el alo del trabajo a su alrededor. No harían tres semanas que estaba en la ciudad y si seguía con ese ritmo terminaría su trabajo antes de lo previsto. “Señora, mire que nos dieron 3 meses, si usted sigue con este ritmo vamos por mucho menos” “ya lo se…y le pido perdón si lo molesto” respondió ella más de una vez, agachaba la cabeza y seguía como si tal cosa. 
Si bien no era alta, su metro setenta la ponía un poco más arriba de la media. Aun conservaba su pelo rubio encrespado. Ojos grandes, verde claros y una mirada compasiva que todo parecía entender.  Tendría 25 años, tal vez menos. Pero al escucharla, desprendía una madurez que la situaba cerca de los 40. Luchadora incansable de cuanto proyecto se le ponía delante fue recorriendo lugares y conociendo mundo como pocas en su profesión.
Cuando escuchó, de boca de uno de los jefes de investigación, los nombres de los lugares donde se desarrollarían los proyectos, no pudo dejar de acordarse de él. Fue algo repentino y pasajero. Tubo un presagio de que ese sería su destino, lo aceptó con gusto y gracia. Le parecía un lugar que merecía la pena, y cuando le confirmaron que definitivamente iría para allí, no pudo dejar de pensar que también podía ser algo romántico. Él para ella era algo breve, lindo, intenso y justo. Lo vivía como una rara mezcla de pasión y cariño, lo quería mucho. Unos días antes de partir, mientras cenaba con amigas en una pizzería volvió a pensar en él. Una sonrisa le cruzó la cara.
-¿Te pasó algo?  - comento una amiga en tono de burla mientras le guiñaba un ojo.
-No, nada, nada un recuerdo, jajaja- respondió ella y le restó importancia.

No dejaba de parecerle gracioso pensar en él, se sentía una adolescente pensando en un romance viejo, raro y que creía terminado. Si bien era una mujer pragmática, era antes libre y feliz. No tenía cuerdas, no le interesaban y era tan honesta que no las tendía, a no ser que su corazón fuera presa de algún sentimiento de esos que no se pueden esquivar. No era enamoradiza, los años le habían enseñado que unas miradas cómplices y unos días de sol y césped no eran amor. Aun así, lo de ellos le costaba mucho ordenarlo. Era sin dudas más que eso pero a la luz de los hechos no lograba incluirlo en amor. Si lo hacía por algún motivo específico no era consciente.

                                                           tito

miércoles, 17 de julio de 2013

AVISO!!!

Por voluntad del Augusto se ha decretado que:
A partir del lunes de la semana próxima el toman estará inaugurando una nueva dinámica en la publicación y producción de los textos.
Para eso se propondrá una temática, imagen o palabra disparadora que sirva como eje vertical-vertebredor de los textos publicados por una duración aproximada de dos semanas. El autor podrá hacer uso de la consigna de la forma loca que quiera. La libertad, como siempre, es lo aconsejable.
Invitamos a los entusiastas a enviarnos sus textos a la dirección de mail agustoprensio@gmail.com para que puedan ser publicados posteriormante en las gloriosas páginas virtuales de nuestro bienamado blog.

La consigna inaugural es:

La Revolución

A escribir! Pusilánimes!

jueves, 11 de julio de 2013

CHAU*



Era viernes y el living de mi casa estallaba en rayos de sol que tejían reflejos desde las ventanas a los espejos, pasando por los portarretratos y los adornos de cerámica; rebotaban sobre la mesa de mármol hasta estrellarse contra el mueble de madera que sostenía mis trofeos de cuando era niño. Éstos, sucios y empolvados, dejaban registro de mis triunfos del pasado, tiempos de bueno sobresaliente y diplomas por los méritos deportivos: esos trofeos sucios eran metas ya muertas, flores secas, pero lucían bien sobre el aparador familiar. La casa estaba en uno de esos días especiales donde parece no tener puertas ni techo: mi madre entraba apurada por la cocina hacia el cuarto, se detenía y pensaba, miraba inquieta cada rincón de mi ropero, de mi cama, y sin buscar nada pretendía encontrar algo importante; mi hermana Lu deambulaba con la mente perdida por entre las cajas a medio llenar y la ropa en el piso, su rostro no disimulaba la tristeza de sus pensamientos, pero igualmente tarareaba la canción Adiós que sonaba desde mi dormitorio a un volumen importante – No es soberbia es amor, poder decir adiós… cantaba Lu con su voz casi muda aunque en una perfecta afinación sobre la voz del cantante. - ¡es crecer! Concluía yo la estrofa desde el living en donde cautelosamente me dedicaba a seleccionar los libros que llevaría conmigo en este primer viaje hacia la capital, mi futura ciudad de residencia. Guarde sin pensar la novela “Factotum” de Bukowski y “The Pearl” de Steinbeck; luego la selección se hizo más fácil. Si bien la actividad me emocionaba, temía mucho a lo que tenía por delante: me encontraba armándome de cosas para abandonar mi guarida, mi rincón en el mundo, cada decisión tomada hoy tendría un rebote directo en el futuro cercano y eso me atemorizaba. Mi preocupación radicaba mas en lo que dejaba que en lo que llevaba conmigo, y eso se aplicaba a cada cosa que me pasaba por ese entonces: si bien mi madre y Lu ayudaban en lo de empaquetar cosas, ambas sabían que lo hacían con el dolor ya instalado de estar alejándose de mí. Esa realidad era evidente ante mis ojos, no podía ignorarlo, pero también se trataba de una cuestión insorteable, parte del desarraigo incluiría momentos de indiscutible angustia y dolor. La tarde se ponía ventosa y nosotros terminábamos de arreglar mi equipaje y alguna caja que debía llevar para mi nuevo hogar, una pensión compartida sobre una conocida calle del barrio Cordón. Totalmente contrariado entre pensamientos y sensaciones físicas, típicas de la ansiedad y el nerviosismo, le propuse a mi madre tomar mates mirando como el sol caía tras los árboles de la casa. Lu se sentó en mi falda y me abrazo fuerte el cuello para hundir su rostro contra mi hombro. El nudo en la garganta apretaba con fuerza. Mi pecho explotaba. Necesitaba salir corriendo calle abajo hasta enfrentarme al rio y dejarle un centenar de lágrimas que ya no aguantaba. Deseaba no tener que tomar decisiones, que todo fuese más sencillo, no tener que despedirme nunca de nada, no ser más espectador de mi propio desmembramiento. Los tres nos abrazamos fuerte, sin mirarnos, con los ojos cerrados, y lloramos con ganas sintiendo nuestra piel, nuestro olor, tocando nuestros cabellos y diciéndonos que nunca nos separaríamos, que nuestro magnetismo nos tendría siempre unidos, estemos donde estemos. Mamá me regalo un poco de dinero, me sugirió que sea prudente y que si bien las cosas en la casa estaban difíciles, que no dudara en pedirle ayuda del tipo que sea en cualquier momento. Me pidió que me cuidara, que comiera sano, y que no me prometiera nada a mi mismo que no pudiese cumplir. Aquello me dejó pensando. Nos reímos con las mejillas todavía mojadas de cómo nuestra perra Lola, frotaba su hocico contra mi entrepierna sollozando, como percibiendo mi pronta partida. Lu me pidió que no dejara de escribirle y que mantuviera fresca en mi memoria la canción que juntos habíamos creado y tanto nos unía; Lu tenía 6 años, pero su inteligencia era muy superior a la de una niña de su edad. De repente nos quedamos cayados. La realidad de nuevo. Otra vez el amor contradiciéndose a sí mismo. La mochila en mis hombros, la guitarra atravesada con la correa contra mi pecho y sobre la valija de ruedas dos cajas medianas un tanto pesadas. Así y todo, podía manejarme con comodidad. Lu me dio su disco favorito, lo guardo ella misma en la funda de la guitarra, besó mis labios cariñosamente y se fue a su cuarto, todavía perdida, con ganas de leer o hacer algo que le distorsione el presente. Mi madre fue conmigo hasta el portal de la casa y abrazándome hasta el alma, como queriendo quedarse con parte de ella, me dijo que me amaba y me esperaría siempre… El taxi interrumpió el momento y yo, como sin vida, me acomodé en el asiento camino a la terminal. No quise mirar hacia los costados, pero explotado en tristeza me despedí con altura y seguridad - Bueno Ma, me voy…
Esa noche por la ventanilla del ómnibus me encontré con el niño de los trofeos. Entre susurros me dijo que me felicitaba y que no me abandonaría jamás. Mientras mis ojos se perdían en la nada me sentí una isla entre los pasajeros, no podía ver más nada que no sea mi paisaje interior. El niño que fui me guiñó un ojo al tiempo que Heroes de David Bowie comenzó a sonar desde los auriculares que llevaba puestos; lo miré con confianza, sonreí con los ojos tristes y en voz alta le dije la palabra que debía decir:
*






J.Sebastián

viernes, 5 de julio de 2013

Metáfora

 Si este tiempo no mejora me voy a quedar sin ropa limpia. Ahora mismo mi cuarto es un desastre, la cama destendida, papeles y libros tirados por todas partes y ropa sucia se amontona en un rincón. No hay que ser un genio para saber cómo será mi vida si no puedo con mi cuarto.
 Porque también es verdad que la suciedad de los días se amontona en el alma y el desorden y que tiramos los sueños al suelo como si fuese ropa sucia.
 Es un espectáculo triste de ver si cerramos los ojos.
 Hoy no puedo evitar mirarme el alma con los mismos ojos con lo que miro mi cuarto.
 Ese es el lugar al que vamos a buscar las palabras.

                                                               Seoane

jueves, 4 de julio de 2013

La Cita parte(?)

Notas del editor:
por problemas ajenos a los humanos, no fue hasta hoy que supe de esta existencia. Gran sorpresa me lleve al encontrar reposando un mail anónimo. Lo devore furtivamente y si bien no puedo decir que me sorprendió, me dejo muy contento y entusiasta. Comparto con ustedes.
tito

El otro día me paso algo rarísimo, le contaba a mi amigo el señor Francis j k. fue de repente, todo sucedió muy rápido. Yo remontaba por Av. Santa Ana hacia el norte, aprontándome para dejar la ciudad cuando delante de mí pasa Osvaldo. No puede más que frenar y saludarlo. El me miro descreído, al principio, pero sin dudas luego me reconoció y me saludo con gran afecto. Nos cruzamos en una charla franca y confianzuda. Yo no dude en contarle que me iba porque tenía a las autoridades atrás, era clarito. El apuro que traía era inusual, le tuve que negar la cerveza, el comprendió clarito. Igual tan atrevido no soy, escuche de suma presencia todo lo que me dijo. Yo se que Osvaldo habla del corazón y lo escucho como se merece. Me dijo del viejo, de Alberto, yo no lo conocí mucho, pero por lo pronto era buen tipo, nadie le tenía una mancha, nada, ni cagador ni mal patrón. Pero fue seguir un poco mas que nos entendimos clarito. El viejo lo tenía hasta el eje. A mi paso igualito, se lo conté. Mi viejo no estaba nada contento con lo que yo hacia, y un buen día fue que no se pudo sostener más la mentira. Me volé de mi casa. Mi profesión es ilegal, pero no es peor que otras, acá no hay sangre, no hay mafia, somos un par de atorrantes y reducidores. Respeto, palabra mayor, siempre, y de códigos tengo una colección, los respeto a todos. Mala pata mi apuro, me despedí. Un abrazo de verdad. Me dejo medio sorprendido. Hablar con el me saco un peso. El también quedo medio tocado, y bueno, el destino estaba queriendo que nos crucemos.
Seguí para el norte y cuando llegue a la calle De Los Palacios doble para la derecha, aun me quedaban, más menos, km y medio por recorrer. Al final no era tan chica esta ciudad, desde la última vez, fácil que el doble de grande estaba. Al rato de caminar encontré la casa, era discreta. De material, pintada de blanco, con una cerca de madera y hormigón al frente y una puertita de hierro al medio. Al costado había una puerta mas grande, seguro era el garaje. Fui hasta ahí y entre. Abrí el auto, me cerciore que todo estuviera en su justo orden para poder salir rápidamente y entre a la casa. No era chica, no era mediana, era un intermedio. Cocina, baño, sala y una habitación arriba, todo chico, discreto. Estaba vacía, pero no hacia mucho tiempo, según se notaba. Subí a la pieza agarre unas figuras de mármol y una bolsa con monedas, las metí en el auto y tan pronto cerré el portón acelere para poder irme cuanto antes. Fui por De Los Palacios hasta la avenida Santa Ana, de ahí salía a la ruta 178.
Pero ese era el día que pasaban las cosas, no te dije yo que era algo rarísimo, y yo no exagero, salvo en alguna pillada con mujeres, pero de puro compadre. ¿Entonces que paso?, ni bien estoy doblando lo veo a Osvaldo, corriendo con el alma en los ojos, media cuadra atrás lo seguían como 5 negro con pocas migas de amista. Le tire el auto a la vereda y cuando noto que era yo se tiro de cabeza. No salía de mi asombro, le dije que me contara todo, que mierda, ¿que paso? ¿Que andas haciendo por acá? Osvaldo no se anduvo con vueltas, me contó todo, clarito. Seria loco este muchacho. Andaba queriendo vender unos cuchillos de plata. Y no me dijo nada, lo quise retar, como solía hacer pero no me dejo y siguió contando. Al parecer ese no había sido el problema, cuando salía de ahí, pasó por una boca y quiso pegar unos porros. Pero claro los guises de ahora lo tomaron pa` la joda y Osvaldo no se dejo, encajo a uno y achato las patas. Se reía adentro del auto. Que va ser, era como un niño al terminar la cagada, me reí con el. Me comprometía, pero ni bien salí a la 178, agarre pa` la derecha y lo deje en la otra entrada 15km pal otro lado, al norte. Y hablamos un rato más, nos reímos un montón, hasta le preste para el ómnibus, te digo este Osvaldo, me hizo divertir, pero anda cada vez mas chiflado.