sábado, 30 de junio de 2012

POR FAVOR


estoy tan borracha y sola que te amaría hasta el infinito.
hasta que la noche nos augure el infierno.
harta de recordar flores rotas y el alcohol me perfuma los labios.
hasta que la calma nos separe.

me desacordonás las botas de cuero.
te miro desde abajo y sé que tengo el pelo desparramado por toda la almohada.
entonces lo acaricio y te miro otra vez.
estas son las piernas, suena una batería:
estás descontrolado.
se me desvían los ojos.

porque hoy no tengo ganas de encontrar las palabras.
ese proceso de seleccionar.
pensar qué debería decirte.
¿cuánto más precisás?
¿faltan imágenes?

estoy tan borracha que las cosas parecen dibujarse.
sueño con las palabras del futuro.
qué sorpresa.
suenan como cuando estoy sobria, igualitas.
ja.
amor infierno sexo luna boca.
en medio de la calle. en pleno día.

                                                                       


                                                                                                     La Gata Flora

jueves, 28 de junio de 2012

Carta Publica


Mi nombre es Juan Antonio Verardi, nací un 15 de agosto por allá lejos, en un año muy olvidado, que no  viene al caso. Desde pequeño aquellos que me conocían empezaron a darse cuenta que mi vocación estaba en el arte. Poco a poco fui puliendo este don, tal como quien saca del carbón un precioso diamante. Al principio me incline por la música. No me fue mal, la gente en la calle me reconocía y la crítica fue siempre positiva, pero en el mundo mandan las ventas y como mis discos no tenían esa suerte tuve que probar eso de la literatura. Me costo mucho, al principio me decían que tenia un leve retardo, que parecía un niño, luego me di cuenta que por mas que mejorar no iba a ningún lado. A la avanzada edad de los 30 comencé mi carrera como payaso, fue efímera y corta como la vida de la mariposa. Luego del 5to show no me contrataron más. No piense el lector la fácil, no toque a nadie ni le rompí la cara a un niño malcriado, solo que no era tan divertido como pensaba, por lo menos no en eso de las payasadas.
 Hoy a los 45 estoy preso, cumplo condena en el centro de reclusión Tacuarembo pabellón 5. Por suerte el pabellón es tranquilo, los presos mas duros están en el 1 y 2, rara vez los vemos, son realmente peligrosos. Pero el motivo de mi carta pública hoy no es contar mis pormenores en la prisión, de la cual espero salir en 5 meses, sino relatar como llegue acá.
 Corría el 7 de diciembre, un día hermoso, se venia todo eso de la armada del arbolito, etc. mi familia como siempre muy buena onda, como sabia que estaba desempleado me arrimaron unos pesos para que pudiera comprar regalos y divertirme en las distintas celebraciones que tanto se dan por esas fechas. El sábado 10 nos juntamos donde unos amigos y luego de muchas copas y alguna que otra cosita comencé con mi show, hice una especie de stand up y luego con la ayuda de un amigo practicamos nuestro plan maestro las famosas "intervenciones". Estas son especie de bromas en las que se trabaja con la realidad presente, lo que se hace es crear otra realidad alternativa para el momento y ver como se desenvuelve la cosa. Al ser una reunión entre amigos la única victima resulto ser una novia tímida y con poca suerte, ella se llamaba victoria. La broma salio muy bien, yo simulo un paro cardio respiratorio, con convulsiones truchas y todo, mientras que mi ayudante (esta vez eran todos cómplices pero uno tiene un papel central) dice que es doctor y me hace unas cosas que resultan en mi muerte. Resultado: un éxito, todos reímos menos ella que la pasa muy mal. Más tarde en la noche toda se me aclaro, mi vida serian las intervenciones.
 Al comienzo eran todas simples, con muchos cómplices. Era el mozo borracho de un cumpleaños de 15, el músico que se moría en un casamiento, todas cosas sencillas y bastante obvias. Pero como soy un artista de verdad, poco a poco, en mis ratos libres empecé a generar expectativas en mi mismo. Mi sueño era una intervención nacional, aunque sabia que era pedir mucho, además que era muy peligroso. Comencé con cosas simples, hacerme el retrasado, el lisiado, el perdido, el extranjero, etc. pero me sentía poco, sabía que podía dar mas, pero tenia que cruzar una línea delgada que era la de lo legal, ya que si seguía por el camino que yo quería podía ser que tuviera algún altercado con la ley. Un martes que el sol no salía aun me dispuse intervenir al vecino, lo tenia estudiado, el paseaba el perro a la noche para no juntar sus asuntos, pero mi idea era darle un buen susto, me compre un revolver de juguete y lo intervine. El tipo casi se muere pero luego se rió mucho y hasta cambio sus malos hábitos, fue un verdadero golazo. A ese éxito lo siguieron muchos otros, hasta un fatídico 19 de julio.
 Tenia el lugar muy estudiado, al medio día unas 20 personas almorzaba en le restaurante a la vuelta de un lugar donde yo trabajaba enseñando magia a niños. en el almuerzo tenia 1 hora entera libre. Día tras día juraba que mañana era hasta que un día tome coraje y lo hice. Fue un gran show, pero algunas cosas salieron mal, creo que la gente no estaba preparada, talvez hubiera sido mejor seguir con los proyectos nudistas pero siempre tuve mucho pudor, maldita sea. Granada en mano abrí la puerta y grite "por Satán, mi vieja y artigas, que se partan todos", granda de metal (trucha) pa adentro del local y descontrol de todo tipo de colores. Mozos corriendo, gente que se empujaba, niños que no entendían nada, un ejecutivo que me salio a perseguir, pero la frutilla del postre fue una señorita de unos 20 años que se asusto tanto que atravesó un vidrio, perdió una mano la mitad de la cara y toda una carrera de modelo, era muy bonita pero mi broma al parecer termino con sus plantes.

                                                                          tito

miércoles, 27 de junio de 2012

El momento

Era el momento, o  por lo menos así lo creía. Afuera, la noche era muy oscura, no había luna, por lo tanto no se veía nada y los perros ladrando tanto lo ponían un poco nervioso. Se acordó de lo que una vez su padre le había dicho "Dios no me dio músculos, pero me dio piernas largas para correr rápido". Sabía que en aquel momento ese consejo no le iba a ser útil, pero aquello rondaba en su cabeza, como si su cerebro quisiera decirle algo.
Se sentó al pie de la cama, comenzó a arreglarse, se cortó las uñas, se afeitó y se peinó. Fue al ropero a sacar su mejor traje, aquel que había usado en su noche de bodas cuando contrajo matrimonio con quien luego lo convertiría en viudo, llevándose consigo su única alegría. 
Mil veces había pensado en este momento, se imaginó una y otra vez cómo sería. Siempre decía que el quería algo simple, que pase desapercibido como hizo toda su vida, pero sabía que al final no iba a ser él quien decidiera. 
Cuando terminó de prepararse, fue a la cocina y se sirvió un vaso de agua. Lo tomó mientras miraba fijamente el retrato de su difunta esposa, como queriendo decirle algo; cuando el vaso quedó vacío se dio cuenta que era el momento, ya no había tiempo para lamentarse de nada. 
Se paró lentamente, agarró su bastón, se puso su sombrero y se encaminó a la puerta principal de aquella vieja casona, la misma puerta por la que vio salir por última vez a su compañera. Luego de observarla, tomó coraje y giró lentamente el pestillo, fueron segundos en los que las imágenes no paraban de cruzarse en su cabeza. Cuando finalmente la puerta quedó totalmente abierta, lo vio, ahí estaba, todo vestido de negro. Se saludaron cordialmente, sabiendo que esto no era nada personal, sino que era meramente un trámite que tarde o temprano iba a llegar. 
Con un movimiento de cabeza le indicó el camino y ambos partieron bajo la mirada atenta de los perros que habían cambiado sus ladridos por un silencio de cabeza gacha y ojos tristes.
                                                                                                                                El Manso Sosa

martes, 26 de junio de 2012

R de pRoblema


El gran drama de mi vida se basa en la deformidad de mi lengua. Me es imposible entonar las Erres (R) con la debida intensidad.
Perro, Raro, Ferrocarril, Risa, Arroz son algunas de las palabras que trato evitar a diario para así ocultar mi discapacidad.
Encima no es reconocida oficialmente como una discapacidad, por lo tanto se me puede discriminar e insultar con total comodidad.
Y para colmo soy Otorrinolaringólogo. Se imaginarán qué desgraciado es el momento en que alguien me pregunta por mi profesión, tengo que agachar la cabeza y murmurar por lo bajo “Soy otollinolaringólo”.
A veces me excuso y digo que soy “Collentino”, pero como no soy buen mentiroso, se nota a la distancia que no digo la verdad.
Incluso cuando escribo trato de evitar palabras hoRRorosas.  “Raramente el reacio rinoceronte ronronea rodeando ramas” es una frase que nunca encontrarán en mi diario personal.
En mi lengua radica mi ruina, si pudiera saborear las Erres como se debe, no estaría solo y deprimido como lo estoy. Porque lo cierto es que no queda muy seductor decirle a una mujer que está llealmente lladiante. Nunca me entienden el piropo y casi siempre me insultan y se marchan de repente.
Sigo yendo al foniatra, mi profesora me obliga a comer yogurt y a ejercitar mi lengua. Me paso horas y horas rellenando cuadernos de palabras con erres y practicando en voz alta, para tortura de mis compañeritos (porque son todos niños) que se renuevan, semana tras semana, porque la mayoría aprende a hablar correctamente. Malditos seseosos que se hacen los malhablados por placer, no entienden lo que es sufrir, ser un monstruo, un bicho raro incapaz de pronunciar sus propias rarezas.

Roberto Rojas

lunes, 25 de junio de 2012

rastro que me deja

rastro que me deja..
tu pelo rastro en mis cejas...rastro
hacia el mar lo que arrastro.
la pena silenciosa .
que me aturde en olas
como navajas dentro, la transpiraciòn.
y el silencio.
que el acorde sea perfecto, tu rostro,
anulando la inmensidad, el mìo,
que parecìa rostro arrastrado.
quemando a los astronautas, pidiendo la fè,acabàndose
en las tiernas hierbas del cielo.
acumulàndose,
la pena en la arteria,
sintiendo la luz , casi llegar, la paciencia,
casi adentrar.
asì, como si hubiera sido.
amar la oscuridad en la actitud,
entre los dedos, como el agua .
llegando a mojarnos.como/
si gotas la sintieran
tambièn.
quemar.
en los rincones profundos/
y
y
quemar, quemar, con manos inundadas,

los perfumes ocultos que insisten

, cantando, sin ocultar
sus rostros que quieren mordernos.
                                                                                      AMMANDA

sábado, 23 de junio de 2012

Estación Callao


Una madre en el subte.
Ella no viaja.
Ella pide monedas con sus hijos
al pie de la escalera.

Son tres. Una nenita morocha como el aire
el bebito está en brazos:
acostado un varón
desparramado el cuerpo
el cuerpo pequeñito
todo a lo largo del primer escalón.

¿Está entendido?
La distribución espacial, digo.

Ella – la madre - pide con una voz paciente
que yo apenas escucho.
Voy veloz y la observo
mientras hago la cola
y paso la tarjeta.

En Buenos Aires para subir al subte
se pasa una tarjeta por una ranurita
y una especie de brazo giratorio
te permite pasar.
Usté está adentro. Viaje.

¿Está entendido?
La consecución secuencial, digo.

Alcanzo a ver que el niño apoya unos juguetes:
un poco más arriba el segundo escalón.
Una fila de autitos de todos los colores.
Esos que atrás simulan
con piecitas de plástico
las cajas sin cerrar de algunas camionetas.

Concentrado en su mano
mientras las piernas pasan
juega a ordenar de a una todas las moneditas que le dio su mamá.
Las pone en los autitos y arma los montoncitos.
Atrás, van en las cajas, algunas en los techos
- depende del tamaño -
otras al costadito y ya no lo veo más.

¿Está entendido?
La disposición natural, digo.

Como no tuve suerte no me siento en asiento:
me siento sin la fe muy asentada.
Me pregunto qué pienso de esa madre
con su hijito que juega en la escalera
con su bebito en brazos y la niña a la que no miré porque su hermano
se llevó los segundos de mi espera.

Él jugando tranquilo:
ese escalón su espacio cotidiano.
Yo mi velocidad también de apuro
y estas piernas de todos los días
que me llevan a casa donde juego
mi casa donde escribo
donde ordeno palabras y monedas
donde pienso y no cambio y no convido.

¿Está entendido?
La contradicción esencial, digo.

                                                                                                   La Gata Flora

viernes, 22 de junio de 2012

Rosa


    I
  Sonó el teléfono en el mediodía de la casa en que mi padre almorzaba solo.  Se levantó, caminó hasta el comedor y levantó el tubo. Era una voz de mujer.  Hola, usted es Horacio Montauban. Terminó de tragar el último bocado. Sí. Usted es hijo de Rodolfo Montauban y Rosa Martegani. Sí. Bueno, yo soy Rosa Martegani y soy su madre. Silencio.
  No, disculpe, cómo dice, mi madre murió hace más de diez años.
 (Los ojos de mi padre, el sonido del teléfono quebrando el vidrio de las 2 de la mañana, la certeza mientras saltaba de la cama que del otro lado del tubo una voz le iba a anunciar la muerte de su madre, 7 años después de la de su padre, los ojos rojos, incapaces de llorar, que me decían en el pasillo de casa quedáte, volvé a dormir, prefiero que te quédes ahora que mañana vas a tener que acompañar)
 Pero eso no le importaba a la mujer, a Rosa, que siguió hablando, barajando nombres y fechas de acuerdo a una ensayada estrategia o al rigor que impone el azar, quejándose del frío y la soledad con un tono de voz suave, censurado, como si en el lugar en el que estaba no la dejasen hablar más fuerte.
 Recordó que la comida se enfriaba en la mesa. Bueno señora, la verdad es que en este momento estoy ocupado, estoy comiendo y no tengo tiempo para hablar por teléfono. 
 Y colgó.
 Cuando volvió a la cocina y al plato, en el que el humo era a la vez una invitación y una advertencia, siguió comiendo pero ya no pudo concentrarse en la comida.
  II   
Durante todo el día siguió pensando en la llamada, en la mujer, en la habitación real en que la locura estaba encerrada como un tigre, en la lucidez necesaria de la mujer para encontrar en la guía el número de su casa o para recordarlo en la memoria, en la posibilidad asombrosa de que esa mujer fuera realmente su madre.
(Como si mi padre entreviera eso que yo siempre me repetía. No se nada. Nada es más real que nada. No somos nada)
  III
  
  Le sorprendió la cantidad de tiempo en que no pensaba en su madre.
  IV
  Esa noche, cuando finalmente durmió, soñó con su madre: la vio entrar por la puerta del cuarto y caminar hasta sentarse en los pies de la cama. Al momento en que se incorporaba para hablarle ella lo observaba con una mirada atenta y distante y amorosa y se iba por la misma puerta por la que había entrado. Lo último que recordaba del sueño era ver a su madre en el umbral de la puerta, sosteniéndole la mirada.


 Cuando despertó ya no estaba. Sintió la tristeza que le impedía el primer impulso por levantarse de la cama, y de inmediato se desprendió de la tristeza como se arranca un yuyo, y de los últimos restos del sueño. Se prometió no pensar más en eso y dedicar cada energía disponible al día adelante, a vestirse y prepararse para ir al trabajo, porque ese tipo de hombre era mi padre. 
                                                                                    Seoane


jueves, 21 de junio de 2012

La locura del amor parte I




 Entonces entramos todos, nadie parecía querer perderse el espectáculo, todos queríamos lo mismo, el solo echo de presenciar. Yo, que no soy una persona particularmente alta, logre hacerme un campo visual por entre las enormes figuras que delante de mí se agazapaban. Podría buscar muchos adjetivos para describir lo que vi, pero creo que seria inútil. Lo que vi quedo ahí. Fue un punto final. Lo que realmente importa fue el segundo después, el momento en que la vida sigue mucho más lejos de ese acto en el ya pasado, el presente, la constante recreación de presente que indefectiblemente se vuelve pasado y ahí queda, guardado. Algunas cosas las podemos medir en la intensidad de su arraigue. Este es el caso.
  Tres semanas después estaba dispuesto, convencido que lo que haríamos era lo correcto. Pase a ser uno de los que no entendía como los otros querían postergar tal acto. Me enfadé mucho. Tomé distancie de unos cuantos amigos y sentí como mi vida se convertía en una causa mucho mas allá de mi mismo. Experimente toda esa euforia y el falso convencimiento de que todo se justifica.
  A las 3 de la tarde de un precioso jueves de abril ella paso por casa. Era alta para ser mujer, rondaba el metro ochenta, flaca, morocha y muy bonita. Tenía una cara angelical que lejos estaba de poder asociarse a todo lo que vendría. A las 6 estaba en destino. No se porque pero le sonreí, le abrí un poco de mi corazón. No me correspondió, lejos de hacerlo se enojo y me fulminó con una mirada de reproche total. Me bajé del auto un poco conmocionado, no debí dejar que pasara eso.
  Cuando miré mi reloj eran las 12, un nuevo día estaba al caer. Mañana seria un gran día, todo iba a cambiar, el orden tal como este hoy seria derrocado, que tremendo. El alma se me conmovió, no pude evitar sentirme lleno de dudas, haríamos lo correcto, me repetí para mis adentros. Decidí salir a dar una vuelta, si bien no era de ese lugar no había ningún peligro en ser visto. Luego de dar muchas vueltas encontré un lugar que conocía hace años pero no lo sabía.

                                                                                        tito

miércoles, 20 de junio de 2012

Me acabo de dar cuenta que hoy es Miércoles y que debería haber publicado algo. La culpa es de ustedes por no regalarme un calendario. Y si quieren leer algo entren al blog de nini gavazo capaz ahí encuentran algo.

lunes, 18 de junio de 2012

La vanidad del río.


           
          Villalba abrió la puerta y con la punta del pie empujó el mosquitero que estaba del lado de afuera. Apoyado en un tronco que había junto a la entrada se quitó las alpargatas, tomó las botas que allí esperaban y las golpeó con fuerza; una contra otra y los pedazos de barro seco se desprendieron de las suelas y cayeron al piso. Se las calzó, metió parte del pantalón por dentro de las botas y volvió a pararse. Recién entonces terminó de abrir los ojos.
El perro, que apareció por detrás de la casa, se arrimó sin hacer alboroto y quedó parado rozándole la pierna. Era apenas más alto que su rodilla, de cuerpo robusto, cuello grueso y patas como zancos. Los pelos, cortos y finos, eran unánimemente negros; desde la cabeza alargada, de donde colgaban —como trapos— las enormes orejas, hasta la cola. De hocico inquieto y sagaz, parecía llevarse mejor con las personas que con el resto de los bichos.
Mientras cruzaba el pequeño alero que estaba detrás de la casa, Villalba levantó la frente por primera vez en el día para poder acomodar el cuello del pulóver de lana y correr el cierre del abrigo lo más arriba posible. El tenue resplandor que se filtraba entre las nubes, reflejado en cielo gris, subrayaba la nitidez del paisaje aún sin amanecer. Desafiando cualquier abrigo, el aire gélido de la noche todavía hacía mella en la carne y calaba los huesos.
Sin desperezarse, con la vista clavada en el horizonte, Villalba atravesó el descampado emblanquecido por la helada y bajó el barranco. Caminó sobre el muelle esquivando —de memoria— las tablas que faltaban o estaban sueltas y subió al bote al igual que el perro. Zafó la cuerda de uno de los palos del muelle y empujó la embarcación para alejarla de la orilla. Mientras el bote se movía lentamente juntó los remos que estaban tirados a ambos lados y los calzó en las horquillas. Esperó que la embarcación se alejara lo suficiente del muelle y clavó uno de los remos en el río. El bote giró lentamente sobre el agua; Villalba quedó inmóvil con los brazos estirados hacia adelante y su torso apenas inclinado hacia atrás. Cuando los remos apuntaron hacia el corazón del río, los hundió en el agua y trajo sus manos hacia el pecho al tiempo que balanceaba el cuerpo en sentido contrario. Entonces los puños se encontraron con el torso y el bote tomó impulso adentrándose en el río mientras los ojos de Villalba miraban para el otro lado, hacia el muelle, el barranco y encima la casa.
El viento que corría sobre el río estaba aún más helado y le alborotaba los pocos pelos que estaban fuera del gorro. El cielo, transformado en una bóveda de nubes grises, cubría el río hasta el horizonte. Los pliegues negros que acompañaban la orilla y mordían los montes, escondían el amanecer que debía aparecer río arriba. El murmullo de los sapos y el grito apurado de los teros eran los únicos que astillaban el silencio.
Villalba se había vuelto paciente. Sabía que remar —de forma eficaz— requería destreza, con movimientos precisos y sincrónicos que iban acompañados del esfuerzo físico y no al revés; esa relación inversamente proporcional entre la maña y fuerza. Cada vez que los remos se hundían en el agua Villalba apretaba un poco los dientes y dejaba entrar aire, aunque estuviese helado, por su nariz. En medio del impulso, cuando los remos salían del agua y goteando volvían a apuntar hacia la parte de adelante del bote, soltaba el aire y estiraba los brazos nuevamente. La secuencia se repetía con serenidad, exacta, sin apuro. El surco que el bote dibujaba sobre la superficie del río desaparecía a lo lejos, como si ese momento nunca hubiera existido; porque el río no guarda huellas, no le interesan, esas son cosas del monte.
El bote cruzó —río arriba— por delante de la desembocadura de un arroyo, de unos acantilados de piedra negra, de dos cañadas que estaban muy crecidas y de un pequeño claro en el monte, con forma de playa, que era conocido como el cangrejal. Ese era el camino, todo estaba allí. El ritmo de los remos entrando y saliendo del agua había hecho desaparecer el frío. Cerca de un barranco de arcilla, Villalba enfiló el bote hacia la costa y remó varias de veces con más intensidad. De repente, a unos cuantos metros todavía de la costa, levantó los remos y ya no los volvió a meter en el río. Con el impulso que traía, el bote siguió desplazándose y lentamente fue acercándose a la costa. Cuando la embarcación estaba apenas a unos metros de la orilla, Villalba acarició con los remos el agua. El perro, que venía acurrucado entre sus pies, se levantó y fue a pararse en la parte de adelante de la embarcación. Con un pequeño raspón en el fondo del río, el bote finalmente se detuvo e inmediatamente el perro salto a la orilla y desapareció adentro del monte.
Villalba se paró y tomó la cuerda. Con un paso largo evitó el barro de la orilla, pisó sobre una piedra y ató la cuerda en una estaca de hierro. Subió unos rudimentarios escalones y se metió por la senda que desaparecía en el monte. Caminó sin prisa precedido por el perro que zigzagueaba frente a él mientras pensaba que recuerdos todavía le iban quedando y cuales se olvidaría ese día. En el monte todavía era de noche, ahí todo estaba oscuro. Cuando finalmente desembocó en la pequeña huerta abandonada que estaba detrás de la casa, Villalba volvió a mirar el horizonte; el cielo parecía arrugarse aún más, como escondiendo el llanto que ya anunciaban los truenos. 
Caminó con paso firmé hasta la vivienda. Al llegar a la entrada, casi sin frenar, se descalzó y entró. Colgó el abrigo al costado de la puerta, se sacó el gorro de lana y atravesó la pequeña sala. Cruzó frente a la estufa donde, debajo de una montañita de cenizas, quedaban todavía algunas brasas encendidas y una sonrisa le entonó la comisura de los labios; la casa todavía estaba tibia. Entró al dormitorio sin hacer ruido, se quitó con desgano uno de los pulóveres que traía puesto y se metió en la cama sin abrir la boca. Acomodó las mantas para asegurarse de que le taparan bien los pies y dio media vuelta. En ese momento, cuando las primeras gotas golpearon los postigos de la ventana, sintió como el brazo de la mujer le rodeaba el cuerpo. Un instante después, cuando la lluvia repiqueteaba con fuerza sobre las tejas, Villalba volvió a cerrar los ojos.
Miguel Sanecasse.

sábado, 16 de junio de 2012

Lo perdido



 Cómo hablar de la flor si la flor está rota.
En la palabra flor ya no hay más mariposa.
Lo dijo la poeta en la palabra rosa no hay flor
porque la flor ya no es una gran cosa.

La rosa condenada y la flor mariposa
- palabras de poeta en prisión primorosa -
quedaron detenidas en la sala de espera
por donde todos pasan pero nadie se queda.

Una vez dieron fruto en hermosos cantares
sus aromas ardientes o sus locos danzares.
La poeta en su boca un sentido de amor.

Pero hace tiempo es cursi su mirada pomposa.
Es así. A su tiempo no le queda otra cosa
que enterrar a la rosa en un cínico humor.
  
                                     La Gata Flora

viernes, 15 de junio de 2012

El oficio secreto de los niños


Llegué a la ciudad a eso de las seis. El sol ya amagaba irse. El tren me escupió en el andén junto a otros somnolientos recién llegados. Miré a los que bajaban conmigo, me vi en sus caras de rostros amargos, expresiones serias, aires de importancia.
Una sonrisa me encandila, me cuesta acostumbrarme. El botija alcanza bolsos me recibe alegre, me ofrece un buen día y contesta amablemente a mi pregunta ¿dónde conseguir puchos?
“Pura coincidencia” me encuentro diciendo mientras le doy una propina. Me percato de que no correspondí el sonreír ni una sola vez, algo me pasa, a mí y a los que bajaban conmigo. ¿Por qué me resulta raro encontrar una sonrisa? ¿Me olvidé de cómo sonreír? ¿Cómo sonreír? Contemplo mi reflejo en las ventanas de los vagones marchantes, me veo gesticular, arquear mi boca en forma de sonrisa, me cuesta enormemente amoldarla, no puedo. Intento con mi mano, pulgar e índice sostienen la mueca. Nada. No sonrisa. No puchos.
Acto seguido sigo las indicaciones del botija de los bolsos, siga derecho, doble a la izquierda, frente a la garita hay un kiosco, quinientos ocho pasos para ser exacto. Los cuento, como de costumbre. Desconfío del muchacho alegre. No miente. El kiosco existe.
Cigarros. El hombre me saluda y me comenta el buen tiempo. Canta sus palabras al compás de una risa. Gracias digo serio. Merece dice el hombre risueño. Pago y me voy.
Dos coincidencias en un mismo cuarto de hora, dos personas felices en un rango acotado de quinientos ocho pasos a la redonda. Esto debe ser un sueño. Me pellizco. No es sueño, sonrío, pero por dentro; mi cara, por fuera, petrificada.
Enfilo para el barrio, para mi vieja casa, me cuido de no levantar la vista, cuento las baldosas. Ya extraño a los que bajaban conmigo. Estos nuevos sonrientes no son quiénes recordaba. Cómo ha cambiado mi ciudad.
Ochocientas veinte baldosas separan al hombre risueño de mi casa. Tomo nota. Todo dato es importante. Golpeo metódicamente el zaguán. Un, dos, tres golpes. Todos en su correspondiente compás.
La perfección es buena, hace de las personas gente seria, importante. Como mi padre. Siempre tuvo un halo de autoridad y eminencia. Pocas veces lo vi reír, quizás eso me marcó a mí. Me acostumbró a las ausencias de risa. Me enseñó que en la vida, cuanto más aire sufrido, más digno se es. La dignidad fue la escultora de su rostro petulante. Nunca caer en ridículo, nunca pifiar y caer en sonrisas. Nunca una complicidad amiga. Ostentación de prócer siempre.
Un buen día Alfonso y una sonrisa me despiertan del trance, al que siempre nos sumimos las personas inteligentes. Esos trances que te estampan en la cara expresiones bobas, no importa cuan compleja y profunda sea la meditación.
Ya caí de nuevo. Mi viejo me da una cachetada. “Despertá bobeta” me dice al tiempo que ríe. ¿De qué te ríes padre? ¿Este es mi padre? No corresponde con la descripción previa de mi decente y buen hombre padre. Cómo ha cambiado mi padre.
Otra cachetada. Otra carcajada. ¿De qué te ríes padre? “Entra que hace frío”. Quiero sonreír pero no puedo. Es como si hubieran inyectado cemento en los músculos de mi cara. El rostro se mantiene tenso, en una expresión constante, cosa útil para las mentiras y el póker.
Me saca el bolso de las manos y me empuja puerta adentro. La cierra. “Sentite como en tu casa” dice al tiempo que entramos en la sala. Lo observo serio, no entiendo el comentario, ¿cómo hacer para sentirme como en casa si ésta es mi casa?
“¿Qué te pasa? ¿Te tiene estresado el mambo capitalino? Relajáte, estás en casa” dice buscando una complicidad que no puedo darle. Estoy cansado. Tan cansado que no respondo. Si al menos pudiera sonreír.
Me echo en un sillón que a duras penas me resulta cómodo. Padre busca algo. Vino, dos copas. “Esto reaviva a un muerto. La tengo guardada desde que te fuiste” sonríe y sirve las copas.
Empina la suya y con sus ojos invita a que lo acompañe. Bebo. Calor en la garganta, en el pecho, da media vuelta y escala hasta la frente.
“Cómo ha cambiado la ciudad, padre” digo.
“¿Qué pretende señorito? Hable bien, no como en las novelas” responde con gracia que yo no encuentro; viejo obstinado, hice una observación perfectamente atinada.
“La gente no parece la misma… te veo cambiado” agrego.
“La gente no es la misma, la gente ha cambiado. Para bien” responde.
“La gente habrá cambiado, pero la ciudad parece la misma. Parece estancada en el tiempo ¿qué pasó con el centro comercial que iban a construir?” pregunto.
“Es todo mérito de la nueva alcaldía. Sus métodos son efectivos, cuestionables pero efectivos” contesta.
“Pero ¿y el centro comercial? Si es tan buena la gestión ¿cómo es que la ciudad no crece hacia fuera?” retruco.
“Porque el alcalde cree que primero hay que crecer hacia dentro, ya vas a ver…” asevera curtiendo un trago.
El “ya vas a ver” queda rebotando en mi cabeza. Padre sirve dos copas. Padre bebe. Bebo. Pasamos un breve tiempo degustando el silencio, junto al vino. Padre sonríe. Cachetes rojizos. Labios morados. Sonrisas que rebotan contra el muro de mi cara.
De pronto un ruido. Algo suena en el patio trasero. ¿Ahora tenemos perro? A padre nunca le gustaron los animales, cómo ha cambiado mi padre. “¿Tenemos perro?” pregunto.
“No, quedáte tranquilo, no fue nada” afirma sereno. De nuevo el ruido. Pasos en el patio trasero. “Alguien anda” advierto.
“Quedáte tranquilo, no pasa nada ¿vino?” ofrece sereno. Me levanto, no puedo soportar la inercia de padre, cómo ha cambiado. Antes, ante la menor advertencia de peligro reaccionaba cómo hacen los hombres, cuchillo en mano y a la guerra. Ahora, es un viejo sonriente que sólo se ocupa por la comodidad de su culo. “Voy a ver qué es” digo. Padre lanza una mueca desinteresada y sorbe su copa de vino.
Prendo la luz de la cocina. Me arrimo a la puerta que da al patio, observo a través de la ventana. Nada a la vista, pero está oscuro como para percibir con claridad algo. Pego mi cara al vidrio. Entrecierro los ojos para ver mejor.
Una sonrisa se pega contra el vidrio. Miedo. Me lanzo hacia atrás. Un niño observa desde el vidrio, inspecciona mi semblante. Es solo un niño, inofensivo. Le chisto para que se vaya. No hace caso. Sonríe. Otro niño se pega contra la ventana. Coincidencia, dos hermanos traviesos.
Un tercero se da contra la ventana. Luego un cuarto, un quinto y un sexto. Y se siguen sumando. De más está decir que debajo de esos niños hay otros que los llevan en sus hombros. Logro constatar que detrás de esos niños pegados a la ventana hay otros más que empujan con vehemencia. Sólo tienen una cosa en mente. Entrar. Contra la puerta, resisto. Lo que puedo. Lanzo miradas serias. Los niños empujan y empujan. Cómo han cambiado los niños, ya no respetan la autoridad adulta.
En vano resisto, caigo de culo al suelo. Una vez abierta la puerta, los niños entran despacio, como adentrándose en tierras desconocidas. Un malón de niños pasa a mí lado, algunos sobre mí. Unos se frenan en la cocina, contemplan todo con caras fascinadas. Sonríen. Una niña toma una olla y la usa de sombrero. Un niño toma un cucharón y tamborilea la caldera. Otro niño toma mi cara y empieza a jugar con ella. Moldea muecas a su antojo. Sé lo que está intentando. Una sonrisa. No lo va a lograr. Y no lo hace, desiste y sigue su camino. Me reincorporo y lo sigo. Llego hasta la sala.
Allí veo a padre entretenido con un par de niños. Toma vino y les hace morisquetas, una niña pequeña escala su espalda como si fuera el Everest. Los niños en la sala cambian todo de lugar, desordenan. Toquetean todo con extrema curiosidad. Tres niños empujan la tele de cara a la pared y la montan como si fuera un caballo salvaje.
“Voy a llamar a la policía, hay que denunciarlos…” grito.
“No los denuncies… es su trabajo” me intenta tranquilizar.
“¡¿Trabajo?! Tenemos más de cincuenta niños invadiendo la casa” me altero. “Tranquilo hijo, es lo normal… ellos vienen, hacen lo suyo, sólo hay que seguirles el juego… divertíte…” me dice al tiempo que le hace caballito a uno de anteojos.
Me siento en el sillón, con cara abatida, siempre seria, contemplo el caos alrededor mío. Una bandada de niños dentro de casa, jugando, desordenando las cosas, dándole usos irracionales a los objetos que toman. Lo raro es que no rompen nada. Quizás tenga que acostumbrarme. Me sereno un poco. La imagen de un niño haciendo muecas sobre la porcelana de un jarrón, de pronto me divierte. Me recuerda a mi infancia. Sonrío tímidamente. Luego suelto una risita, después una risotada y termino en el suelo riendo a carcajadas. Niños se me tiran encima y me hacen cosquillas. No puedo parar de reírme. Papá ríe a carcajadas mientras lanza a un niño contra el sillón grande. Y luego a otro, y a otro. De repente, me encuentro sumido en el caos del juego. Me divierto como nunca antes. Así durante un tiempo.
Suenan las campanas que dan la una. El juego termina. Los niños se detienen, arreglan sus ropas y se marchan ordenadamente por donde vinieron.
Despatarrado en el suelo contemplo a papá sirviéndose vino. Me alcanza una copa. La casa está patas para arriba. Como si nos hubiera visitado un tornado.  “No entiendo” explico.
“¿Qué no entendés?” pregunta papá. Miro a mí alrededor. Papá ríe: “¿Esto? Esto es normal, ya te comenté…”.
“¿Estas son las medidas de la nueva alcaldía?” trato de averiguar.
“Claro. Hay que crecer para adentro, los niños colaboran. Forman el frente de batalla que renueva la capacidad de asombro. Es el oficio secreto de los niños… vienen todos los días, menos los domingos… hacen su trabajo y se van… son cumplidores y efectivos; cuestionables, pero efectivos.”

Elugo

jueves, 14 de junio de 2012

Razones V


 "el mundo estaba ahí, yo no, pero todo termina, primero las escusas, luego las razones"
  

  No dejaban de resonar las palabras cuando los otros dos se miraron y cruzaron una expresión mezcla de sorpresa y dudas. El más viejo de ellos, el que tomaba la voz cantante, el que parecía o se hacía parecer el líder lo miró fijo, como un animal inspeccionando el alma. Él continuaba quieto, para el afuera era la serenidad en persona. No dudó en aguantar la mirada y a pesar de todo el murmullo dentro de su cabeza, hacía sus mayores esfuerzos por respirar tranquilo. Ofreció mate.  El líder aceptó, agradeció con un cálido gesto. "Bueno, es verdad que tenes un padrino, jajaja, pero eso no basta. Si vos querés plantar, si querés trabajar para mí, tenés que prometer resultados" dijo mientras cambiaba rotundamente su expresión, su tono, sus formas. Ahora era un hombre serio, asustaba  y traía la coacción a la orden del momento. Mientras oía las palabras sintió que trataba con un profesional, ésto lo tranquilizo, fue raro, diferente, no se esperaba eso de él mismo. Tampoco lo intimidó la cara. Poco a poco fue sintiéndose dueño de la situación, se la apropio, era un actor más, conocía su papel y lo llevaba adelante con una decisión implacable. La impasibilidad lo invadía mientras sus ojos aguantaban las miradas. “Yo se muy bien todo eso, mi trabajo es serio. No prometo resultados, los doy”. Fue impresionante, volvió a sentir un poco de miedo, sintió que se excedía, se retó a si mismo, "no la cagues ahora, vas bien, vamos bien".
  El líder comentó las condiciones, dijo que tenía que tener todo pronto para los próximos 5 meses, si era antes mejor, aunque dijo no creer que fuera conveniente, dado que los tiempos de la naturaleza era mejor respetarlos. Noc, noc, su cerebro volvía a tocar la puerta, no ahora, pensó, no ahora, dame 10 minutos. Volvió a sentir la parálisis, perdía convicción, entereza, su rol ya no le fluía, era sobreactuado, era la copia barata, una construcción forzada. El más joven de ellos abandonó la habitación, su cerebro le dijo que esto no era bueno, mintió, el otro regresó en unos pocos segundos con una bolsa del tamaño de una naranja. Se la dio al líder, este se la arrimó a él. Eran las semillas. Con un gesto sutil pidió permiso, abrió la bolsa, las semillas eran mas grandes que las que acostumbraba a ver, bien formadas y con un tinte negrito. Preguntó la raza. Según dijeron estaban tocadas genéticamente, eran especiales para el clima de por acá. Todo parecía ir muy bien, iba bien, según lo planeado. Poco a poco el negocio tomaba forma, aunque por dentro algo lo tenía loco, lo comía vivo, corría dentro de él. Era esa idea que no entendía, era el fracaso, el miedo al miedo, la ansiedad. ¿Era real? ¿Qué era? no lo sabía, solo que por ahí él perdía, era una guerra a dos frentes. No podía entender como fluctuaba tanto, como subía y bajaba, no lograba salir de su inestabilidad. Se sintió como un perro lejos de su hogar, morían sus raíces, el cemento lo estaba consumiendo, él se estaba consumiendo, firmaba su propia muerte.
  Al concluir los negocios lo invitaron a fumar la hierba que plantaría, aceptó. Algo le paso en ese momento, su cuerpo le avisó, su cerebro no lo entendió, le dio vueltas, le trató de dar forma, ya era tarde, lejos quedó aquel actor en su salsa. No habían pasado diez minutos. De león a cervatillo, de predador a presa, se sentía muerto,  lo pedía,  su cuerpo abandonaba todo intento de vivir, aceptó, pero no pudo estar tranquilo, siempre iba más allá. Cuando le pasaron el porro vio cómo el líder lo miraba con soberbia, el otro reía, no parecía estar con ellos, sus ojos estaba en una revista. "¿Y? las mejores flores son estas" oyó que le comentaban, miró y vio la cara de un loco, el líder parecía estar fuera de si. "Si, esta re rico" respondió. Volvió a sentir algo, pero más fuerte, más intenso. Se desprendieron de él miles de cadenas, volvió a ser un animal, los instintos le marcaban la cancha. Sin entender mucho que hacía se paró y pidió para ir al baño. El más joven, que leía, se incorporo, el viejo lo tranquilizó. "Dale anda, es por ahí- levanto su dedo índice- la segunda puerta a la derecha". Sin mediar palabras pero con la decisión de un toro fue al sanitario. La sangre se le calentaba en las venas. Noc, noc, su cerebro apareció, esta vez parecía que quería darle una mano, tenían que estar juntos, pensar, sentir, actuar.
   Una vez dentro del baño comenzó a buscar un objeto punzante, sabía que tendría que pelear contra los otros, no podía explicar lo que sentía, pero era algo muy fuerte para dejarlo pasar. Recordó que tenía una navaja, metió su mano en el bolsillo y la dejó ahí, con la navaja pronta . Antes de salir del baño investigó el lugar. Miró por la ventana, esa podía ser una salida, no era la primera. El muro era muy alto, luego la caída podía ser dura, recordó la entrada. Luego recordó todas las piezas de la casa, inclusive el hall chiquito, logró hacerse una idea, un mapa, las partes que no conocía pudo intuirlas. El plan era simple, salir y cortarlos, en principio no matar a nadie. No había marcha atrás, no quería el negocio, no le cerraba nada de nada la situación. Tratar de solucionar las cosas no era una opción, el sabía que esta gente no era joda, se lo habían advertido "si vas a hacer negocios con ellos, los hacés". Miró por la rendija de la puerta, nadie lo esperaba del otro lado. Tiró la cisterna, abrió el grifo. Con un movimiento brusco pero claro abrió la puerta de par en par, su mano derecha en el bolsillo. En ese momento escuchó voces en la sala, se sintió mas seguro. Todo lo contrario, mientras avanzaba a la sala, de atrás, lo atacaron con una cuerda directo a la garganta. Nunca sospechó que podía haber un tercero. Sacó todas sus fuerzas y dio su golpe, sintió como su navaja desgarraba la piel, entraba con facilidad. El tercero pegó un grito, la hoja impactó en su garganta. Volvió a repetir el acto. Comenzó a sentir el calor de la sangre en su espalda. El tercero lo soltó, agonizaba a su costado. Al volver la vista el líder le apuntaba con un arma, el otro, machete en mano, se abalanzó. Fue todo muy rápido, él logró incorporarse, sintió cómo volvía a atravesar la carne pero un dolor muy profundo en el antebrazo lo hizo gritar. Finalmente escuchó las descargas.

                                                                                                                     tito

miércoles, 13 de junio de 2012

“HISTORIAS! MAS QUE HISTORIAS SON TESTIMONIOS” RODRIGO “EL POTRO” BUENO.




De la india con amor. (Parte 1)

Que hacía ahí, esa era la pregunta que retumbaba en mi cabeza. Era todo muy confuso, al verla entrar por la puerta no la reconocí, estaba muy cambiada. Fue shockeante verla así, estaba blanca, con los pantalones abajo repitiendo – me cague, me cague. Estaba con cara de perro asustado, como desorientada. Pensé en contenerla, pero el olor y sus manos defecadas me frenaron. Yo la apreciaba mucho, hacía tiempo que no la veía, desde aquel día que sin más me dijo que se iba a la india, como quien te avisa que sale a hacer un mandado. Y se fue nomas, pero lo peor había sido cuando fui a despedirla al aeropuerto, la vi chuponeando abiertamente con aquel enano con cara de malo que hablaba en rumano y ahí fue cuando el mundo se me vino abajo. Según supe después quedo embarazada de aquel enano que se le borro. De todo esto ya había pasado 15 años. Y ahora estaba ahí, de nuevo en la puerta donde me había dejado. Por un momento pensé en aplicarle una pata como aparecía en la película esa que gritan” this is Sparta” pero no me pareció buena idea teniendo en cuenta que las vecinas estaban conversando en el pasillo y después iban a salir a decir que yo era un golpeador de mujeres y esas cosas. Hay que tener cuidado no todo el mundo entiende que “correctivo no es violencia”.

Nunca me imaginé que a partir de ese día mi vida iba a cambiar, una vez un amigo me había comentado que la prueba más grande para saber si de verdad amas a una persona era verla cagando, si después de eso seguís enamorado es porque ese amor es para toda la vida, pero nunca me habían dicho nada de que se te aparezca cagada hasta las patas.

-Pasa sentante.

- ah pero ya veo que seguís siendo el mismo pelotudo de siempre Manso, estoy toda cagada te voy a cagar todo el sillón, déjame pasar al baño.

- Bueno bueno que la que está toda cagada sos, yo estaba tranquilazo mirando una porneta y vos caíste acá y aparte si sabes que hacer pa´ que te quedas parada ahí en la puerta bobeta.

Paso, fue al baño, se ducho y me pidió ropa. Después que quedo con olorcito a bebe producto del shampoo que uso para que no me ardan los ojitos cuando me baño le pedí que me contara que estaba pasando.

-Mira te acordas que yo me había ido a India con Michí?

-Claro que me acuerdo imbécil, me vendiste todos los muebles y te fuiste con un enano carita de malo que habla en rumano.

-No me interrumpas que no te cuento nada sino.

Me excuse y siguió contando. Bueno me fui y cuando llegamos conocimos a un productor de vacas, pero resulta que allá las vacas son sagradas entonces el tipo lo que hacía, era criar vacas y sacarlas de contrabando por la frontera con Pakistán, los primeros meses nos quedamos con él hasta que el pobre tipo en una sacada de ganado una de las vacas piso una mina terrestre y voló todo a la gran siete, allá es muy bravo el tema de cruzar la frontera. Cuando el pobre indio murió con Michí agarramos el negocio y lo explotamos hasta que pudimos, llego un momento que no daba para más y nos fuimos a Bangladesh. Ahí nos empezamos a dedicar a vender espejitos, la idea se me ocurrió cuando me cruce con mi maestra de escuela allá que andaba de yiro por India y me acorde de que los españoles le cambiaban espejitos por oro a los indios pero resulta que estos indios no eran los mismos que aquellos, al primero que le ofrecimos un espejito a cambio de oro nos sacó a tiros de la casa. El único laburo que encontramos fue ir a saquear los cuerpos muertos que tiraban al Rio Ganges, y ahí tiramos un par de meses, íbamos de madrugada con un reel y sacábamos cuerpos, los desvalijábamos y los volvíamos a tirar. Eso duro hasta que nos agarraron unos multilocos que eran todos religión y andaban con unas remeras de un elefante con pila de brazos y ahí se pudrió todo, nos dieron palo hasta que se aburrieron. De ahí tuvimos que salir volando y nos fuimos a Rumania a la casa de los padres de Michí pero resulta que no fuimos muy bien recibidos, yo no entendía nada, imagínate llegue y cuando los padres lo vieron al enano lo único que hacían era gritar y no tenía pinta de que fuera de alegría, otra vez tuvimos que salir picando porque nos comían en dos panes. Fuimos a parar a la casa de un amigo de Michí, ahí conseguimos laburo con el chabón que era re buena gente, nos pagaba muy bien y el trabajo era una bobada, nos mandaban de viaje por Europa llevando unos paquetitos de talco nomas, yo nunca entendí muy bien porque osea talco hay en cualquier súper, pero era tan buena guita que yo no dije ni pio. Resulta que a los meses que andaban laburando para este amigo, cayeron de visitas unos tipos todos muy malos, a mi me escondieron en un auto que había abandonado en el patio, y Michí se metió al horno, era tan chiquito que entraba perfecto, era el escondite perfecto, pero estos tipos después de balear a los que encontraron prendieron el gas para que explote todo y bueno…la última imagen que tengo del enano es volando por los aires con el culo prendido fuego en una preciosa tarde de Bucarest. Y ahí no tuve mas opción, no tenía plata para volverme, estaba sola no sabía que hacer y lo único que se me ocurrió fue intentar que me deporten así me venía de garrón de vuelta para Uruguay, y para eso no tuve mejor idea que ir a mearle la pata a un milico que estaba custodiando un banco, ahí caí en cana y en unos meses me deportaron.

Ahí la tuve que parar, era mucha información para procesar y yo no estaba muy lúcido para poder digerir todo de golpe, así que la invite a tomar un café y que me siguiera contando en el bar de la esquina.


                                                             El Manso Sosa.

martes, 12 de junio de 2012

en un momento


Siempre creí que debe haber alguien casi idéntico a mí en el mundo. En algún lugar, muy lejano probablemente y quizás ni siquiera esté vivo ahora, sino que ha vivido hace años. O quizás sea un bebé ahora y cuando tenga mi edad va a ser igual a mí. Esa correspondencia la debemos tener todos con alguien en el mundo, un parecido muy cercano a lo idéntico, tanto en lo físico, como en lo gestual y lo emocional. Una totalidad que refleje el parecido de las personas. Un espejo perdido en el mundo. Pero nunca creí que llegaría a esto.
Iba caminando por la calle y no, no me encontré a un tipo igual a mí. Pero me crucé con una mujer de unos sesenta años que al verme abrió grandes los brazos, se me acercó casi corriendo y me abrazó. Me saludó muy efusivamente. Yo no me di cuenta quien era, pero como tantas veces que no identifico las caras hice como que la reconocía. ¿Cómo estás? Le dije mientras me esforzaba por saber quien era. En mi mente me retorcía, buscaba en el fondo, en los recuerdos, en los más recientes y en los pasados. En la lista de personas que guarda el historial de mi cabeza esa mujer no figuraba. Así que decidí seguirle la corriente mientras me hablaba. La situación era incómoda, ella me miraba a los ojos con una familiaridad muy real, tan real que me forzaba a sentirme su conocido, o incluso su pariente. Pero no había forma, en mi cabeza no encontraba a esa mujer. Capaz que era amiga de mi madre y me conocía de chico, entonces yo no la recordaba. Pero sería difícil que me reconociera.
Me empezó a hablar de cómo me había ido desde que nos vimos. Le dije que bien. Me preguntó que hice con el cuerpo. ¿El cuerpo?... definitivamente esta mujer estaba confundida. ¿De qué cuerpo hablaba? No supe que responderle, había llegado el momento de decirle la verdad, que yo no sabía quien era. Pero ella se respondió sola la pregunta “lo dejaste donde estaba, ¿verdad? no lo enterraste, ¿no?” yo me quedé duro, hablaba de un cadáver. Me agarró del brazo y me llevó hasta la esquina, me arrinconó contra un murito, como para que la gente que pasaba cerca no escuchara. Sentí detrás de mí una enredadera que pinchaba. Su mano me apretaba el brazo. Lejos pasaba alguien caminando. Ella hablaba sola, se respondía sola las preguntas que me hacía. Olvidé intentar actuar, y me quedé escuchándola por curiosidad, no era más que una veterana, no podía estar metiéndome en ningún lío.
Me dijo que no podía vivir sabiendo lo que habíamos hecho, lo que escondíamos. Le dije que yo tampoco, supuse que quería escuchar eso. Y ahí fue cuando vacilé en irme, en correr. Se me acercó a la cara y me dio un beso fuerte en la boca. Intenté soltarme, pero se me aferró con la fuerza de un hombre. Tenía el aliento como a humedad, y me dijo bien cerca de la boca “que suerte que te encontré, te necesitaba, hace días que ando sola, no se lo contaste a nadie ¿verdad?” le dije que no, pero que me tenía que ir. Ya estaba sudando, me temblaban las piernas, sentí miedo. Su aliento me daba miedo, esa mujer estaba mal. Y ahí fue cuando me decidí, solo por su bien, a decirle la verdad. “me parece que se confundió de persona, yo no soy quien usted cree” le dije temblando, casi llorando. La mujer me miró fijo a los ojos, me penetró con la mirada. “te haces el indiferente, bien, eso habíamos pactado, está bien, yo estoy rompiendo con el pacto, te felicito por tu recta actitud. Te dejo. Chau” me dijo enojada, seria, de su boca saltaban gotas de saliva a mi cara. Me las limpié y la miré mientras caminaba, con su extraño andar de piernas rectas.
Me fui pensando en eso, que debe haber alguien muy parecido a mí en el mundo, pero que esta vez me tocó tenerlo muy cerca, en el barrio probablemente. Pero esa persona igual a mí no era tan igual, había matado a alguien, eso debía diferenciarla de mí.
Al otro día pasé por la misma calle y vi a la mujer hablándole a un gordo,  dándole el mismo beso en la boca, parecía decirle lo mismo, el momento parecía ser el mismo. El gordo me miró de costado algo incómodo. No se parecía en nada a mí. Pero algo me dejó helado. Su mirada la conocía, al gordo sí lo conocía. Esa mirada la había visto miles de veces. Hice el mismo esfuerzo que antes por reconocer en donde había visto esos ojos y esa mirada, y lo recordé, la había visto millones de veces. En los reflejos.

Aceitunero

lunes, 11 de junio de 2012

No hay publicación

La persona responsable del día de hoy era: nano. Si lo ven por la calle por favor denle un abrazo.

domingo, 10 de junio de 2012

Al descuido


Al descuido
perdí el audífono,
un tiempo corto , monótono
infrarrojo.
aterricé en las cenizas,
 mal de ojo
 y como pude , vì, sobre las flores
 polen de amores.
vislumbré
a mi antojo
lo que la mente aguantaba
y a través de ese cerrojo
 sentí como la carne casi me aplastaba.

vi el portón del mundo enorme
empapado de inercia
lo vì cerrado pero  abriéndose,
con rarezas y comedias.

 latidos que no dan luz: pensé.
 (  mi cuerpo estaba hirviendo)

toda clase de espejos se asomaron/
hasta desaparecer.
mientras el espantapàjaros estaba alumbràndome
con una linterna de papel.
Allì,se encapsulò un sentimiento en su cara
 , aturdièndome,
borràndome.
entonces pensè:
que danza,
y què ideas,
las de los cielos abiertos sin pajareras...

y luego mudo.
una canción de cuna sombría,
sobre mis pómulos caía ,como lloviznando lento
  sobre las heridas mías.
rudo estaba el mundo.
y me cantaba afónico...

quiero tu calor, quiero tu calor
punzante sobre mis labios de penas frías

se disparó. cayéndome
otra vez
un mundo derretido.
otra vez
y fùe un segundo,
que se apagò su sonido.

ssinfònico.
un resplandor
obligò a mis dedos a  alumbrarme,
y  yo supe escaparle sin mirar.


es eso que ahora và
elástico y perdido ,
 ese hilo que và
renovando arterias y llantos
y algunos rincones aprehendidos
es el perfume de la canciòn sin olvido.

dame tu calor , dame tu calor...
ssinfónica !

la  penumbra...
 llega hasta la piel y los  párpados.
arriba!, digo y salto
arriba
  y hacia adentro,
donde zumban los nuevos pájaros.-
( pido que no me dejes lloviéndome).



                             
                                                                                                        AMMANDA

sábado, 9 de junio de 2012

El abuso (II)



Cuando la niña aprende finalmente
que el abuso se calla y se tolera
va hasta su cuarto, agarra una muñeca
y de un tirón le arranca la cabeza.

Cuando la niña aprende finalmente
que la mentira es buena y se tolera
su mamá abre la puerta, la rezonga,
y ella dice que sí con la cabeza.

Cuando la niña aprende finalmente
que el engaño sostiene a la familia
y que lo que conoce, lo que ama

solo vive si calla y justifica
muñeca sin cabeza entre las manos:
rota en intentos, deja de ser niña.

                          La Gata Flora