sábado, 31 de marzo de 2012

Por primera vez

cuando fui al fútbol por primera vez
-ya tenía casi quince años-
pensé con tristeza
¿era esto lo que prohibido?
¿lo que yo no podía porque no tenía pito?
¿lo que hacían mientras mamá y yo
comíamos cine y chocolate?
¿esto?
¿tantas veces conocer?
me hice la interesada y aplaudí
grité al sol
hasta dije ¡qué bueno! con mis mejores dientes
y los dejé contentos.

después llegué a mi casa
prendí un casette
me tiré en mi camita de esterilla
-la del acolchado con perritos-
y agradecí ser nena
por primera vez.

                                            La Gata Flora

viernes, 30 de marzo de 2012

Ante la ley

La habitación está casi a oscuras. En alguna parte hay una luz arrinconando las sombras. En alguna parte hay un espejo.

Yo- Entonces, ¿no tiene nada para decir?
Seoane- Básicamente, no.
Yo- Eso no es una respuesta, ¿tiene o no tiene algo para decir?
Seoane- No
Yo- ¿Se declara culpable entonces?
Seoane- ¿Sobre que cargos?
Yo- Eso usted lo sabe muy bien
Seoane- Claro
Yo- ¿Cómo se declara?
Seoane- Culpable. Inocente. 
Yo- ¿Cómo dice?
Seoane- Si y no. Como si tuviéramos tiempo de sobra para vivir dos vidas.

jueves, 29 de marzo de 2012

Convicciones

   Movió la mano automáticamente y se volvió a rascar la nuca, una conducta reiterada a lo largo de esa noche. No tenía ni puta idea de lo que estaba haciendo. Se paró, estaba caliente, fuera de sí, trató de respirar, se calmó, se volvió a sentar.
 Era un tipo grande, calvo, de cara regordeta y convicciones fuertes, no pasaba de los 50. En su vida nunca pensó que el destino le iba a poner semejante carga, a él, un simple profesor de educación física, que hijos de puta, seguro se lo hacían de gusto, se estarían riendo los otros desgraciados, que mamaderas. Su esposa lo había dejado porque él no podía dejar la joda, le encantaba el trago y alguna que otra estudiante, siempre mayores.  Preferentemente recibidas, tenía algún tipo de ética profesional que le ponía frenos, no era cualquier cosa, era un tipo respetado, por algo le habían encomendado ese gran trabajo. No era para cualquiera motivar, dar un aliento de esperanza a esos que perdieron la fe, no era fácil. Sintió que su trabajo era en vano, no tendría resultados, la delegación oriental estaba muy desmoralizada.
 El apartamento no era grande, un living comedor, dos habitaciones, la cocina y un baño bastante chico. Uno de los cuartos hacía de oficina, tenía una mesa, tres sillas y una ventana muy pequeña, que daba a un pozo de aire. Por suerte estaba ahí porque sino el humo del cigarro lo habría viciado por completo. Esos días estaba perturbado, no conseguía aferrarse a una idea y desarrollar, eso le molestaba, mucho.
 Volvió a pararse, caminó de un lado al otro, esperando algo, lo encontró. Le dieron ganas de fumar, pegó la vuelta, agarró un cigarro, lo prendió y se quedó detrás de la silla, se apoyó en ella con sus dos manos mientras sostenía el pucho con la boca, cerró los ojos. Se vio a él mismo frente a muchas personas, estas se miraban, cuchichiaban, unos reían por lo bajo, otros tenían una sonrisa burlona. Los más buenos ponían cara de comprensión, eran pocos. Abrió los ojos y pateó la silla con toda su fuerza.
 -¡Aaaaaaaa, la puta que me pario!
Se agarró la pierna, mientras seguía emitiendo un quejido cada vez más tenue. Rengueando fue hasta la cocina, abrió la heladera y agarró una cerveza.
 Rendido, pensó que lo mejor sería prender un rato la tele, en una de esas, nunca se sabe. Fue hasta el living comedor, se hecho en el sofá. Buscó el control remoto pero no hubo caso, estaría en el cuarto. Se paró con mucho aplomo y decidía, haciendo el mínimo esfuerzo, y con la punta del dedo índice alcanz a prender la tele. Cuando ese misterioso aparato arrancó, estaban pasando el informativo, no iba a cambiar, ni siquiera lo pensó.
Poco a poco la cerveza iba jugándole una buena pasada, se sentía más calmo, feliz, relajado. De a poco de olvido del discurso, de la delegación, de sus problemas, de su ira. Pero todo esto fue efímero, porque lo que la vida da sin que se busque, así lo quita. La tv hablaba de una promoción de Mc Donald, donde uno podía ir con un acompañante a Londres a ver las olimpíadas, luego comentaba que esta compañía era la auspiciante de los juegos olímpicos. Cada palabra iba limpiando su sangre hasta el punto de que los efectos del alcohol se esfumaron, se encolerizó, se paró de golpe
 -¡Hijos de puta, hijos de puta! Los voy a matar uno a uno.
 De repente se acordó de muchas cosas, sus principios le volvieron al cuerpo, esto no podía ser, era el colmo del colmo, Mc Donald el principal auspiciante de los juegos olímpicos, no señor, no sería parte de esto, de esta injurio, de esta hipocresía mundial, pero que hijos de puta.
-¡Hijos de putaaa!
 Agarró el teléfono celular, buscó un contacto y llamó. Era tarde, del otro lado nadie atendió, esperó, esperó y cortó. Se sirvió un vaso de whisky y volvió a llamar. Nada, no atendía nadie, pero no le importaba, esperó, esperó.

 Temprano, como a eso de las 8 de la mañana, el ministro de turismo y deportes se levantó, fue al baño, orinó, volvió al cuarto y prendió la radio. Antes de ir a la cocina agarró el celular, vio que tenía dos llamadas perdidas de un número desconocido y un mensaje de voz.  Discó *66 y esperó, del otro lado. Escuchó anonadado como una voz amenazante, verborrágica y muy iracunda despotricaba contra él, su madre, Mc Donald, la bic mac, los juegos olímpicos, Milton Wynants, Débora Rodríguez y cada uno de los deportistas Uruguayos de la delegación olímpica. Que cagada pensó el ministro precisarían otro gil para el discurso de despedida de la delegación.
                                                                                                                 tito 

miércoles, 28 de marzo de 2012

Se retira el Manso, Se retira un grande.

Que el Manso esto y que el Manso lo otro, siempre la culpa la tiene el Manso, que putea cuando ni siquiera entra para leer los textos de los compañeros, que no encara el proyecto con seriedad y lo dicen sin fundamentos porque el manso escribe, publica, lo que no hace el manso es andar poniendo su nariz en anos ajenos como tanto les gusta hacer a los señoritos “hijos de augustos” que no son mas que unos culitos flácidos que se hacen los cosos porque escriben poemas. El manso esta aburrido de que le llenen los huevos, Elugo que viene rompiendo las pelotas hace tiempo ya, siempre buscando algo para decir y nunca va como critica constructiva sino que lo hace para desprestigiar y “NINGUNEAR” al manso, el manso no sabe si a elugo le molesta el lugar protagónico que alcanzo velozmente el manso dentro del  blog, o si lo hace de minita histérica mañosa para molestar nomas. Después aparecen otros “hijos de augusto” que son los que llaman a elugo y le llenan la cabezita multiloca esa, como seoane que aparece un insulto para el en el blog y ya le esta lambetiando el orto a elugo y ahí llama el oxigenado elugo para romperme las pelotas. Por todo esta movida y porque el manso ya no se siente cómodo escribiendo en un blog “manejado” por estos cachorros del imperio se retira, con un gran pesar en el corazón, con un dolor y sensación de impotencia debe colgar los botines, al manso le asquea la forma de proceder de estos “escritores de clase mundial” que se comieron la pastilla y se creen superiores  a otros simples mortales que no podemos hacer poesía o escribir textos con contenidos profundos. Tal vez aparezca algún texto de vez en cuando pero como invitado, para darle el placer a los 3 pelotudos que me leen.  Pero no nos vamos a dar por vencidos, esto no va a terminar aca sino que va a seguir y a tomar rumbos inesperados. Vamos a hacernos escuchar, vamos a protestar, vamos a escrachar a estos opresores, censuradores, pichones de Mirtha´s Legrand.
SOMOS EL MANSO, SOMOS LEGION.

martes, 27 de marzo de 2012

Están

Está el hombre que se rehúsa a lucir sus zapatos nuevos por el temor a ser pisoteado.

Está aquel que se queda inmóvil frente a la puerta de su casa porque advierte el peligro que yace afuera.

Está la mujer que forzosamente actúa de mujer frente a los ojos atemorizantes de un público masculino.

Están los niños que se han obligado a callar porque confían estúpidamente en la sabiduría de sus padres y temen contradecirlos.

Están los niños criminales, ya no menores infractores, sino pequeños adultos que temen ir a la cárcel.

Está el joven que se impone la adultez como signo de seriedad y moldea su semblante con una mueca tonta y vacía, seria y petulante.

Están las mujeres que se avergüenzan de sus cuerpos y los someten a torturas extremas en pos de aplausos frívolos de las masas.

Están aquellos que se impiden amar a unos por creerse posesión de otros.

Están los viejos que tercamente se niegan a cambiar porque así se les derribará el mundo.

Están los sabios que tontamente buscan mantenerse iguales por querer ser fieles a si mismos.

Están los niños que envidian e imitan a los hombres por temor a aceptarse niños.

Están los hombres que envidian e imitan a los niños por temor a aceptarse hombres.

Están aquellos que se volatilizan en el aire y temiendo abrazar el futuro, se esparcen en los pasados.

Están esos que, creyéndose fieles a un ideal máximo, se martirizan, temiendo el falso castigo de los que no sufren por ese ideal.

Está el Papa postrado a los pies del vaticano, sufre una crisis existencial y necesita de un psicoanalista para recuperar la fe.

Está el miedoso de Steven Seagal, que ya no defiende esquimales ni indios y se dedica a acribillar mexicanos en la frontera.

Está el negro que gobierna el mundo, por y para los blancos.

Están esos otros que se empujan a la acción y desatan guerras, temerosos del tedio de la paz.

Están todos los que desprecian a un asesino y torturador y a su vez celebran su tortura y muerte.

Están algunos que invocan palabras antiguas por temor a parecerse a los nuevos.

Están éstos, que si se liberaran de las ataduras que impone el gran tirano Miedo, se convertirían al instante en Grandes hombres, Grandes mujeres, Grandes niños, Grandes sabios, Grandes Viejos; Grandes los unos y los otros.

Elugo

sábado, 24 de marzo de 2012

A mi querida Virgen María (rezo)

una madre es una mujer
no es una santa

en el club, quince años, mi bombacha naranja con pintitas
llena de rojo
quistes en los ovarios
el riesgo de no poder hacerlo
terror de las abuelas
¡cómo salió fallada!
rotito el abc del futuro
y el suero cayendo a cuentagotas

ganas de tener cáncer de útero
y que todo se acabe de una vez
definirlo: no puedo tener hijos
confesión terminal de que nunca serán
la demostración de la propia valía
decirlo una vez más: chicas, no quiero el hijo
que demuestra la validez de la propia vida
ahora pásenme otra masita

fertilidad: idea de un nenito que te diga mamá
esos ojos soñados, la pulpa cotidiana
el amor primigenio y la inocencia

a ver si está claro
una madre no es una mujer
perdón, no es una santa
por haber parido no está salvada ni tiene permiso eterno

una idea de un niño no es un niño
un niño es un niño
terminemos con esto
¿idea de un nenito que te diga mamá?
santificado por ser padre
santificada por ser madre
santificada sea tu vida:
el esfuerzo y el poder
         todo junto
es la gran justifiqueta

y después ahí el hijo que es el otro
la sola adolescencia
¿pago en retribución?
todos los sacrificios
los cuidados
los cuadrados, los círculos
y la idea de un otro no es un otro
un otro es ese otro
paradito ahí:
¡lo logramos!
ahí va otra escuela de necesidades
con su mirada fresca sobre la misma infamia
que es el mundo

esperáte un poquito
llamada en la otra línea:
mamá, qué tal te va
ojalá no leas nunca
este poema

                                                  La Gata Flora

viernes, 23 de marzo de 2012

Caos, Amor loco

  I

Un día voy a hacer una locura, me decía con los ojos fijos la loca de la que yo estaba enamorado. Ella está enamorada de un punto arriba de mi cabeza. O así parece. Lo mira fijo, sin pestañear mientras yo le hablo, como si estuviese viendo una mariposa muerta pegada a la pared.
 Supongo que la cordura no es algo que pueda compartirse. Yo la abrazaba a ella, a sus brazos caídos, pero no podía abrazar sus ojos, no los podía descolgar como se descuelgan las estrellas de cartón del cielo de un teatro.
 ¿Qué pensás hacer? ¿En que locura estas pensando? pero ella no decía nada. Parecía provocarme con su silencio. Me recordaba mi fracaso.
 Quizás no exista la comunicación entre los hombres, quizás cada intento por transmitir una idea o sentimiento se pierda y sea siempre un intento frustrado, pues nunca podemos saber que sucede en la mente de la otra persona,  pero si vos no me decís nada, si vos no me decís en qué estas pensando o qué crees que te pasa le estamos haciendo el partido muy fácil a algo que realmente no necesita de la ayuda de nadie.

   II

¿Cuanto tiempo tarda en volverse loco un hombre solo?

 Se había ido hacía nada más que un rato y para mi solo quedaba sentarme de nuevo a la soledad.
 Yo había sido feliz con ella y no necesitaba de la soledad para que me lo recuerde, pero ahí estaba ella, la soledad, como un invitado indeseado y borracho gritándomelo al oído.
 Estaría por siempre atado a su recuerdo como un adicto, condenado a años futuros en que su ausencia actuara sobre mi memoria como un psicofármaco caprichoso, a ver su espalda por las calles de cualquier ciudad del mundo, a torturarme cada vez que no llegara a atender el teléfono por las noches y a soñar durante esas noches nuevas formas de perderla; a ser feliz con hijos que no me recuerden en nada a ella.

   III

 Afuera llueve y vos te estarás mojando en la calle, mirando las gotas caer desde abajo, con los ojos abiertos para que las gotas no te perforen los párpados. Qué formas raras de cuidarte tenías. Me acuerdo de aquella ves que llegaste empapada a casa, con una sonrisa en la cara, temblando, y yo fui corriendo a buscar una toalla para envolverte y cuando estuve al lado tuyo y vi tu cara no aguante más y me puse a llorar y vos me miraste y lloraste conmigo (porque siempre fuiste una loca de lo más generosa) y después los dos nos miramos y empezamos a reír, juntos. Y tanta agua no sabíamos a que correspondía, y si lo que nos corría por los rostros era la felicidad o la tristeza o la lluvia que seguía golpeando los cristales como un niño mojado pidiendo para entrar. Eso es porque nunca nadie pensó en ponerle nombres a las lágrimas, o a la lluvia, recuerdo haberte dicho, pero vos mirabas fijo a la ventana y yo pensé que no me habías escuchado. Unos meses más tarde (mi piel todavía se acuerda) me llamaste a no se que hora absurda de la noche. Me hablaste de un libro y de una lágrima goteando sobre la página, ¿la estás viendo?, la lagrima detenida, haciéndose lugar entre la tinta, abrazada a las palabras y al silencio. Un pétalo de lluvia sobre un desierto de sal. Tiene un nombre, me decías, le puse un nombre, vino a mí. Se llama Seoane.

     IV

  Ahora sonaba el teléfono y yo sabía que era ella. Enseguida pensé en el rostro que le había visto hacía menos de una hora y la lucidez engañosa del miedo me hacía pensar que era el que la había aguardado años, un rostro trabajado en años de niñez y de adolescencia, en cada invierno y por cada dolor insoportable, un rostro que habrían trabajado sus padres en ella y sus abuelos a través de sus padres y cada aborto en el mundo y que se lo recordaba y los animales muertos al borde de la carretera.
   Me vas a ir a visitar cuando este internada.
   No digas eso
  Pero ya lo había dicho y yo la imaginaba ahora sentada en el parque de un psiquiátrico. La imaginaba haciendo el amor con locos entre árboles en flor, el camisón a flores levantado hasta la cadera, una mano temblando entre medio de las piernas, locos que le olerían el pelo mientras se agarraban la pija y que llorarían después de acabar pensando en la mujer que los amó del otro lado
 Me vas a ir a visitar cuando esté internada
 No digas eso
 Me vas a ir a visitar cuando esté internada

 Si. Claro.


Seoane

jueves, 22 de marzo de 2012

opciones

 su rutinario día no le permitía muchos placeres, parecía como si siempre lo estaba empujando a lo monótono, a lo repetitivo. Por más que él lo analizara, la realidad estaba por otro lado, su enunciado partía de un error; él creía que su destino tenía brazos más largos de los que el mismo se atribuía. Era un opción muy simplista, hasta un tanto garca. La complejidad de decidir la dejó al desparpajo eterno de su mediocridad asumida.
 No tenían sentido muchas cosas, no elegía, no decidía, era un simple digestor de otras voluntades. Poco a poco, se fue apagando, convirtiéndose al gris, a lo opaco. Su vida se simplificó, ¡DE QUÉ MANERA!. Sus miedos, sus ideas rebuscadas y la pelea eterna de su yo- ese ser inventado con quien se compararía hasta el fin de los días- lo fueron mutilando. Un trabajo fino, yo soy testigo. No fue de un día para el otro, no fue algo que lo tomó por sorpresa. Fue paciente y lento, doloroso y penoso, tanto así como el cancer, poco a poco avanzaba y poco podía hacerse.
 Un día lo miraron a los ojos y con voz quebrada escuchó palabras.
-¡Atrevido, egocéntrico, cagón!
 Fue como una suerte de estimulante a sus nervios más profundos. Sintió como una desgarradora verdad lo atravesaba de lado a lado. No había manera de evadirla, sin más que aceptarla, estaba acorralado, no tenia escapatoria más allá de su propia alma. El redimirse dependia de él, pero cuando el destino tocó la puerta eligió huir, una vez mas...

miércoles, 21 de marzo de 2012

Opiniones mansas

Yo estoy a favor de los enfermeros que mataban viejos. No entiendo porque hacen tanto escándalo si al final eran viejos, en cualquier momento se iban a morir, y no nos olvidemos que los viejos son lo más improductivo que hay, no le aportan nada a la vida y le sacan plata al estado. Imagínense la cantidad de asados y cervezas que compraríamos con la jubilacion de los viejos. Aparte, esta gentuza se vive quejando, se quejan de que no le da la jubilacion, se quejan del frio y se quejan del calor, se quejan de si llueve y de si hay sequía, se quejan de todo, no les sirve nada ¿nadie les avisa que la etapa esa de rebeldes ya se les pasó, que eso queda atrás a los 17 o 18 años a más tardar? También son los mismos que se te quieren colar en la fila del super o las mismísimas viejas de mierda que te miran de pesadas para que les dejes el asiento del ómnibus, como si a nosotros nos encantara ir parados, mija si usted no puede ir parada en un ómnibus tómese un taxi que de seguro viaja sentadita; o sino directamente no salga de su casa. El viejo cuando está peleado con la vida es el ser humano más hijo de puta que existe, más que un niño caprichoso, más que una mina resentida y encima tienen olor a viejo.  
Igual vale aclarar que yo siempre fui de hinchar por los malos, en The Walking dead siempre fui a favor de los "caminantes", hace tiempo que vengo esperando que se lo coman al loquito de la moto o al mismísimo niño (de spoiler hijo de puta nomás les aviso que el nene más adelante se vuelve zombi). 
Por ejemplo, en las peliculas donde hay nazis siempre le fui a los alemanes, no por una cuestion ideológica, yo no tengo ideología ninguna, me doy vuelta como un panqueque pero nunca me gustó que ganaran los buenos, porque yo siempre fui un bueno, un guampudo, un estúpido y nunca gané, como mucho quedé en el segundo puesto.  


El Manso Sosa

domingo, 18 de marzo de 2012

Fin del verano

El señor Augusto se enorgullece en presentarles a un gran escritor, amigo de la casa, el señor SEBA. Aquí les dejo más de sus textos: http://factotumunderbar.blogspot.com/. Esperemos tenerlo de nuevo por acá.
W.C.Chamberlain 

El sol dominguero era explícito en sus intenciones de estallar lentamente tras el horizonte, el viento había entendido e intensificaba su presencia en las banderas, y la luna transparente estaba afuera, triste, por haber fracasado nuevamente en su anhelo de romance con el sol; ella sabía que sin él no era nada y otra vez se cruzaban, una nueva oportunidad se le escapaba de las manos. Al final del día estaría sola, intentando justificar otra derrota, en vano como casi siempre.
En medio del murmullo y los gritos de impotencia, el árbitro levantaba sus brazos indicando  el final del partido. Los padres de familia huían de las tribunas con sus hijos a tiro por las escaleras, algunos hinchas movían la cabeza hablando mucho, entendiendo poco, otros solo miraban el centro de la cancha buscando una respuesta o pensando quizá en problemas personales que nada tenían que ver con aquel contexto. Luego de un suspiro a medias y un breve entrecerrar de ojos como para volver a mi eje, encendí un cigarrillo y me decidí a salir por las escaleras más cercanas. Por un rato mis pensamientos se cruzaron con los de la multitud, y canté con potencia una canción que todos sentíamos, dándole ánimo al cuadro de nuestras vidas. Dejé mi rabia y orgullo en esas escaleras y casi fugitivamente  me desprendí de la masa humana. Ya había sido demasiado.
A unas pocas cuadras del estadio, me hice de dos latas de cerveza para el camino. En una hora mi ex novia me estaría esperando en el bar que solíamos frecuentar. Aquel lugar no era nada del otro mundo: una barra importante al final del salón, mesas de madera antigua, sillas acolchonadas tapizadas con cuero blanco, paredes blancas, una rocola del siglo pasado entre ambas puertas del baño y - lo que hacía de aquel lugar una maravilla - una enorme biblioteca a la que el cantinero le daba la espalda situada detrás de la barra. Habitualmente la música que se escuchaba era tango rioplatense, a veces jazz, y en contadas ocasiones rock en español. Para el cantinero – viejo amigo de la infancia - el rock en español era una mierda. Yo por un tiempo había comprendido sus argumentos. Ya no. Igual nos admirábamos y queríamos mucho, sobre todo por que me agasajaba con vasos enormes - al límite del desborde - y yo por mi parte lo incluía en mis relatos. Sí que nos admirábamos.
Entré al bar, pedí el mismo whisky con agua de siempre y me dispuse a esperar a la que había sido mi chica: luego de algunos acercamientos estábamos probando estar juntos de nuevo. Todo era muy delicado, muy sutil, los dos habíamos bajado al infierno para vernos las caras, y luego había sido difícil salir de allí sin recuerdos traumáticos. Éramos muy amigos, no podía decir que no a la invitación de ir por unas copas y hablar como antes, cuando el amor nos encontraba felices. Le pedí a Dios – así llamábamos los amigos al cantinero – que me sirviera una segunda vuelta. Así fue. Me trajo el vaso acompañado de un libro, y me dijo – Se llama “Tortilla Flat” y es de John Steinbeck, un libro de relatos para que la tristeza deje de serlo, éntrale, es bueno. Di un sorbo a mi vaso, que venía muy bien, y con una sonrisa respondí – Dios, tú siempre cuidando de mi espíritu y trasero. Dio media vuelta y volvió a la barra por que entraban otros clientes -  Dios no puede estar mas de un par de segundos con cada uno. Dejé el libro a un lado y me puse a observar: era una dama y cinco muchachos, todos hablando alto y empujándose cada tanto. Pidieron seis cervezas y se dispusieron a hablar y reír a carcajadas, todos hermanados, y a la vez cada uno en su propio universo. Algunos entraban y salían del baño, con muecas divertidas clavadas en el rostro y los ojos fijos en sus botellas. Las seis cervezas pasaron a ser dieciocho, y mientras los minutos pasaban yo seguía mirándolos asombrado por sus movimientos: de inmediato hicieron suya la rocola y pedí mi cuarto whisky mientras las guitarras de Cecilia de Buenos Muchachos me rompían el cerebro. Dios estaba enojado. Los seis botijas tomaban y respiraban, respiraban y volvían a tomar. Aquel trajín más el alcohol en la sangre ya me estaba mareando. Dejé el dinero cobre la mesa, puse el libro entre mi pantalón y el calzoncillo y salí del bar. Prendí el anteúltimo cigarrillo en la puerta y allí me quede un rato, queriendo entender el por que de tanta confusión en la cabeza. De un brusco portazo salieron los seis amigos con algunas botellas. Mientras cuatro de ellos aplaudían y tiraban alcohol, los otros dos se pegaban sin piedad, patadas en la espalda, puñetazos fuertes en las costillas. Y así se fueron, prácticamente rebotando hasta la esquina. La chica me pidió mi último cigarrillo y yo cedí, al tiempo que giraba y me disponía a regresar. Una parte de mi se iba con ellos. La dejé.
Varias cosas quedaron claras ese domingo. Muchas otras se enredaron todavía más. Mi ex novia había sido concreta con el mensaje. Aquella cita fracasada planteaba un futuro muy predecible; otra vez estaba solo, con un libro apretado en las pelotas. Los seis personajes del bar – por otra parte – me demostraban otra posible manera de entender las cosas, esa otra vida que aunque extravagante a la vista, también presentaba sus ricos sabores, sus momentos de cristal. Sin desviarme mucho del pensamiento, doblé por la avenida bajo la noche azul. Algo me decía que el próximo domingo mi cuadro iba a ganar, y una luz de esperanza se abriría para dejarme sospechas de que la felicidad no estaría tan lejos. Al menos así encontré una excusa para caminar con ritmo, casi bailando, entre edificios y calles, en pleno fin del verano.

SEBA

sábado, 17 de marzo de 2012

geografía

me la paso buscando
una proximidad precisa
latitud longitud
cruce exacto de un cruce
esa flacura principesca traviesa
cueva decorada por las mismas manos
entonces dije sí capaz esta vez puede ser
estábamos soñando saltábamos nomás
te dejé cruzar astuto por el medio
te abracé hasta los humedales
hasta que abriste el paso del frío
hasta que
después tapé la fuente
otra vez

el desierto

                                         La Gata Flora

viernes, 16 de marzo de 2012

Reflexiones al pedo

 Seoane pensaba en el significado de las palabras del Aceitunero. Le parecía que ellas guardaban una verdad profunda acerca de la naturaleza del hombre y del arte y buscaba las palabras que pudieran iluminarla.
 Las que se le ocurrían eran más o menos las siguientes:

  I
 La literatura es una herida. Nace de una carencia del hombre, de una brecha del ser al ser (o del ser al Ser). Una persona en equilibrio, es decir una persona en armonía con cada una de sus partes, dueño de su propia felicidad, en paz con la vida y con la muerte, no tendría porque escribir, no sentiría esa necesidad frustrante de agregar una cuenta más al rosario del mundo. Le bastaría su ser manando siempre hacia dentro, abrazado solo a su inmanencia. Quizás por eso lo grandes sabios de la historia (exagero) no escribieron nunca una sola palabra: Jesús, Siddharta, Confucio, Sócrates. Era suficiente para ellos, supongo, hablarles al silencio congregado de los que escuchaban, ver sus palabras florecer como capullos en el aire para luego en un instante marchitarse contra el suelo sin dejar el más mínimo rastro.
  
  II
 Escribir y mostrar a otros lo que escribimos se parece a lo que los niños hacen cuando se enseñan las cicatrices después de un juego, una rodilla rota, un brazo, con algo de suerte unos puntos en la cabeza.

  III
 Nacida de una carencia el arte nunca podrá ser una plenitud en si misma. Será en cambio algo siempre inconcluso, que necesitará del espectador, del lector para darle un sentido, para completarlo, para cerrar el circuito que de otra manera quedaría abierto, incapaz de conservar y generar energía, engrosando la entropía del universo.
  
  IV
 Podemos afirmar que lo que el artista busca es algo externo a el mismo, distinto a el mismo. Imposible. Está en constante asedio; como Johnny Carter el artista es un perseguidor perseguido por algo que lo mueve siempre a seguir buscando. A continuar la caza.
 ¿Qué es lo que busca? No se.
Aunque me atrevo a pensar que en el fondo el arte busca (solo puede buscar) lo que el arte encuentra, como un explorador que recorre el mundo solo para darse cuenta que la rosa que persigue tiene la forma del viaje recorrido.

 Hasta acá lo que pensaba Seoane.
  
                                             Pablo

jueves, 15 de marzo de 2012

corazón y tiempo

un teléfono sonando en un vació eterno, en un tiempo corto. En la vida los días no son más que meros espacios, subdivisiones ficticias, creación del hombre. En muchos casos el tiempo es relativo, porque el tiempo no es solamente eso que se mide con el reloj y el almanaque, es una cosa mucho más compleja que está en el corazón. Cuando ese aparato no anda bien, lo corto se hace largo, así como por arte de magia, la vida te de una lección, que te la graba a fuego, claro que si, que queme, cuanto más quema, más se aprende. Pero será que el Ser no es tan animal, mide el tiempo y se vuelve a quemar, una y otra vez, hasta que el ardor es inaguantable y no hay mas cura, el aparato se rompe. Lo que pudo ser una lección ya no lo es, pareciera más como un destino repetido, una infelicidad eterna dispuesta a repetirse por el fin de los días, días, claro, que torpe.


 "ojala pase algo que nos una de pronto"

                                                                                                                                               tito

miércoles, 14 de marzo de 2012

Apología al mal pegue

Estimados lectores, sepan disculpar al señor Sosa que por temas personales se ve imposibilitado de publicar en su día (se está mudando a la capital a la casa del mismísimo Augusto). En su lugar, publica hoy día un nuevo escritor invitado: el señor Aceitunero.
W.C.Chamberlain



El primer domingo que tuvo el Toman me dijo Augusto que era para mí, que publicaría lo que yo le mandara, así que le mandé un texto. Y le conté que estoy empezando a escribir algunas cosas, siempre tuve ideas en la cabeza y siempre supe que esas ideas bien pasadas a papel serían buenas, ahora el tema era pasarlas. Logré escribir un texto que según un amigo y mi vieja estaba prolijo y medianamente bien contado, así fue que decidí ponerme manos a la obra. 
Augusto me dijo que si quería ponerme manos a la obra y dejar de hablar sobre escribir, había algo que no podía fallar. Era dejar de fumar porro todos los días. “Si no fumas antes de acostarte, al otro día tenés la elocuencia suficiente para escribir. “Para escribir hay que ser locuaz, y fumar saca la elocuencia” eso me dijo hablando por chat el domingo un rato antes de dormirme. Así que el que tenía armado, puesto en la boca a punto de prenderlo, decidí dejarlo para otro día, tal vez para el siguiente o con suerte para otro día. 
Cuando desperté al día siguiente me sentía lúcido, práctico, es decir, todo lo que hacía me salía como yo esperaba, y empecé a notar cosas que nunca había notado. Por ejemplo, descubrí que el feo olor del baño venía de una bola de pelos acumulada en el fondo del desagüe de la ducha, enseguida lo limpié y solucioné un problema que tantos meses torturó a mi sentido olfativo pero que por pereza no lo había hecho. Luego en una hora limpié y ordené toda la casa y me preparé una comida liviana. ¡Asombroso! En ese tiempo, en las mañanas, no hago más que comer, cagar y salir corriendo a trabajar. 
Apenas salí a la calle empecé a notar que mi relación con la gente era distinta. Ya en la parada de ómnibus me sentía bien, como si formara parte del grupo de personas que allí esperaban su ómnibus. Una mujer me vino a hablar, me dijo que dios estaba con nosotros, que nos acompañaba en el bien, en el camino a la salvación. Yo, que comúnmente la hubiese mandado a la mierda, mantuve una larga conversación con la señora, sin salir de mi manera de pensar. Así se fue dando el día, no me costaba estar parado, ni tampoco me costaba trabajar, la gente me miraba bien y yo no me sentía observado ni molesto con nadie. Todo lo contrario, en más de una ocasión en el día vi sonreírme a las chicas más bonitas que me cruzaba y no sólo me sonreían sino que más de una coqueteó conmigo. Tampoco me sentía mal con el mundo, me parecía que todo funcionaba bastante bien, comprendí que dentro de todo era yo el quejoso y que todas mis inconformidades y mis críticas al mundo eran causa de traumas, de complejos, o de haber sido un niño mimado con problemas para enfrentar la vida adulta. 
A eso de las siete de la tarde volví a casa y estaba contento con mi día, un día igual a todos respecto a lo que sucedió, pero muy distinto respecto a cómo me sentí y cómo rendí. Llegué, me pegué un baño y me afeité. Luego me senté en el escritorio dispuesto a escribir y abrí la carpeta de los textos anteriores, los de mí tiempo de drogado. Aunque aún no había pasado por la experiencia de escribir bien lúcido ni tampoco de ser escritor, ya me sentía del bando de los escritores lúcidos, ya sabía que eso iba a rendir al igual que el resto de las actividades. Pero decidí leer algo de lo anterior a ver que me parecía. Apenas leí dos renglones de lo último que había escrito y me pareció pésimo, estaban mal los tiempos, mal contado, había palabras repetidas y comas mal puestas. Faltas de ortografías graves y palabras mal escritas. Además las historias no iban hacia ningún lado, eran delirios de un drogado en crisis. Me preocupé, no tanto por mi mismo, sino por mis textos. No podían ser tan malos. Me puse a borrarlos uno por uno. En un principio los leía y después los borraba, terminé por borrarlos sin leerlos. Cuando terminé de borrar todo lo que había escrito desde los quince años, me senté y me decidí a escribir. Puse las manos en el teclado y pensé en qué cosas me habían pasado en el día, qué había observado que disparara una historia, que situación perturbadora, ridícula, o digna de ser escrita se había posado en mi cabeza. Ninguna. Me preocupé, el mundo se había acomodado, yo me sentía bien y a tono con el resto del planeta. Decidí hacerme un sanguche y comerlo en el balcón. El sanguche quedó perfecto, lo terminé y lavé todo, no quedó ni rastro de que me había metido a la cocina a preparar algo. 
Me senté y me dormí en el sillón leyendo un artículo de una revista. 
Desperté y estaba amaneciendo. Normalmente me hubiera despertado contracturado, con el cuello duro, mal gusto en la boca y probablemente con ampollas en el pecho, producto de las brasas caídas del porro. No lo dudé. Fui al cuarto y prendí aquel que había dejado armado en la noche anterior. No me arrepentí. ¡Cuantas ideas se posaron en mi cabeza ese día! todas dignas de ser contadas... y descubrí… la falta de elocuencia es el motor de mi cabeza.

Aceitunero

martes, 13 de marzo de 2012

Ojos

“Tenés los ojos enfermos” me dijo, al tiempo que me miraba con ojos grandes, llenos de salud.
“Sí…” le contesté “…debe ser psicosomático, como la picazón que me ataca la nuca”.
“¿Psicosomático? No digas pavadas” me retó, leyendo mentira en mis ojos insanos.
Me senté en la cama, crucé mis piernas y apoyé mis codos sobre mis rodillas, para así sostener mi cabeza entre mis manos. Tanteé mi rostro, recorriendo con mis dedos mis pómulos hasta llegar a la altura de mis ojos. Los noté hinchados. Mi ojo izquierdo vibraba, pesado y constante, como si pretendiera entreverarse con el latir de mi corazón. La miré a ella, tendida relajadamente sobre la cama, tan hermosa como siempre. Ella también me miraba, desde sus ojos bellos y brillantes. Extendió su mano hacia mí y comprendí el gesto enseguida, nuestros cuerpos hablan un mismo lenguaje. Ella tenía la costumbre de cederme sus brazos tensos, como invitándome a amarla. Yo recorría con ambas manos sus extremidades, trazando un camino desde su antebrazo hasta la desembocadura de sus dedos. Apretujaba cada retazo de su piel, vaciándolo de estrés. Mis ojos todavía sanos, estallaban de emoción al encontrarse con los suyos retorciéndose de placer. Pero ahora estaban los míos enfermos, moribundos… y la contemplaban a ella, compartiendo el gesto del suicida que antes de morir se permite un último goce.
“Los tenés hinchados…” me decía sonriendo “…tenés que ir al médico” agregó con ironía, pues yo sabía que ella desconfía de toda medicina convencional.
“Es que existen muchas cosas que enferman la mirada. Me enferman las malas películas; me enferman las palabras escritas nacidas de bocas de idiotas mal articulados; me enferma la plástica apariencia que reviste una verdadera esencia; me enferma la patética imagen de falsos profetas en televisión, política y religión; me enferman las caras partidas de inocentes innatos y los actos infames que se suceden de a ratos; enferma mis ojos la enfermedad misma… ¡Ay!”. Para cuando terminé mi discurso me encontraba tendido en el suelo, la emoción hitleriana que se apodera de todo buen orador, me llevó a pararme para entonar mejor mi panfleto y a caerme de culo, como buen político de turno. Ella reía, detrás de sus ojos risueños. Yo asomé los míos al pie de la cama. Ella comprendió al instante, no necesitó palabras. Ella debió notar el manto de lágrimas que se tejía en mis ojos, pues simplemente dijo “Lo que enferma tus ojos es el llanto…”.
Mis ojos orgullosos no querían asumirlo, pero ante la inevitable ausencia de la imagen de ella preferían enfermarse e ir encegueciendo… poco a poco… después de todo, de qué vale un par de ojos sanos cuando ya no hay belleza que contemplar.

Elugo 

lunes, 12 de marzo de 2012

Todos

Los dos acostados con las sábanas destendidas a sus pies se dan la espalda.

Los ojos de ambos se pierden en las paredes respectivas de los lados. 

Sus rostros inmóviles de expresión reflejan que el alma les abandonó el cuerpo.

Sus cabezas piensan que se terminó y tienen razón.

El miedo aun los une.

Ella se acurruca en sí misma, llora con la vista fija en silencio
El aprieta los dientes, oye su llanto, pero no siente.

Si pasara por ese mismo cuarto, por esa misma cama y por el cuerpo de esas dos personas dos años antes, los encontraría formando una sola figura, perfecta y armónica, entrelazados incapaces de separarse.

Él le estaría diciendo a su oído que la amaría para siempre,  y no mentía.



                                                                                                                                            Nano

sábado, 10 de marzo de 2012

Ubi Sunt

Tengo un pensamiento monárquico.
Es viejo y heredado.
Sentirse sucio
             Culpable
Pesado
Ruina de quien se ha sido en un tiempo olvidado.

¿Dónde está la frescura
del cuerpo sin cultura?

                                                      La Gata Flora

viernes, 9 de marzo de 2012

Acerca del paradero de Seoane

¿Encontraría a Seoane?

 Nos separaba un tiempo largo desde la última vez que habíamos hablado.
 Así lo recuerdo: de mediana estatura, aún más silencioso, alejándose con la vista pegada al suelo, incapaz de sostener por mucho tiempo otra mirada, siempre escapando a las despedidas. Lo imaginaba durmiendo entre fantasmas, buscando su rostro entre espejos , desesperado por escribir su nombre en servilletas o en papeles sucios que levantaba de la calle.
 A veces se acercaba a mí con el aliento necesario para decirme dos o tres frases al oído, como poniéndome una semilla en la mano,  pero claro, entonces no había tiempo para el ritmo lento de las palabras y siempre eran otras las prioridades, estudiar, leer, más que nada fumarse el tiempo con amigos o metérselo en la lengua y esperar a que empiece a pasar algo o hacerse una paja y enseguida ir a acostarse con el celular olvidado lo más lejos posible de la cama. O extrañarla y pensar en cómo habíamos dejado morir el amor como a un perro viejo o a un enfermo al que se le dan inyecciones puntuales de morfina para que olvide el dolor cabalgando cada centímetro de su cuerpo. 

                                                                                     Pablo Montauban

jueves, 8 de marzo de 2012

Fotografía (El Cuate Cesar)

 Por problemas renales tito se ve imposibilitado (como lo dictan las buenas costumbres) de publicar su columna del dia jueves  a los 8 días de marzo del año 2012. Debido a esto cede su espacio a un amigo de la casa, el multiconocido Cuate Cesar, nuestro corresponsal internacional radicado en el Uruguay, los cuyos textos poseen el sabor picante e inconfundible de la tierra de los mayas y de Thalía.
 Sin más preámbulos...

  Fotografía
 

  Era de tarde, había manejado aproximadamente 40 minutos, antes pasó por un supermercado donde compró lo necesario: una silla de playa (la cual más tarde regalaría, ya que era un tipo de ciudad), un paquete de cigarros y unas cervezas. Buscaba algo distinto, y se decidió por una cervezas importadas: una japonesa y la otra alemana (en estos tiempos ya es muy común la cerveza importada).
 No estaba solo, iba acompañado de su pareja en busca de una playa tranquila, en teoría no muy turística y virgen, en la práctica ya muy conocida, aunque mantenía ese ambiente “medio hippie”.
 En la playa se instalaron un poco lejos de la gente, cerca de unas rocas, él bajó la hielera o heladerita (según una breve discusión,  así la conocen en Uruguay), extendió la silla, comenzó con la Sapporo (la cerveza japonesa), el primer cigarro y dialogó un momento con su pareja. Ella decidió tomar sol, así que después de brindarle la respectiva ayuda poniéndole bronceador, regresó a su silla y conecto su ipod. Iba ya terminando la segunda cerveza y quizá por el tamaño y la velocidad con la que las tomó, reflexionó un poco acerca de su vida y el momento que estaba pasando.                                                                                              
La música siempre es buena, pero ahora no buscaba la percepción auditiva, todo era completamente visual. Decidió apagar el ipod y quedarse con un atardecer impresionante. La vista que tenía en escena: el cigarro tomado por su mano derecha recargada en el brazo de la silla, la otra mano ocupada por la cerveza, que por cierto estaba a solo un movimiento de muñeca para poder ser injerida, yendo más hacia el fondo podía ver a su chica casi dormida recostada, y su vista continuaba con la unión entre la arena, conchitas, un poco de piedras y  el mar, el cual como siempre mostraba su inmensidad y se perdía hasta juntarse con el cielo.
 No puedo asegurar esto, pero quizá un fotógrafo pudo haber encontrado una escena digna para hacer arte o tal vez  un publicista para un comercial de cerveza de una revista. Gente común, como él, definitivamente pensarían, “¡cómo esta para el facebook!” cuando revisen su cámara o cuando se las enseñe a alguien desde su laptop.
 ¿Quién no ha visto una foto y ha sido llevado nuevamente a ese momento? Una muy buena ayuda para recordar e incluso volver a tener esos sentimientos de felicidad, coraje, tristeza, alegría, etc.
 Aunque tenía cámara fotográfica, ipod y celular,  para tomar dicha foto decidió no hacerlo, simple y sencillamente reservarla en su mente, conservarla en su memoria, guardarla para él, recordarla y asociar la imagen con todos los factores gratos que permitieron dicha imagen.
 Muchas fotografías hay en su mente, difícil decir si más que en su red social favorita y/o cualquier otro dispositivo de almacenamiento, pero sin duda muchas. Seguramente el paso de los años, nuevas experiencias y  alguna droga como el alcohol afecten su memoria, busquen eliminarlas o remplazarlas, pero él sabia el riesgo y quería correrlo, aferrarse y  recordarlo,

¡Sería una linda lucha!
 
Cuate Cesar

                                                               

miércoles, 7 de marzo de 2012

La Vuelta del Manso

Se comió la columna mi perro, no la puedo publicar hoy, espero sepan disculparme. El tema es que el perro no come desde hace una semana porque le comieron la lengua los ratones y como todos saben el perro sin lengua no come, ¿o alguno vio alguna vez un perro comer sin lengua? Y ta, yo hay algunas cosas que todavía no entendí, como por ejemplo yo tenía una novia que siempre me recriminaba que aparte de ser mi novia quería ser mi amiga, y yo que siempre fui bastante pelotudo, empecé a tratarla como un amigo. Le empecé a decir groserías, a tirarme pedos en su presencia sin que me sintiera mal, a comentarle sobre el bruto culo o las brutas tetas que tenían otras minas y hasta la invité a jugar al play. Todo eso fue durante un día, al otro día me estaba masturbando mirando “Naked wild on” porque la muy conchuda se enojó, y las minas por lo general son así, muy muy conchudas, nunca les conforma nada, si pasas mucho tiempo con ella sos un empalagoso, si pasas mucho tiempo con tus amigos no les das bola y si pasas el tiempo justo y necesario van a encontrar otra cosa para romperte las pelotas. Dicen que el amor verdadero no es aquel que te hace sentir mariposas en la panza ni que te pone todo medio gay ni nada de eso, el amor es verdadero cuando te imaginas a la otra persona cagando y después de eso todavía te gusta, no es que lo diga yo, lo leí por ahí y lo puse en práctica, es de esas cosas que son verdades irrefutables, como por ejemplo que si vos te pones a escuchar al muy puto de Eric Clapton  en Grooveshark las canciones se te trancan, yo no sé porque es, pero es así y sino empiecen a probar.  Vieron cuando alguien les hace un cuento y no es de mentiroso sino de pelotudo que te cuentan algo como si fuera una súper verdad y vos por dentro pensas “pobre loco este, mira lo que dice, si se escuchara se daría cuenta de lo estúpido que esta quedando”. Pero ellos se niegan a escucharse y siguen emocionados contándote algo que es una garcha, que si uno no fuera una persona medianamente decente le escupiría la cara por nabo. Por ejemplo un amigo una vez sostuvo durante años que Neil Armstrong había estado en las Termas del Dayman en Salto y que había hecho algo, pero cuando explicó esa parte yo ya me estaba descostillando de la risa. Lo peor de todo es que no lo contó un borrego de 8 o 9 años sino que tenía 15 añitos, para ubicarlos en tiempo y espacio, ya tomaba vino y vino a contar eso. Él igual lo defendió durante años a su cuento hasta que le preguntó al tío que le había contado si era verdad y le dijo textuales palabras “Fulanito nunca pensé que fueras tan pelotudo”. No sé si en realidad le dijo eso pero hubiese estado bueno. Igual hay gente mayor que sostiene que Neil Armstrong estuvo en la estancia La Aurora y que en la misma se ven ovnis, así que si le sirve de consuelo, no es el único pelotudo. Yo no creo en los ovnis porque nunca vi uno, y no creo que nunca vea uno en mi vida, aparte de que si veo uno no sabría que hacer, yo no tengo ningún poder de decisión y no sé como actuar ante acontecimientos imprevistos. Por ejemplo una vez lo vi al Gordo Púa caminando por avenida España y no me animé a saludarlo, que grande el gordo. Y también de chico no me quería cambiar delante de la tele porque pensaba que la gente que estaba en la tele me podía ver y me daba vergüenza. Son cosas que a uno lo van marcando.


El Manso Sosa 

martes, 6 de marzo de 2012

El Hipocondríaco

Mi nombre es Porfirio Echeverría. Se puede decir que soy un hombre sano. Me levanto temprano como recomienda mi doctor de cabecera, a eso de las seis treinta, siete… Ni bien me despierto, me tomo el pulso, siempre es bueno saber a cuanto está el ritmo cardíaco de uno. Valores dentro de lo normal, nada de lo que alarmarse. Ahora un momento crucial, de mi postura horizontal debo verticalizarme para sentarme en la cama. Lo hago. Mis vértebras y articulaciones responden exitosamente… esperen… noto un leve crujido en mi lumbar inferior. Lo anoto en mi libreta. Hora de reincorporarme. Me calzo las pantuflas ortopédicas y me pongo de pie. Nada de que alarmarse. Mi sentido del equilibrio sigue agudizado como siempre. Camino unos pasos hacia el baño para empezar con mi rutina de inspección. Primero lo primero, masajeo suavemente mi vejiga y me dispongo a orinar con total tranquilidad. Ningún ardor percibo, el pichí fluye cual cascada natural. Creerán que es momento de tirar la cisterna, pero no… mi sentido de autoconservación me obliga a llevar un meticuloso control de las sustancias que mi organismo despide. Por eso a mis orines los conservo en frascos esterilizados (que obtengo al por mayor de un proveedor del farmacéutico de mi barrio). Huelo y saboreo el líquido antes de sellar el frasco. ph. exquisito. Color amarillento que me inspira dorados de atardecer. Ahora a proseguir con el auto chequeo, me toca el examen rectal. Con un tubo similar a un enema, me ocupo cuidadosamente de examinar mi próstata, introduciéndolo suavemente en mi cavidad rectal. Sospecho se sentirán asqueados, pero sólo al principio resulta incómodo. Luego uno se acostumbra. Supongo que muchos de esos jóvenes enfermos de homosexualidad, se la contagian porque el ano se les acostumbra a la rutina. Hasta ahora vengo olímpico, ni un indicio de enfermedad. Momento de chequear mi epidermis. Con la ayuda del espejo del botiquín y el espejito que siempre llevo en mi bolsillo, me dedico a examinar mi piel en busca de granos, lunares, manchas y aberraciones por el estilo. Para esto, divido mi cuerpo en zonas de diez centímetros cuadrados. Cuento 25 lunares, 13 granos y 5 manchitas. Saldo: 2 lunares que lucen sospechosos, 11 granos muertos por causas explosivas, 2 granos sobrevivientes, 3 manchas que inspiran problemas. Anoto en mi libreta. Me higienizo como le corresponde a un hombre de bien. Chequeo mi reluciente dentadura, buscando flojeras molares. Nada. Debo estar masticando bien. Desayuno una banana y un vaso de jugo de naranja. Defeco. Cual paleontólogo apasionado en su búsqueda de fósiles, exploro mis heces en busca de indicios de catástrofe. Todo luce normal. Luego de verificar la sensación térmica del exterior, elijo mis ropas de acuerdo a la ocasión climática. Salgo de casa, claro está que antes de salir tomé las debidas precauciones: me calcé mis guantes esterilizados y el tapabocas. Con tanto virus en la vuelta y con tanto atolondrado que te estornuda encima en cualquier esquina, no es sensato tentar al destino. Camino hacia el hospital. Siempre camino, nunca subo al transporte urbano. Considero a los ómnibus los más prolíficos caldos de cultivo. De repente toso, suerte que estoy a pocas cuadras del hospital, tal hecho no debe alarmarme. Estando en la esquina, toso nuevamente, esto ya es para preocuparse. Anoto en mi libreta y detengo a un desconocido para obtener una segunda opinión sobre el tema. Éste, al ver mi aspecto sigue caminando, al tiempo que me propicia una serie de insultos, de los cuales escucho únicamente “proyecto de alien”. La gente es tan desconsiderada, no me sorprende que se anden enfermando. No me puedo quedar de brazos cruzados cuando mi vida está en juego. Llamó la atención de un nuevo transeúnte, esta vez una señora de aspecto pulcro y decente. Le pido amablemente escuche mí toser. Ella accede. Toso. Ella escucha. Me hace señas de que tosa nuevamente. Lo hago. Le pido que me brinde su opinión (aún sabiendo que no es la de un profesional). Me dice con cara de pasmada que no encuentra nada extraño, que debe ser una tos pasajera. Maldita ingenua, sabe cuantos inocentes han muerto de una tos pasajera. Le escupo un tosco agradecimiento y sigo mi camino. Avisto a unos metros a un policía. Es deber de la ley brindar asistencia a los necesitados. Tomo del brazo al policía. Éste me pregunta alterado que qué estoy haciendo. “Nada oficial, como buen ciudadano de a pie siempre acudo a la ley cuando hay problemas, necesito ayuda… escuche mi tos y dígame si nota algo raro”. Si estaremos mal que hasta los policías se niegan a cumplir con su deber servicialmente. Por poco termino en la comisaría. Le explico que mi tos puede significar mi muerte y el posterior desencadenamiento de una epidemia. Me toma como alguien cuerdo que cumple con su deber civil y me indica donde está el hospital. “Que allí me atenderán bien” me dice. Llego al hospital. En la recepción, Gladys, la recepcionista, me indica con un pesado gesto de cabeza que pase directo al consultorio. Típico de Gladys su malhumor mañanero. Espero en la puerta del consultorio 8. Dos señoras aguardan para entrar. En el correr de diez minutos, toso diez veces. Mi corazón se acelera. La puerta del consultorio se abre y la angelical voz del doctor Kollman aleja la guadaña de mi cabeza. Desgraciadamente llama a las señoras. Pero yo no soy alguien pasivo y siendo consciente de la fragilidad de mi vida, me antepongo a las señoras, pechándolas fuera del consultorio. El doctor Kollman no se ve sorprendido. Se lo nota un poco hastiado. No debe haber desayunado sanamente. Con el doctor ya somos como compinches. Aunque yo siempre mantengo el trato cordial y él como buen profesional que es nunca me tutea y siempre me habla seriamente. “¿Qué le pasa ahora Echeverría?” pregunta con voz solemne, propia de alguien cuyos títulos cuelgan en la pared. “Es esta tos”. Le hago una serie de demostraciones. “Me suena tuberculosa. ¿Se acuerda de los cassettes que le traje hace unos meses? Aquellos catálogos de toses de distintas enfermedades. Hice la comparación sonora y ésta se asemeja a la tuberculosa”. Mi caudal de conocimiento debe haber sorprendido al doctor. “¿Ha tosido sangre Echeverría?” me pregunta sabiamente. “No, pero puede que en una de estas toses lo haga” contesto astutamente. “Bueno Echeverría, cuando lo haga, venga y será atendido. Ahora, retírese que debo ocuparme de gente verdaderamente enferma” dice esto, casi empujándome afuera del consultorio. “Pero doctor, ¿y la tos?” pregunto desesperadamente. “Acá en la esquina hay un kiosco, hágame el favor, cómprese unos caramelos de propóleo y me deja trabajar en paz” me contesta muy sabiamente. “Gracias doctor, ha salvado mi vida nuevamente” le digo notablemente conmovido y viendo que las señoras me observan les digo “Permiso señoras, que mi vida depende de un caramelo”. Las señoras me abren paso y salgo casi corriendo del hospital. Caramelos de propóleo. Caramelos de propóleo. Es en lo único que puedo pensar. Avisto el kiosco y cruzo la calle a paso apresurado. Error mío. La tos me jugó una mala pasada. Toso. No miré a los costados. Vuelvo a toser. Paro de pecho un camión. Me fracturo el cráneo ahí mismo. Muero. Y todo por una tos perra…
Elugo