martes, 12 de junio de 2012

en un momento


Siempre creí que debe haber alguien casi idéntico a mí en el mundo. En algún lugar, muy lejano probablemente y quizás ni siquiera esté vivo ahora, sino que ha vivido hace años. O quizás sea un bebé ahora y cuando tenga mi edad va a ser igual a mí. Esa correspondencia la debemos tener todos con alguien en el mundo, un parecido muy cercano a lo idéntico, tanto en lo físico, como en lo gestual y lo emocional. Una totalidad que refleje el parecido de las personas. Un espejo perdido en el mundo. Pero nunca creí que llegaría a esto.
Iba caminando por la calle y no, no me encontré a un tipo igual a mí. Pero me crucé con una mujer de unos sesenta años que al verme abrió grandes los brazos, se me acercó casi corriendo y me abrazó. Me saludó muy efusivamente. Yo no me di cuenta quien era, pero como tantas veces que no identifico las caras hice como que la reconocía. ¿Cómo estás? Le dije mientras me esforzaba por saber quien era. En mi mente me retorcía, buscaba en el fondo, en los recuerdos, en los más recientes y en los pasados. En la lista de personas que guarda el historial de mi cabeza esa mujer no figuraba. Así que decidí seguirle la corriente mientras me hablaba. La situación era incómoda, ella me miraba a los ojos con una familiaridad muy real, tan real que me forzaba a sentirme su conocido, o incluso su pariente. Pero no había forma, en mi cabeza no encontraba a esa mujer. Capaz que era amiga de mi madre y me conocía de chico, entonces yo no la recordaba. Pero sería difícil que me reconociera.
Me empezó a hablar de cómo me había ido desde que nos vimos. Le dije que bien. Me preguntó que hice con el cuerpo. ¿El cuerpo?... definitivamente esta mujer estaba confundida. ¿De qué cuerpo hablaba? No supe que responderle, había llegado el momento de decirle la verdad, que yo no sabía quien era. Pero ella se respondió sola la pregunta “lo dejaste donde estaba, ¿verdad? no lo enterraste, ¿no?” yo me quedé duro, hablaba de un cadáver. Me agarró del brazo y me llevó hasta la esquina, me arrinconó contra un murito, como para que la gente que pasaba cerca no escuchara. Sentí detrás de mí una enredadera que pinchaba. Su mano me apretaba el brazo. Lejos pasaba alguien caminando. Ella hablaba sola, se respondía sola las preguntas que me hacía. Olvidé intentar actuar, y me quedé escuchándola por curiosidad, no era más que una veterana, no podía estar metiéndome en ningún lío.
Me dijo que no podía vivir sabiendo lo que habíamos hecho, lo que escondíamos. Le dije que yo tampoco, supuse que quería escuchar eso. Y ahí fue cuando vacilé en irme, en correr. Se me acercó a la cara y me dio un beso fuerte en la boca. Intenté soltarme, pero se me aferró con la fuerza de un hombre. Tenía el aliento como a humedad, y me dijo bien cerca de la boca “que suerte que te encontré, te necesitaba, hace días que ando sola, no se lo contaste a nadie ¿verdad?” le dije que no, pero que me tenía que ir. Ya estaba sudando, me temblaban las piernas, sentí miedo. Su aliento me daba miedo, esa mujer estaba mal. Y ahí fue cuando me decidí, solo por su bien, a decirle la verdad. “me parece que se confundió de persona, yo no soy quien usted cree” le dije temblando, casi llorando. La mujer me miró fijo a los ojos, me penetró con la mirada. “te haces el indiferente, bien, eso habíamos pactado, está bien, yo estoy rompiendo con el pacto, te felicito por tu recta actitud. Te dejo. Chau” me dijo enojada, seria, de su boca saltaban gotas de saliva a mi cara. Me las limpié y la miré mientras caminaba, con su extraño andar de piernas rectas.
Me fui pensando en eso, que debe haber alguien muy parecido a mí en el mundo, pero que esta vez me tocó tenerlo muy cerca, en el barrio probablemente. Pero esa persona igual a mí no era tan igual, había matado a alguien, eso debía diferenciarla de mí.
Al otro día pasé por la misma calle y vi a la mujer hablándole a un gordo,  dándole el mismo beso en la boca, parecía decirle lo mismo, el momento parecía ser el mismo. El gordo me miró de costado algo incómodo. No se parecía en nada a mí. Pero algo me dejó helado. Su mirada la conocía, al gordo sí lo conocía. Esa mirada la había visto miles de veces. Hice el mismo esfuerzo que antes por reconocer en donde había visto esos ojos y esa mirada, y lo recordé, la había visto millones de veces. En los reflejos.

Aceitunero

5 comentarios:

  1. muy bueno aceitunero, me gusto mucho tu relato, geniall viejooo vamo arribaaa

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  2. gracias tito ! vamo arriba !!
    si alguien lo entiende que me lo explique por favor !

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  3. Estimado Aceitunero!
    Me gustó mucho el texto.
    El relato fluye con la velocidad necesaria; en ese sentido, creo que la puntuación es muy destacable y potencia la cadencia del relato.
    Además tiene un final que transforma, lo que podría ser una mera anécdota, en una historia.
    Me quedó la sensación de que una descripción más intensa de la mujer podría haber ensalzado, aún más, el desenlace.
    Aplaudo y lo conmino a proponernos más lecturas de su autoría.
    Salud!

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  4. gracias Sanecasse, muy deacuerdo con lo que decís sobre la descripción de la mujer.
    Intentaré estar más presente en el blog !

    salu !
    Aceitunero

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