-Entonces cabeza,
que vamos a hacer?
Le dijo el Colorado a Gonzalez, una o dos horas después de que se hubieran tomado la
primer cerveza, y probablemente unas doce horas después de la última comida
fuerte.
-Y… no sé viejo,
la mano viene brava, pero tampoco es para andar haciendo locuras.
-Ahí está, sos un cagón. Hay que movilizarse, organizarse y romper todo. Pero para eso hay que militar, hay que comprometerse, hay que leer, hay que dejar la vida para eso. Alfredo ya te dijo, el que no cambia todo no cambia nada.
-Deja, letras de canciones, esa es tu organización que va a romper todo. No seas pavo. Para armar algo enserio se necesita educación o hambre, y acá no tenemos suficiente de ninguna.
-Ahí está, sos un cagón. Hay que movilizarse, organizarse y romper todo. Pero para eso hay que militar, hay que comprometerse, hay que leer, hay que dejar la vida para eso. Alfredo ya te dijo, el que no cambia todo no cambia nada.
-Deja, letras de canciones, esa es tu organización que va a romper todo. No seas pavo. Para armar algo enserio se necesita educación o hambre, y acá no tenemos suficiente de ninguna.
Dividieron la
cuenta, borrachos los dos, más por la grapa que habían tomado antes de entrar
al bar que por las incontables botellas que el mozo trajo, una y otra vez en un
movimiento que se repetía confundiendo la próxima cerveza con la anterior,
dejando los cadáveres arriba de la mesa como la única evidencia de que
efectivamente el tiempo transcurría.
Después se fueron
juntos como se podrían haber ido por separado, pero los dos paraban cerca. No
hablaban, en parte porque pensaban y en parte queriendo resistir los sopores de
la grapa-miel que habían compartido un rato antes, con una rasta de pocitos, en
quien sabe que tugurio.
Así una vez más, se prendía y se apagaba, casi en el mismo movimiento, el interruptor revolucionario. En el que revolucionarios, reformistas y relator, todos, no podían hacer más que reinventarse y repetirse hasta el hartazgo en libros o canciones. Lugares comunes, la revolución.
Así una vez más, se prendía y se apagaba, casi en el mismo movimiento, el interruptor revolucionario. En el que revolucionarios, reformistas y relator, todos, no podían hacer más que reinventarse y repetirse hasta el hartazgo en libros o canciones. Lugares comunes, la revolución.
Pereyra
buenaso
ResponderEliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=m33Tg78igac
ResponderEliminarMuy muy bueno!
ResponderEliminarMe encantó este relato. Me encantó la prosa en la que está escrito.
ResponderEliminarCuenta lo justo, cierra bien, no sobra ni falta nada.
"Dividieron la cuenta, borrachos los dos, más por la grapa que habían tomado antes de entrar al bar que por las incontables botellas que el mozo trajo, una y otra vez en un movimiento que se repetía confundiendo la próxima cerveza con la anterior, dejando los cadáveres arriba de la mesa como la única evidencia de que efectivamente el tiempo transcurría."
Que en un cuento de 4 o 5 párrafos el narrador escriba eso sin que parezca desproporcionado, con esa claridad una idea compleja... Bien, bien, me gustó.
Tengo sueño, no estoy muy claro. Me costó mucho redactar esto.
Gracias
clap clap
ResponderEliminarbien ahi, me re gusto, coincido con seoane, en lo del sueño obvio, jajaja