La primera de sus extremidades nació viscosa, obtuvo un nombre del cual no estaba muy orgullosa. Presentaba atisbos de la personalidad de su creador, era algo así como su alter ego, tanto, que en su natural rebeldía logró volverse bastante autónoma. Exploró el territorio de manera independiente pero siempre bajo el virreinato de su mandamás divino.
Surgió un segundo ser tentacular de la cabeza maestra de aquella especie artística. Éste era uno más concienzudo, se había propuesto hacer todo lo contrario a sus primeros y espontáneos impulsos. Todo lo que decía y hacía estaba premeditado meticulosamente. Trazaba planes cartográficos para prever sus movimientos. El primogénito lo odiaba profundamente y no tardaron en trenzarse.
De este conflicto nació un tercero, el intermediario, uno bastante pacífico y simpático. Era el vivo reflejo de lo más amanerado y afeminado que tenía su hacedor. De inmediato cautivó a los otros dos con su encanto, grácil se retorcía y acariciaba a ambos con un dejo de amor maternal. Sus refinadas y pulidas maneras hipnotizaron a los otros dos, que seguían todos sus movimientos de cerca, el uno bruscamente y el otro de forma paciente. Este tercero parecía danzar delicadamente en el aire, su arista tentacular dibujaba hermosas formas y contornos en el espacio atmosférico.
Al tercer día, los ojos pulposos contemplaban con placer sus tres derivaciones imaginativas materializadas en individualidades de caracteres contradictorios. Sabía que faltaban cinco más, que se dedicaría a hacer en los cinco días restantes.
Cuarto Día
Amanecía y el alba cubría de haces las heces de la criatura marina.
Mirando atentamente se podían detectar variados matices de insólitos colores.
El triunvirato tentacular anticipó la llegada del cuarto con un rito danzante.
Sus cuerpos se enredaron y frotándose emitían dulces sonidos.
Nació ese cuarto esperado, en su primer y fugaz movimiento arremetió suicida contra su creador.
Este lo absorbió como reflejo.
El cuarto ya no era más que un cayo en las extremidades inferiores de su padre, que recordaba al resto el justo castigo para aquél trasgresor con inclinaciones parricidas.
Todo oscureció con la desaparición del astro rey.
Ya las heces no vestían haces.
Quinto Día
Habiendo el trío establecido una tregua, bajo las órbitas guardianas de su máximo inventor, se ocupaban recíprocamente de actos cognoscitivos que los acercaran en profundidad. El primogénito empezó a aceptar con cariño y casi a admirar las virtudes meditativas del otro, que le devolvía ese aprecio mutuo, valorando la actitud entusiasta y valiente del primero. La tercera, la seductora dama tentacular, mimaba por igual a ambos, pero reservaba especial cuidado a la cabeza productora.
Ésta compadecía a sus hijos, los miraba con cierta distancia y desprecio, procuraba la creación de un ser que se le asemejara en todo, no estas tres deformidades disparejas. Así volcó todo el quinto día al concebimiento de su plan maestro, la ejecución de su más fiel reflejo en tripa y hueso. Frustrado ante el acto fallido de renacer al cuarto, se dio por vencido y decidió dormitar hasta el día próximo. Sus protegidos observaron con desconfianza su intento de reencarnar al último sedicioso, sin embargo lo ayudaron a descansar, acariciando amablemente sus sienes.
Sexto Día
Inspirado por las luces tempranas, en un estado de total lucidez, el creador se dedicó a su obra. De a poco fue forjando el esqueleto principal, una lánguida línea ósea que se curvaba maravillosamente en el agua turbia. Fue pintando esporádicamente las distintas membranas que la rodeaban y finalmente con su hálito matutino dio vida a su escultura. Le asombró la monumental soberbia con que ésta se erigió del suelo arenoso, lo miró desafiante directamente a los ojos y se mutiló a si misma. El pedazo inerte flotó y se alejó, el gran inventor con tristeza lo vio partir. Sus tres fieles discípulos rieron secretamente, un placer malévolo colmaba sus extremos. Se sabían atentando contra la concepción de uno nuevo, pero no creían que sus diminutas voluntades telepáticas fueran las causantes de tales colosales efectos. Se vieron ahora ante los ojos de su maestro, que irradiaron una ira fulgurante. Ocasionando daño a ellos estaba atentando contra si mismo. Esa noche lloró en el más sepultural silencio oceánico, sus hijos ya no se consideraban como tales.
Séptimo Día
El día de descanso para un dios vago y perezoso, que hace de su hijo carne de crucifixión para los insensatos y un Mesías para los miserables crédulos sin imaginación.
Con la vista al cielo el señor forjador de ilusiones materiales se dijo “a pesar de ser un ser que habita en las profundidades cavernosas de los mares menos transitados hasta ahora por esos seres humanos que alardean de sus poderes terrenales, me he vuelto tan conscientemente sumiso a mi propio hábitat acuoso, que he desarrollado la capacidad de modificar a mi parecer la materia intangible que flota a mi alrededor, sin embargo soy el ilusionista con menos fe en si mismo”. Pronunciado este prólogo que antecedía su labor creativa, se dispuso a moldear una nueva obra cárnica. Se disiparon las corrientes marítimas, calor y frío se unieron en total intimidad, lo que las loas de sus fieles profesaban. Los tres esclavos tentaculares se alzaron a la superficie, en un círculo concéntrico crearon el remolino. Éste elevo a su creador a una merecida posición de altanería, nuevos mandatos y órdenes serían dictados tiránicamente. Nacieron dos seres en uno, tan confusamente en unión, que no sobrevivieron hasta el último día de su vida. El día se consumió en terraplenes de dunas marinas, las algas tejieron una alfombra que cubrió de tinieblas las profundidades con una velocidad demoníaca. Demoníaco augurio lo que los pescadores de la zona observarían al día siguiente.
Octavo día
Ese día el pescador no besó a su esposa al despedirse, sobre su hijo desplegó una mirada de desprecio. Empujó su nave hacia la boca del lago que desembocaba en aquel infinito en tenebrosidad mar alpino. Contempló su casa en la lejanía, desvanecerse en el horizonte, sabía que ya no iba a volver, presentía que algo esperaba por él en las más oscuras profundidades del terreno inestable en el que navegaba. Dio las gracias a sus antecesores por haber manipulado con previsión su fatídico destino, remaba constantemente dictando a sus brazos el aleteo inaudito. Llego al punto menos luminoso de ese albino acuoso, se apoyó en la proa de su insignificante nave. Vislumbró las profundidades y la mancha negra que las reinaba, vio las ramificaciones de la susodicha aplicar la danza del velo que era de un atractivo irresistible. Sumergió primero su cabeza, la dichosa vista era lo primordial. Inmediatamente se zambulló cuerpo entero, dejose caer lentamente hasta el subsuelo marino, la incapacidad de sus movimientos lo dejó extasiado. Cuando tocó fondo quedo cara a cara con la bestia que a tres manos lo desafiaba. Sus viscosidades lo atraparon, éste saboreó orgulloso ese acto copular. La bestia y él formaban uno, miró al cielo a través del filtro de agua y saludó por fin a su esposa, olvidándose del fruto de su vientre. Un viejo arpón atravesó su tórax, su hijo en la superficie había sido su asesino y por consiguiente el de la bestia marina.
Surgió un segundo ser tentacular de la cabeza maestra de aquella especie artística. Éste era uno más concienzudo, se había propuesto hacer todo lo contrario a sus primeros y espontáneos impulsos. Todo lo que decía y hacía estaba premeditado meticulosamente. Trazaba planes cartográficos para prever sus movimientos. El primogénito lo odiaba profundamente y no tardaron en trenzarse.
De este conflicto nació un tercero, el intermediario, uno bastante pacífico y simpático. Era el vivo reflejo de lo más amanerado y afeminado que tenía su hacedor. De inmediato cautivó a los otros dos con su encanto, grácil se retorcía y acariciaba a ambos con un dejo de amor maternal. Sus refinadas y pulidas maneras hipnotizaron a los otros dos, que seguían todos sus movimientos de cerca, el uno bruscamente y el otro de forma paciente. Este tercero parecía danzar delicadamente en el aire, su arista tentacular dibujaba hermosas formas y contornos en el espacio atmosférico.
Al tercer día, los ojos pulposos contemplaban con placer sus tres derivaciones imaginativas materializadas en individualidades de caracteres contradictorios. Sabía que faltaban cinco más, que se dedicaría a hacer en los cinco días restantes.
Cuarto Día
Amanecía y el alba cubría de haces las heces de la criatura marina.
Mirando atentamente se podían detectar variados matices de insólitos colores.
El triunvirato tentacular anticipó la llegada del cuarto con un rito danzante.
Sus cuerpos se enredaron y frotándose emitían dulces sonidos.
Nació ese cuarto esperado, en su primer y fugaz movimiento arremetió suicida contra su creador.
Este lo absorbió como reflejo.
El cuarto ya no era más que un cayo en las extremidades inferiores de su padre, que recordaba al resto el justo castigo para aquél trasgresor con inclinaciones parricidas.
Todo oscureció con la desaparición del astro rey.
Ya las heces no vestían haces.
Quinto Día
Habiendo el trío establecido una tregua, bajo las órbitas guardianas de su máximo inventor, se ocupaban recíprocamente de actos cognoscitivos que los acercaran en profundidad. El primogénito empezó a aceptar con cariño y casi a admirar las virtudes meditativas del otro, que le devolvía ese aprecio mutuo, valorando la actitud entusiasta y valiente del primero. La tercera, la seductora dama tentacular, mimaba por igual a ambos, pero reservaba especial cuidado a la cabeza productora.
Ésta compadecía a sus hijos, los miraba con cierta distancia y desprecio, procuraba la creación de un ser que se le asemejara en todo, no estas tres deformidades disparejas. Así volcó todo el quinto día al concebimiento de su plan maestro, la ejecución de su más fiel reflejo en tripa y hueso. Frustrado ante el acto fallido de renacer al cuarto, se dio por vencido y decidió dormitar hasta el día próximo. Sus protegidos observaron con desconfianza su intento de reencarnar al último sedicioso, sin embargo lo ayudaron a descansar, acariciando amablemente sus sienes.
Sexto Día
Inspirado por las luces tempranas, en un estado de total lucidez, el creador se dedicó a su obra. De a poco fue forjando el esqueleto principal, una lánguida línea ósea que se curvaba maravillosamente en el agua turbia. Fue pintando esporádicamente las distintas membranas que la rodeaban y finalmente con su hálito matutino dio vida a su escultura. Le asombró la monumental soberbia con que ésta se erigió del suelo arenoso, lo miró desafiante directamente a los ojos y se mutiló a si misma. El pedazo inerte flotó y se alejó, el gran inventor con tristeza lo vio partir. Sus tres fieles discípulos rieron secretamente, un placer malévolo colmaba sus extremos. Se sabían atentando contra la concepción de uno nuevo, pero no creían que sus diminutas voluntades telepáticas fueran las causantes de tales colosales efectos. Se vieron ahora ante los ojos de su maestro, que irradiaron una ira fulgurante. Ocasionando daño a ellos estaba atentando contra si mismo. Esa noche lloró en el más sepultural silencio oceánico, sus hijos ya no se consideraban como tales.
Séptimo Día
El día de descanso para un dios vago y perezoso, que hace de su hijo carne de crucifixión para los insensatos y un Mesías para los miserables crédulos sin imaginación.
Con la vista al cielo el señor forjador de ilusiones materiales se dijo “a pesar de ser un ser que habita en las profundidades cavernosas de los mares menos transitados hasta ahora por esos seres humanos que alardean de sus poderes terrenales, me he vuelto tan conscientemente sumiso a mi propio hábitat acuoso, que he desarrollado la capacidad de modificar a mi parecer la materia intangible que flota a mi alrededor, sin embargo soy el ilusionista con menos fe en si mismo”. Pronunciado este prólogo que antecedía su labor creativa, se dispuso a moldear una nueva obra cárnica. Se disiparon las corrientes marítimas, calor y frío se unieron en total intimidad, lo que las loas de sus fieles profesaban. Los tres esclavos tentaculares se alzaron a la superficie, en un círculo concéntrico crearon el remolino. Éste elevo a su creador a una merecida posición de altanería, nuevos mandatos y órdenes serían dictados tiránicamente. Nacieron dos seres en uno, tan confusamente en unión, que no sobrevivieron hasta el último día de su vida. El día se consumió en terraplenes de dunas marinas, las algas tejieron una alfombra que cubrió de tinieblas las profundidades con una velocidad demoníaca. Demoníaco augurio lo que los pescadores de la zona observarían al día siguiente.
Octavo día
Ese día el pescador no besó a su esposa al despedirse, sobre su hijo desplegó una mirada de desprecio. Empujó su nave hacia la boca del lago que desembocaba en aquel infinito en tenebrosidad mar alpino. Contempló su casa en la lejanía, desvanecerse en el horizonte, sabía que ya no iba a volver, presentía que algo esperaba por él en las más oscuras profundidades del terreno inestable en el que navegaba. Dio las gracias a sus antecesores por haber manipulado con previsión su fatídico destino, remaba constantemente dictando a sus brazos el aleteo inaudito. Llego al punto menos luminoso de ese albino acuoso, se apoyó en la proa de su insignificante nave. Vislumbró las profundidades y la mancha negra que las reinaba, vio las ramificaciones de la susodicha aplicar la danza del velo que era de un atractivo irresistible. Sumergió primero su cabeza, la dichosa vista era lo primordial. Inmediatamente se zambulló cuerpo entero, dejose caer lentamente hasta el subsuelo marino, la incapacidad de sus movimientos lo dejó extasiado. Cuando tocó fondo quedo cara a cara con la bestia que a tres manos lo desafiaba. Sus viscosidades lo atraparon, éste saboreó orgulloso ese acto copular. La bestia y él formaban uno, miró al cielo a través del filtro de agua y saludó por fin a su esposa, olvidándose del fruto de su vientre. Un viejo arpón atravesó su tórax, su hijo en la superficie había sido su asesino y por consiguiente el de la bestia marina.
Elugo
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarHe aquí una parábola acerca del arte y de lo que debe significar para nosotros, un acto puramente parricida en el que intentemos multiplicar nuestro ser y atravesar el abismo de lo efímero; no se alarmen cuando el propio hijo atraviese de un golpe mortífero al padre, que alcance también para destruir su invención bestial.
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