Estoy sentado en el living de mi casa con mis 21 años encima mientras fumo con una calma que sé algún día voy a extrañar.
Entre pitada y pitada siento el humo apoderarse de mi cerebro, haciéndolo chorrear el líquido del buen humor.
Entre uno y otro pensamiento, en determinado momento me viene a la cabeza un recuerdo que no sabía ni que existía, fue como si otra persona me lo contara.
Sólo que esa otra persona era mi cerebro, que se ve dio error y levantó información vaya a saber uno de dónde.
Ahora estoy en el año 1997 y tengo 8 años, estoy dentro de uno de los salones de mi escuela, más precisamente en el salón de canto como le decíamos nosotros.
Tengo una túnica blanca o que lo fue en algun momento, y el moño azul en el bolsillo. Dejarte el moño en el cuello era de pelotudo y peor si lo tenías planchado y formadito. Esto era pedir a gritos que te la dieran en el recreo o a la salida, la peor opción porque la escuela alegaba que después de las 5 de la tarde (hora de salida) dejabas de ser su responsabilidad y por lo tanto te daban hasta que se aburrían.
Si una maestra o la directora te obligaba a ponértelo la mejor opción era acceder pero dejándolo colgando, "así nomas", "a lo macho".
Estamos cantando no sé qué canción, supongo sería el himno nacional o "Mi bandera", no eran muchas las opciones.
Quien fue a escuela pública sabrá de lo que hablo, allí no existía ni Diego Torres con su “color esperanza”, ni Drexler y su “me haces bien” que años después me entere se suelen cantar en las escuelas privadas.
No señor, se canta el Himno y de parado con 40 grados de calor en un salón que era para 15, cifra que triplicábamos.
Si tenias suerte te tocaba "atravesando el campo camino a la cuidad iban toditos los criollos cantando la libertad” o algo así y ahí si era una fiesta.
No sé porque nos ponían las clases de canto después del recreo, lo que hacía que los varones llegáramos todos rotos y empapados en sudor por la media hora de partido que sabías que cuando sonara el timbre iba a terminar; sí o sí, sin chance de revancha o alargue hasta el otro día. Además siempre había algún que otro repetidor que ya chivaba, lo que hacía bastante difícil meterse en el sauna ese a cantar el himno.
Por un tiempo se nos prohibió correr en el recreo debido a que al parecer, el mismo era sólo para charlar y comer la merienda, otra de las razones fueron las quejas de la maestra que decía que había mucho olor a "champion", forma amigable de decir que no se podía del olor a pata.
A mi me encantaba ir a clase de canto porque no había cuadernos, tampoco sumas y restas. Lo único que había que hacer era cantar como a uno le viniera en ganas mientras la profesora subía y bajaba las manos haciendo señas que nadie tenía ni puta idea que querían decir o al menos yo no lo sabía y cantaba siempre igual de feo.
Terminando la clase nos hacían poner en fila y tomar distancia (uno tenía que estirar el brazo y colocar la mano en el hombro del compañero que tuviese delante para mantener una distancia prudencial al salir).
En ese momento no era muy consciente pero la escuela es como un mini cuartel y tiene muchas cosas de milico.
En la esquina del salón al lado de la puerta había un piano negro, enorme y brilloso. Estaba terminantemente prohibido tocarlo, no se sabía de nadie que haya podido hacerlo con el debido consentimiento de la maestra.
Todo se iba desarrollando con normalidad, íbamos saliendo en fila como siempre.
Al salir cruzábamos por al lado del piano, que nos desafiaba tentador a ser tocado, pero sabíamos que lo mejor era seguir sin frenarse, cuando de repente se siente un: "tannnnnn tannnnn Tannnnnngggg".
El sonido daba a entender que había sido alguien víctima de la tentación, que sabiéndose culpable, sació su sed a más no poder.
Todos nos dimos vuelta sorprendidos, mirando a los sospechosos de la falta, sobre que vi a las caras de los posibles candidatos, sabía que había sido ella: “ La Payeiro”
La Payeiro era para mi una especie de enemiga y aliada al mismo tiempo.
Cuando no teníamos un enemigo en común, nos odiábamos, pero cuando existía un tercero en discordia, tenerla a tu lado era un punto a favor. Era lo que las maestras llaman "una atrevida", aunque en realidad lo único que hacía era contradecirlas llevando la discusión hasta el final y a veces en un tono medio burlón que ellas odiaban.
Mientras el sonido seguía golpeando las paredes sin abandonar el salón como prueba del delito cometido, la profesora furiosa y dispuesta a encontrar al culpable de la terrible desobediencia optó por uno de los métodos mas viejos.
- Fuiste vos Lucía!!!
- No, yo no fui.
- ¿Entonces quién?
- Fue la Payeiro
Lo último que recuerdo es ver a la maestra atravesando el patio y alejándose con la culpable, tomada fuertemente del brazo por miedo a que se diera a la fuga supongo, rumbo a la cárcel de la escuela: la dirección... pobre Payeiro, era una artista.
Nano
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