Con cierta
ingenuidad infantil se paseaba la viuda por las calles del pueblo, copa de vino
en mano, haciendo todo lo posible por mantenerla escondida detrás de su cartera,
como si de esa forma tapara el vicio. Cuando veíamos a la Borges, teníamos que
hacernos los distraídos, cosa que todos en el pueblo habíamos acordado cumplir.
A muchos se les desviaban los ojos hacia la copa, pero siempre aparecía algún
entendido que llamaba la atención del curioso y si éste seguía muy colgado
observando el vino en el cristal, se le propiciaba un golpecito en la nuca, de
esos que no duelen.
Los tacos
de la Borges pisaban con autoridad las calles polvorientas del “pueblucho” (así
escuché una vez que ella se refería al pueblo) y tras su caminar se desprendía
la estela de un fino perfume que ensordecía el olfato, uno podía saber que se
venía la Borges, aún estando a cuadras de distancia.
Siempre
trazaba el mismo camino: primero, la capilla (donde se confesaba ante al padre
Gregorio, el único ser con quien intercambiaba más de dos palabras); luego, se
sentaba un rato en la plaza (siempre tentando a algún jovencito corajudo a que
se acercara y le ofreciera sus favores) y por último se dirigía a la despensa
de Don Alberto (donde verificaba si sus pedidos habían llegado; por pedidos
entendemos las damajuanas de vino que mandaba traer del viñedo de Enrico Gómez,
que quedaba a una hora de viaje). Rutina que completaba antes del mediodía,
luego no se la veía salir para nada. Se encerraba en su casona a embriagarse y
dormir, alternadamente.
Para ese
tiempo, Don Alberto me había empleado como repartidor. Yo había juntado en un
gran bollón, una por una las moneditas que me habían dado a lo largo de mis
quince años y así pude costearme una bicicleta. Sabía que con ella podía conseguir
trabajo, fue caer en lo de Don Alberto a mostrarle mi nueva adquisición que ya
estaba contratado. “Cúcheme botija: pagarle un sueldo no puedo…” me dijo “…pero
puede quedarse con las propinas”. Asentí de inmediato, el dinero no era lo
primordial. Además hubiera hecho gratis el laburo. El solo hecho de pasear por
las calles en bici era toda la recompensa que necesitaba y si encima ganaba
algún mango, doble era el disfrute.
Una vez
escuché a un viejo decir que hasta el mismo dios se limpiaría el culo con
dinero si fuera millonario. Pronto me vi envuelto en un ansia descomunal por
hacerme más rico y tener en mi posesión más monedas de 1 peso, 2 pesos, 5 pesos
y hasta 10 pesos. Hacía cualquier cosa con tal de mejorar mis propinas: a las
viejas descarriladas (esas que le tienen que pedir permiso a una pata pa’ mover
la otra) les llevaba las bolsas hasta la cocina e incluso les ordenaba las
compras; a más de un viejo le escuché alguna historia de esas bien largas con
tal que me diera una monedita de más y a más de una madre ocupada le cuide los
hijos por un rato para que cocinara tranquila y me pagara después con dinero y
comida. Pronto me gané fama de buen gurí, “es un amor” decían las madres, tías
y abuelas.
Y así fue
que un día Don Alberto me pidió que llevara un par de damajuanas a lo de la
Borges. Algunos gurises del barrio decían que era media bruja, media vampira,
que quienes entraban a su casa no salían más, que tenía una cotorra asesina que
se alimentaba con carne de pendejos y otras barbaridades que no me atrevo a
repetir. Me entró un miedo tremendo que caló hondo hasta los huesos, siempre
temí a los pájaros. Pero uno cuando es joven sabe que al mundo se lo lleva por
delante, que es todo un tema de predisposición. Así que junté coraje, tomé las damajuanas,
las cargué en el canasto de la bici y entré a pedalear como perro rabioso al
que han tenido encadenado por más de una semana y recién liberado se larga a
correr hasta el cansancio.
En dos
minutos estaba frente al portón de rejas de la Borges. Un viento frío rozó mi
piel. Encima el día estaba nublado, lo que le dio al asunto un aspecto más
tenebroso. Aplaudí, grité y con un palo golpeé los barrotes. Pero nada. Decidí
entrar. Empujé el portón y me dirigí hacia la puerta esquivando el bosque de yuyos
y zarzas que la Borges había dejado crecer en su patio delantero.
Llegué al
zaguán, ambas piernas temblequeando, los brazos me dolían de cargar las pesadas
damajuanas. Las dejé en el piso y toqué timbre. De nuevo nada. Fui a bichar por
la ventana pero las persianas estaban cerradas. “A la pucha” me dije “o la
Borges salió o la palmó”. Fui a golpear la puerta y cuando apoyé la mano en la
madera, la puerta se abrió gentilmente, como invitándome a pasar. Entré.
Adentro, el
olor a encierro casi me tumba al suelo, pasados unos segundos me acostumbré.
También tuve que acomodar mis ojos a las penumbras que reinaban el salón, apenas
unos haces de luz iluminaban el living y el comedor, rebotando en antiguos y polvorientos
muebles. La Borges no se veía por ningún lado. Busqué con mi vista una jaula de
loro, pero tampoco apareció.
Caminé unos
pasos adentrándome en el salón y ahí fue cuando avisté unas largas y esbeltas
piernas colgando del sillón. Recuerdo que esa imagen penetró en mi vientre en
forma de cosquilleo. Contuve mi respiración y me acerqué silenciosamente. Allí
estaba, tendida sobre el sillón, semidormida, aplacada por los años y el
alcohol, la Borges, envuelta en un sedoso camisón que dejaba entrever su
hermosa silueta que por capricho, el tiempo quiso conservar. Me acerqué lo
suficiente para comprobar que estaba viva y respirando, y para constatar que la
copa seguía en su mano.
“Señora,
vengo a traerle las damajuanas que le encargó a Don Alberto” dije, casi
susurrando. Pasaron segundos o minutos, en ese momento el tiempo se desvaneció,
escapando furtivo, como quien no quiere ser cómplice de algo. Su brazo cedió la
copa al piso y señaló una mesita. Sobre ella vi un fajo de billetes. “Pucha…”
pensé sorprendido “…generosa propina”.
Extendí mi
brazo para alcanzar los billetes sobre la mesa. Una mano posó delicadamente sus
dedos sobre mi antebrazo. Yo temblaba. El cosquilleo se intensificaba dentro
mío. La Borges tomó mi mano y la hizo bordear sus sudorosos senos, para luego
hacerla descender suavemente sobre su cuerpo y desembocar allí… donde se
pierden los hombres, donde quedó parte de mí (quizás el niño que fui) y donde
obtuve mi mejor propina.
Elugo
jaja arriba la borges!!!!
ResponderEliminarchepe
me gusto, y estoy con chepe, jajaja
ResponderEliminarsalud
Muy bueno!!
ResponderEliminarSi habré echo cosas de esas por una buena propina.
ResponderEliminarMano Santa te decía, así nos conocimos... te acordás?
EliminarJa, genial! Me encantaron los típicos clichés de casa embrujada y vieja misteriosa. Excelente.
ResponderEliminarAbrazo
durante la lectura me molestaron un poco los cliches no supe si fueron a proposito
ResponderEliminarAnónimo, le respondo a usted y a Sigma: ¿qué es un cliché? aún cuando los hubiera, que los hay... ¿siguen validados como clichés cuando son tratados de una forma diferente? no sé a cual te referís en especial: la viuda alcohólica, uff de esas hay miles... la casa misteriosa (¿en qué otra casa crees que hubiera vivido el personaje?)... lo del personaje principal lo admito como cliché, quise buscarle la vuelta, pero un "cliché" desencadena otro... todo está escrito... todo es cliché...
EliminarBueno, clichés son clichés. No hay mucha vuelta que darle. Yo creí que eran buscados, puestos a propósito por vos. Es válido usarlos, de una forma diferente o de cualquiera. El tema es que encajen bien. Y para mí en este texto están bien, más allá de que haya muchos. Todo está escrito; pero no todo es cliché, no creo que sea así.
EliminarA mi me gustó, eso es lo que puedo decir de este texto.
Abrazo!
no se a mi me resulta que si bien todo puede estar escrito hay ciertos textos que tienen el camino escrito por otros y le quitan a su creador la magia de la creacion.
EliminarEl pibe que trabaja de mandadero en su bicicleta que va a la casa de la señora semi bruja golpea no atiende nadie se manda por una puerta semi abierta ¿quien hace eso? lo unico que salva al texto de ser malo creo que es el final
De lo mejor que eh leído en este blog.
ResponderEliminarUh! El manso leyendo algo que no haya escrito él... milagro! jajajaj que honor tenerlo por acá!!! Besitos
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