lunes, 30 de abril de 2012
De esos que andan por ahí
Me mirabas como si te hablara como un desquiciado, como un loco que cree está convencido que tiene la razón en absolutamente todo lo que dice. En realidad, solo te hablaba y te veía el rostro delicado, la nariz con una leve ondulación, como si tuvieras una pequeña montaña, o un cerro, o una pradera, dependiendo siempre de la distancia que uno te mirara, justo en la mitad. Y luego la punta, tan brillante, que acompañaba una boca pequeña, de trazos sutiles y labios finos y color rojo intenso y que se movía temblorosa como si fuera ella por sí misma la que fuera a llorar. Temblaba. La boca.
Luego te miré a los ojos, unos ojos redondos y marrones que en otro momento, o tal vez en otra dimensión, supieron mirar con ambición, con ahínco. Esos ojos miraron y desearon, tenían claro qué querían y qué buscaban. Esos ojos decidían por sí solos. Conquistaban a cualquiera. Me conquistaron a mí, por ejemplo, cuando me crucé con ellos una tarde calurosa en el hall de un edificio céntrico. Ellos, adornados con sus largas pestañas negras que los transportaban lejos como si fueran de otro país, me hicieron pensar en lo efímero que es todo en la vida. En eso que justamente dura un instante y que es lo que todos están buscando siempre y que no es nada más y nada menos que enamorarse perdidamente. Yo, me enamoro todos los días de todas las mujeres. Y de esos ojos que ahora me miraban prontos para estallar al igual que estallan las olas contra las rocas, me enamoré.
Pero la culpa de ese enamoramiento no fue solo de los ojos, fue también de la boca y de la nariz y de cómo los pómulos rosados brillaron cuando te vi pasar como una ráfaga a mi lado. Y que no fue una ráfaga cualquiera, sino que fue mucho más que eso. Fue todo. Fue la eternidad, fue la pérdida total del sentido, que es lo mejor que nos puede pasar en la vida. Ahora esos pómulos y aquél instante y tu bello rostro completado por la pequeñez de tus orejas, me miran con miedo, con la ingenuidad con la que hablabas y te movías por la calle, sin siquiera percatarte de lo que generás en los demás, como si no fueras capaz de darte cuenta lo que la hermosura de tus facciones puede lograr en los otros.
Cuando me diste la espalda y yo me di vuelta esperando como un iluso que vos también lo hicieras, vi el contorno de tu cuerpo moverse al son de una música que imaginé, que se hizo presente en mi cabeza. Quieta, bailabas. Bach me transportaba a tu interior, a tus sentimientos, enredándome en tu pelo morocho y oscuro como la nada misma. Así que yo, enredado en tu pelo bajé por tu cuello y pude ver, darme cuenta, de lo diminuta de tu estatura, el cuerpo en el que te movías y desenvolvías.
Y ahora mientras me mirás temiéndome y a punto de llorar, sostengo un trozo de tu pelo en mi mano. Un pelo que conservaré para siempre y que será el único recuerdo de lo que tuvimos. Mi trofeo. Tu pelo en mis manos. Tu gracia al caminar. Tus pechos grandes que pedían a gritos libertad por entre medio del escote que llevabas ese día en el hall de un edifico céntrico de Montevideo, cuando te crucé. Pestañé y te vi más lejos. Te vi un paso más lejos, un segundo más en que el tiempo nos distanciaba y todo se volvía insoportable. Un recuerdo reciente que esforzaba por no dejar ir para retenerlo en mi memoria aunque sea un instante más, pero que de todos modos iba a ser insuficiente. Quería congelar el tiempo para siempre y poder disfrutar del único amor que puedo sentir y que no es nada más que lo efímero de las cosas, el momento instantáneo, la fugacidad de la realidad, el desorden, toda la crueldad encerrada en un único suceso, en el cruce de dos personas, en una admiración egoísta y lejana, tan lejana que no parecía mía. La paradoja de la vida. La miseria. Lo triste de nosotros mismos.
Te tengo ahora temblorosa y desnuda y te imagino haciendo el amor, tal vez no a mí, sino a otra persona y escucho tu voz aguda y calma y pienso que ese momento sería único si pudiéramos hacerlo, si tan solo vos lo quisieras tanto como yo lo deseo. Lo guardaría para siempre y lo haría eterno. Me arrodillo frente a vos y te toco las piernas y subo lentamente por tus pantorrillas, pasando por tus rodillas y tu entrepierna. Y ahí me detengo. Ahí. Paso suavemente mi mano por la entrepierna mientras vos temblás. Me levanto y te miro a los ojos, que ya no son los mismos de antes, sino que ahora, así de tristes, pierden belleza pero ganan en encanto. Nunca vas a cambiar. Nunca vas a dejar de ser una chica inocente que piensa que la vida es un plan que hay que respetar paso por paso. Pero ahora pareces diferente. Ahora ya no sé quién sos. Ahora sos menos de lo que creo. Te tengo y no sé qué hacer con vos.
Te tapo la boca con cinta y te digo adiós mientras te callo un no, una súplica que luego hacés con tus ojos y tu cabeza. Y esa es tu última palabra: no. Te miro y veo la cinta gris y las lágrimas que te caen por la mejilla y toman más velocidad o se enlentecen cuando están encima de la misma y pienso en tu ultima palabra, en el no, en el ruego. Negás con la cabeza y mirás hacia arriba y me pregunto si crees en Dios o si te hiciste creyente ahora, si solo buscás sostenerte de algo y alimentar la esperanza de que no todo está perdido, de que la vida de mierda que planeaste y pensaste para vos y los hijos que no tuviste todavía puede ser posible. Y te miro con asco y no te entiendo. Y te toco el rostro y no comprendo cómo. Tu belleza.
Bajás la mirada y me la sostenes un rato hasta que te resignas al final inevitable y miras hacia el suelo. Las manos en alto y unidas en las muñecas parecen rogar por la vida. Parecen rezar, los dedos casi entrelazados. Temblás y cuando lo hacés tus pechos se mueven lentamente. Te miro los pies y subo despacio por tu cuerpo hasta llegar a tu panza. Ahí te toco con la punta de mis dedos y siento como te estremecés y hacés un gesto de asco. Te vuelvo a tocar pero esta vez gritas detrás de la cinta, te retorcés y yo te abrazo con una mano mientras con la otra entro en tu cuerpo, en tu vida, que ahora es mía.
Sigma
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Las imagenes todavia fluyen en mi cabeza,quiero creer que eso es bueno.
ResponderEliminarPero claro que es bueno que te quede dando vueltas en la cabeza! Es no?
Eliminarme re gusto sigma, q demás que escribas por acá, creo me perdí un poco en el final pero no se porque me parece que esta bien
ResponderEliminarmuy buen texto
salud
Gracias a uds por la invitación! Siempre es bueno aparecer en otros lados.
EliminarQue honor tenerlo por acá Sigma! Un placer! En el texto, mucho amor y muchos momentos de lucidez y belleza! Que no le gane el odio Sigma!
ResponderEliminarNo no, el odio nunca gana. Quédese tranquilo, Elugo. Mucho amor mucho amor, pero amor retorcido.
EliminarAplaudo de pie su texto sigma, me gusto mucho, me encanto el final para esa mocosita creo firmemente que se lo merecía.
ResponderEliminarsaludos
Ya creo que es hora para los hombres del Toman de preocuparnos.
ResponderEliminarMe da vuelta en la cabeza una frase que me decía un amigo: si lo haces bien no te agarran.
Buenazo Sigma el relato, vamo arriba loco, bienvenido