Caminaba ensimismado, sumido en esa ensoñación fantástica en la que uno se ve envuelto luego de ver una buena película (Los pasos dobles). Las imágenes y sonidos de un desierto africano todavía rondaban mi mente, pero al avistar la parada de ómnibus se disiparon, mientras mis pasos se acompasaban al son de “tumba que tumba tumba, que tumba tumba la cocotera…”.
La música provenía del mercadito, sobre ella se escuchaba una voz cercana, que alegremente la acompañaba. Al mirar hacia la parada pude notar a quien cantaba. Sentada allí se encontraba una viejecita risueña meciéndose al compás de la música con una gracia infantil. Pese a las arrugas y la espalda encorvada, la vieja tenía la vitalidad de una niña.
Me acerqué y le sonreí, no sé si me vio, pues al tiempo que tarareaba la canción se mantenía ocupada en leer un diario, muy concentrada. Su cabeza estaba casi pegada a la hoja, como si de esa manera el conocimiento entrara en ella con más facilidad o las palabras calaran más hondo en su memoria. La vi entrecerrar sus ojos mientras me ponía los auriculares. Me los saqué enseguida, tenía la extraña sensación de que aquella viejita solitaria tenía algo para decirme.
La música seguía. La vieja zapateaba y movía sus caderas, siempre desde su asiento. Yo la observaba por el rabillo del ojo y más de una vez sentí que me lanzaba miradas cómplices. La vi aplaudir como la niña más feliz del mundo y aquel gesto me enterneció por completo. Sentí el profundo deseo de improvisar una pista en la calle y sacarla a bailar allí nomás. Sentí las ganas de decirle que la admiraba, que pese a que algunos la consideraran loca por demostrar con tanto entusiasmo su alegría, su espíritu aniñado era digno de alabanzas (yo que a veces pienso tengo un espíritu avejentado). Sentí también la necesidad de darle las gracias por dibujarme una sonrisa en el rostro, pero llegaron unas personas y acobardado me contuve. La anciana volvió a concentrarse en el diario.
Me sentí intimidado por los recién llegados, no me atreví a hablarle a la vieja, creyendo que me pensarían loco. Siempre me atrajeron los locos (quizás porque sea uno de ellos), pero es que los locos siempre están en su salsa… a diferencia de los cuerdos que siempre están en la salsa de otro (“sentido común” le llaman al más insulso de los condimentos).
Es absurdo el hecho de sentirse cohibido por otros, pero el mundo actual nos ha llevado a esta antinaturalidad. Parado allí, junto a otras personas, pensé en lo ridículo de nuestra situación: cinco personas en un mismo lugar, sumidas en un acuerdo tácito que les impide comunicarse entre sí. En ese momento se me ocurrió la gran idea de proclamar una ley que forzara a los desconocidos a conversar entre sí en lugares públicos, empezando por las paradas de ómnibus. Éstas son lugares en donde coexisten muchas personas que esperan lo mismo, estoy seguro que la espera se haría mucho más soportable y hasta disfrutable si uno pudiera degustar una buena charla. Además, cada persona es un nuevo fragmento de mundo, imaginen cuanto más sabios seríamos si habláramos más seguido con otros. Mi ómnibus llegó y esa idea quedó esperando en la parada.
Cuando fui a subir, escuché una voz que preguntaba ¿Qué es lo único que cuando se comparte es destruido? Me había olvidado completamente de la viejecilla y desde el escalón del ómnibus observé cómo clavaba sus ojos en mí. No pude emitir respuesta pero esbocé una sonrisa que no fue correspondida, la vieja tapó su rostro con el diario.
Con piernas débiles subí al ómnibus, mi espíritu estaba profundamente turbado, tanto que se leía en mi cara. “¿Estás bien mijo?” me preguntó el guarda. Asentí con la cabeza y me fui a refugiar en uno de los últimos asientos del coche. Desde allí pude escuchar al guarda comentándole al chofer “Los gurises de hoy en día toman, drogan, pelean…”, haciendo clara referencia a mi estado. Mientras, mi cerebro se estrujaba en busca de respuesta al acertijo de la vieja. Me consolé contemplando las luces que frenéticamente danzaban en la noche y calcé en mis oídos los auriculares que colgaban de mi cuello. La música siempre aleja la preocupación. Pero luego de algunos melancólicos acordes del grupo de expertos solynieve, volví a pensar en la vieja.
Perfectamente podía ser aquella abuela salvaje del cuento de Maupassant que incendió su casa con cuatro prusianos dentro para vengar a su hijo muerto en guerra, o aquella anciana desesperada, de la que Baudelaire me contó, ya no podía ni agradar a los niños. Pero ahora estaba siendo parte de mi historia y la respuesta a su acertijo daría título a la misma.
Nota: las palabras en cursiva te llevan a cosas que inspiraron el cuento
Nota: las palabras en cursiva te llevan a cosas que inspiraron el cuento
Elugo
marco la 20001
ResponderEliminarFelicitaciones botija! Si venís personalmente a mi casa (en el caso de que seas mujer), serás condecorada con una remera y un sticker del blog! Glup! Besito!
EliminarEstimado Elugio:
ResponderEliminarComo siempre un muy buen relato.
En vistas a la próxima edición de esta célebre publicación te paso el pique de otro ser pariente de locuras... en el semáforo de minas y 18 suelen encontrarse cartas, a simple vista del peatón no es mas que un papel pegado en la columna, pero un acechador de historias que afine el ojo verá un sobre con prolijas cartas dentro, para quién... no se sabe, pero una elegante cursiva de maestra trae historias caóticas, anécdotas cotidianas y mucho de mundos de adentro que tanto nos empecinamos en decir que no son reales.
yo tengo una de esas cartas, por algún rincón andará
pero mas interesante sería si un diá de estos al son de la cocotero te encontrás con uno de esos regalos.
Quiero todo ese material!!! podría significar mi primer novela jaja
Eliminarme gustó elugo. tiene varios momentos estimulantes para la reflexión, la imaginación y la sensibilidad.
ResponderEliminarvoy a comentar algo: justo venia de leer un libro y de pensar en algo en particular que el libro sugería y que leyendo tu texto y la pregunta que hace la vieja me pareció que podía calzar y ser la respuesta.
que loca la vida che
¿Para qué están los amigos si no es para iluminarse entre sí? ¿Qué libro era? ¿Clickeaste en los hipervínculos y leíste esos cuentazos? Altamente recomendables... Abrazo
Eliminares bueno lo de los hipervinculos, mas en un blog donde solamente publicamos cosas nuestras, y a veces nos pueden venir ganas de compartir algun poema leido, algun cuento o cancion ajena que habla mejor nuestro a veces que algo personal.
Eliminarel libro es el sonido y la furia de Faulkner.
la respuesta al acertijo virginidad
Brillante el personaje de la vieja risueña, y el enfrentamiento que despierta a las inseguridades sociales de las que muchos somos presas de forma cotidiana. Sisi, me gusto
ResponderEliminarSeñor Avivador, qué placer encontrar más gente consciente de este mal contemporáneo, lo invito a caminar por las calles montevideanas e ir deteniéndonos en cada parada para iniciar conversaciones con todos los individuos que haya por allí. Salud.
Eliminarde una que seríamos mucho mas sabios y felices si usásemos mejor los espacios públicos.. y más rabia me da cuando pienso en lo mucho de tiempo y energía que perdemos no haciendo, y más bien sólo pensando en las cosas que dejamos de hacer o de compartir.
ResponderEliminarSeñor/a Anónimo/a, a usted también lo/a invito a pasear por la ciudad y hacer, en vez de pensar. Salud.
EliminarEl epìlogo es impresionante. Tremendo.
ResponderEliminarGrande mi amigo.
Linda pintura, el resto son gustos.
ResponderEliminarVeo que está usted incursionando en los que los etiquetadores contumaces denominan "hipertexto". Un arma poderosa.
Jaja usted siempre tan observador Sanecasse. Un arma poderosa sí, hace más interactivo el texto y nuclea otras artes, deberíamos agregar más hipervínculos! no reneguemos de las ventajas de la nueva era! jaja Abrazo
Eliminaresta bueno, me gusto elugo y gracias por tu trabajo incansable atras de este blog, trabajo que aveces no se ve
ResponderEliminarabrazo y gracias