Lanzaron alaridos los perros, deambulando alrededor, olfateando sangre. El hombre gimió de dolor mientras se escarbaba la herida, logrando desenterrar algunos perdigones de su abdomen. Levantó la cabeza para ver, a unos kilómetros, las antorchas parpadeantes del pueblo. La lejanía era tal que nunca llegaría arrastrándose y por más que quisiera, gritar no podía. Contempló impotente las sombras de los hombres en la entrada del pueblo. Un chispazo de lucidez lo hizo recobrar la fe. Amistosamente extendió su mano a los perros, que moviendo su cola se acercaron. Cuando el más flacucho estuvo lo bastante cerca, el hombre lo
cogió con su mano hábil y clavó los dientes en su vientre. El perro aulló de dolor. Su grito fue tan estruendoso que los hombres del pueblo lo advirtieron. Pronto llegaron al lugar para encontrarse con la figura diabólica del hombre, que cual bestia, seguía hincando sus fauces en el vientre desgarrado del pobre animal. Sin dudarlo, dispararon sus escopetas.
Juan Páramo
Que bien che, me gusta leer estos cuentos, hoy pense, es martes tendremos un cuento para leer?. suerte que si. Vamo arriba guri!!
ResponderEliminarmuy linda lectura che, me gusta esta faceta de los martes, corto, conciso, desgarrador, real
ResponderEliminarbien!!!
abrazo