Crucé la Avenida hasta la mitad porque el
semáforo se puso rojo justo ahí. Miré los autos que iban y venían, en subida y
en bajada. Rápidos, sucios, llenos, o no tanto. Tóxicos. Yo quietita ahí en el
medio , adorando la velocidad y el movimiento de alrededor.
Pensé en hacerlo, quise hacerlo: cruzar
en ese mismo momento que adoraba con pasión lo que pasaba. Vivir y morir ahí,
en ese paso o en el siguiente, no duraría mucho más. Torcer con miedo o
angustia las caras de los que miran insulsos desde en frente. Reventar ardientemente contra todo y
detenerlo.
Bajé la calle heroica.
Y ahí mismo cambió la luz.
No pasó nada.
Caminé a casa calle abajo imaginando un
torrente de sangre a mis espaldas.
Esperanzada de que aquello en verdad hubiese sucedido y que entonces mi
corriente de muerta me llevara.
Tampoco pasó nada.
Al llegar, puse un caracol en el baño y decidí que voy a viajar a un lugar con playa.
Rita de los Vientos.
exelente rita, te felicito, me encanto, bienvenida a este espacio literario te esperamos siempre que quieras publicar, leer o simplemente comentar
ResponderEliminarsaludos
Me gusto, la cruzada tiene una extraña tentación no? como mirar las baldosas de la vereda desde un balcón muy alto e imaginar el impacto. Supongo nos pasa a todos. espero.
ResponderEliminarBienvenida, alma hermana. Qué gran texto, impactante, descarnado y también tierno.
ResponderEliminarQué lindo! Comparto mucho el deseo de vivir cerca del mar
ResponderEliminarjaja. creo que lo compartimos todos.
Eliminarlo más cercano de agua que tengo es el río suquía
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