miércoles, 22 de mayo de 2013

La Sombra (Segunda Parte)


Con un gesto el doctor Kollmann me indicó que me sentara en un pequeño living que estaba junto a la ventana; una alfombra, tres sillones y una mesita. Mientras me acomodaba, él se acercó a la pared y corrió una de las puertas que estaban debajo de las estanterías.
—Voy a tomar un trago, ¿me acompañás?
No tenía ganas y además estaba seguro que no me iba a invitar ni un refresco, ni un vaso con agua, sin embargo, a veces el invitado no puede dejar a su anfitrión bebiendo solo, por lo que más allá de lo que se me antojaba acepté.
—Un trago nos va poner en ambiente ¿no te parece? —me preguntó al tiempo que se puso en cuclillas y metió la mano en la alacena que estaba empotrada en la pared.
—Si, claro —respondí.
El doctor Kollmann apartó un par que estaban adelante y estirando el brazo sacó una de las botellas del fondo y la apoyó en la mesa junto a una caja. Mientras traía los vasos, aproveché para girar la botella y ver la etiqueta: MacAllan Fine Oak 18 años. Nunca la había visto.
—Lamentablemente los problemas no se resuelven aplicando siempre la misma lógica —explicó el doctor Kollmann mientras quitaba el lacre de plástico que cubría el cuello de la botella—. A veces, para ver ciertas cosas con más claridad, uno debe desenfocar la situación, quitarle la lupa, buscar otra nitidez, otro enfoque. Justamente ahí es cuando una copa ayuda, para mirar las cosas con otra perspectiva.
—Eso siempre que uno no beba demasiado. Porque los borrachos, lejos que resolver problemas, suele provocarlos —respondí.
El doctor Kollmann hizo un gesto de extrañeza y giró la tapa. Un pequeño chillido me llamó la atención; la botella tenía tapón de corcho.
—Eso es relativo estimado Miguel —dijo el doctor Kollmann mientras servía una medida muy generosa en cada vaso—. Una borrachera en el momento adecuado puede solucionar un problema, ¿o acaso no fue eso lo que salvó a Borges?
Hurgué rápidamente en mi cabeza y un par de cuentos de Borges, donde los tragos juegan un papel medular, se me vinieron a la cabeza. Pero mi curiosidad por saber a cual se refería pudo más y entonces le pregunté:
—¿A Borges?
—Así es —el doctor Kollmann hizo una pausa, tomó un sorbo y agregó—. A Borges un trago, o mejor dicho, varios tragos le salvaron la vida.
—¿Si? —pregunté con más curiosidad.
—Antes de ser quién fue, Borges tuvo intenciones de suicidarse. Supongo que por algún despecho o algo por el estilo. Entonces se compró un revólver, una botella de ginebra y una novela policial que ya había leído, para no entusiasmarse con el final y así fallar en sus intenciones, y se fue a un hotel que estaba a las afueras de la ciudad. Tirado en la cama se puso a leer y tomar ginebra mientras el arma esperaba en la mesa de luz. Por suerte la ginebra hizo efecto rápido y Borges, borracho como un cosaco, se quedó dormido. Al otro día, la resaca era tan grande que las penas y el arma ya no le interesaban.
Quedé en silencio un instante y con tono serio comenté:
—Es un buen ejemplo, pero en realidad nunca sabremos si lo que salvó a Borges fue la ginebra o el libro.
El doctor Kollmann esbozó una sonrisa y llevó la conversación a otro lado.
—¿Estás escribiendo en algún lado?
—Casi nada. De vez en cuando publico alguna cosa en la revista Todos todos, que es de unos conocidos, pero nada más que eso.
—Pero estás trabajando en el ministerio, ¿correcto?
—Si, ya hace casi un año —contesté con desgano.
—¿Y? ¿Es el ministro tan incapaz como todos dicen?
—Se quedan cortos. Igual no creo que sea incapacidad, es algo más parecido a la…  —hice una pausa buscando las palabras que retrataran mejor lo que tenía en la cabeza— digamos que el ministro tiene un entusiasmo, casi adolescente, por las superficialidades.
—¿Eso se parece mucho a la definición de estupidez?
—Si, algo de eso hay —contesté sonriendo—. Pero mirá que lo peor no es el ministro, eso es lo todo el mundo ve. Lo peor está en la secretaría general, ahí si que la estupidez te pasa por arriba. Por momentos es hasta bizarro ver como y porqué se resuelven algunas cosas; todos son favores. No hay que molestar a nadie, no hay que meterse en ninguna chacrita ajena.
—¿Y que haces trabajando ahí? —preguntó el doctor Kollmann con tono preocupado.
—No se, la verdad me lo pregunto seguido—respondí dejando escapar cierta angustia—.  Paga mis cuentas, supongo que eso es suficiente por ahora.
El doctor Kollmann quedó en silencio por un instante. Aproveché para tomar un largo sorbo del whisky. El aroma era agradable y el sabor suave; pero al tragar la sensación fue diferente. De repente una tibieza me abrazaba la garganta, se desparramaba por el cuello y llegaba a hacerme cosquillas hasta en la nuca. Entonces el doctor Kollmann agarró la caja que estaba en la mesa y dijo:
—Bueno Miguel, vayamos a lo nuestro. Te preguntarás para que te hice venir con tanta urgencia, ¿verdad?.

Miguel Sanecasse.

4 comentarios:

  1. me re gusto, esta genial como llevas la historia, espero la parte III,
    " De repente una tibieza me abrazaba la garganta, se desparramaba por el cuello y llegaba a hacerme cosquillas hasta en la nuca" muy bueno
    abrazo

    ResponderEliminar
  2. Más que en Borges, pienso en los rusos: Gogol, Tolstoi. Desesperante relato. Muy bueno, sobre todo cuando el personaje es más importante que las referencias. Esto de las entregas a lo folletín me entusiasma mucho.

    ResponderEliminar
  3. Ta barbaro Miguel, tremendo pulso eh

    ResponderEliminar
  4. aaaaa !! cuanta intriga me dejó esta segunda parte. Las descripciones que haces son a mi parecer excelentes, puedo ver el lugar, el whisky, escuchar cómo hablan. ¡Esperaré la tercera!
    Mari

    ResponderEliminar