No sé exactamente cuándo o dónde comenzar
esta historia. Podría ser el día que asumí que no sabía qué mierda hacer con
nada. O poco tiempo después de entonces
(hace 30 días) cuando decidí llamar a pedir hora para que me lean la borra del
café y me dieron turno para el próximo mes. O podría ser con mi sueño de
anoche…
En el que con los pantalones medio bajos
me hacía pichí frente a un espejo de cuerpo entero que colgaba atrás de una
puerta rosada. Y sentía el calor del meo
irrefrenable que dejaba ir sabiendo que al abrir esa puerta me enfrentaría a
tener que disimular el olor y el empape durante el resto de la noche estando
entre la gente. Estando de hecho en una especie de cita con un hombre joven,
rubio y muy apuesto en relación al común de los tipos que me seducen. En el
sueño entendía que aquello era bastante terrible, porque ya estoy grande para
mearme los pantalones. Asombrosamente, pasaba desapercibida en tal episodio…
Por la mañana desperté confundida y
nerviosa por llegar a tiempo a la cita de la lectura de la borra del café. La
mujer que me apuntó me advirtió la importancia de la puntualidad. Su casa
quedaba en un barrio muy lejos del mío, al que nunca había ido y no sabía con
seguridad cómo llegar.
Por algún motivo qué realmente no sé, las
acciones cotidianas de la mañana se vieron interferidas en querer sacar los
platos guardados en un estante bajo que nunca usé. Me invadió desde el mismo,
un horrendo olor. Investigué más de cerca, y descubrí que en la vajilla honda
había un viejo caldo de orín. Acepté asumirme dramática en el hallazgo,
deseando haber mal interpretado el líquido estancado del plato y que aquello
solo fuera un resto de aceite guardado, o cualquier putrefacción lógica de la cocina.
Pero el hedor solo asqueaba al pichí amarillo flúo casi verde y caliente. Creí
en los zombies y en los extraterrestres. Los imaginé de ese mismo color. Creí
en cualquier disparate lejano que me rescatara de este espeluznante encuentro
con lo comprobable durante algunos segundos. Los nervios y la confusión se
tornaron en un mareo absoluto que golpeaba contra la memoria rígida de identificar
qué humano mugriento y tarambana podría haber sido el responsable de semejante
barbaridad. Solo un hombre podía ser autor de tal desprolijidad. Por la
violenta fineza de no gotear otra cosa que
aquel plato hondo. Desde la ansiedad enferma de su incontinencia... En
un silencio que ni conmigo misma rompí sospeché y culpé a dos o tres. Me rezongué
por no haber obedecido a mis tías y abuelas sobre no dejar entrar a cualquiera
a mi casa. Intenté perdonarme recordando que para mi ellos nunca fueron
cualquiera. Me sentí yo otra mugrienta tarambana y otra vez volvieron los
zombies y los extraterrestres.
Herví agua repetidas veces y la volqué
sobre los platos meados. Los enjaboné y limpié unas veinte veces tal vez,
prohibiéndome sentir tener que ver incluso en lo más mínimo con todo ese
desastre. Pensé mejor, que mi casa estaba embrujada y que tenía que huir a la
cita de la borra del café.
Tomé mal el ómnibus y me bajé mal en la
parada. Corrí desenfrenada por cuadras que nunca llegaban a la esquina. Corrí
con el aliento de quién corre hacia la verdad. Corrí como si al llegar, por fin
todo se iba a resolver. El tiempo, la distancia, el lugar, el misterio…
No llegué tan tarde. El lugar no decía
nada. Paredes lisas, sillas comunes, un poco de frío. El café ya estaba servido sobre la mesa. Un
pocillo pequeño sobre un plato y un mantel.. La mujer me explicó como tomarlo y
me dejó ahí.
Yo que estaba agitada, en verdad quería
agua. Pero bueno, me había ido hasta la otra punta lejana a por ese café. Así
que lo tomé… La tipa no volvía, no se escuchaba un ruido. “¿Lo habré tomado
bien?”, pensé. (Típico…)
La mujer apareció y comenzó a predecirme
la vida sin parar.
Tuve que llorar. Lo que me dijo sobre el
futuro un poco me aburrió. (Típico también…)
Cuando por fin se calló me fui.
Desde afuera miré su casa, casualmente
era rosada. Volví a sentir el olor a pichí.
De regreso caminé tranquila las mismas
cuadras largas de antes.
Mejor, dejarme de joder con los secretos que no sé.
Rita de los vientos
Mejor, dejarme de joder con los secretos que no sé.
Rita de los vientos