jueves, 12 de diciembre de 2013

El sueño

Fue una tarde de primavera que me senté debajo de la anacahuita del patio de casa, cuando me quedé dormida para presenciar el sueño más sentido que pude haber tenido en años…
Una mujer de fuga, despeinada y sensual sentada en el living de su casa dialogaba con su pareja, un hombre robusto con cara de culto deprimido, resignado y abatido; sobre el destino de su relación.
Se miraban a los ojos, mientras el silencio se apoderaba del ambiente, haciendo perder la calma. Ella sacudía su pierna izquierda de forma inquieta por debajo de la mesa mientras él le hablaba sin palabras, diciéndole todo.
Él se paró y le tomó por el brazo sin ejercer sonidos
Se besaron luego de cinco eternos minutos de calma desesperante, y enseguida prosiguieron los sollozos de la mujer.
Se había acabado, él ya no la sentía como antes y se creía mejor sin ella. 
Se lo comentó con un nudo en la garganta, sin intenciones de querer causarle dolor, provocándolo de todas formas.
Me desperté con una sensación de angustia con un lambetazo de mi perro en la cara, y los cuadernos tirados al lado.
Y pensé:
Aquel sentir se moría, desgastado
¿Pero por qué? Porque algunas cosas tan solo mueren, caducan o simplemente se desvanecen.
Claro que ardía en la piel pero qué se le podía hacer… en los días de potente lluvia el fuego muere.
Había promesas de perfil largo y punta de reproches, que ya no servían.
Ahora el retorno a sus nuevas y antiguas vidas de camas mundanas,
 A besos con menos gracia que comer pan dulce un veinti tanto de mayo…
Quizá no volvieran a cruzarse jamás en sus vidas; pero en tal caso... ¿Cómo debiera ser su despedida?
Él seguramente escoja por largarse nomás, como si del fin del amor no se tratara y el día siguiente fuese un día cualquiera.
¿Pero y ella?
Es un enigma…
Pudiera ser que lo abandonase a él, cual si fuese un putrefacto cuerpo muerto,
 O pudiera también que siempre despida una lágrima cuando llegase el anochecer y pensase, que después de él, sin importar quién le acompañe a la cama,
Dormirá sola, 
Violenta y tierna.


                                                                                                       Anonima

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Vida y obra de un imbecil

Baje las escaleras, empuje la puerta negra y entre al bar, me choco el humo y el calor de los  cuerpos esparcidos en alguna de las mesas. El vaho aprovechaba a irse, el aire nuevo de la calle a entrar, recorrí el lugar con la mirada…Todavía no había llegado.
Solté la puerta que quedo tambaleándose de un lado a otro a mi espalda, camine entre las mesas desenredándome la bufanda,  People are Strange de los Doors sonaba mientras yo buscaba llegar a la última mesa contra la pared.
Colgué la campera en la silla y me senté, volví a mirar a los alrededores, incomodo, como siempre que llego a alguna parte.
La sensación ya es conocida, me cuesta unos minutos volver a sentirme cómodo, perderme en el barullo.
Lo mejor es esperar con una cerveza – dije- y me arrime a la barra, volví con una bien fría y dos vasos, aunque todavía estaba solo.
Serví uno, jugando a calcular la cantidad exacta para lograr que llegue al borde pero sin que se vuelque, teniendo en cuenta la dificultad de la espuma, conseguir una servida perfecta, (recordé el juego de la cisterna, que consiste básicamente en tirarla antes de terminar de mear, calculando el tiempo que uno cree que resta para desagotar totalmente la vejiga y el que demora el agua en llegar e irse, el cual por cierto se ha vuelto compulsivo,  a tal punto que mi casa parece un baño público, yo sé que es por mi culpa, por mis fallos en el cálculo, porque la cisterna queda descargada y a mí tampoco me dan las bolas para esperar a que se cargue de nuevo, el error por lo tanto no puede remediarse hasta que otra persona use el baño, a veces pasa mucho tiempo y supongo que fermenta)  di un sorbo y después un trago largo.
Enseguida saque los cigarrillos del bolsillo, prendí uno y tire la caja sobre la mesa, después tire el encendedor que deslizo y quedo pegado a esta.
Me recosté en el respaldo,  mire la imagen de la mesa, la cerveza, la caja de puchos, el encendedor y me quede pensando…
Si no estuviese solo habría hecho este comentario: me gusta dejar la caja de cigarros arriba de la mesa cuando me siento en un bar a tomar cerveza.  No en el bolsillo.
Fue un descubrimiento, si me preguntaran que te gusta, diría eso, me gusta dejar la caja de puchos arriba de la mesa cuando estoy en un bar.
Me acorde de mi abuelo, de alguna tarde en que yo era un niño todavía y el no estaba muerto, me dijo, a mi me encantaba fumar,  ahora ya no puedo, pero me encantaría poder volver a hacerlo.
No sé porque recordé eso, pero ahora con un cigarro en la mano y mas años, esa frase me venía a la cabeza, pensé que era la única persona que había escuchado decirlo, “me encanta fumar”,  sobretodo porque a los fumadores cuando le preguntan por el cigarro se encubren con respuestas como, no, no fumo mucho, o si es una porquería, pero no lo puedo dejar.
Cuando el resto de las personas creen que todo término-me dijo- cuando  ya no hay nada más que le despierte el entusiasmo, cenaron, comieron el postre, a nosotros los fumadores nos quedan algo, fumar un buen cigarro.   
Le di una ultima bocanada, mire cómo salía el humo recto de mi boca, paralelo al piso, iluminado apenas por una luz suave que había en el lugar y lo apague en el cenicero con fuerza asegurándome que no quedara largando olor a papel quemado, cosa que detesto.
Volví la vista al bar, a las mesas, a estudiar cómo estaban compuestas, si bien hay cosas para ver, para entretenerse, no es tan interesante, ni revelador, como en otros lugares, porque por lo general en los bares uno se cruza con el inicio de lo que será, con mesas que tienen primeras citas, o amores recién nacidos.  
Pero en una pizería o un restorán -por ejemplo-, es donde se ven caras, edades,  y vidas de todo tipo, personas que me entretienen y confirman lo aburrida que puede volverse la vida.
Ni hablar de esos lugares en que hay televisores colgando en cada pared, donde lo más fácil de percibir son las bocas que se abren solo para masticar, estrujar la comida, y seguir masticando como autómatas uno frente a otro con la vista fija en la pantalla.
Un día fui a buscar una pizza que había encargado y el volumen estaba tan alto que parecía no haber escapatoria, de la pantalla salían los Midachi, había personas que como estaban de espalda al televisor habían girado las silla para el lado de este, el cajero me atendió entre risas, sin despegar la vista de la pantalla le di la plata que guardo en la caja sin mirar y me fui pensando que podría haberlo cagado.
La puerta negra se abrió, el aire frió de la calle entro con fuerza, se deslizo hasta la última mesa contra la pared y me pego en el pecho.
La persona a quien esperaba había llegado, camino entre las mesas, sacándose la gorra y los guantes de las manos, Eleanor Rigby de los Beatles se mezclaba con el aire y revotaba en las paredes.



                                                                                                                 Nano

jueves, 24 de octubre de 2013

Como fue que paso

En cierto momento, al girar mi cara hacia la derecha note que nadie estaba al tanto de mi presencia, era simplemente un espectro, un mero espectador de lujo. En cambio el resto reía y charlaban con un fidedigno entusiasmo, se esperaban en los cuentos y los remates eran infaliblemente precedidos de ruidosas risas. Yo en cambio poco a poco lograba abstraerme de ese lugar para poder hacer algo productivo con mi tiempo. Fue entonces, baso de cerveza en mano, que me di cuenta del potencial de esa situación.
En total eramos cinco. Ella, su amiga, sus amigos ( dos) y yo, el espectro. Estaba esplendida, hermosa, sin dudas que lo era, una mujer con todas las letras.
Pero no quiero distracciones, ese no es ni cerca el meollo del asunto. El tema es bastante simple, desde hacia días que yo tenia en la cabeza un caballo, praderas y algún que otro cerro por allá en el horizonte. Creo que en realidad he estado pensado en los griegos, si, no en los de ahora, con todo respeto, sino en los de antes, los clásicos. También en San Agustín y la era de las luces. En realidad estoy asistiendo a una materia de historia muy entretenida. El asunto es que estoy tomando cerveza del baso, con cuatro especímenes exponentes del arte post moderno uruguayo. Director, pintora, productor y ella, la hermosa, claro está.
De repente, como por arte de magia soy absorbido por una suerte de transferencia ínter espacial y fui a parar nada menos que al despacho del ilustrado señor Jean Jacques Rousseau, ¿y que estaba haciendo el muy desgraciado? Escribiendo partes de su gran obra “Discurso sobre el origen de las desigualdades entre los hombres”.

Un breve y pobre resumen de los temas que vienen a cuento sobre la mencionada obra. En ella él dice que el origen de las desigualdades en la historia de la humanidad esta signado por dos desgracias que se dan en el pasaje del ser “salvaje” al ser viviendo en sociedad. Estos son, la agricultura y el descubrimiento del hierro.

Entonces vuelvo al viaje, si señores caí en el momento culmine. Cuando logro ponerme de pie, este connotado ser se levanta de su escritorio, deja la pluma y me mira a los ojos. No voy a mentir, trate de hablar, de arruinar el momento, estaba sin dudas muy asustado, pero por suerte la magia fue tal y no puede decir palabra, permanecí mudo. Su mirada seguía clavada en mis ojos, en ellos se podía ver la preocupación, la indignación, el desprecio, la compasión, pero por sobre todo, los ojos de un ser totalmente dedicado a la causa de la ciencia.
-¿Cómo? ¡¿cómo fue posible?! Es un hito inconcebible, decidme la verdad, ¿estoy tan equivocado?
Y se quebró, ahora era un hombre y su ADN retrocedía millones de años atrás para estar en la piel de aquellos primero hombres.
-Plantar, claro que si, es algo natural, sin dudas que luego de periodos, más largos, más cortos, ellos pudieran identificar cierta relación. Que las cosas crecían de la tierra, que de la semilla, que en realidad es alimento, crece más comida. Es difícil, porque el instinto de comer, de vivir el día a día actúa en clara oposición a esto. Pero lo que no puedo parar de preguntarme, lo que me desvela, lo que me tortura por dentro como hombre de ciencia es: ¿cómo encontraron el hierro? Porque eso no esta a la vista, esta oculto, la naturaleza así lo quería, en minas, alejado de las temibles garras de los humanos, ¡¡¡pero no!!!, ellos pudieron, y de que manera. ¿Fue una explosión? ¿Un volcán prendido fuego? ¿Pedazos del metal que volaron y quemaron y luego se secaron? ¿Que fue? ¿Que es esa semilla que mueve esto? ¿Esos eventos macabros que hacen del progreso una terrible arma de doble filo?
Y justo cuando estaba por cerrar la frase el encanto perdió efecto y baje nuevamente a tierra, al departamento en calle Corrales 123, y mientras volvía a reconocer sus caras, note que ya no reían, todos me miraban y ella, si ella, hermosa como siempre me hablaba con gestos claros y poco amistosos.
-¡Ey, psshh, che, vos!
-Ah, ¿si que paso?

 -Baja a buscar la chela, esta el delivery.

lunes, 21 de octubre de 2013

Ojos

mi padre
mateaba
con el crepúsculo
toreaban al silencio,
entre treguas
yo lo escuchaba:
juraba
que todo lo vio
(desde un principio)
en los ojos de mi madre:
la locura
saliendo del horno / destapado
las camas destendidas
para siempre,
había que escucharlo
a mi viejo
esa voz gruesa
esa gravedad
de tambor
la historia de los ojos:
de una
mujer

                         Seoane

martes, 1 de octubre de 2013

El estado que se volvio entrada por necesidad.

Empecé un fin de semana que estaba aburrido, dije, esta bien, una vez para probar.
Enseguida me sentí entretenido, se fue el aburrimiento, me asusto un poco porque me habían comentado que es algo bravo, que una probada alcanza para volverse adicto.
Lo repetí dos o tres veces mas, siempre en fines de semana.
Después pase a hacerlo entre semana, lunes, martes, dándole, sin que me importe nada.
Ayer miércoles me encontró la madrugada con los ojos radioactivos, de todos colores.
Amanecí con dolor de cabeza, diciendo que no lo hacia mas, pero otra vez volví a ceder.
Hoy en día soy un mendigo, se llevo todo lo que en un principio me dio, ya no me divierte, lo hago por necesidad, estoy mendigando todo el tiempo por ayuda del resto, mis condiciones de higiene no son las mejores y ni que hablar de mis relaciones personales... Pero quiero salir, así que les agradezco por favor me den una mano y no me manden mas solicitudes de Candy Crash.

jueves, 19 de septiembre de 2013

La Revolución


Quienes conocieron a Adrián “Caña” Ferrari a mediados de los noventa difícilmente imaginaron que su vida duraría más allá de esa década. Por aquellos años su figura desgarbada se paseaba por cuanta manifestación, ocupación o recital había. Sin importar el rincón de la ciudad donde se realizara siempre aparecía el Caña con su eterno aliento alcohólico y sus ojos enrojecidos, vaya uno a saber por cuál de las cosas que fumaba. Todos los que andaban en la vuelta le adjudicaban ideologías y militancias de las que él renegaba. En realidad nunca se supo exactamente cuál era su pensamiento. Por su aspecto: pantalones agujereados, remeras que parecían trapos y campera de jean que ya no recordaba su color original, así como por algunas de sus amistades, muchos lo ponía en el grupo de los “anarco-punkis”; pero no creo que el Caña fuera uno de ellos. Él tenía un componente romántico que la mayoría de sus amigos despreciaban. “No metan a la gente en frasquitos”, decía si alguien le llenaba mucho las bolas para que se autodefiniera. No conozco mayores datos de su familia ni de su historia personal. Es más, debo confesar que apenas me crucé con él algunas veces y que, si bien compartimos alguna que otra cerveza, nunca hablamos directamente. Sin embargo, siento que lo conozco bastante. Tal vez porque escuché muchas historias sobre sus andanzas o quizás por simple empatía no exenta de cierta idealización.
No sé si fue la primera que escuché, pero sin dudas la anécdota del Caña que inmediatamente me viene a la mente es la que sucedió en la comisaría décima. Cuentan que después de varios meses de detenerlo al menos una vez por semana, los milicos rasos de esa seccional —“mi segunda casa” según decía el propio Caña—, le habían tomado cariño. Si bien ninguno podía negarse a cumplir con la orden del comisario de “meterle unos bastonazos para ayudarlo a pensar”, la mayoría prefería que esa tarea la realizara otro. Entonces la estructura vertical de la policía hacía que la tarea recayera sobre los recién llegados a la comisaría. Una noche un milico muy joven, al que mandaron a darle los bastonazos al Caña, prefirió soltar un perro dentro de la celda para que fuera éste el que hiciera el trabajo.
Cuando quedó enfrentado al animal, a solas en la celda, el Caña se tiró al piso y se puso en cuatro patas. “Para que la pelea fuera justa”, dicen que explicó tiempo después. Ambos, hombre y perro, se miraron con recelo. Un par de ladridos del animal que retumbaron en la pequeña habitación parecieron ser la campana de largada. El perro mostraba los dientes mientras arrinconaba al hombre en un recoveco de la celda. Apoyado en sus manos y rodillas, el Caña fue retrocediendo lentamente sin quitar la mirada de los ojos del animal. Cuando ya no le quedaba mucho espacio para recular, con gran agilidad el Caña saltó por encima del perro y quedó posicionado detrás de él. Mientras éste se daba vuelta para atacarlo, el hombre mordió al animal en una de sus patas traseras. El perro soltó un pequeño gemido e intentó zafar la pata de entre los dientes del Caña, que lo miraba con los ojos vidriosos de rabia. El forcejeo duró algunos segundos hasta que el Caña abrió la boca y el animal logró liberarse. Completamente desorientado y lejos de volver por la revancha el perro se fue al vértice opuesto de la celda, se acostó y comenzó a lamerse el lugar de la mordida.
Algún tiempo después el Caña dejó de aparecer por los lugares que solía frecuentar. Se decía que estaba muy cambiado, que ya no salía de noche y que había dejado de tomar y fumar. Nunca se supo muy bien la razón de esa mutación. En este punto las versiones se multiplican y difieren bastante unas de otras. Algunos dicen que el cambio de hábitos sobrevino luego del fallecimiento de su madre, mientras que otros aseguran que se trató de una búsqueda de tipo espiritual que el Caña inició después de un romance con una muchacha. Recuerdo que alguien que lo conocía me comentó que el Caña se había encerrado en su casa. “Quería escribir un poema que no dijera nada. Decía que un poema que no dice absolutamente nada lo está diciendo todo. Estaba loco: llenó su casa de papeles, no dormía, apenas comía y no nos atendía cuando le golpeábamos la puerta. Así pasó unos cuantos meses. Me dijo que una vez que estuvo conforme con lo que había escrito se acostó y durmió una semana entera. Cuando se levantó se sintió una persona muy diferente. Creo que nunca nadie leyó ese poema; es más, no estoy seguro que ese poema exista.”  
La última vez que vi al Caña fue hace un par de años en una feria barrial. Aunque él no me reconoció, me acerqué a saludarlo. Noté cierta incomodidad de su parte con algunos de mis comentarios; sin embargo fue muy amable e incluso tuvo la paciencia de explicarme que algunas de las frutas que yo estaba comprando no eran de las mejores. Le propuse hacerle una entrevista para me contara cómo habían sido aquellos años —en ese instante imaginé que podría averiguar si aquel poema realmente existió e incluso fantaseé con escribir un libro al respecto—, pero él se negó rotundamente. Sobre el final de la conversación le pregunté qué opinaba de unas protestas estudiantiles que habían sucedido un par de días antes de nuestro encuentro. El Caña se encogió de hombros, y mientras se iba caminado entre los puestos de frutas y verduras me dijo: “Qué sé yo, para mi hoy en día lo más revolucionario es ser amable.”



                                                                                        Miguel Sanecasse

sábado, 14 de septiembre de 2013

Cerrada noche.
Frío.
Algo de viento
La tormenta que no pregunta,
que se arrima,
nube a nube
va ganando el cielo
hasta ser su amo y señor

Dos caballos
reposan en un palenque.

Jinetes cabalgando
a campo traviesa,
 cruzan praderas y arroyos.

El rayo
le vuelve a ganar al trueno,
iluminando el esplendoroso
rugir de la tierra. 

miércoles, 4 de septiembre de 2013

El inicio

Los pensamientos eran confusos. Llevaba tres días sin salir de su casa, evitaba todo tipo de contacto, no lograba sostener una conversación, su cabeza se iba sola a cualquier parte.
Despertaba adivinando el día, representándolo por completo, eso le aburría y le quitaba las ganas de levantarse de la cama.
El cenicero lleno de colillas, el ambiente inundado de humo, la televisión inagotable, la botella de agua al lado de las piernas que subían y sostenían el cuerpo hundido en el sillón, la imagen típica de cada madrugada.  Se iba a dormir una vez que los ojos empezaban a cerrarse por aburrimiento más que cansancio. No quería el silencio  previo al sueño, ni los gritos de las almas queriendo salir, caminantes de la mente, que aparecen en la oscuridad, lo asustaba el silencio de los cuerpos durmiendo, de todos ellos respirando, perdidos vaya a saber uno donde.
Una vez en la cama se ponía boca arriba y comenzaba un trabajo de respiración, inspiraba por la nariz, el pecho subía y bajaba cuando exhalaba por la boca. Intentaba regular la respiración, concentrarse en eso, hasta dejar el cuerpo, buscando el sueño como única escapatoria ya que para los cobardes el suicidio no es una opción.


Julio Julio! Los gritos eran cada vez más fuertes y venían del último cuarto de un pasillo largo y oscuro. Los grito ya no clamaban por nadie, solo se ahogaban en una respiración descontrolada.
Los pies pequeños y descalzos pisaban las baldosas frías, con la agilidad de niño corrió por el pasillo, un pedazo de niñez se descascaraba en cada paso, tiempo después recordaría ese momento como el inicio de su conciencia hasta estos días. Atravesó la puerta, penetro en los quejidos, en el llanto ahogado de la madre, el camisón blanco grabado en la memoria, el pelo suelto y enmarañado de la noche,  los brazos que sostenían el cuerpo, el pensamiento del momento, la mirada detallista, la sensación de miedo que le provoco la cara de su madre mojada en llanto, de percibirla  tan debil como una niña, igual que él, que veía la muerte por primera vez.
No se despierta! gritaba entre sollozos, tu padre no se despierta!
El cuerpo se le heló, reconoció el miedo bajándole hasta los pies.   
Pasaron unos minutos, su madre seguía sacudiendo el cuerpo tomado por los hombros. Parado con el torso desnudo, calzoncillos y una media de cada color, pestañeaba en silencio.
Le hubiese gustado llorar y no dejar que las lagrimas estancadas pudriéndose tanto tiempo.
Camino hasta la cama, toco despacio el hombro de su madre, intentando que el contacto le devolviera la cordura.

-déjalo ma, déjalo.



                                                                                                                       Nano

jueves, 29 de agosto de 2013

El helado roce de tu mejilla

Catarsis de pensamientos,
buscando una explicación de este sentimiento.
Que no hacer, que pensar en ella.
En la trinchera de este amor esta mi dolor,
en esta guerra de la razon sobre la tristeza,
de lo que no fue y lo que supo ser,
de lo que sera y lo que pudo ser.

Arma de doble filo la esperanza.


B.

martes, 27 de agosto de 2013

Espejito espejito

Cocinando. ¡Qué fea me quedó la salsa blanca! Recién después de tres años me doy cuenta que no era la nuez moscada lo que le daba a la suya tan horrible sabor; Se le quemaba. Igual que a mí. La única mujer a la que creí odiar: “pendeja de mierda, histérica, imbécil, charra, trola ”  ¡Aagghh! Hoy pienso que a pesar de la rabia que me provocaba nos parecemos mucho. Por lo despistada, mi inutilidad en el lavado, el malhumor repentino, lo perra...  Capaz no tuvo malas intenciones sólo que no pensaba bien. Capaz no era falsa y sí, me quería. 
Mi progenitor, otro boludo. Cómo pudo ser tan cruel solía cuestionarme. Pero otra vez, tras encarnar las mismas cagadas, con consecuencias más leves dada mi corta edad, descubrí que no. Maldad no era, más bien desesperación: esa que también me atravesó.
Así sucesivamente me fui viendo en las caras de los demás, de casi todos. Ese punto de convergencia que cuesta asimilar. Borrar el instintivo prejuicio de que el otro no podrá comprenderme ni yo a él dadas nuestras diferencias: primer paso a mi Revolución. 

Mariana

lunes, 19 de agosto de 2013

Revolución parte I

I

Pienso una y otra vez la propuesta. Le doy vueltas hace un par de días.
Termino por darle la razón, aunque él aun no lo sepa.

II

Fui el último en llegar, no tome muy enserio la hora a la que nos había citado, descreído de la puntualidad de sus reuniones. Cuando llegue ya estaban todos, había una palabra escrita en una hoja blanca con letras negras y mayúsculas, la revolución–decía-
Renegué un poco cuando me explico que la idea para este mes era que escribamos todos sobre una propuesta común. No se  –le dije- eso de diseccionar la escritura, de un disparador, me suena a taller literario, no me gusta.
Mira –me dijo- acá la única realidad es que vos no estás escribiendo un sorete, así que tómalo como quieras mientras te sirva para mandarme algo.
Mire al resto que asentían con la cabeza como diciendo es verdad. Me dieron ganas de decir y a elugo no le decís nada, pero  me di cuenta que no tenía sentido llevar la conversación a una discusión y mucho menos hundir a un otro conmigo.
Una vez terminado los temas de la jornada, alguien se paro como para saludar e irse, casi automáticamente nos paramos todos, porque él tiene eso, cuando despide a uno, hecha a todos,  yo creo que es porque le teme a que alguien se le quede demasiado rato.
Fuimos saliendo todos en fila a la calle, yo venía último, cruce la puerta y cuando me di vuelta a improvisar esa charla que uno cree necesaria cuando se va de un lugar, quizás un breve resumen de palabras, un bueno quedamos así, vi que la puerta se cerraba sin más.
Bueno- dijimos los cuatro que estábamos afuera, moviendo el cuerpo del frio-, esta vez sí improvisamos esa charla de despedida . Nos vemos –dijimos al final- y salimos caminando todos a la vez en distintas direcciones.

III

Camine por la calle oscura en bajada, antes de llegar a la esquina me detuve y me di vuelta como hace un enamorado para ver a su novia alejarse.
No distinguía quien era quien, pero vi como el farol rodeado de niebla iluminaba los pasos y proyectaba la sombra en la calle de uno y como otro doblaba en la esquina, me quede parado mirando y me pregunte si llevarían la idea ocupándoles la cabeza como a mí, si usarían la caminata y las calles vacías, la oscuridad y el silencio para comenzar un dialogo y destruirlo, una encuentro y una despedida, el lugar y el momento.  En definitiva si se habrían ido escribiendo. Como yo. 

III

Era viernes y yo seguía sin haber pasado nada al papel, me pasa siempre, escribo todo el tiempo, pero no escribo nunca.
Varios textos habían salido, algunos con un principio y un final, otros completos, pero no tenía ninguna prueba física si se quiere.
Con el correr de los años me he resignado a la realidad de que ese escritor seguro que soy cuando camino, cuando voy en ómnibus, cuando miro llover desde la ventana de mi casa, desaparece cuando tengo que pasarlo al papel.
Esas ideas que considero tan fuertes, de golpe no están, me abandonan a medida que se van pegando a la pantalla, dejan de ser mías,  pierden todo ese peso que creí que tenían. 
Termino por frustrarme, me siento mal, cierro todo, desea guardar los cambios, para qué, si esto es una mierda. 



                                                                                                                          Nano

jueves, 15 de agosto de 2013

PANFLETO

- Mozo, un café, negro, cargado.
- ¿En vaso o pocillo?
- En pocillo.
El problema no es este país. Hay que tener los ojos ciegos bien abiertos, despojarse de las anteojeras para no darse cuenta en el Mundo en que vivimos (cliché la cabeza de la chota).
Vos fijate, este es el Futuro de hace 15, 20 años atrás... ¿Cómo pretendíamos estar? Cómo te lo imaginaste... ¿mejor? ¿Peor? Esto es El Futuro, ¡ya llegó papá! Despertate, no tenés que ir al colegio; hoy vas al matadero.
La violencia siempre está. El tema es como la manejamos como sociedad, porque los medios ya están perdidos (y en qué manos mamita). No sean hipócritas... si hasta que no te toque ¡no vas a saltar! (y con justicia, no digo que no).
A mí me gusta usar la palabra Medievalización, suena lindo, suena lejos, suena cool (y suena a que no tenga la más puta idea de lo que estoy hablando).
Al final creo que todo se reduce a un cambio de valores, no de escala, sino de valores directamente. ¿Te lo tengo qué explicar? Si te lo tengo que explicar estamos en el horno... Pero bueno, es tan fácil como abrir los ojos y ver que los valores que te enseñaron a vos en tu hogar no son los mismos que los que le enseñaron al que tenés al lado.
Creo que hay gente lejos, mucho más lejos, de esos valores. Hay pibes a los que les dieron vuelta los valores como un shot de tequila hijo de puta. Hay botijas que, cuando fueron a tomar de esa teta, estaba vacía, sin Vidas y sin Valores.
El Mundo está mal y vos ves el barrio mucho antes que la ciudad (ni que hablar de la nación, región, continente… bla, bla, bla). Y no digo que esté mal, la miopía psicosocial te permite ver hasta donde te permite. No más.
PUM, PUM, PUM (Se escuchan tiros).
Una bala que roza el pocillo destroza en veinte el sobre de azúcar. El polvo blanco se esparce por la mesa de vidrio... El sordo sonido de las detonaciones los paralizan, a todos. Luego gritos y después, llantos. La sangre corre hacia la alcantarilla donde están las ratas. Es la misma con la que se escribirá la crónica al otro día.

¿Continuará?


The goat

miércoles, 14 de agosto de 2013

(Re)Revolución

¿Qué es ‘revolución’? La revolución no es nada o es todo. Es nada y todo
Son muchas cosas, solo se la entiende a partir de los sentidos que se le dé. ¿Qué sentidos se le da?
La revolución la hacen los oprimidos, los olvidados, aquellos a que Dios no escucha ni ve. La revolución se va haciendo sin saber que se la está haciendo. A veces se espera la revolución y no llega, se trunca. La revolución trasciende más allá de las conciencias. Es el legado de la humanidad, son sus antepasados, el indio es el montonero. El montonero es un obrero. El obrero es piquetero.
Indignación, desespero, opresión, escondites y cenizas. Tinieblas, antorchas, danzas, llamas y humo. Barricadas, unión, idealismo y libertad.
La revolución es positiva. También es negativa: ¿se la mide cómo? ¿Por sus medios? ¿Por sus fines? Es legítima desde quien nace, desde donde se construye, cómo se piensa y a través de cómo se efectúa. La revolución es un plan, se ejecuta, triunfa o fracasa –para algunos-. Opera en distintos campos: en lo intelectual, en lo logístico, en lo cultural, y por sobretodo, en lo simbólico. ¿Marca un cambio? Es el antes y después de una época. Establece nuevas categorías, resignificaciones: la revolución no será lo que fue antes y alguna vez. Revolución además de libertad y emancipación es autoritarismo y proscripción.
La revolución es sangre, es canción, es poesía.  Al fin de cuentas no es más que amor. El amor por un ideal, un territorio, una fe, un estado, al arte de representar alguna realidad. Es un amor violento, intenso, seco, inconmensurable, desmedido, compartido, trascendental, prescindente. Un amor que atraviesa fronteras, que toca subjetividades y se comparte. La revolución es amistad y enemistad, amor y odio.
A la revolución se la busca, ella no va a venir, nosotras vamos a ella. Si somos parte de la revolución, si una es parte de la revolución, entonces la revolución es mía, somos revolución.
La revolución no es solo individual o colectiva, es parte de procesos transformadores que se circunscriben en la historia de la humanidad. La revolución es necesaria para nuevos procesos y cambios sociales que están impregnados en la inconsciencia de hombres y mujeres particulares, propio de una época específica atada a valores, ideales y saberes singulares.
La Revolución es:
“Un ladrillo de masa y pegajoso. Como si de verdad estuviésemos todos convencidos que va a cambiar.  Pegajoso y articulado por lo nuevo.
Nuevo aire para un nuevo tiempo. La realidad que queríamos es la que vamos a construir.
Construir el socialismo en la patria grande
Grande y brillante, una sonrisa como respuesta viable ante todas las cosas que son insoportables, todas las cosas que son inmutables, como aquellas ideas que se abstraen en el imaginario hasta que le sacudimos la tierra y la revivimos.
Revivimos la gota de sangre que termina por desangrar al guerrero, la retenemos con un dedito en el agujero de la bala. Decimos la victoria en otra cosa. La muerte es otra cosa que todavía no existe, que todavía no se derrama roja, que todavía habita en las venas del guerrero, para terror de los enemigos."


(Cadáver exquisito de un par de jóvenes militantes)

Myriam Stefford

sábado, 10 de agosto de 2013

POÉTICA

 Si no tengo certezas
voy a seguir buscándolas:
algo con que escribir,  un abrazo al que
pueda volver.
No hay eso en el espejo
ni en las palabras nuevas que solo se suceden.
Tiene que ser un hondo despertar
algo cierto y posible
para que sea posible hablar de eso.
Después de la certeza
palabras con partidas
hacia algún infinito.
Entonces sé que entonces
el día que me muera
alguien pondrá su mano entre las mías.

                                                                                  
                                                        La Gata Flora

jueves, 1 de agosto de 2013

¿Estás seguro vos?

Al oír las palabras salir de su boca no las podía terminar de digerir.
¿Ese era él? Seguro había un error. No podía más que balbucear cosas incongruentes. Su mirada asustada, perdida y la baba que no paraba de chorrear.
¿Lloraba?
Qué terrible el destino, el mundo. Qué cruel.
Las noticias de una victoria lejana no concordaban con la imagen del coronel.
-¿Usted esta loco?
- No señor
- Lleve al coronel a la enfermería.
Sin prisas ni pausas se incorporó. Estaba flaco, lo tomé por los hombros y lo ayudé a mantener el equilibrio. Pasos cortos y bien marcados. Uno a uno. Huellas en el lodo y la lluvia que no para de mojar.
-Usted no se me aflija, todo en esta vida tiene solución - comentó, por lo bajo y al pasar, un hombre viejo, bien viejo, de esos que ya no se sabe cuantos años tienen.
¡Pero no!, qué mierda, qué solución ni solución si esa alma estaba ida desde hacia rato. Mira que al final todos se quiebran, no hay bala que no atraviese el corazón. Cuanta muerte uno puede aguantar es cosa de Dios, pero este hombre era duro, y de eso no hay dudas.
Cuando menos lo esperaba me cinchó, me apretó con los brazos, con fuerza, mucha fuerza, casi nos tumba. Lo reprendí suave y tenue, con miedo. Pero insistió. Pero hermano, venir a joderme a mí, con que derecho, si yo me quiero ir bien a la mierda. Nomás tenga chance me las tomo, esto de la montaña no es pa mi, ya lo dijo mi señora.
-¿Que pasó compañero?, ya llegamo, lo ve un medico, uste no se aflija, lo que vio lo vio, y ahí queda, enterrado.
Pero el tipo estaba en trance, y me agarró con tal fuerza que me volvió entero de cuerpo, asustado como el día que corrí de mi casa lo miré, temblaba. Pucha te digo, qué mirada, mamita, una mezcla. Un odio profundo, un miedo atroz y la compasión más lucida. Nos aguantamos unos pocos segundos, bajé la cabeza. Ahí mismo metió su mano en la campera, pensé, “ahora se me mata” y de asustado que estaba le tire un manotazo. Esquivó con gracia y dignidad. Entonces ese espectro habló, y fue claro, más aun, contundente.
-Tomá - me estiró un sobre - vos me vas hacer un gran favor. Cuando corras por la montaña, cuando salgas de este infierno, vas ir a esa dirección y vas a entregar ese sobre, sin palabras.
Me quise defender, pero no me dejo, me calló y siguió.
-Ojalá pudiera, como vos, huir y entregar esa carta, pero no puedo. Uno es ciego, torpe. ¿Esto es Revolución? ¿Sabe usted porque lloré? Claro que no. Si alguien, tan solo alguien me hubiese contado de los enredos del amor, no lo creía. Todos los hombres que murieron hoy son a mi cuenta, los mate, uno a uno, por amor. Eran muchos, algunos eran mis amigos. ¿Pero, que podía hacer? ¡Dígame! - y lloró, de rabia y odio. Se fue al piso, al barro, grito con toda el alma y sumergió su cabeza en el charco, pero no tardó en incorporarse - Era ella o ellos. Y un hombre solo elije mal una vez. 

tito

                                                                           

miércoles, 31 de julio de 2013

Tema: Revolución


 DISCURSO

No creo en el capitalismo liberal y no voy a creer nunca. No creo que el capitalismo sea una manera justa de repartir la riqueza de la naturaleza, creo que es una des-naturalización que no sabe adónde va, sin plan y sin futuro (porque el futuro no es otra cosa que una idea). La sociedad industrial es una máquina gigante que se autofagocita, y la naturaleza no es eso porque en la naturaleza existen el misterio y la belleza (aunque la muerte está claramente más cerca, en lugar de estar, como en la sociedad industrial, igual de cerca pero haciendo de cuenta que no está).
Creo que respondemos a una lógica cada vez más pragmática y que esa no es la política. Creo que la última medida del hombre no es el hombre.
Es decir, no sé dónde está la revolución, no tenemos construido al enemigo, que se encarga fervorosamente de disgregarse, diluirse y disolverse. Un enemigo inasible, que se desaparece, que pasa por abajo de las puertas y de las ventanas. Que se disfraza y muta, camaleón.
Adhiero a la idea de constituirlo, de definirlo e identificarlo. Adhiero a la idea de pensarlo.
Es decir, defiendo la instancia de no saber dónde quiero ir, y aún así sostener que por acá no es, y que la responsabilidad de mi generación pasa por construir una alternativa que primero tiene que ser idea, plan, conciencia.
No pienso que esta democracia tecnológica y de campañas políticas, de traición, corrupción y arraso de las costumbres más hermosas de las personas (estar alegres y tranquilos, disfrutar, tener tiempo, sentir placer, trabajar en lo que queremos y nos gusta), sea la mejor manera en la que nos podemos organizar.
No adhiero todavía por completo a una idea cerrada de acción política, pero la estoy buscando. Creo que tenemos que volver a establecer un corpus moral y defender lo estricto de ciertas estructuras culturales, en contra de dos actitudes fundamentales: la conformidad pragmática y el derrotismo. Esa es la búsqueda que puedo intentar, una pregunta honesta.

                                                                        La Gata Flora


martes, 30 de julio de 2013

Credo

Creer en la revolución es estar loco. No creer en la revolución es estar loco. Creer en la revolución como se cree en las líneas de una mano abierta, dibujar los contornos con los ojos cerrados de cansancio, como se dibuja a una mujer lejana, perdida entre la niebla de los barcos, como se dibuja un puerto familiar adonde nunca llegamos. Piensa el hombre que no fui, que no pude ser. Hay algo de la revolución cuando volvés a casa. Es la revolución tal vez, la que te deja solo. Ahí se queda, mezclada con el humo del cigarro, volviéndote más cerca de ser hombre. La soledad te va llevando a esos lugares que dios nunca visita. Algo con forma de cuarto en la penumbra, algo con forma de vacío, de cosas que tal vez nunca pasaron. Hay algo en ese hombre descreído, inconfesable. Hay algo de la revolución que no decís en la asamblea, que te resulta triste. Hay algo de la revolución cuando apartás la vista de la mesa familiar, cuando estás solo, hay algo. Hay algo irreal en la distancia, algo irreal en la cercanía. Hay algo en el entierro de tu padre. Hay algo en el camino a casa. Hay algo en el amanecer, que se repite, algo sin nombre, que no se señala en ningún mapa. Hay algo de la revolución que se queda en el mar, en los susurros, en eso de no entregarse nunca, en eso de no morirse cada vez entre las piernas de una mujer, hay algo en esa desnudez que no decís, que te resulta triste. Después del amor, hay algo. Hay algo que se va en los barcos y hay algo que se queda mirando, con la mano abierta, apenas levantada. Hay algo tuyo que se queda en el puerto, una mínima parte de vos, cuando estás solo, vos sabés, le dice adiós a la revolución. Hay algo cuando levantás la vista y mirás, por primera vez, con esperanza. Porque después del mar, no hay nada.

                                                                   Rhoda

lunes, 29 de julio de 2013

Mosca de Bar


-Entonces cabeza, que vamos a hacer?
Le dijo el Colorado a Gonzalez, una o dos horas después de que se hubieran tomado la primer cerveza, y probablemente unas doce horas después de la última comida fuerte.
-Y… no sé viejo, la mano viene brava, pero tampoco es para andar haciendo locuras.
-Ahí está, sos un cagón. Hay que movilizarse, organizarse y romper todo. Pero para eso hay que militar, hay que comprometerse, hay que leer, hay que dejar la vida para eso. Alfredo ya te dijo, el que no cambia todo no cambia nada.
-Deja, letras de canciones, esa es tu organización que va a romper todo. No seas pavo. Para armar algo enserio se necesita educación o hambre, y acá no tenemos suficiente de ninguna.
Dividieron la cuenta, borrachos los dos, más por la grapa que habían tomado antes de entrar al bar que por las incontables botellas que el mozo trajo, una y otra vez en un movimiento que se repetía confundiendo la próxima cerveza con la anterior, dejando los cadáveres arriba de la mesa como la única evidencia de que efectivamente el tiempo transcurría.  
Después se fueron juntos como se podrían haber ido por separado, pero los dos paraban cerca. No hablaban, en parte porque pensaban y en parte queriendo resistir los sopores de la grapa-miel que habían compartido un rato antes, con una rasta de pocitos, en quien sabe que tugurio.
Así una vez más, se prendía y se apagaba, casi en el mismo movimiento, el interruptor revolucionario. En el que revolucionarios, reformistas y relator, todos, no podían hacer más que reinventarse y repetirse hasta el hartazgo en libros o canciones. Lugares comunes, la revolución.   
                         
                                                                                       Pereyra

viernes, 26 de julio de 2013

Entrevista

Tenemos poco tiempo ¿Cómo es tu nombre?

Ismael

¿Qué hacés para vivir?

Respiro. Atiendo el bar que heredé de mi padre.

¿Cómo es el nombre del bar?

La bastilla

¿Qué edad tenía tu padre cuando murió?

35

¿Te acordás de tu padre?

No

¿Te gusta lo que hacés?

Si

¿Qué es lo que te gusta de lo que hacés?

La posibilidad de vivir la vida a través de los demás.

¿Qué es lo que no te gusta de tu vida?

Poco tiempo. Te dijeron que tenías poco tiempo.

Gracias ¿Qué recordás de los 60?

Recuerdo que contábamos los días para la revolución, en un calendario viejo tachábamos los días pasados con cruces negras. Recuerdo el calendario y la imagen gastada de un campo incendiado por el trigo.

¿Qué recordás de los días previos e inmediatamente posteriores a la dictadura?

Un relato de un hombre caminando por los bordes de un aljibe, mi madre como la vi por última vez en la cocina, mi novia desparramada en las paredes de su habitación, un sueño recurrente en que yo soy un milico y mato a balazos a mi novia.

¿Qué recordás del exilio?

La duración indeterminada del tiempo, el mar, el matiz trágico que adquirió la palabra ostracismo, las canciones que cantábamos en las reuniones con otros uruguayos,  los primeros pasos de mi hijo, el amor de Agda, la imposiblidad de ser feliz.

¿Por qué volviste al Uruguay?

Me sentía demasiado a gusto en Suecia.

¿Qué es la revolución para vos?

Una foto en un calendario.

¿Crees en Dios?

Creo en un Dios con la voluntad de que todas las cosas sean como son. Dios es la foto en el calendario, Dios es las manos de los milicos que sostienen el arma, Dios es la mujer desparramada en las paredes, Dios es la voz de mi madre que me pregunta si comí antes de verla por última vez.

Gracias Ismael

De nada


                                                                   Seoane

jueves, 25 de julio de 2013

El trayecto

Recuerdo que en cierto momento dije saber mucho sobre un tema, tiempo después, no mucho, la realidad se empecinó en mostrarme lo contrario.
Para esos tiempos vestía formal. Un traje negro gastado, muy discreto, un sobretodo gris y un gorro. Muchos me confundían con seres de otra índole: artistas, periodistas, políticos; pero no era más que un simple empleado, al cual le tocaba vestir de cierta manera.
Pensaba mucho en las elecciones, en dónde radicaba la decisión de hacer o no tal acción.

En el fondo de un ómnibus supuse que el chofer podría ser nuevo. Medía cada acción con tal celo, que no parecía dominar su arte como lo hacen todos. No se sentía contenido por el espacio de la calle, le parecía, como a los simples transeúntes, que era muy estrecha para que pasara tan grande vehículo.
Pero al volver sobre mis propios pensamientos, pensé, cómo podría yo saber si los espacios eran lo suficientemente amplios para que pasara el ómnibus, en definitiva, no era más que otro transeúnte. Mi suposición no era más que meras especulaciones. Especulaciones fundadas en ciertos adjetivos que atribuía sobre ciertos fenómenos. No eran los suficientemente fuertes mis argumentos, la piedra angular de mi pensamiento carecía de sustento luego de una primera y rápida revisión.
Uno suele especular sobre probabilidades, lo sepa o no. Porque de eso se trata especular, de jugar con un cierto número, más o menos amplio, de posibilidades de que suceda cierto evento. Cómo y cuáles serán los atributos elegidos para integrar el selecto grupo de opciones, sobre las que luego se toma una decisión, es cosa individual. No por eso, a pesar de la consonante subjetividad que requiere ese proceso, el evento mismo sobre el cual se barajan las probabilidades debe serlo, es más, por lo general no lo es, es ciertamente mucho más objetivo.

Una figura femenina que se reflecta en el vidrio, suave, tenue, como queriendo no estar ahí. Rasgos blancos, rubios, colorados. Más allá esta el mundo, con sus reglas, tan particulares. Objetivas, o no, ahí reposa, esperando ser encontrado. El transmute es quien le da vida, con su mirada rápida y tajante.  Árboles con consignas. “Probabilidades: la revolución de la futurología”                                

                                                                     tito


                                                                 

miércoles, 24 de julio de 2013

Marionetas murciélagos



Hay cosas que hacen a otras y otras no.
 
Por ejemplo el ser de madera se asocia normalmente a ser una marioneta.

La semántica acompaña, une, fusiona, se contornea y relame entre ambos significados.

Lo hermoso, sedante, es que la marioneta no se da cuenta que está siendo tirada por hilos.

Dije tirada, no manejada, porque así es como nos tratan hoy a las marionetas:  fuerzas centrífugas centrípetas, invisibles, dirigen nuestro accionar.

Podemos ver ejércitos pero no hilos.

Y menos los generales.

El teatro de los sueños se convierte en pesadillas; barro, y no madera, yace bajo nuestros pies.

Son de madera también, de pino brasil, los pies mojados y sucios. 

Y descalzos.

No vemos tampoco, aunque muchos crean lo contrario, quien tira los hilos de nuestras acciones.

No vemos en la ciénaga (barro, barro y más barro)

Tampoco hay luz que ilumine.

Murciélagos ciegos.

Ciegos de poder dirigen marionetas con hambre de gloria y fama.

Se tejen redes con los hilos de las marionetas, populares sociales democráticas.

Anti-trust.

Y perdoname... ¿quiénes me dijiste que eran tus dioses?

the goat

martes, 23 de julio de 2013

La Revolución Raskolnikiana

Usamos este medio para sacar a la luz material inédito sobre el movimiento Raskolnikiano, un documental que aborda a fondo la ideología de Rodión Romanovich Raskolnikov:
http://www.youtube.com/watch?v=TXimWo2cjns

Larga vida a los insurgentes Raskolnikianos!

Coman, duerman, luchen por ser libres!

Si quieres unirte a nuestras filas, envía vuestra correspondencia a anomia90@gmail.com


viernes, 19 de julio de 2013

La Cita XXY

Los vio entrar y sentarse en una de las mesas. Un hombre y una mujer. El pelo de mi madre, el mismo pelo rubio y encrespado que yo le acariciaba. Pero ella no es mi madre. Mi madre murió hace dos días. Todavía tendrá ese pelo cayendo para que lo acaricien los gusanos. Los mismos ojos color tierra. Seguirá siendo mi madre entre la tierra. Ahí están ellos dos. Un hombre y una mujer. El comienzo de todas las historias, ¿no? Él se llama Osvaldo. Lo sé porque viene a veces con sus amigos. Grita y sacude los brazos cuando está borracho, se agarra la cabeza después de hacer una cagada. Pero ahora se esfuerza por parecer tranquilo, mide cada palabra, considera, antes de decirlo, el peso de cada mentira. Yo quisiera ser él en este momento, acercarme hasta el mostrador y pedir una cerveza. Dos vasos por favor. Así podría estar más cerca de mi madre, hablarle, buscarla entre los gestos de ella, entre sus olores. Mi madre se reía de la misma forma. Su cara oblicua sosteniendo la luz y las miradas. Tengo miedo de olvidarla, miedo de despertar un día y creer que toda mi vida ha sido así, este invierno, olvidar el lugar en que la enterramos, los lugares repasados en los que me prometí encontrarla. Me parece injusto confiarle todo lo que fuimos a la memoria. Camina hacia el baño y la sigo con los ojos. La debo haber mirado demasiado porque en algún momento ella me sostiene la mirada. Dejarla ir. No hacer nada. No estás loco Ismael. Qué idiota soy. ¿Qué hacen las mujeres en el baño? ¿Cuántas veces pueden mirarse ante un espejo? Si yo fuese Osvaldo le diría que está hermosa. Si yo fuese Osvaldo nunca le diría te amo. Decírselo cuando pase. ¿Qué puede pasar? ¿Qué mejor que alguien me rompa la cara? Divertirse. Hace muchísimo tiempo que no peleo. La adrenalina corriendo, el atropello de las palabras, el miedo a la vergüenza, forzar el odio hacia la otra persona. Creer nuestra propia mentira. Ahí pasa de nuevo. Todo el tiempo mirando hacia abajo. Que cara de pelotudo pone Osvaldo cada vez que la ve. Por dios. Está enamorado y no trata de disimularlo. Ese es su error. Ella va a salir corriendo en cualquier momento y yo no puedo culparla. En un momento dejan de llegar los mensajes, cada vez atiende menos el teléfono. En qué la habré cagado, piensa Osvaldo Y quizás no existe otra persona en el mundo que esté dispuesto a hacer por ella lo que él está dispuesto a hacer. Seguirla hasta el fin del mundo. Si, vamos. ¿Es ternura esto que siento? Pobre Osvaldo. Tratarlas como a un perro. Eso decía mi padre. Mi padre amaba los perros y mi madre lo amaba a él. ¿Qué puede inferirse de esta historia? Señores ¿Qué es el amor? 

                                                                            

La Cita (LXVI)

Era un día un poco atípico. Había mucho trabajo para la fecha  y en la oficina eso se sentía porque el personal no estaba a pleno. Hacía unos días que Roberto,  el jefe de sección, se había tomado unos días de licencia. Al tiempo que una de las oficinistas y el cadete principal también hacían lo propio.
Entreverada en una charla bastante obvia y un poco morbosa, sobre una ex compañera de liceo que era pareja de un conocido viejo verde, fue que ella notó su presencia. Cortó en seco la charla, no sin antes ruborizarse, se paró, se arregló el pelo y fue a recibirlo.
-¿Hola, buenas tardes, en qué lo puedo ayudar?
-Si, hola, estoy un poco perdido, en realidad ando buscando a una persona.
-Bueno, dígame el nombre que tal vez lo puedo ayudar- dijo la servicial empleada con una sonrisa amplia e incisiva.
-Bueno, muchas gracias. Ella es Martina Riera.
-¿Martina Riera? Mmm, creo que te equivocás, acá no trabaja ninguna Martina- comentó mientras agregaba con una mirada cómplice- si querés puedo averiguar.
Pero no importaba la buena disposición de esa empleada municipal ni su fin escondido de robar su atención, de poderlo hacer olvidar a esa muchacha. Martina Riera no trabajaba en esa sección, estaba mal informado.  Ni siquiera trabajaba en ese edificio.

La tarde la encontró apurada, no había almorzado, no tenia ni siquiera unos minutos de descanso, el día se le hacía muy largo pero ella insistía en mantener ese ritmo, esa vorágine. Estaba compenetrada en su trabajo y lo hacía con tal pasión que eso evidentemente afectaba a sus subalternos y compañeros, porque todos parecían atraídos por el alo del trabajo a su alrededor. No harían tres semanas que estaba en la ciudad y si seguía con ese ritmo terminaría su trabajo antes de lo previsto. “Señora, mire que nos dieron 3 meses, si usted sigue con este ritmo vamos por mucho menos” “ya lo se…y le pido perdón si lo molesto” respondió ella más de una vez, agachaba la cabeza y seguía como si tal cosa. 
Si bien no era alta, su metro setenta la ponía un poco más arriba de la media. Aun conservaba su pelo rubio encrespado. Ojos grandes, verde claros y una mirada compasiva que todo parecía entender.  Tendría 25 años, tal vez menos. Pero al escucharla, desprendía una madurez que la situaba cerca de los 40. Luchadora incansable de cuanto proyecto se le ponía delante fue recorriendo lugares y conociendo mundo como pocas en su profesión.
Cuando escuchó, de boca de uno de los jefes de investigación, los nombres de los lugares donde se desarrollarían los proyectos, no pudo dejar de acordarse de él. Fue algo repentino y pasajero. Tubo un presagio de que ese sería su destino, lo aceptó con gusto y gracia. Le parecía un lugar que merecía la pena, y cuando le confirmaron que definitivamente iría para allí, no pudo dejar de pensar que también podía ser algo romántico. Él para ella era algo breve, lindo, intenso y justo. Lo vivía como una rara mezcla de pasión y cariño, lo quería mucho. Unos días antes de partir, mientras cenaba con amigas en una pizzería volvió a pensar en él. Una sonrisa le cruzó la cara.
-¿Te pasó algo?  - comento una amiga en tono de burla mientras le guiñaba un ojo.
-No, nada, nada un recuerdo, jajaja- respondió ella y le restó importancia.

No dejaba de parecerle gracioso pensar en él, se sentía una adolescente pensando en un romance viejo, raro y que creía terminado. Si bien era una mujer pragmática, era antes libre y feliz. No tenía cuerdas, no le interesaban y era tan honesta que no las tendía, a no ser que su corazón fuera presa de algún sentimiento de esos que no se pueden esquivar. No era enamoradiza, los años le habían enseñado que unas miradas cómplices y unos días de sol y césped no eran amor. Aun así, lo de ellos le costaba mucho ordenarlo. Era sin dudas más que eso pero a la luz de los hechos no lograba incluirlo en amor. Si lo hacía por algún motivo específico no era consciente.

                                                           tito

miércoles, 17 de julio de 2013

AVISO!!!

Por voluntad del Augusto se ha decretado que:
A partir del lunes de la semana próxima el toman estará inaugurando una nueva dinámica en la publicación y producción de los textos.
Para eso se propondrá una temática, imagen o palabra disparadora que sirva como eje vertical-vertebredor de los textos publicados por una duración aproximada de dos semanas. El autor podrá hacer uso de la consigna de la forma loca que quiera. La libertad, como siempre, es lo aconsejable.
Invitamos a los entusiastas a enviarnos sus textos a la dirección de mail agustoprensio@gmail.com para que puedan ser publicados posteriormante en las gloriosas páginas virtuales de nuestro bienamado blog.

La consigna inaugural es:

La Revolución

A escribir! Pusilánimes!

jueves, 11 de julio de 2013

CHAU*



Era viernes y el living de mi casa estallaba en rayos de sol que tejían reflejos desde las ventanas a los espejos, pasando por los portarretratos y los adornos de cerámica; rebotaban sobre la mesa de mármol hasta estrellarse contra el mueble de madera que sostenía mis trofeos de cuando era niño. Éstos, sucios y empolvados, dejaban registro de mis triunfos del pasado, tiempos de bueno sobresaliente y diplomas por los méritos deportivos: esos trofeos sucios eran metas ya muertas, flores secas, pero lucían bien sobre el aparador familiar. La casa estaba en uno de esos días especiales donde parece no tener puertas ni techo: mi madre entraba apurada por la cocina hacia el cuarto, se detenía y pensaba, miraba inquieta cada rincón de mi ropero, de mi cama, y sin buscar nada pretendía encontrar algo importante; mi hermana Lu deambulaba con la mente perdida por entre las cajas a medio llenar y la ropa en el piso, su rostro no disimulaba la tristeza de sus pensamientos, pero igualmente tarareaba la canción Adiós que sonaba desde mi dormitorio a un volumen importante – No es soberbia es amor, poder decir adiós… cantaba Lu con su voz casi muda aunque en una perfecta afinación sobre la voz del cantante. - ¡es crecer! Concluía yo la estrofa desde el living en donde cautelosamente me dedicaba a seleccionar los libros que llevaría conmigo en este primer viaje hacia la capital, mi futura ciudad de residencia. Guarde sin pensar la novela “Factotum” de Bukowski y “The Pearl” de Steinbeck; luego la selección se hizo más fácil. Si bien la actividad me emocionaba, temía mucho a lo que tenía por delante: me encontraba armándome de cosas para abandonar mi guarida, mi rincón en el mundo, cada decisión tomada hoy tendría un rebote directo en el futuro cercano y eso me atemorizaba. Mi preocupación radicaba mas en lo que dejaba que en lo que llevaba conmigo, y eso se aplicaba a cada cosa que me pasaba por ese entonces: si bien mi madre y Lu ayudaban en lo de empaquetar cosas, ambas sabían que lo hacían con el dolor ya instalado de estar alejándose de mí. Esa realidad era evidente ante mis ojos, no podía ignorarlo, pero también se trataba de una cuestión insorteable, parte del desarraigo incluiría momentos de indiscutible angustia y dolor. La tarde se ponía ventosa y nosotros terminábamos de arreglar mi equipaje y alguna caja que debía llevar para mi nuevo hogar, una pensión compartida sobre una conocida calle del barrio Cordón. Totalmente contrariado entre pensamientos y sensaciones físicas, típicas de la ansiedad y el nerviosismo, le propuse a mi madre tomar mates mirando como el sol caía tras los árboles de la casa. Lu se sentó en mi falda y me abrazo fuerte el cuello para hundir su rostro contra mi hombro. El nudo en la garganta apretaba con fuerza. Mi pecho explotaba. Necesitaba salir corriendo calle abajo hasta enfrentarme al rio y dejarle un centenar de lágrimas que ya no aguantaba. Deseaba no tener que tomar decisiones, que todo fuese más sencillo, no tener que despedirme nunca de nada, no ser más espectador de mi propio desmembramiento. Los tres nos abrazamos fuerte, sin mirarnos, con los ojos cerrados, y lloramos con ganas sintiendo nuestra piel, nuestro olor, tocando nuestros cabellos y diciéndonos que nunca nos separaríamos, que nuestro magnetismo nos tendría siempre unidos, estemos donde estemos. Mamá me regalo un poco de dinero, me sugirió que sea prudente y que si bien las cosas en la casa estaban difíciles, que no dudara en pedirle ayuda del tipo que sea en cualquier momento. Me pidió que me cuidara, que comiera sano, y que no me prometiera nada a mi mismo que no pudiese cumplir. Aquello me dejó pensando. Nos reímos con las mejillas todavía mojadas de cómo nuestra perra Lola, frotaba su hocico contra mi entrepierna sollozando, como percibiendo mi pronta partida. Lu me pidió que no dejara de escribirle y que mantuviera fresca en mi memoria la canción que juntos habíamos creado y tanto nos unía; Lu tenía 6 años, pero su inteligencia era muy superior a la de una niña de su edad. De repente nos quedamos cayados. La realidad de nuevo. Otra vez el amor contradiciéndose a sí mismo. La mochila en mis hombros, la guitarra atravesada con la correa contra mi pecho y sobre la valija de ruedas dos cajas medianas un tanto pesadas. Así y todo, podía manejarme con comodidad. Lu me dio su disco favorito, lo guardo ella misma en la funda de la guitarra, besó mis labios cariñosamente y se fue a su cuarto, todavía perdida, con ganas de leer o hacer algo que le distorsione el presente. Mi madre fue conmigo hasta el portal de la casa y abrazándome hasta el alma, como queriendo quedarse con parte de ella, me dijo que me amaba y me esperaría siempre… El taxi interrumpió el momento y yo, como sin vida, me acomodé en el asiento camino a la terminal. No quise mirar hacia los costados, pero explotado en tristeza me despedí con altura y seguridad - Bueno Ma, me voy…
Esa noche por la ventanilla del ómnibus me encontré con el niño de los trofeos. Entre susurros me dijo que me felicitaba y que no me abandonaría jamás. Mientras mis ojos se perdían en la nada me sentí una isla entre los pasajeros, no podía ver más nada que no sea mi paisaje interior. El niño que fui me guiñó un ojo al tiempo que Heroes de David Bowie comenzó a sonar desde los auriculares que llevaba puestos; lo miré con confianza, sonreí con los ojos tristes y en voz alta le dije la palabra que debía decir:
*






J.Sebastián