miércoles, 18 de julio de 2012

De cerca nadie es normal


      



Sabido es que los chanchos tienen una imposibilidad física que les impide mirar hacia arriba, dicho de una manera más poética: “nunca un puerco mira al cielo”.

Me sucedió que una vez estaba, como en tantas ocasiones, solo en casa y empecé a mirar televisión. Se trataba de uno de esos programas que sobran, donde hay chicas bonitas escasas de ropa. No soporté la excitación y comencé a tocarme. Sintiendo la complicidad que conlleva la soledad, empecé a bajarme una mano inspirándome en Claudia Albertario.

No deja de rondar en mi cabeza la idea de una analogía cerdo-hombre. Tampoco me abandona el hecho de nunca haberme tirado en bungee.

Ese día no poseía el dinero para mi acostumbrada dosis de cloroformo y éter y como mi espíritu hedonista no soporta tener que vivir en la realidad por más de veinte minutos, requerí de los beneficios de mi cultivo privado de hongos. Así que preparé una suculenta infusión de dicho ingrediente. En ese momento sonó el timbre y dejé mi jugo personal de gummybayas enfriándose sobre la mesada.

¿Cuántas veces me trataron como a esas fétidas criaturas que se revuelcan en su propia porquería? Demasiadas, tantas que ya ha perdido el sentido. ¿Por qué no piensan en la dignidad de esos nobles animales? ¿Por qué le tengo fobia a las alturas?

Estaba llegando al apogeo de mi autosatisfacción, estaba en ese estado de éxtasis que sólo producen las relaciones sexuales o el comer pollo con la mano (no puedo asegurar que se siente mantener relaciones sexuales con un pollo… por ahora). En ese mismo instante se abre la puerta, oh sorpresa, mi madre había regresado. Debería haber guardado mi miembro viril y subido el pantalón, eso habría hecho cualquier persona en mi lugar, pero no. En mi desesperación sólo atiné a cambiar de canal, con tanta mala fortuna que pareció que estaba mirando cómo se bañaba Denzel Washington, en uno de sus tantos filmes.

¿No será acaso que los cerdos se revuelcan en la inmundicia para poder mirar, aunque sea por un instante, al firmamento? Entonces todo se justificaría, si al restregarnos en nuestra propia obscenidad, podemos posar nuestros ojos en el cosmos y soñar. Si fuéramos capaces de contemplar toda la majestuosidad de la creación y olvidarnos de las circunstancias en las que estamos sumergidos.

Ayer me decidí e hice mi propia cuerda bungee.

Quizás algún día quiera pertenecer a los testigos de Jehová, pero no en ése en particular. Volví apresurado a beber tranquilamente mi poción mágica, cuando escucho que desde la cocina salían ruidos, una especie de canto y ruidos extraños. Eran números: mi madre estaba escuchando la quiniela.

Nos miramos, yo consumido por la vergüenza, ella por una especie de piedad silenciosa. El reloj retumbaba denso, entre cada tic y cada tac, mi corazón remachaba como el doble bombo de una batería tocada por un epiléptico. Me había visto y había visto la tele. El maldito Denzel Washington seguía bañándose, como si fuera él quien debía purgar sus pecados.

Al entrar a la cocina, reparé en una de las imágenes más bizarras que vi en mi vida. Mi madre inmóvil, sentada con la caldera a su lado y el mate desparramado por el suelo, sólo atinando a mirar extrañada a sus manos, como fascinada. Decía que de sus dedos salían chorros de luces y que de mi cara brotaban ramas de níspero.

Hace dos minutos trepé a lo más alto de un paraíso que hay en el fondo de mi casa. Para hacer el relato más glamoroso podría haber dicho un roble o inclusive un fresno, pero no tiene sentido, subí a un paraíso. Ya se le pasó el efecto de los hongos a mi madre y esa irónica fuerza a la que algunos llaman destino le hizo acertar cuatro números de la tómbola y el dinero fue destinado a pagar la cuota del cable. En casa nunca más se habló del tema, pero tampoco se volvió a mirar una película de Denzel Washington.

En este momento estoy tendido en el suelo, observando los astros como sólo se pueden observar en un pacífico atardecer de invierno. Solamente dos cosas quiero decir al respecto, la adolescencia es la etapa de la vida en la que creemos que algún día abandonaremos la masturbación y si me vuelvo a lanzar al vacío en bangee, debo calcular que el largo de la cuerda no sea mayor que el de la altura a saltar.




                                                                                                Walter Allmost


Publicado originalmente en tantas moscas no se pueden equivocar, año I Nº 7
2001

6 comentarios:

  1. Excelente Walter, que el momento que atraviesa este blog no empañe este exquisito texto.

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  2. me encantò!
    el reloj retumbaba denso, entre cada tic y cada tac, mi corazòn remachaba como el doble bombo de una baterìa tocada por un eppilèptico.
    genial. esa y muchas otras. el relato todo me gustò.:)

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  3. Este texto ya tuvo problemas hace años con la Comisión Honoraria de Ayuda al Baterista Epiléptico pero el señor Walter Allmost no escarmienta. Con todo, igual es un excelente relato de una persona excepcional que siempre ha apoyado a Sergio y Victor, redactando las mejores (por ser hasta el momento las únicas) críticas se nuestros temas. Espero que colaboraciones de este tipo sean más frecuentes, aunque doy por descontado que así sea, dado que Walter toma drogas, pero no pelea.

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  4. esto es excelente
    salud
    es un honor para el toman q aparezcan textos del tantas moscas

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  5. Tengo el orgullo y el placer de haber leído este texto cuando fue publicado en la revista "Tantas moscas no se pueden equivocar".
    Hoy, más de diez años después, me sigue pareciendo un relato delicioso.
    Intentaré contactarme Maicky Sugatta (para quienes no lo sepan, era el editor de la publicación antes mencionada) para que aportes más de aquellos textos. Desde ya advierto que probablemente ésta tarea no tenga éxito debido a que el paradero del Sr Sugatta es un tanto recóndito e inaccesible.
    Salud!

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