domingo, 29 de julio de 2012

Tu boca


tu boca, roja de cantarle a los labios de la luna,
mis manos ,
frìas de besar piedras muertas,
y estas yemas frescas recorrièndome la cara,
èstos dedos melancòlicos que me amparan.
tu piel

oculta de nuestras armas,
escondida, sobre la ventana de laureles.
tu piel que oculta olores de consuelo ,
futuros nìtidos,  agujeros.
los relojes que suenan a taladros ocultan,
sabès?
tu boca rota, amplia,
esa que espera la luz fugaz de una razòn.
yo hamacàndome ,

mientras el pàjaro me mira fijo desde el libro

oigo,
como las puertas se abren y se agazapan en mì tus secretos.
( el dibujo quieto no es dibujo)
mi piel està al descuido de la noche,
salta, suelta, se oculta en el humo,
està presa pero tiesa , cura , y se derrama ...
incluso en la luz.
para evitar la tensiòn, se llena de perfumes que no podrà olvidar,
de dedos que tocan lo prohibido ,el pudor

como si mi piel fuera de mar...
( el exceso de pensarme , la crueldad de derramar)
tiro el piolìn de las ideas. suena solamente un tambor .
digo mierda, màrmol, mundo , màquina mortìfera manipulador.




                                                                                            AMMANDA

sábado, 28 de julio de 2012

silencio


hace un par de semanas que no vienen poemas de visita
andarán de placer
tomando un heladito en una plaza al sol

me dejaron recados, ninguno en la heladera diciendo si volvían
encima olvidé colgar la ropa
este olor a humedad

poemas con sus formas
curvadas, angulosas
las narices siempre son lo máximo
definen la cuestión

ni en los frascos de la cocina
ni en la estufa del living
ni frente al monitor
ni al espejo del baño

definitivamente no en la calle

en el lapicero tradicional
en el lapicero relativamente nuevo
tampoco

estoy yo
con mis uñas, mis dedos, mis muñecas, mis brazos, mis ojos, mis candores
con el vértigo de otros vértigos
pero sin ellos

                                                                                La Gata Flora

viernes, 27 de julio de 2012

Si no es positivo pega en el palo.

En el día de la fecha un amateur de la literatura, un aficionado al deporte desconocido por estos lados nos solicito este pequeño espacio para poder compartir con vosotros este texto. Como ya todos sabemos Don Augusto es un hombre generoso que le gusta darle una oportunidad a los botijas, algo así como el knockout a las drogas pero del tomandrogan.
Con ustedes...



-Como era tu nombre pibe?
-Ginóbili, Emanuel Ginóbili señor.
-Para no te me hagas el James Bond por estar en Londres borrego que no sos nadie ta?
-Perdón.
Con ustedes queridos lectores, Gino... bueno el pibe nuevo.
                                                                    


                                                             William Comodoro Chamberlain

- Son las 7.15 y con mi querido compañero de habitación Luis Alberto Scola dormimos plácidamente en nuestras alargadas camas de 2.20m.
- Un insistente golpe de puerta nos despierta. Pienso que nos quedamos dormidos, luego que se está derrumbando la Villa y hay que evacuar, pero después escucho ese acento inglés tan particular que le pide a Luis su credencial. El 4 de la Selección no puede hablar de lo dormido que está, parece que se hubiera comido un kilo de arena a mitad de la noche. Como lo describe en su tweet, me pregunta si en caso de declararse culpable nos dejarían dormir un par de horas más. Yo, que tampoco entiendo nada, sonrío y escucho la bizarra conversación que incluyo una pregunta muy picante e incisiva: “¿Me puedo lavar los dientes?”. Ante semejante pregunta, este buen hombre toma su handy y empieza a preguntar a su superior si, de hecho, podía o no. No se si echarlos, reírme, ignorarlos o qué, pero doy media vuelta e intento dormirme otro rato mientras nuestro amigo se va con paso lento y doloroso rumbo al laboratorio, mientras repite una y otra vez “que mala leche”.
- Vuelvo a sonreír y le digo a mi acolchado temático: “¡Pobre! Hay que tener mala suerte”. Mucha luz entraba por la ventana, intento dormir, giro de un lado al otro, miro la hora, escucho ruidos y siento un cosquilleo bien interno que me pide a gritos una visita fugaz al baño a buscar la paz interior. Fue una larga y placentera búsqueda.  Cuando vuelvo a la tranquilidad de mi ahora solitaria y silenciosa habitación, apoyo la cabeza en la almohada, me relajo y hasta contemplo lo duro que hubiera sido tener que levantarse e ir a hacer el control en esa situación.
- Miro otra vez el reloj, 7.50. Pienso en lo dulces que serían las próximas dos o tal vez tres horas de sueño cuando de nuevo escucho un golpe insistente de puerta. Esta vez más lejano, pero igual de incansable. Nadie parece darle importancia, así que voy yo a las puteadas. Abro y veo a otro sonriente colaborador diciéndome que es del control antidoping. Viene a buscar a otro del equipo. Todavía quedan once jugadores más y no puedo evitar pensar en ese nueve por ciento de chances que sea yo y lo desestimo, soy un tipo de suerte. Cuando me pide la credencial me hace dudar, pero claro, son ingleses y el básquet no es su deporte. Le pregunto a quién busca, pero insiste en pedirme la identificación olímpica, pienso inmediatamente que estoy al horno. Al mostrársela escucho la frase que definitivamente no quería escuchar, habiendo vaciado completamente mi vejiga dos minutos antes: “Señor, me tiene que acompañar”.
- Dos horas y dos litros de agua después, sigo en la salita junto a dos coreanas, dos ecuatorianos, tres chinos, dos rusos, dos mongoles y sin ganas de hacer lo que me piden que haga. Más allá de la anécdota, quiero decir que estoy de acuerdo con el control antidoping, esto es sólo un relato.
                                                                                                                                Manu

miércoles, 25 de julio de 2012

Una combo fatal


Colorado y de lentes. Dos cosas difícil de llevar en la vida. Nunca fui de esas personas afortunadas. Para empezar, cuando nací mi país, mi hermoso país jugaba la final de la copa del mundo por primera vez, según dicen la gente venía esperando ese partido una semana antes, ese día nadie trabajo, el país se paralizo y bueno yo nací. Al sanatorio no fue nadie a verme y eso que fui el primero en todo, primer hijo, nieto, sobrino y hasta ahijado. Solo estaba mi madre y porque no tenía más remedio. Para colmo de males arranco siendo parto natural, termino en cesárea, me enganche el pie en el cordón, por lo que los médicos tuvieron que trabajar más todavía.  Ese día ganamos, fuimos campeones, 1 a 0 gol en la hora. Mi madre se acuerda bien, había una televisión en la habitación y justo cuando el doctor empezó a deslizar el bisturí por el abdomen de mi progenitora “el bomba” Villar la clavo al ángulo, el pobre hombre se olvidó que estaba con un bisturí recién afilado en la mano y a la santa de mi madre la abrió de par en par como quien abre una flauta de pan para hacer un refuerzo.
Yo tuve la suerte de ser un planificado, pero después de todos los inconvenientes de mi nacimiento mis padres siempre sintieron un pequeño rechazo, mi madre es la que capaz que tenía mas razones por mi culpa tenía una cicatriz de 36 cm y se le termino la carrera de modelo de bikinis para la revista de “NUVO” pero mi padre no tenía tantos motivos, pero igualmente nunca me dio mucha bolilla.
Tuve que aprender a caminar a los porrazos, nadie quería alzarme y todo por culpa de mi abuela que una vez llego a mi casa diciendo que había leído en Facebook que alzar a un colorado traía mala suerte, aunque mis padres no eran muy de creer en esas cosas le hicieron caso, así que la única que me alzo alguna que otra vez fue la vecina y siempre lo hacía para darme un coscorrón porque yo le mordía los tobillos. Los primeros años fueron bastante duros. A los 5 mi madre me dijo clarito, -Ud. ya es grande, así que si quiere comer va y se cocina solito, porque el día que yo falte va a ser un inútil sino. No me quedo otra que aprender a hacer las tortas Royal esas que solo tenía que mezclar y batir. Pero lo peor de mi vida fue en la escuela, ahí es una selva sobrevive el mas fuerte y el amigo del fuerte. Yo no era ni uno ni otro, por lo que sufrí mucho, muchísimo. De por si el que usa lente en la escuela es el gil y lo mismo pasa con los colorados. Pero nadie se imagina el calvario que es ser un colorado con lentes, me pegaron, me metieron la cabeza en los inodoros después de que el gordo Luis hiciera sus necesidades (el gordo Luis era famoso por el olor que largaban sus gases) también era el muñeco de prueba de mis compañeros, siempre que a alguien se le ocurría una idea y se necesitaba un conejillo de indias allá marchaba yo. Mis compañeros se encargaron de cumplir la peor pesadilla de un niño en la escuela “estar desnudo en el patio en pleno recreo” yo no sé la cantidad incontables de veces que mis compañeros me agarraron y me dejaron denudo en el medio del patio. Por recomendación de la directora me cambiaron varias veces de escuela pero el acoso hacia el “coloradito gil de lentes” no cesaba. No me olvido mas el día que entre a mi casa y la vi sentada a mi madre en el sillón llorando desconsoladamente junto a mi padre, me vieron entrar y mi madre con lágrimas en los ojos me miró fijamente y me dijo –Yo ya no sé qué mas hacer con vos, sos un nabo, sos un estúpido, explicanos que tanto te cuesta defenderte? Lo que ellos no sabían que la única vez que me quise defender termine colgado literalmente por el elástico de mi pantalón jogging de la reja que separaba el patio de la calle en la escuela, ahí quede toda la tarde con los huevos apretados, fue una experiencia espantosa a tal punto que preferí que me castiguen a tener que pasar otra tarde colgado.
En el liceo siguieron los abusos y castigos físicos hacia mi persona, recuerdo que el día que se conmemoraba la jura de la bandera en primer año liceal, estábamos todos formados en filas perfectamente derechas, todos con las túnicas blancas impecables y las moñas azules bien armaditas pomposas, todos los padres nos miraban nos filmaban nos sacaban fotos y nosotros paraditos impecablemente.  Ese día yo no pude jurar la bandera, cuando la directora termina de dar un aburrido y largo discurso y todos nos preparábamos para decir “ Si juro” el compañero que tenía atrás me mete un dedo en el culo a lo cual yo instantáneamente me doy vuelta para que acto seguido me baje el pantalón por lo que cuando todos dijeron esas 2 palabras que tanto había practicado, yo estaba agachado subiéndome el pantalón y dándole el culo a la directora. Quedo como si me hubiera agachado y mostrado mis nalgas al mejor estilo Bart Simpson a propósito. 2 semanas suspendido, las señoras del barrio me tildaron de anti patriota y en la puerta de mi casa pintaron frases haciendo alusión a mí supuesta traición a la patria.
Los años posteriores del liceo fueron iguales, yo siendo el gil de la clase y ellos vivos, hasta ya un poco más crecido y en pleno auge de “Rambo” encontré mi camino. No era pelar en una selva ni andar derrocando dictadores de países bananeros. Con mucha paciencia, fui juntando lo que necesitaba, y un día tome coraje y lo hice. Entre al liceo vestido de guerrillero el primero en reírse fue el portero que me dijo algo como –Ah pero vos sos el rey de  los pelo… no pudo terminar la frase, un balazo le atravesó la sien. Todos ellos, uno por uno fueron cayendo, mientras me reía como un enfermo mental y apretaba el gatillo mi venganza se iba realizando y mis compañeros aprendían que los colorados también tenemos sentimientos y que es mentira que soportamos mas el dolor.
Ahora estoy acá, en un lugar muy blanco, con un chaleco precioso de esos que se les atan las manos atrás. Es un lugar muy acogedor me cuidan bien de bien, hasta me pusieron las paredes alcochonaditas para que no me lastime si me caigo. Por lo que me dicen voy a estar un buen rato acá, lo bueno es que ya nadie se volvió a reír del colorado con lentes.
                                                                                El Manso Sosa. 

martes, 24 de julio de 2012

La valija del abuelo I.


  
  Esta valija era de mi abuelo.
  Un día llegó a casa, se la mandaban a papá desde Manaos, Brasil.
  Viajó kilómetros para llegar hasta casa, pasó por las manos de mi abuelo, por las manos de algún indio, entre las patas de algún animal salvaje, por las manos de un campesino, por las manos de un anticuario, por las manos de algún funcionario de correo (uno brasilero y otro uruguayo) y después llegó hasta las manos de papá.
  El remitente era un tal Pedro Ramaes, en la carta que acompañaba la valija nos contaba que era un anticuario. Que un campesino le había vendido la valija y las cosas que había allí dentro por unos pocos reales. Una verdadera ganga. Investigando el equipaje pudo dar con el nombre del abuelo y mediante una carta que éste había escrito y había guardado en la valija, pudo dar con la dirección de nuestra casa. Creyó conveniente enviar la valija a quién verdaderamente pertenecía.
  El día que llegó papá no nos contó nada, pero lo vi más triste que de costumbre.
Poco sabría sobre el abuelo Carlos si fuera por papá que sólo me había dicho que era fotoperiodista y camarógrafo. Papá no hablaba mucho de él. Yo nunca lo conocí, para cuando yo nací, él ya estaba desaparecido… no sé sabía si muerto o no. Las cosas que supe de él las supe por mamá… papá, cuando le preguntaba sobre su padre, se ponía tosco y huraño y huía a las preguntas, no decía mucha cosa.
Mamá me contó que se habían peleado y que nunca más se volvieron a hablar, pero que el abuelo le mandaba cartas, fotos y algunas películas de sus viajes. Por eso se pelearon, porque el abuelo era un hombre inquieto, curioso… un solo lugar no le bastaba, él quería conocer el mundo entero. Conoció Europa, Asia y África… recorrió toda América… finalmente llegó a Brasil y ahí encontró su fin o quiso desaparecer. No se sabe.
  Papá al principio leía sus cartas pero después fue como que desistió en la idea de tener un padre. Es que nunca lo sintió como tal, su papá siempre fue alguien que estaba de paso en su casa. Era como un invitado, un huésped temporal, pocas veces hizo de papá.
Si fuera por papá las cartas del abuelo hubieran terminado en la basura, pero desde que era chico mamá me las leyó. Yo escuchaba fascinado cada palabra de aventura del abuelo y miraba como hechizado las fotos y películas que mandaba. El abuelo era mi héroe, en la escuela siempre que había que escribir sobre alguien o inventar un cuento… hablaba sobre él. Quería ser como él, creo que soy un poco como él. Lo siento en el cosquilleo intermitente que me mantiene inquieto, con la necesidad de moverme de un lugar a otro.
  Cuando aprendí a leer y a escribir empecé a contestar las cartas del abuelo. Igual hasta de grande seguía escuchando el relato de sus viajes en boca de mamá, me había acostumbrado a su voz narradora.
  Contestaba todas sus cartas, no todas llegaron a destino, era difícil localizar al abuelo, se movía mucho y muy seguido. Supe que algunas le llegaban porque pronto sus cartas empezaron a estar dedicadas y dirigidas a mí… “A Nahuelito”. El abuelo era un tipo terco e insistente, como mi padre. Aunque las cartas estuvieran dirigidas a mí… siempre terminaban con un “decíle a tu papá que lo quiero mucho… que me perdone… mándale un beso grande a él y a la divina de tu mamá”. Ni bien terminaba de leer esto, corría hacia el taller de papá y le mostraba lo escrito. Él nunca me prestaba atención y seguía trabajando, serruchando madera. A lo mucho me chistaba y me decía que no lo moleste.
  Con el abuelo mantuvimos la correspondencia durante algunos años, desde los 6 hasta los 10. Por medio de esas cartas lo llegué a conocer de verdad, supe que admiraba a Robert Frank y a Louis Armstrong, supe que amaba a las mujeres por sobre todas las cosas (siempre me hablaba de una diferente), supe que tenía la piel sensible y se quemaba seguido (por eso siempre en las fotos salía con su característico sombrero), supe que era feliz viajando y conociendo gente (gente que conocía yo también porque siempre me contaba de un amigo nuevo), supe envidiar su vida aventurera… pero tampoco quería decepcionar a papá. Supe odiar al abuelo y dejar de contestar sus cartas. Supe aprender el oficio de papá, dejar de estudiar lo que me gustaba: antropología y dedicarme de lleno a la carpintería. Supe dejar de ver al abuelo como alguien a quien admirar y empecé a verlo como lo veía papá: como un viejo loco que nunca maduró.
  En el 98’ recibí la última carta del abuelo, hacía 3 años que no contestaba sus cartas, igual él perseveraba y me seguía escribiendo. Venía dentro de la valija, junto a sus otras pertenencias: su cámara súper 8 junto al proyector, algunos rollos de películas, su vieja leika, su diario de anotaciones, su sombrero y unas cuantas fotos viejas.
  En ella, su última carta, contaba que hacía un mes se encontraba conviviendo con los Uru Eus, una tribu del amazonas. Decía que se estaba muy bien ahí… con esos hombres desprovistos de civilización, con esos seres en armonía con la naturaleza… por las cosas que decía se lo notaba cómodo en ese lugar… eso fue lo último que supe de él. Engrampada al papel venía la que sospecho fue la última foto que se sacó. En ella estaba junto a su amigo Tari, el jefe de la tribu.
  Hoy, ordenando un rincón del taller encontré la valija. Todo en ella está intacto, me acuerdo que después de leer aquella carta, puse fin a su ausencia, a su existencia toda. Me olvidé del abuelo y seguí con mi vida. Ahora su memoria me atrapa de nuevo. La valija está como estaba hace 14 años. Tomo la carta y la ojeo de nuevo. Miro la foto del abuelo y Tari. Saco su sombrero, lo limpió de polvo y me lo calzo en la cabeza, ahora cabe en ella y a la perfección.
  Algo se quiebra dentro mío, la ilusión aparente de que todo está bien. La figura del abuelo siempre funcionó así, como recordatorio de que la rutina, la costumbre y la quietud arruinan al hombre. El recuerdo del abuelo me atraviesa de lado a lado, calza hondo en mi interior. Todo lo que creía seguro se desvanece en un instante. ¿Esta es la vida que quiero? Seguir los pasos de mi padre… y terminar amargado y abatido como él ¿Dónde quedó mi sed de aventuras? Hace mucho que no río y no me divierto, casi no veo a mis amigos. ¿Con Carolina estoy bien? ¿Qué es estar “bien” si se puede estar mejor? ¿Por qué justo hoy encuentro esta valija? ¿Significará algo?
  Desempolvo el proyector y los rollos. Descuelgo el pizarrón de tareas de la pared, dejándola desnuda, limpia. Sorprendentemente el proyector anda. Veo las películas de mi abuelo. Imágenes de la selva, de hombres de otro tiempo, de sus sonrisas y gestos puros, alejados de toda pose civilizada.
  ¿Esto es lo que quiero ser? Un ser angustiado… necesito algo más, necesito aire, siento que me ahogo entre el polvo y el aserrín de este viejo taller en ruinas. Esto es mi padre, no soy yo. Yo soy en parte el abuelo. Mamá me entendería. Tengo que hablar con ella, decirle que me quiero ir. Adónde, no sé. A Brasil, al abuelo, a su huella. A mi nariz de indio, siento que entre ellos me entenderían. Mañana me voy, ni un día más, está decidido.
Elugo

domingo, 22 de julio de 2012

Nada es tan grave como la vida misma


Nada es tan grave como la vida misma

Marta llegó a su casa poco antes de las cinco de la tarde. Traía consigo unos papeles del trabajo y cosas para la cena de la noche que prepararía su marido. Iban a comer con unos vecinos de los que se habían hecho muy amigos. A esa hora todavía no había nadie en casa salvo Elena, su madre, y Pitágoras, su perro.
- ¿Mamá? ¿Estás en casa? – dijo ni bien abrió la puerta. Nadie contestó. Llamó a Pitágoras, pero tampoco respondió a su llamado. No había nadie. Estaba sola. Su marido debía estar regresando del trabajo. Marta dejó los papeles encima de una mesita ratona y luego buscó en su bolso los cigarrillos. Encendió uno y se dejó caer en el sofá. Tenía una mano apoyada sobre su frente mientras que en la otra sostenía el cigarro. La levantaba con mucho esfuerzo para acercar el cigarro a la boca y la dejaba caer enseguida sobre el respaldo luego de pitar. Cuando terminó de fumar se quedó un rato más en el sillón y cerró un poco los ojos. Al rato se levantó, agarró los papeles de la mesa y fue hasta el cuarto. No tenía ganas de que los vecinos fueran a comer esa noche. Fue ocurrencia de su marido. Dejó las cosas en la cama y se tiró. Se durmió por unos minutos. Se levantó, fue al baño, se mojó la cara y se dio cuenta que debía limpiar el baño. Suspiró. Cuando salió volvió al cuarto y se puso a pensar qué se iba a poner para la cena. Escuchó ruidos en la sala.
- ¿Mamá? ¿Sos vos? – dijo.
- Si, Martita, soy yo – dijo su madre.
- Me estoy vistiendo, mamá. Ya voy.
- Bueno. Tengo un mate pronto.
- Ahora voy, mamá. Tengo algo que contarte.
Se puso una camiseta y un vaquero y fue hacia la sala. Su madre estaba sentada en un sofá con Pitágoras sobre sus pies.
- ¿Cómo estás, Martita? – dijo su madre sonriendo.
- Un poco cansada. Pero bien.
- ¿Qué es lo que me ibas a contar?
- Nada, que hoy vienen los vecinos a comer. – hizo un corto silencio; se llevó una mano a la cabeza. – Y que renuncié.
- ¿Cómo que renunciaste? – dijo su madre sorprendida.
- Si, renuncié.
- ¿Pero por qué? ¿Lo hablaste con Fernando aunque sea? ¿Sabe algo de esto?
- No, no sabe.
- Ay, Martita. ¿Por qué hiciste eso? ¿Te pasó algo en el trabajo?
- Me sentía cansada, mamá, eso es todo. Me sentía muy cansada. – Se puso a llorar, su madre le acarició la cabeza.
- Bueno, ahora descansá y cuando puedas buscá otro trabajo. ¿Seguro que pueden mantenerse con el sueldo de Fernando?
- Capaz que vamos a necesitar de tu ayuda. Por lo menos hasta que yo consiga un trabajo.
- Está bien, no me molesta. Pero no quiero que hagas estas cosas así como así, ¿me entendiste?
- Si, mamá.
Se quedó por unos segundos recostada sobre los muslos de su madre. Luego dijo:
- Voy a lavar el baño. Tengo que dejarlo limpio para la comida de hoy.
Fue al baño, buscó el lampazo, unos trapos, los guantes y unos productos de limpieza. Mientras limpiaba, pensaba en que ahora que no tenía trabajo iba a tener mucho tiempo libre. Hacía mucho tiempo que trabajaba. Es más, hacía dos años que no tenía licencia. Refregaba la ducha con fuerza y pensaba en lo que diría su marido. Seguro se iba a enojar, pero nada que un par de buenas noches de sexo no pudieran arreglar. Seguro que ahora estando más descansada iban a revivir el sexo. Iban a dejar de hacerlo unas dos o tres veces por semana para hacerlo casi todos los días y probablemente más de una vez los fines de semana. Se rió. Al rato llegó su marido. Escuchó que la puerta se abría y se cerraba y que su marido saludaba a su madre y le festejaba a Pitágoras.
- Estoy acá – gritó ella. – En el baño.
Él no respondió, no debió escucharla. Marta siguió limpiando. Refregaba con fuerza unas partes del bidet. De repente, el perro se puso a ladrar en la sala. Ladraba y lloraba. Nadie le abría y Marta se impacientaba. Estuvo ladrando por un par de minutos.
- ¡Alguien que le abra la puerta al perro! – dijo mientras se levantaba.
Nadie le respondió. La televisión estaba encendida, su marido seguro estaba en la cocina leyendo el diario y su madre debía andar por ahí cerca. Su madre nunca salía de la casa. Muy pocas veces lo hacía. Decía que le dolían mucho los huesos como para moverse. Marta odiaba escuchar a su madre decir que le dolían los huesos, nunca había tenido ningún problema en los huesos ni un accidente así que no sabía por qué se le metía eso en la cabeza. Incluso habían ido al médico pero tampoco le encontraron nada. Debe ser una simple consecuencia de la vejez, le había dicho el doctor. Marta no entendía como a una persona le podían doler los huesos. Es decir, no podía entender como alguien podía darse cuenta de que le dolían los huesos. El perro seguía ladrando. Y ella limpiando el baño. El ladrido le taladraba la cabeza, que le dolía muy fuerte sobre el lado izquierdo.
- ¡Pero puede ser cierto! – gritó y se acercó al pasillo. - ¡La puerta! ¡Ábranle la puerta el perro!
- ¡Ya va! – gritaron desde la sala.
Marta no reaccionó en el instante, pero se dio cuenta de que la voz no le pareció familiar. No era ni de su madre ni de su marido. ¿De quién era entonces? La puerta se abrió y se cerró, y los ladridos de Pitágoras se perdieron a lo lejos. Al rato, Marta fue por el cuarto, por la cocina, salió para afuera y vio al perro, pero ni rastros de su marido o su madre. Volvió adentro y terminó de lavar el baño. Unos minutos después aparecieron por la puerta.
- ¿Dónde estaban? – preguntó. – Me duele la cabeza. ¿Ustedes dejaron salir al perro?
- Sí, yo lo dejé salir. – dijo Fernando. –Fuimos a comprar unas cosas que faltaban para la comida.
- ¿Unas cosas que faltaban? Pero si yo traje todo.
- Hmm, en realidad no, mi amor. Te olvidaste de algunas verduras y también del aceite. Pero no importa, ya fuimos nosotros.
- ¿Y vos mamá estás saliendo más de casa o me parece a mí? – dijo mirando a su madre que había ido a la cocina para comer una manzana. – ¿Te duelen menos los huesos?
Ella se encogió de hombros y no prestó atención a lo que Marta le dijo. Su hija siempre le tomaba el pelo con lo de sus huesos.
- Bueno, ¿te puedo ayudar en algo? – le preguntó a su marido.
- No, no. Me encargo yo. Descansá, que tenés una cara terrible.
- Me voy a bañar. Y después tengo que hablar con vos.
- ¿No preferís hablar ahora?
- Después, después. Me duele mucho la cabeza. Necesito relajarme un poco. – Se acercó y le tocó la cara con sus manos.
Se fue al baño. Se paró en la puerta. El olor a limpio le invadió por la nariz. Quedó reluciente, pensó. Fue al cuarto, abrió el cajón de su mesa de luz y tomó una aspirina para el dolor de cabeza. Luego volvió al baño, se desvistió y vio que la toallita que llevaba puesta no estaba manchada de sangre.
- Puta madre – se dijo. – Ya debería haberme bajado.
El baño le hizo bien, cuando salió se sentía más despierta y el dolor de cabeza había pasado un poco. Fue a la cocina y abrazó a su marido por las caderas. Recostó su cabeza sobre la espalda y le dio un beso en la nuca.
- Ya vengo. – le dijo. - Tengo que ir a comprar unas cosas para mí a la farmacia.
- Bueno, pero no te demores. Aquellos ya deben estar por venir.
- No, vuelvo enseguida.
- Lleváte el auto.
- No, tengo ganas de caminar. Está lindo para caminar.
- Como quieras – dijo Fernando. Dejó el cuchillo que tenía, se dio vuelta y la abrazó. Ella lo apretó fuerte y cerró los ojos con firmeza. Lo separó y le sonrió.
Mientras iba por la calle pensaba en cómo decirle a su marido que había renunciado. Luego recordó que la toallita no se había manchado. No querían tener hijos. ¿Cómo había sucedido? ¿Cómo podía ser que se hubiera quedado embarazada si ellos se cuidaban? No puede ser, pensó, es un simple retraso. Llegó a la farmacia, entró, compró el test y se fue. De camino a su casa sintió que no podía aguantar la ansiedad, así que entró en un bar que encontró y pidió para pasar al baño.
- Al fondo a la derecha, querida – le dijo una mujer gorda.
Entró al baño, se sentó sobre el wáter y se hizo el test. Esperó un instante. Miró la hora, los vecinos ya debían estar en su casa. Comenzó a mover su pierna y a comerse las uñas. Estaba nerviosa. El test dio negativo. Suspiró y comenzó a reír. Reía a carcajadas. No podía creer lo idiota que había sido al pensar que podía estar embarazada.
- Era imposible - se dijo.
Se miró en el espejo y negó en la cabeza mientras una sonrisa se dibujaba en sus labios. Pensó que debía celebrarlo. Miró la hora. Se dio cuenta que era tarde pero no le importó. Se tomó una cerveza y le contó entre risas lo que le había sucedido a la gorda que le atendía.
- Fui una estúpida al ponerme tan nerviosa. – le dijo.
- Son cosas que pasan, querida. – dijo la gorda mientras lavaba un plato. – Mis tres hijos vinieron todos de rebote. Claro que tampoco nos cuidábamos mucho. Pasó nomás. Y hoy, veinticuatro años después, ahí los tenemos. Siempre en la lucha. Es un mundo cruel para los que vivimos el día a día, no te voy a mentir. Vas a ver que un día vas a cambiar de opinión y vas a querer tener hijos.
- Puede ser, pero ahora no lo quiero. De eso estoy segurísima. Dame otra cerveza.
El celular le sonó. Era su marido.
- ¿Dónde estás, Marta? – dijo él. Se le notaba enojado. – Hace rato ya que están acá los vecinos. ¡Vení ya!– y le colgó.
Marta saludó a la gorda y se fue. Cuando llegó a su casa, entró con una amplia sonrisa y les dio un beso a sus vecinos, sus nuevos y futuros mejores amigos, y luego se sentó y se sirvió un vaso de cerveza. Su marido la miraba un tanto molesto.
- ¿Dónde estabas? – le preguntó.
- Me encontré con Alicia, del trabajo, ¿te acordás? Me quedé charlando con ella y la acompañé hasta su casa. No me di cuenta del tiempo que había pasado hasta que me llamaste. – Le sonrió. Él también sonrió. – Bueno, ¿y ustedes qué cuentan de bueno? – dijo y miró a sus vecinos.
- Daniela consiguió trabajo nuevo – dijo Juan con una gran sonrisa tomándole la mano a su mujer. – Estamos muy contentos. Va a ganar casi el doble.
- Ay pero qué bueno. Felicitaciones – dijo Marta demostrando en realidad muy poca alegría. Recordó que ella no tenía trabajo. Que había renunciado. Se había olvidado que tenía que hablar con Fernando de ello. Se levantó despacio y fue a la cocina. Apoyó las palmas de sus manos en la mesada, agachó la cabeza y luego suspiró y puteó por lo bajo. Pitágoras apareció a su lado moviéndola la cola. Se sentó y la miró. Ella lo miró a él. Se puso a su altura y le tocó la cabeza. Quiso ser tan simple como lo era un perro. Quiso ser feliz solo con ver a una persona. Le lamió la cara y ella se rió. Le habló un poco y luego lo llevó con ella al patio. Él se acostó cerca suyo mientras lo acariciaba con uno de sus pies y tomaba una cerveza. Llamó a su marido.
- ¡Fernando! ¡Fernando! – gritó.
- ¿Qué pasó? – dijo él desde la puerta. – ¿Qué hacés acá? Pensé que estabas en el baño y que por eso demorabas.
Ella lo miró. Dio un trago a la cerveza.
- Sentáte – le dijo.
Él se sentó. También tomaba cerveza. La miró y le tocó el pelo. La acarició despacio.
- ¿Qué pasa? – le dijo acercando su cara.
- Nada, en realidad. Es solo una estupidez. Hoy creí que estaba embarazada ¿sabés? Llegué angustiada del trabajo y no me sentía muy bien. Cuando me fui a bañar vi que no me había bajado y pensé que, bueno, no sé, que estaba embarazada. Y no tiene lógica que haya pensado eso por las precauciones que tenemos. Pero igual lo pensé. Entonces fui a la farmacia, compré un test y me lo hice en el baño de un bar. Cuando vi que daba negativo me sentí muy aliviada. Pero ahora me entró cierta angustia. Y no sé, tengo ganas de llorar. No sé por qué. Abrazáme.
Se abrazaron. Él no entendía nada de lo que le sucedía, pero igual lo hizo. Ella, recostada sobre su pecho, se preguntó cuánto le quería, y si lo quería en realidad. Tal vez ahí, en ese momento, Marta se dio cuenta de su temor. Lo miró.
- Todo va a estar bien – dijo él. – Te quiero.
- Yo sé – dijo ella.
- Vamos para adentro que nos están esperando. Si no volvemos van a pensar que no queremos que estén acá.
Marta rió. Estiró sus brazos para que él la levantase. Fernando la agarró y la levantó. Luego volvieron para adentro abrazados. Ella le pasó un brazo por la cintura y él uno por sobre los hombros. Pitágoras les siguió moviendo la cola. Antes de entrar ella se detuvo y le dijo:
- Tengo otra cosa que decirte. Pero mejor lo dejamos para después ¿sí? Ahora solo quiero emborracharme.
- Está bien, mi vida. Estoy seguro que no es nada grave.

Martín Aguirregaray

sábado, 21 de julio de 2012

BRINDIS


Una mientras chocan las copas:
la soledad también se elige.



                                              La Gata Flora

jueves, 19 de julio de 2012

charlas. episodio I "la entre cena"

el post incluía una imagen que nos fue censurada, no se pude subir, igualmente les vamos a dejar un link para que puedan verla, es una lastima. pero quédese tranquilo el lector, se hicieron los reclamos pertinentes gracias a los dotes jurídicos de William Comodoro Chamberlain 

-tanto más fácil para mi fuera- dijo ese extraño hombre verde. luego siguió un largo silencio. parecía querer decir algo pero esa extraña forma de conjugar me volvía loco, maldije por mis años perdidos en la preparatoria.
-yo poder tener algo que a ti mucho a de importarte- comento mientras me guiñaba alevosamente un ojo. reconozco que me asuste, el simple echo de que esta criatura tuviera algún tipo de interacción, a cualquier nivel que motivara una guiñada era un asco, ahhdddd.
el pequeño duende parecía perder la paciencia, ahora hurgaba entre sus ropas. yo nada, estaba paralizado, quería que se fuera, tenia mucha hambre
-arrímate pelotas- gruño este ser que ya no parecía tan amistoso. como era muy pequeño me tuve que agachar sobre mis rodillas.
-que pasa hermano? me quiero ir.
-toma tu, y comparte con todos los tuyos que bien podrá haber en esto salvación...
-si muchas gracias, me las tomo-lo interrumpí y agarre el pedazo de papel que me entregaba. tiempo después lo abrí, era un sobre, tenia una foto e indicaciones tan claras que hasta yo las pude seguir.
comparto. 

PAPA NOEL EXISTE...Y ESTA VIVO


  se lo vio por las calles de Hanoi consumiendo opio. informantes muy calificados aseguran que vendió su alma y le tiene miedo a la muerte, razón por la cual se paso al lado oscuro. información de dudosa procedencia y veracidad jura que en el ritual de iniciación estaba junto a tres iconos de la oscuridad: el señor Julio Humberto Grondona, Lord Palpatine, más conocido como Darth Sidious y Conrad von Siegfried más conocido por ser el vicepresidente de Relaciones Publicas y Terror de KAOS.


                                                            tito

miércoles, 18 de julio de 2012

De cerca nadie es normal


      



Sabido es que los chanchos tienen una imposibilidad física que les impide mirar hacia arriba, dicho de una manera más poética: “nunca un puerco mira al cielo”.

Me sucedió que una vez estaba, como en tantas ocasiones, solo en casa y empecé a mirar televisión. Se trataba de uno de esos programas que sobran, donde hay chicas bonitas escasas de ropa. No soporté la excitación y comencé a tocarme. Sintiendo la complicidad que conlleva la soledad, empecé a bajarme una mano inspirándome en Claudia Albertario.

No deja de rondar en mi cabeza la idea de una analogía cerdo-hombre. Tampoco me abandona el hecho de nunca haberme tirado en bungee.

Ese día no poseía el dinero para mi acostumbrada dosis de cloroformo y éter y como mi espíritu hedonista no soporta tener que vivir en la realidad por más de veinte minutos, requerí de los beneficios de mi cultivo privado de hongos. Así que preparé una suculenta infusión de dicho ingrediente. En ese momento sonó el timbre y dejé mi jugo personal de gummybayas enfriándose sobre la mesada.

¿Cuántas veces me trataron como a esas fétidas criaturas que se revuelcan en su propia porquería? Demasiadas, tantas que ya ha perdido el sentido. ¿Por qué no piensan en la dignidad de esos nobles animales? ¿Por qué le tengo fobia a las alturas?

Estaba llegando al apogeo de mi autosatisfacción, estaba en ese estado de éxtasis que sólo producen las relaciones sexuales o el comer pollo con la mano (no puedo asegurar que se siente mantener relaciones sexuales con un pollo… por ahora). En ese mismo instante se abre la puerta, oh sorpresa, mi madre había regresado. Debería haber guardado mi miembro viril y subido el pantalón, eso habría hecho cualquier persona en mi lugar, pero no. En mi desesperación sólo atiné a cambiar de canal, con tanta mala fortuna que pareció que estaba mirando cómo se bañaba Denzel Washington, en uno de sus tantos filmes.

¿No será acaso que los cerdos se revuelcan en la inmundicia para poder mirar, aunque sea por un instante, al firmamento? Entonces todo se justificaría, si al restregarnos en nuestra propia obscenidad, podemos posar nuestros ojos en el cosmos y soñar. Si fuéramos capaces de contemplar toda la majestuosidad de la creación y olvidarnos de las circunstancias en las que estamos sumergidos.

Ayer me decidí e hice mi propia cuerda bungee.

Quizás algún día quiera pertenecer a los testigos de Jehová, pero no en ése en particular. Volví apresurado a beber tranquilamente mi poción mágica, cuando escucho que desde la cocina salían ruidos, una especie de canto y ruidos extraños. Eran números: mi madre estaba escuchando la quiniela.

Nos miramos, yo consumido por la vergüenza, ella por una especie de piedad silenciosa. El reloj retumbaba denso, entre cada tic y cada tac, mi corazón remachaba como el doble bombo de una batería tocada por un epiléptico. Me había visto y había visto la tele. El maldito Denzel Washington seguía bañándose, como si fuera él quien debía purgar sus pecados.

Al entrar a la cocina, reparé en una de las imágenes más bizarras que vi en mi vida. Mi madre inmóvil, sentada con la caldera a su lado y el mate desparramado por el suelo, sólo atinando a mirar extrañada a sus manos, como fascinada. Decía que de sus dedos salían chorros de luces y que de mi cara brotaban ramas de níspero.

Hace dos minutos trepé a lo más alto de un paraíso que hay en el fondo de mi casa. Para hacer el relato más glamoroso podría haber dicho un roble o inclusive un fresno, pero no tiene sentido, subí a un paraíso. Ya se le pasó el efecto de los hongos a mi madre y esa irónica fuerza a la que algunos llaman destino le hizo acertar cuatro números de la tómbola y el dinero fue destinado a pagar la cuota del cable. En casa nunca más se habló del tema, pero tampoco se volvió a mirar una película de Denzel Washington.

En este momento estoy tendido en el suelo, observando los astros como sólo se pueden observar en un pacífico atardecer de invierno. Solamente dos cosas quiero decir al respecto, la adolescencia es la etapa de la vida en la que creemos que algún día abandonaremos la masturbación y si me vuelvo a lanzar al vacío en bangee, debo calcular que el largo de la cuerda no sea mayor que el de la altura a saltar.




                                                                                                Walter Allmost


Publicado originalmente en tantas moscas no se pueden equivocar, año I Nº 7
2001

martes, 17 de julio de 2012

Tu Cara


Hoy de mì un dibujo se soltò,
con tu cara . simple
apareciò hasta mi.
el sol apenas estaba despertàndolos
- pàjaros-
murmullos de la noche que se van..
hoy mi alma suspira,
no hay sueño,
no hay mar negro de abismos misteriosos,
ahora los ruidos de las motos y los primeros autos
comienzan a funcionar en el dìa ,
de esta ciudad , sobre estas calles de nombres extraños.
la humedad de mi garganta està
sobre todas las cosas,
es como un sollozo apenas
(que me siente)
 y suena bajo las nubes, sobre el techo blanco
de las horas ..
como olas siento las sensaciones de calor,
o son imàgenes de calor ?
hoy de mi figura se suelta algo,
un parpadeo hacia vos.una brisa
callada y perfumada.
una voz, tìmida te canta , amiga
para darte algo de mì en este dìa.
lejos, siento otras flores crecer...

con sabores conocidos, disfrutables , verdaderos.
lejos del encierro paulatino de tus besos ,
tiernos,
siento la piel del invierno floreciendo...

                                                                   AMMANDA

lunes, 16 de julio de 2012

rastro que me deja..

tu pelo rastro en mis cejas...rastro

hacia el mar lo que arrastro.

la pena silenciosa .

que me aturde en olas

como navajas dentro, la transpiraciòn.

y el silencio.

que el acorde sea perfecto, tu rostro,

anulando la inmensidad, el mìo,

que parecìa rostro arrastrado.

quemando a los astronautas, pidiendo la fè,acabàndose

en las tiernas hierbas del cielo.

acumulàndose,

la pena en la arteria,

sintiendo la luz , casi llegar, la paciencia,

casi adentrar.

asì, como si hubiera sido.

amar la oscuridad en la actitud,

entre los dedos, como el agua .

llegando a mojarnos.como/

si gotas la sintieran

tambièn.

quemar.

en los rincones profundos/

y

y

quemar, quemar, con manos inundadas,
los perfumes ocultos que insisten
, cantando, sin ocultar
sus rostros que quieren mordernos.


                                                                      AMMANDA

sábado, 14 de julio de 2012

ALFREDO

a Rosario Lazaroff
alfredo era el amor de la vida de mi mamá
y no era mi papá
era un tipo extraño
usaba sombrero y fumaba pipa
le gustaba sentarse siempre en los mismos lugares
uno era el lado izquierdo de la cama
de mi mamá

el primer día que lo vi era más joven
que el último día que lo vi
evidente
sin embargo en este caso queridos amigos
la juventud es cosa compleja
era como los beatles en las fotos del balcón que están los cuatro
en la primera parecen más viejos que en la segunda
porque la juventud tiene que ver con la libertad
no sé si me explico
alfredo se fue poniendo joven con el tiempo
y con mi mamá

al tipo le gustaba el rock and roll
era morocho de ojos negros
pelo largo
no hablaba mucho pero uno tenía la sensación
de que decía un montón de cosas
por ahí solo dejaba que nos imagináramos
lo que quisiéramos
era su pequeño secreto de prestidigitador
y la paloma
recién salida de la galera
volaba para mi mamá

a veces nos encontrábamos en un balcón
o en mi cumpleaños
le gustaba adivinar cómo me sentía
se te ve, si, se te nota
me reía nerviosa y los dos cómplices
nos mirábamos como si fuera tan obvio
lo dejaba pensar que tenía razón
total su certeza cobijaba el sueño
de mi mamá

ella cocinaba
él en el marco de la puerta
nunca vi un tipo pararse tan bien
exacto espacio para envolverla
y dejarla pasar
en el camino una caricia de amor
los planes de todas las cenas
el fuego de la chimenea
el sonido del teléfono en medio de la risotada
mamá feliz por primera vez
todas y cada una de las veces
difícil de creer
evidente

no era mi papá
mi viejo es otra clase de tipo
es mi viejo
alfredo era el amor de la vida de mi mamá
le gustaba su buzo negro de lana gruesa
y sus ojos verdes
cosas que a mi me gustan también
su abrazo delicado

hay una imagen que no se va
una noche en un bar los dos borrachos
bailando en la medialuz
de mis veinte años
mi mamá de repente
una mujer que también puedo ser
qué alivio

renacidos el uno en el otro
iban de la mano por la calle
y yo pensaba bien de él
aunque mi mamá me pidió las llaves de su casa
me sacó de su intimidad
para vivir en serio
porque su cuerpo era el descanso
la fertilidad
qué mejor ángel para mi
bienaventurados los que creen que la vida
no tiene formas ni secretos únicos

para la escritura
alfredo se me termina nomás
es que no supe mucho de él
nos reíamos como si fuera tan obvio
le regalé un par de cosas
creo que siempre le emboqué
un disco de rock and roll
y otro más
un cuadrito de bahía
hecho de todos los colores
como su amor

alfredo era y ya no es
el verbo ser no tiene aliados
un día se murió y se fue
mamá se quedó sola
con sus ojos verdes en llamas
más hermosa que nunca
quisiera tantas cosas
quisiera haberle dado este poema

la muerte es un dolor en calma
sin ninguna desesperación

La Gata Flora

jueves, 12 de julio de 2012



 cuando me dispongo a terminar un relato, a corregir todos sus pormenores, desde las faltas ortográficas, hasta cualquier error gramatical, forzado o no, es que me di cuenta de cuanto me gustaba esta foto.
 una vez discutí largo y extendido, con una amigo, sobre el arte. lo recuerdo muy claro, sus palabras saliendo como dardos, mis oídos necios esperando el silencio. no me importaba nada de lo que iba a decir, yo tenia una respuesta, yo con el no estaba de acuerdo. tan así es que no puedo evocar sus palabras textuales, como quisiera, yo, un enamorado del recuerdo. retengo el disenso, el desacuerdo y puedo evocar mi punto de vista sobre lo que el trata de decir, de exponer
 quiero invitar a todos a mirar la foto, observarla, sin misterios.
 me pregunto yo, ¿que pasara por sus cabezas?, ¿que lugares recorrerán en el infinito mundo de la imaginación? 

muchas gracias

ernesto

martes, 10 de julio de 2012

Hombre Tren


Le gustaba ir a ese barzucho a apuntalar el vicio. “Apuntalar”, verbo que le encantaba por musical y certero. “La bebida es perra…” le había dicho un viejo cantinero “…la mejor amiga del hombre”. “Del hombre melancólico…” le había faltado agregar.
Caminaba resguardado del frío en su viejo chaquetón, aquel bordado con un montón de parches para evitar que el viento se cuele sin permiso por los agujeros. Bordeaba las vías del tren, el bar quedaba dos cuadras más allá de la estación central.
Desde pequeño tenía cierta fascinación por lo trenes; “El Borda” (un amigo del barrio) sostenía que esa misma fascinación lo había convertido en el cocainómano empedernido que era ahora. “Lo tuyo es como más abstracto…” le decía “…ves unas líneas y las tenés que seguir”.
Tenía razón, siempre, como embobecido, tenía que seguir los rieles. Para colmo, su casa de toda la vida quedaba a cinco cuadras de donde pasaba el tren. Miles de veces salió de su hogar con un rumbo fijo pero al ver las vías de tren, su sangre hervía y preso de una fuerza incontenible, se veía obligado a desviarse del camino, a olvidar completamente hacia donde iba y cuando quería acordar se encontraba caminando (de nuevo) junto a los rieles.
A veces bastaba el silbido del vapor a la distancia para que en su cabeza aparecieran vías. Ni bien digería el sonido, tomaba cualquier abrigo (porque siempre hacía caso a su madre y salía bien abrigado) y salía rumbo a la estación.
A los doce años, cuando escuchó “Jacinta” por primera vez y escuchó a Mateo decirle que se apure porque se le iba el tren, no lo dudó dos veces, tomó su campera y enfiló como un rayo hacia donde corre el tren.
Bastaba la imagen de un tren, en un libro o en la tele, para salir disparado hacia los rieles. Recordaba muy bien que cuando lo llevaban en auto a la escuela y tenía que cruzar inevitablemente la vía, si su padre había calculado mal el tiempo y la barrera estaba baja, tenían que luchar abiertamente. Su padre durante un tiempo lo pudo controlar. Cuando chico, lo lograba neutralizar fácilmente. Era sostener con una mano el volante y con la otra a su hijo, mientras éste pataleaba y en ocasiones, se daba la cabeza contra el vidrio. Cuando la barrera finalmente subía, su padre aceleraba con tal fuerza que el auto iba escupiendo nubes de polvo por detrás. El niño, al dejar de ver las vías, giraba su cabeza hacia delante, hacia el horizonte y con los ojos llorosos, degustaba la angustia de no haber cumplido su deseo. Ni bien fue creciendo se hizo más fuerte y la sola mano del padre no bastaba para frenarlo. Se escapó muchas veces del auto y corría como una caballo desbocado al compás de las vías.
Ahora de grande, caminaba, bordeando las vías del tren. Las miraba como quien contempla una pared en blanco, como si ésta significara más allá de lo que es. Llegó al andén de la estación. En el correr de un minuto observó por última vez sus pies sobre las vías y enfiló hacia el barzucho, dejando las vías atrás, pisando calle y vereda.
Un cartel que decía “…AR” lo recibió, la B faltante hacía de barra para un borracho que chupaba vino cortado con frío afuera del bar. Saludó con un gesto de cabeza, quien se cría en barrio sabe que por respeto siempre hay que saludar, aunque no se conozca. El borracho ignoró el código barrial, estaba tan distraído sonriéndole a la luna (a través de su botella) que ni se percató de que alguien pasó a su lado y lo saludó.
El hombre tren ya estaba adentro, emborrachándose de humo de tabaco y del vapor humano que emanaban las otras locomotoras humanas.
El Borda lo saludó con la mano desde la puerta del baño y con la misma lo invitó a entrar.
Ahora en el baño aspiró con fuerzas, sobre el espejo acostado sobre la pileta, un tramo de vías blancas que la humanidad del Borda construyó para él. La revolución industrial comenzaba, a falta de carbón negro, el hombre tren se contenta con nieve blanca mientras prende un pucho, silba humo y transpira vapor.

Elugo