martes, 23 de abril de 2013

LA SOMBRA (Primera Parte)



Siempre me llamó la atención que un edificio tan importante tenga una entrada que si no se presta atención puede pasar desapercibida. Como todas las de esa cuadra, la construcción tiene tres pisos y su disposición tripartita es fácilmente distinguible desde la calle. Aberturas rectangulares en planta baja, ventanas con un arco curvo en el primer piso y balcón en el último; todas con sus respectivos postigos de madera. Exactamente en el medio y apenas retranqueada del resto de la fachada se ubica la entrada principal. La puerta es de madera oscura con delicadas molduras en las esquinas superiores y está sostenida por cuatro enormes bisagras negras. Su desproporcionado espesor —cinco o seis pulgadas, sin exagerar— hace que cada una de las hojas pese más de doscientos kilos, por lo que si el día es ventoso, se necesitan al menos dos personas para poder maniobrarla. Visto desde la calle, el edificio puede resultar, si no se tiene en cuenta el estado de conservación y la exactitud de su geometría, un tanto parco.
Al final del pequeño pasillo de acceso, a escasos metros de la primera, está la segunda puerta; un rectángulo de madera que sirve de marco para un grueso vidrio que va de piso a techo. A media altura, dos barras de bronce —las cuales se usan para empujar— cruzan horizontalmente cada una de las hojas. Una vez atravesada esta segunda puerta, el ruido de la calle se disipa por completo y solo se escuchan los sonidos propios del edificio. Frente a la entrada está el primer tramo de la escalera de mármol que es precedido por un pequeño espacio que sirve como hall. Alto como el edificio, el lugar es iluminado por un tragaluz que ocupa todo el techo. Después de esos primeros quince escalones hay un amplio descanso de donde salen, en dirección opuesta al primero, dos nuevos tramos de escalera. En cada piso se desemboca en un vestíbulo que recorre el perímetro de las escaleras como si fuera un balcón continuo. En cada uno de sus lados hay cuatro puertas y en las esquinas aparecen sendos pasillos.  Al igual que en el apretado hall y en el descanso de la escalera, el piso es de mármol está dispuesto en cuadrados blancos y negros colocados en forma ortogonal. En medio de cada tramo del vestíbulo, cuatro sillones individuales de cuero negro y una pequeña mesa con algunos periódicos esperan alguna espera.
Una puerta se abre y un instante después se cierra. Un taconeo de algunos segundos altera el silencio del vestíbulo hasta que nuevamente una puerta se abre y se cierra de inmediato sin dejar escapar ningún otro ruido. La sensación es un tanto ambigua; la luz que viene de encima, el silencio y el mármol dan cierta paz y el ambiente parece calmo, sin embargo, es esa misma frialdad la que muchas veces inquieta.  
Entré a la recepción mientras me desabrochaba el abrigo intentando aliviar el sofocón de haber subido las escaleras casi corriendo. Sentada en su escritorio, la secretaria conversaba con otra mujer. Al notar mi presencia la mujer que estaba de pie se despidió y caminó hacia la puerta. Algo sorprendido por su atractivo, la quedé mirando por un instante. Vestía una falda ajustada y una camisa blanca que con elegancia marcaban sus generosas curvas. Caminamos en sentidos opuestos y cuando nos cruzamos en medio de la recepción ella me sonrió con amabilidad mientras se acomodaba el pelo.
—Buen día —dije todavía envuelto por el perfume que la mujer había dejado flotando en el aire.
—Buen día señor Sanecasse —respondió la secretaria desde el otro lado de la habitación. Qué bueno que llegó, el doctor lo está esperando hace un buen rato, ha preguntado por usted durante toda la mañana.
—Si, lo sé. Fue una mañana complicada ¿Tiene idea de que se trata?
—Señor Sanecasse, usted sabe que si yo lo supiera, tampoco se lo diría.
—Entiendo, ¿puedo pasar?
—Por supuesto, sólo déjeme anunciarlo.
La mujer descolgó un teléfono, marcó un número, esperó un instante, murmuró algo y volvió a colgar.
—¿Quiere dejar eso aquí?
           —Si, le agradezco —respondí mientras le entregaba mi abrigo.
           —¿Va a querer un café?
           —No, muchas gracias.
           Atravesé un pasillo precedido por la secretaria. Al llegar al final abrió la puerta de la oficina principal y con un sutil ademán me indicó que entrara. La habitación era muy amplia. La luz que se metía por las dos enormes ventanas era sosegada por cortinas de tela traslúcida. Las paredes estaban enteramente revestidas en madera y en dos de sus lados había estanterías repletas de libros —con los lomos— todos iguales; esos que parecen para decorar y no para leer. Cuando escuchó que la puerta se abría, el doctor Kollmann, que estaba mirando por la ventana, giró y miró hacia la entrada.
—¡Miguel!, ahí está usted.
—¿Como le va doctor? —respondí inmediatamente.
—Ya te dije que me llames Enrique —me aclaró mientras se acercaba estirando el brazo para estrecharme la mano.

6 comentarios:

  1. miguel¡, que bueno tenerte otra vez por el toman, se esperaba tu regreso y no fallo, me gusto el texto, sobre todo el final, me quede con ganas de saber que pasa, estaremos para la dos
    abrazo

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  2. me gustó el texto, detalle a detalle fui creando en mi mente el ambiente con claridad, espero la segunda parte!

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  3. Yo lo llamaría "el genio de la descripción". Tanto detalle y bien descripto genera intriga, por lo menos a mi. Que sea venga la 2

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  4. A todos nos alegra tenerlo de regreso.
    Me gustó la asimetría del relato (obviando la parte de que esto es solo una primera entrega, es decir tomando esto que tenemos acá como el todo) en que la descripción larga del edificio ocupa la mayor parte del texto. Me gusta la expectativa que va generando, eso que se va formando adentro nuestro y que nos dice "si se está tomando este tiempo, esta energía para describir el edificio, que bueno va a ser lo que está por venir".
    La anticipación de la felicidad es también la felicidad misma.

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  6. Llego tarde, recién leo. Es un texto muy hermoso, tan bien escrito. Me gusta que haya una voluntad de sostener el tedio de la descripción. Me hizo pensar en el cine, en la atmósfera construida por los detalles exhaustivos. Esa cosa de agotar un espacio, de investigarlo todo, completo; de pelear contra lo inabarcable. Espero la segunda parte del relato.

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