miércoles, 10 de abril de 2013

Kill the writer



No lo seguía nadie. Nunca fue la voz cantante de nada; nuca la unanimidad de las voces se resumía en su opinión. Siempre quiso, pero no.
Jamás logro que le preguntaran su postura frente a ninguna decisión. De chico le imponían los pasos, le condicionaban el trajinar. Cuando adolescente no lo querían ver crecer;  el pibe no se animaba a bailar -¡ignoraba el don que tenía!- porque no daba para expresarse a tal punto de parecer libre. 
El límite fue siempre su horizonte, un horizonte incómodo, ya que lo tenía apretándole el pecho todo el tiempo, en todos lados. Ese horizonte, encimado a su cara, le pinchaba los ojos, marcaba cortes en sus labios, le dificultaba el habla, su única genuina posibilidad de expresión.
De grande hablaba poco y avaramente, así, como para sobrevivir. El murmullo era su grito. Sus conquistas sexuales eran gracias a su encanto natural; las minas se desarmaban ante su inmensa vulnerabilidad, cuando no lo terminaban pateando en el suelo directo a las costillas.
 El muchacho estaba preso en sí mismo. Le gustaba la cornisa, sí, pero estaba encarcelado entre sus miedos, el asombro ante la existencia y el amor. Consiguió comprar una casa, alimentar a su hija –milagro del cielo- que había tenido con su única pareja, pero nunca supo donde encontrarse con él mismo,  con su motivo, no daba con la vibración que lo mantuviese donde él quería estar.

Y le preguntaban: ¿Dónde te gustaría estar? A lo que contestaba con el ruido de la distancia, estallaba en silencio…

Busco en cielos de otro país, en ruidos de calles sin nombre. Nunca despego sin su música y un día hasta se enamoro de un libro. Y aunque kilómetros y cicatrices, de nuevo la soledad: voz muda que aturde y decapita las ideas.
Sentía que el futuro ya estaba atrás de él: adelante no había nada. A los cinco, los catorce, los treinta y cinco años: adelante no había nada. Ni en las mujeres, las drogas, los amigos, los amigos del diablo: el pique no aparecía, no brotaba de ningún lado.

Pero un día, cuando sintió que literalmente el corazón se le escapaba de las manos y daba contra el suelo, encontró una solución. Ahí fue cuando empezó a escribir.

Nunca nadie leyó su poesía.
¿No será que vida es ausencia de muerte?
Desde antes de nacer, este escritor ya estaba muerto.
(Aunque todavía respira)

Seba


5 comentarios:

  1. Sebita, que bueno verte, siempre es bueno.
    Intenso texto lleno de sentimientos, e imposible no verse por lo menos en alguna parte de el.
    Abrazo grande hermano.

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  2. genial seba me encanto, una fuerza este texto, genial
    abrazo bro

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  3. Guau, me gustó mucho porque casualmente también venía pensando bastante en esa retórica de la muerte. muy linda historia

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  4. Es él, somos todos.
    Buenísimo!

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  5. que grande hermano abrazo a ese poeta ya muerto...

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