jueves, 18 de abril de 2013

La Cita III

Una vez fuera de la consulta, receta en mano el padre lo forzó a ir a la farmacia a comprar el medicamento. Tenía una infección en los riñones. Era muy común en los Garcilazo, a partir de la década y media comenzaba ese mal congénito, que por generaciones sacudía este apellido. El seguía sin entender como la doctora podía saber eso, no exteriorizo sus dudas, solo quería comprar el remedio e irse a su casa.
Su padre tenia otros planes, luego de visitar la farmacia lo llevo a un barcito, el cual oficiaba de oficina personal. El mozo, un señor alto, pelado, canoso y con un bigote espeso y bien cuidado, se arrimo. Saludo con una gran confianza, hubo risas, abrazo y palmadas en la espalda. Se retiro para volver con una picadita liviana: chorizo seco, queso, maní, un poco de jamón y unas tostadas. Como ya sabia que tomaba el señor Alberto solo se dirigió a Osvaldo.
-¿Que va a tomar amigo?
Osvaldo, que para ese momento era un mar de contradicciones, no lo dudo.
-Una cerveza- dijo con vos firme.
Pero su padre, levantando la mano izquierda, con la palma entera abierta y sus dedos mirando al cielo, fue la vos del juicio, de la responsabilidad.
-El amigo esta jodido de los riñones, mejor me le traes un refresco cola.
Estas palabras calaron hondo en su corazón, fueron como disparos certeros, puñales fríos que rasgaban todo lo hermoso que en el habitaba. Era un desafío a su esencia, a su adultez, a su independencia, a el mismo. Experimento una fuerte corazonada, de esas que tanto rédito le avían dado en su vida, con mujeres, con amigos, con problemas y estudio. Tenia que pararse e irse, lo supo clarito, y más lo sabía cuanto mas miraba a su padre. Dueño del lugar, del presente, de toda la realidad del bar, su ego atravesaba todos los cuerpos y los inundaba con su confianza sobre exaltada. Pero por más que quiso, que sabía lo que tenia que hacer, no lo hizo. Quizá fue el miedo, ¿miedo a que? A ser libre, a plantar cara ante la irracionalidad, de creer, de tener fe. Cuando se quiso acomodar en la silla, un intenso dolor lo alerto, sus riñones. Fue un dolor puntual, fuerte y agudo, un pinchazo rápido y certero. Contuvo su grito, se mostró fuerte y eso le agudizo el dolor.
La noche encontró a Osvaldo llorando despacio, lagrima por lágrima, cada una parecía pedir permiso para deslizarse sobre su cutis blanco y suave. Aun era muy joven, era apuesto, pero esa noche todo estaba ausente, sus ojeras, su whisky doble, su desden. Era la imagen de un solitario hombre de 60 años, con una perdida que nunca supo sobrellevar. En cambio su padre, usando una amiga de confidente era arrogancia y decisión. Masticaba rabia y no entendía como su hijo era tan irracional, tan irrespetuoso. “Le ofrecí dinero y me miro con odio, como si yo no fuera su sustento, te digo, creo que lo malcríe mucho”.

5 comentarios:

  1. finalmente me resulta que La Cita fue siempre entre el joven y la verdad de las cosas, su realidad, que aunque triste y deforme fue sin máscaras al encuentro. pero me quedo con que después de ver ese rostro algo en él va a tener que cambiar: algún día te vas a parar y te vas a ir a la mierda, Osvaldo, te vas a ir a la mierda...

    ResponderEliminar
  2. Tal vez mucho le falto la vida, pobre dirian...

    ResponderEliminar
  3. Me encanta cuando vas en las descripciones al detalle más minúsculo.
    Go ahead!!
    Muy lindo.

    ResponderEliminar
  4. está clarito jaja! me gustan estas narraciones asi que haces por partes, lo llamarias un cuento? Arriba tito está muy bueno
    mari

    ResponderEliminar