martes, 1 de noviembre de 2011

Aluviones caen

“¡Aluviones caen, aluviones caen!” gritaba desaforado el niño, exigiendo a su garganta para darse a escuchar en toda la casa. Corría por el pasillo y gritaba “¡Aluviones caen, aluviones caen!” Esta frase le había quedado estampada en el cerebro, la atesoraba como quien guarda un lindo recuerdo para batallar el olvido. La había descubierto en uno de los tantos libros que poblaban la biblioteca de su padre.
“¿Qué aviones caen mijito?” preguntó su abuela, ensordecida por el tiempo y por el canto incesante de la lluvia.
Nariz contra la ventana, el niño contemplaba el aluvión, que formaba una delicada y fina cortina de agua que vestía los grises campos. “Aluvión abuela, aluvión. Con este tiempo los aviones no pueden volar. Son aluviones los que caen” contestó sin voltear su cabeza, con la soberbia de un hombre sabio.
Su abuela sonrió “¿Y qué quiere decir eso de que los aluviones caen?”
El niño titubeó y rascando sus cabellos meditó su respuesta “Lo leí en un libro de papá. Es un decir, creo que se refiere a cuando la lluvia cae así… tan fuerte”
Seguía con la vista fija allá donde muere el valle, al pie de la montaña, observando atentamente como el aluvión descendía y empapaba todo a su paso, aquella imagen lo fascinaba de sobremanera, lo mantenía embobecido, como hipnotizado.
Su abuela dejó a un lado las agujas de coser y se arrimó hacia la ventana para acompañar la mirada de su nieto.
“De niña también me gustaba mirar el aluvión caer” El niño dirigió su rostro al de su abuela, reflejándose en esos ojos grandes y vidriosos. “Me gustaba más su sonido, el chapoteo constante de las gotas en el techo de chapa” Su abuela se veía emocionada, como movida por dentro por una viva imagen de su memoria.
“El canto de la lluvia siempre anticipaba la llegada de papá. Siempre que llovía volvía antes a casa. Con mi hermana jugábamos a quién lo veía primero. Yo podía distinguirlo hasta dos cuadras a la distancia, ahora no puedo ni distinguir el aljibe de aquel jardín, lo veo todo borroso” Su nieto rió. “Ese no es el pozo de aljibe, es el horno de pan de los vecinos”.
“Viste, es esta lluvia que no me deja ver. Esta niebla detestable que cubre todo y le oculta todo a uno. Ya me cansó hasta el gorgoteo intermitente este, ¿es que acaso no va a parar nunca? Prende la radio Joaquín, así lo silenciamos con música” Joaquín se alejó de la ventana y encendió la radio, sintonizó la emisora que sabía le gustaba a su abuela y se acercó a ella. Tomó su mano y le preguntó “¿Podés ver a papá? ¿Es aquel que viene allá en la esquina?”
Su abuela enmudeció, sumida en el encanto que tejía la música de fondo y el aluvión cayendo, no pudo escuchar a su nieto. Joaquín miró de nuevo hacia afuera, luego hacia su abuela y así un rato. Se preguntaba si al crecer terminaría como ella, envejecida, desesperanzada… capaz de comprender que aluviones caen y que éstos no siempre anticipan la llegada de quienes se fueron lejos.
Elugo

4 comentarios:

  1. que lindo! me gusto empila lugo! mas corto verda?!!
    hermana de seoane.

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  2. esta muy bueno eluguito, arriba
    saluddd
    no preciso decir quien soy porque como decía alguien, a quien cito un profesor mio, la verdad es única

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