martes, 25 de octubre de 2011

¡Salud!

Creo firmemente que al cuerpo uno no debe engañar, sino hacer caso a todos sus reclamos. De esta manera uno se conserva sano, de lo contrario uno se enferma, se envenena solo.
Así, cuando tengo que estornudar lo hago, nunca me resisto. Y de qué estruendosa manera. Mi estornudo se puede escuchar a dos cuadras a la redonda, hago temblar el mismo suelo.
Detesto a las personitas que tímidamente se guardan los estornudos, qué necesidad. Compadezco a esos seres que ni bien anticipan la llegada del estornudo hacen un esfuerzo sobrehumano por contenerlo, sus rostros en fricción muestran una lucha interminable, en sus caras arrugadas por la fuerza se nota que voluntad y contra voluntad batallan incansablemente.
Y cuando es demasiado incisivo el impulso e imposible de frenar despiden un estornudo avergonzado de si mismo, como si temiera su razón de ser. Un estornudo que aparece y se esfuma enseguida, en el correr de un segundo, un estornudo temeroso, murmurante.
Estornudos complacientes, estornudos tímidos y fugaces, estornudos que no llegan a ser estornudos, estornudos que piden permiso para ser expedidos al aire.
Que estupidez la de excusarse por algo tan natural a uno.
Por algo se define al estornudo como un mecanismo de defensa del cuerpo, es necesario y vital para conservar limpio el aire de los pulmones.
Lo que haya de malo dentro que salga para afuera.
Acto reflejo, impulso provocado, algo tan imposible de reprimir como un deseo profundo.
Así que no entiendo, no logro establecer empatía y comprender a aquellos que en gestos laboriosos se impiden un merecido estornudo.
Compadezco a los pobres pero a un mismo tiempo me irritan, quisiera zarandearlos y sacudirlos, lograr que su ¡achís! resuene en los oídos de todos, que crezca hasta asemejarse al grito de un japonés enfurecido.
No me inspira confianza quien reprime su estornudo, quien se priva de algo tan simple sólo por falsa y modesta cortesía debe esconder algo peor dentro suyo, algo que latente, espera el momento de surgir a la superficie, ya sea por la nariz, por la boca o por cualquier otro orificio circundante.
No tolero tampoco a quienes quieren aminorar la carga sonora de sus estornudos, como si este llegara a molestar a alguien, como si no merecieran el seguido “Salud” que corresponde a los mismos.
Los entendería si viviéramos en otro siglo, en aquél atestado por la peste, en el que sí era motivo de paranoia un simple estornudo. En aquellos años oscuros un estornudo era sinónimo de muerte y destierro por el estigma de la peste.
Aquel que estornudara debía ser inmediatamente denunciado mediante la exclamación “¡salud!”, que funcionaba como una oración para bendecir el lugar y evitar el desarrollo de la peste, pero que también estigmatizaba a quien acababa de estornudar como si fuera un campesino portador de la desconocida enfermedad.
¿Esta estigmatización del estornudo acarreará consigo una adaptación evolutiva del propio hombre que generación tras generación cultivó la represalia al mismo?
Suerte que el mundo no está plagado de cristianos castradores de narices que estornudan y hay lugar para los otros, que interpretan esta manifestación natural del cuerpo con otros sentidos. 
Están aquellos paganos que creen en los estornudos como presagios; los eslavos que opinan que el estornudo a continuación de una afirmación significa la confirmación del propio Dios de que se habla con la verdad misma; los indios que saben que cuando alguien estornuda es porque es recordado por un ser querido; los japoneses ególatras que piensan que cuando estornudan es porque alguien está hablando de ellos y los aztecas que afirman que si un varón estornuda es porque su esposa le es infiel en ese momento.
He aquí varias razones para cargar a un estornudo de misticismo y desechar su carga negativa y su condición de maleducado.
He aquí mi propia experiencia, que intenta transmitir el sentido liberador de un buen estornudo.
Desde que tengo uso de razón obvié las órdenes de la etiqueta social y me dedique a cultivar el gusto por el estornudo.
Con los años fui mejorando mi técnica y me volví un maestro en el arte de estornudar. No sólo mi estornudo causa admiración en los demás mortales sino que cuando lo hago, el eco de mi potente estornudo retumba en las orejas de los dioses, haciéndolos pegar un salto del susto.
Uno tiene que advertir su llegada, ni bien siente que su nariz se prepara para inhalar galones de aire, debe preparar su abdomen, volverlo elástico y hacer subir de rebote su diafragma para que el aire salga disparado lo más rápido posible de los pulmones.
Se dice que la velocidad promedio de un estornudo varía entre 55 y 65 Km./hora  pero les aseguro que he alcanzado velocidades impensadas; me acuerdo una vez que esperaba en una esquina por el cambio de luz en el semáforo, en ese momento intuí su advenimiento, medité los segundos previos para alcanzar un estado total de concentración y cuando solté mi estornudo salió disparado a tal velocidad que en el correr de un segundo alcanzó la frente de un desdichado transeúnte que esperaba en el semáforo de la otra esquina, haciéndole “volar el jopo” literalmente.
Mi familia ya está acostumbrada, que no les resulte curioso verlos de tapabocas por un tema de precaución y seguridad, pues como estornudo con tanta pasión a veces esparzo saliva por doquier (hemos tenido que cambiar los muebles más de una vez debido a que cuando me dan estornudos en seguidilla los recubro con una capa de mucus imposible de quitar).
Me pasa que hasta suelo decir cosas cuando estornudo, sin intención alguna y en lenguas indescifrables para mi.
Cierta vez me encontraba en la plaza independencia, ubicado justo a los pies del prócer. Vi venir el estornudo y volteé la cara para no mancillar el honor de Gervasio. Luego de pegar el grito que siempre acompaña mis estornudos, se me acercó una pareja de turistas japoneses que me empezaron a hacer reverencias y a decir cosas que no pude entender. Me invitaron a comer sushi y a tomar unos sakes, y pasé una amena tarde japonesa comunicándome a base de estornudos (para ello llevé conmigo un frasquito de pimienta, enseñanza que le debo al Tom y al Jerry y a los muchachos de Acme).
Otra vez, en la escollera del puerto estornudé al lado de un marroquí y este me ofreció hachís. Pase un rato tratando de hacerle entender que no quería comprarle que simplemente había estornudado.

Espero que estas apreciaciones sobre el complejo tema del estornudo les sirvan de algo y los ayude a estornudar con más libertad y sin tabúes, a estornudar cómo se debe, cómo dios manda. Así que les mando un ¡Salud! por anticipado.
Elugo

7 comentarios:

  1. ahh pero vos sos pa atras, te ofrecio un marroquí venderte hachís y le decis q no, y ni pensaste en la banda.
    vos sí q te comes los mocos.

    ResponderEliminar
  2. Independientemente del contexto, ¿soy la única persona a la que le genera placer estornudar? tal vez tiene su explicación bológica, me remito a algún entendido. Saludos

    PD: ¿Es realmente cierto lo de los japoneses y el marroquí?

    ResponderEliminar
  3. Bueno permiso, haber nene cuidado.
    Yo estoy resfriado y estornudando desde el año 2004 y nunca me guarde un estornudo, he llegado a conectar 30 seguidos hasta que se me achican los ojos y comienzan a llorar.
    No tengo cara ni de lunes ni martes... ni tampoco tengo cara de domingo, tengo cara de estornudo y mi vida es una mierda.

    ResponderEliminar
  4. jajaj bueno vieja, dicen que nosotros los narices grandes estornudamos con más frecuencia. Así que empezá a disfrutar cada estornudo.
    Con respecto a los japoneses y marroquíes, todas anécdotas verídicas, nacidas de la propia experiencia.
    Y Seoane si no le quise comprar al marroquí era porque me quería hacer pasar por hachís un faso paraguayo de mierda y encima carísimo...

    ResponderEliminar
  5. ... un día la imaginación comenzó a mermar en el tomandrogan, y otro día seoane dijo "me voy a hacer la otoplastia, no aguanto mas, no quiero parecer mas el elfo claudio"

    ResponderEliminar
  6. el anonimato te da ocurrencia parece

    ResponderEliminar
  7. el anonimato es una situación de inmunidad inacepatable en un estado de derecho. la persona actúa de manera irresponsable bajo la protección, bajo la égida de ese silencio que es su nombre y en desmedro de sus responsabilidades cívicas, morales y éticas como sujeto de deber y derecho.
    lo mismo sucede con la edad de imputabilidad.
    este domingo la ciudadanía vota con el arma en la mano.
    vamos uruguay!

    ResponderEliminar