Peteco Huruguyaga era un tipo simple, un tipo normal, común, de esos que pasan desapercibidos. Si hay algo de lo que alardeaba era de su falta de complejidad. Se enorgullecía de su sencillez.
De bebé cuando lloraba, lo hacía bajito “como para no joder a sus padres”. Así creció flacucho, como no se le sentía el llanto sus padres se olvidaban hasta de darle de comer.
Desde chiquito no le gustaba destacarse por nada, ni llamar mucho la atención. En la escuela, cuando sabía algo no se atrevía a levantar la mano por el temor a mostrarse superior a los demás y cuando no se podía contener y lo hacía, era de manera tímida, como que su brazo pedía permiso al aire para levantarse. Cuando la maestra le daba la palabra contestaba en tono bajito y daba una respuesta cortita y al pie. Se sonrojaba cuando la maestra lo felicitaba y la vez que se sacó un Sote, se puso tan nervioso y tan emocionado que se meó encima. De ahí en adelante se conformó con Bueno y algún que otro Muy Bueno pero nunca más se atrevió a sacarse un Sote (era demasiado).
Cuando le preguntaban que quería ser, él contestaba firmemente: “…y algo no muy complicado… algo cómodo y seguro… oficinista, me gustaría trabajar como funcionario público”. Ahí ven, ya desde chiquito el tipo criaba aspiraciones mediocres pero humildes. Ustedes se preguntarán que pobre criatura pretende ser un burócrata de pies a cabeza, pero este es el caso, Peteco desde que tenía uso de razón quería trabajar en una oficina, preferentemente en la intendencia.
Así fue creciendo y cumpliendo con su cometido de ser un hombrecito insulso y gris, de gustos simples, de mediocre timidez.
Su comida preferida era el arroz con queso, ni siquiera se tomaba el atrevimiento de condimentarlo con alguna especia exótica. Amaba el sabor del arroz con queso y no se iba a arriesgar a probar algo nuevo.
Desayunaba y merendaba siempre lo mismo: un vaso de leche sola con un pedazo de pan (si, sólo pan, ni siquiera una mantequita, un membrillo, una mermelada).
Cuando se daba el lujo de ir por algún heladito, pedía un cucurucho simple de vainilla (siempre de vainilla) sin ninguna salsa, ni chispitas que atentaran contra su sencillez nata.
Perdió su virginidad en un cabaret y cuando lo hizo, la señorita que lo atendió le preguntó que quería, él respondió firmemente: “simple, nada de completo” y así fue que conoció las simples bondades del placer sexual.
Cuando visitaba un carrito pedía una “hamburguesa simple” sin jamón, sin queso, sin huevo, sin picantes de ningún tipo, sin mayonesa, sin Ketchup, sin siquiera lechuga y tomate. El pan y la hamburguesa, con eso le bastaba, que se iba a andar haciendo el pretencioso cuando él lo que quería era una rica hamburguesa.
Muchos lo acusaban de mezquino y de que era un tacaño de novela pero el tipo era fiel a sus principios de austeridad, su lema era “la vida no es para darse grandes lujos”.
Así fue que por su afán de sencillez y simpleza nunca se creyó digno de una mujer, por lo que pasó en soledad su vida.
Y ese complejo de simpleza (porque aunque él no quisiera verlo, en sus inhumanos esfuerzos por mantenerse simple estaba siendo un acomplejado bárbaro) terminó desgastando su cuerpo y su mente.
Era simplemente antinatural lo que hacía y el tipo reprimió tanto sus deseos que un día le dio un patatús y quedó hecho un vegetal.
Se podrá pensar que tanto esfuerzo no fue en vano, pues unos parientes lejanos se ocuparon de conseguirle una enfermera (la cantidad de dinero que Peteco tenía ahorrada en el banco alcanzaba para costear todo un pabellón de especialistas médicos) y así el tipo pudo descansar y disfrutar de su vida simple, convertido en algo igual de sencillo que cualquier plantita de por ahí.
Elugo
Simple, esta lindo.
ResponderEliminarme gusta. Oscar Wilde decía que lo simple es el último refugio de lo complejo. igual yo creo q se convirtió en vegetal por propia voluntad, por evolución, como los saiyajins.
ResponderEliminaresta bueno, arriba elugo mejorando su producción
ResponderEliminarbien elugo me gusto
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