viernes, 7 de marzo de 2014

Somos todos orientales

...y de repente, me dirigía en tren hacía Las Piedras, cuando en la estación de Colón se subieron un montón de molestos asiáticos que no dejaban de ir de un lado hacía el otro, tomándole fotografías a cada detalle del vagón, al resto de los pasajeros, al paisaje y a cada carrito tirado por caballos que se cruzaba delante de los lentes de sus monstruosas cámaras. Iba sentado muy tranquilo en mi butaca, estudiando el átomo (como suelo hacer en los viajes a Las Piedras) y de un momento a otro dos de ellos se sentaron delante de mí a jugar con un aparato tecnológico de última generación. Grande fue mi sorpresa (y fastidio) en el instante en que comenzaron a expeler una serie de exclamaciones UOH!, UOH!, en claro festejo auto satisfactorio por haber logrado pasar de nivel seguramente. Poco tiempo después comenzaron nuevamente. Yo seguía concentrado en mi lectura, el átomo es un constituyente de la UOH!, UOH!, materia UOH! ordinaria UOH! Levanté la vista y comprobé que festejaban otra vez, acto seguido se acercó otro asiático que tenía aspecto de ser mayor que los lúdicos chinocas que me acompañaban. UOH! exclamo llevando sus manos abiertas cerca de las sienes, UOH! le respondieron. El anciano extranjero se retiró, sólo para volver con un par más de espectadores foráneos que viendo la pantalla, al unísono exclamaron infinidades de uohes creando una especie de reacción en cadena de orientales sobreexcitados que se retroalimentaban y todos llevaban sus manos abiertas a sus respectivas sienes mientras se miraban y gritaban UOH! a un mayor volumen y abriendo cada vez más sus pequeñas bocas como peces. Yo, a esa altura, más que intrigado, bajé el libro hacia mi regazo, puse mis dos manos en el, miré a los ojos a quien tenía la tablet en su poder y levantando las dos cejas al mismo tiempo que alzaba un poco la cabeza me hice entender. Él, sin dar ni exigir ningún tipo de explicación, giró el artefacto, dejándome ver que desde cuatro mazos de cartas, éstas, una a una, iban cayendo hacía el fondo de la pantalla dejando estelas, como el velero libertad. Cuando miré a mi alrededor, comprobé que todo el vagón era una orgía de perpetuo movimiento y ruido de flashes, que mezclado con susurros y uohes lejanos provenientes de otros espacios del tren, comenzaban a producirme una sensación de sofoco. Seguramente mi cara de alarma debe haber sido lo suficientemente clara como para hacerme entender nuevamente, porque la misma persona que me había hecho partícipe de su logro, asentía repetidamente con la cabeza. Su compañero (o compañera, no pude discernir bien) se dedicó a mirarme cómo si yo fuera el extraño y de un momento a otro, y sin mediar ninguna palabra, ni antes ni después, despidió un eructo que por poco logra cambiar de lugar la raya de mi pelo, desde la parte izquierda de mi cabeza hacia la zona media. Definitivamente se había comido un chorizo en un carrito y no tuvo una actitud prudente con el chimichurri...

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