...y
de repente, me dirigía en tren hacía Las Piedras, cuando en la
estación de Colón se subieron un montón de molestos asiáticos que
no dejaban de ir de un lado hacía el otro, tomándole fotografías a
cada detalle del vagón, al resto de los pasajeros, al paisaje y a
cada carrito tirado por caballos que se cruzaba delante de los lentes
de sus monstruosas cámaras. Iba sentado muy tranquilo en mi butaca,
estudiando el átomo (como suelo hacer en los viajes a Las Piedras) y
de un momento a otro dos de ellos se sentaron delante de mí a jugar
con un aparato tecnológico de última generación. Grande fue mi
sorpresa (y fastidio) en el instante en que comenzaron a expeler una
serie de exclamaciones UOH!, UOH!, en claro festejo auto
satisfactorio por haber logrado pasar de nivel seguramente. Poco
tiempo después comenzaron nuevamente. Yo seguía concentrado en mi
lectura, el átomo es un constituyente de la UOH!, UOH!, materia UOH!
ordinaria UOH! Levanté la vista y comprobé que festejaban otra vez,
acto seguido se acercó otro asiático que tenía aspecto de ser
mayor que los lúdicos chinocas que me acompañaban. UOH! exclamo
llevando sus manos abiertas cerca de las sienes, UOH! le
respondieron. El anciano extranjero se retiró, sólo para volver con
un par más de espectadores foráneos que viendo la pantalla, al
unísono exclamaron infinidades de uohes creando una especie de
reacción en cadena de orientales sobreexcitados que se
retroalimentaban y todos llevaban sus manos abiertas a sus
respectivas sienes mientras se miraban y gritaban UOH! a un mayor
volumen y abriendo cada vez más sus pequeñas bocas como peces. Yo,
a esa altura, más que intrigado, bajé el libro hacia mi regazo,
puse mis dos manos en el, miré a los ojos a quien tenía la tablet
en su poder y levantando las dos cejas al mismo tiempo que alzaba un
poco la cabeza me hice entender. Él, sin dar ni exigir ningún tipo
de explicación, giró el artefacto, dejándome ver que desde cuatro
mazos de cartas, éstas, una a una, iban cayendo hacía el fondo de
la pantalla dejando estelas, como el velero libertad. Cuando miré a
mi alrededor, comprobé que todo el vagón era una orgía de perpetuo
movimiento y ruido de flashes, que mezclado con susurros y uohes
lejanos provenientes de otros espacios del tren, comenzaban a
producirme una sensación de sofoco. Seguramente mi cara de alarma
debe haber sido lo suficientemente clara como para hacerme entender
nuevamente, porque la misma persona que me había hecho partícipe de
su logro, asentía repetidamente con la cabeza. Su compañero (o
compañera, no pude discernir bien) se dedicó a mirarme cómo si yo
fuera el extraño y de un momento a otro, y sin mediar ninguna
palabra, ni antes ni después, despidió un eructo que por poco logra
cambiar de lugar la raya de mi pelo, desde la parte izquierda de mi
cabeza hacia la zona media. Definitivamente se había comido un
chorizo en un carrito y no tuvo una actitud prudente con el
chimichurri...
MUY BUENO TERWAL!
ResponderEliminarMuchas gracias, me alegro que te haya gustado.
ResponderEliminargenial don walter, bienvenido y lo esperamos pronto
ResponderEliminarsalud