El padre sostiene al niño, meciéndolo
de un lado a otro, precipitándolo sobre la quebrada. “Así te
volverás baqueano” dice, y extiende sus brazos sobre el
acantilado. El pequeño, calzado en los antebrazos del padre mira al
vacío. Sin vértigo alguno, ríe. El padre, insatisfecho, se acerca
aún más al borde de la quebrada. El viento cosquillea los pies del
pequeño, que no teme mirar hacia abajo, para así reír. Al adulto
lo exaspera la inconsciencia del niño; qué más pretende un padre
aparte del hecho de infundir miedo a su hijo. La irreverencia del
niño punza fuerte en la cabeza del padre, que cauteloso, se atreve a
dar unos pasos más. En ese momento, uno de sus pies zafa y todo su
cuerpo, impulsado por el peso del niño, se tambalea hacia adelante.
Cuestión de vida ó muerte, el padre logra mantener el equilibrio y
empujarse hacia atrás, cayendo de espaldas, con su hijo en brazos.
Éste ríe alevosamente, pareciera mofarse de la palidez de susto del
rostro paterno.
Parry Cida
excelente! que vorágine, no se, muy bueno
ResponderEliminar¡Me gusta mucho! Que hermosa la inocencia e inconsciencia de un niño. Gracias por el texto; vamo arriba el toman que se va levantando!
ResponderEliminarSalú
Me hizo pensar en Quiroga, gustó.
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