viernes, 28 de febrero de 2014

La Caldera

Sentí el chiflido de la caldera y no logré sacarla en el momento justa antes que el agua se desbordara. ¡Otro día de mala suerte! Odiaba hacer esas idiotas apuestas conmigo misma. Ellos volverían a tratarme de la misma irritante manera y yo nuevamente tendré la falta de coraje suficiente para no responderles tales ofensivas ofensas. Él no me llamara y yo procuraré pensar que la culpa de todo la tiene la caldera; intentaré perdonarlo y esperaré con ansias su llamado el día siguiente; caminaré por la misma calle que el temido viejo, creeré en dios por unos segundos y rezaré para que me proteja, quizás me tire piedras y yo tan concentrada en mis plegarias las sentiré justo cuando lleguen a mi brazo y me retuerza por ese temido dolor. Me costara dormirme, quizás ni pueda hacerlo, tomaré las pastillas que el médico insistió que abandonara, probablemente sueñe, que la caldera nunca se desbordó.

g.

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