En ese mismo momento recordé “no tengo más aceite”.
Las papas, peladas y cortadas, tendrían que esperar para pasar a mejor estado,
suerte para ellas, bueno en realidad ya estan muertas o desplantadas, que se
yo.
Hace cuatro días que no salgo de mi casa más aya del almacén,
pero hoy esta cerrado, tengo que ir al súper. 3 cuadras me separan del objetivo.
Miro la alacena, la heladera: no tengo chancees, estoy vacío, no tengo plan b,
el aceite es fundamental.
Me visto lento, pausado, pensando en cada acción. Me
pongo un short deportivo, una remera media maltrecha y unas chinelas que están
pidiendo el pase a retiro hace meses, al parecer el BPS no opina igual que
ellas, suerte para mi, otra vez gana el patrón. Lo pienso un segundo y me
cambio el short, me pongo uno de anchos bolsillos. Deposito en ellos las
monedas que suelen reposar en la cómoda esperando esa última semana, donde la
malaria las rescatara del olvido.
Creo que me estoy transformando en un bicho, se que
es temporal, no me preocupa. Odio a la gente en su estado “compradores de
súper”, sin dudas que soy mejor que ellos. Observo a un rubiecito treintañero
que no sabe si elegir pan integral o regular, pobre diablo. En medio de un nubarrón
de pensamientos sin sentido llego a la caja, deposito el aceite en el mostrador
y le estiro la plata.
-¿Y el desodorante? ¿No lo vas a pagar?
Este comentario me levanta de mi letargo, me
incorporo en mis sentidos, giro sobre mis hombros para ver al rubiecito con una
sonrisa de oreja a oreja. Vuelvo la vista, miro a la cajera, con mi mejor cara
de póker, y me río.
El también se ríe aireadamente, pero pronto una
expresión de seriedad vuelve a su rostro e insiste en su comentario.
-Señora el muchacho se robo un desodorante, de los de
barra, lo tiene en el bolsillo derecho de la bermuda.
A todo esto tengo al guardia de seguridad, un
veterano retirado de alguna fuerza publica. Me mira fijo y me hace la pregunta
incomoda. En eso vuelvo a posar mis ojos sobre el rubio cara de sorete, y
aciento.
-Si, me estoy
llevando un desodorante, no tengo para pagarlo, no se, perdón, mala mía.
La vergüenza era total, la gente, bicho hijo de puta,
le encanta este espectáculo, me miran como si fuera el carnicero de auztrich,
empiezan los cuchicheos. El rubio me observa, impasible, ya no ríe, me
inspecciona.
-Sos un botón hijo de puta, rubio sorete- Es lo
primero que me sale.
El guardia “me invita” al famoso salón oscuro. Lo
sigo con la mejor cara de “que me importa”, volví a los 10 cuando te mandaba la
maestra a la dirección. Ahora tengo más del doble y me agarraron tratando de
robar un desodorante.
-¿Así que sos vivo vos? Guacho mal cagado.
-Mire señor, la verdad no hay nada que pueda decir a
mi favor, que se yo, perdón, plata no tengo, le juro, solo para el aceite.
Mejor me voy y no vengo más.
-No, no. Tan fácil no la vas a sacar. Espera acá que
voy a llamar a la policía.
Trato de frenarlo, le insisto que no tiene sentido,
que es un desodorante, si bien es algo, si bien quise robar, no da para meter a
la policía. Le pido perdón más verdadero, o talvez más desesperado. El guardia
no me hace caso y me deja en la habitación, al costado del depósito de bebidas.
Mientras que por un lado pienso en la cagada en la que me metí, otra parte de
mi parece no caer del todo. Se ríe y piensa en robar unos jugos en sobre que
están a unos metros de mi brazo derecho. Esbozo una sonrisa por mi espíritu
rebelde.
tito