martes, 6 de marzo de 2012

El Hipocondríaco

Mi nombre es Porfirio Echeverría. Se puede decir que soy un hombre sano. Me levanto temprano como recomienda mi doctor de cabecera, a eso de las seis treinta, siete… Ni bien me despierto, me tomo el pulso, siempre es bueno saber a cuanto está el ritmo cardíaco de uno. Valores dentro de lo normal, nada de lo que alarmarse. Ahora un momento crucial, de mi postura horizontal debo verticalizarme para sentarme en la cama. Lo hago. Mis vértebras y articulaciones responden exitosamente… esperen… noto un leve crujido en mi lumbar inferior. Lo anoto en mi libreta. Hora de reincorporarme. Me calzo las pantuflas ortopédicas y me pongo de pie. Nada de que alarmarse. Mi sentido del equilibrio sigue agudizado como siempre. Camino unos pasos hacia el baño para empezar con mi rutina de inspección. Primero lo primero, masajeo suavemente mi vejiga y me dispongo a orinar con total tranquilidad. Ningún ardor percibo, el pichí fluye cual cascada natural. Creerán que es momento de tirar la cisterna, pero no… mi sentido de autoconservación me obliga a llevar un meticuloso control de las sustancias que mi organismo despide. Por eso a mis orines los conservo en frascos esterilizados (que obtengo al por mayor de un proveedor del farmacéutico de mi barrio). Huelo y saboreo el líquido antes de sellar el frasco. ph. exquisito. Color amarillento que me inspira dorados de atardecer. Ahora a proseguir con el auto chequeo, me toca el examen rectal. Con un tubo similar a un enema, me ocupo cuidadosamente de examinar mi próstata, introduciéndolo suavemente en mi cavidad rectal. Sospecho se sentirán asqueados, pero sólo al principio resulta incómodo. Luego uno se acostumbra. Supongo que muchos de esos jóvenes enfermos de homosexualidad, se la contagian porque el ano se les acostumbra a la rutina. Hasta ahora vengo olímpico, ni un indicio de enfermedad. Momento de chequear mi epidermis. Con la ayuda del espejo del botiquín y el espejito que siempre llevo en mi bolsillo, me dedico a examinar mi piel en busca de granos, lunares, manchas y aberraciones por el estilo. Para esto, divido mi cuerpo en zonas de diez centímetros cuadrados. Cuento 25 lunares, 13 granos y 5 manchitas. Saldo: 2 lunares que lucen sospechosos, 11 granos muertos por causas explosivas, 2 granos sobrevivientes, 3 manchas que inspiran problemas. Anoto en mi libreta. Me higienizo como le corresponde a un hombre de bien. Chequeo mi reluciente dentadura, buscando flojeras molares. Nada. Debo estar masticando bien. Desayuno una banana y un vaso de jugo de naranja. Defeco. Cual paleontólogo apasionado en su búsqueda de fósiles, exploro mis heces en busca de indicios de catástrofe. Todo luce normal. Luego de verificar la sensación térmica del exterior, elijo mis ropas de acuerdo a la ocasión climática. Salgo de casa, claro está que antes de salir tomé las debidas precauciones: me calcé mis guantes esterilizados y el tapabocas. Con tanto virus en la vuelta y con tanto atolondrado que te estornuda encima en cualquier esquina, no es sensato tentar al destino. Camino hacia el hospital. Siempre camino, nunca subo al transporte urbano. Considero a los ómnibus los más prolíficos caldos de cultivo. De repente toso, suerte que estoy a pocas cuadras del hospital, tal hecho no debe alarmarme. Estando en la esquina, toso nuevamente, esto ya es para preocuparse. Anoto en mi libreta y detengo a un desconocido para obtener una segunda opinión sobre el tema. Éste, al ver mi aspecto sigue caminando, al tiempo que me propicia una serie de insultos, de los cuales escucho únicamente “proyecto de alien”. La gente es tan desconsiderada, no me sorprende que se anden enfermando. No me puedo quedar de brazos cruzados cuando mi vida está en juego. Llamó la atención de un nuevo transeúnte, esta vez una señora de aspecto pulcro y decente. Le pido amablemente escuche mí toser. Ella accede. Toso. Ella escucha. Me hace señas de que tosa nuevamente. Lo hago. Le pido que me brinde su opinión (aún sabiendo que no es la de un profesional). Me dice con cara de pasmada que no encuentra nada extraño, que debe ser una tos pasajera. Maldita ingenua, sabe cuantos inocentes han muerto de una tos pasajera. Le escupo un tosco agradecimiento y sigo mi camino. Avisto a unos metros a un policía. Es deber de la ley brindar asistencia a los necesitados. Tomo del brazo al policía. Éste me pregunta alterado que qué estoy haciendo. “Nada oficial, como buen ciudadano de a pie siempre acudo a la ley cuando hay problemas, necesito ayuda… escuche mi tos y dígame si nota algo raro”. Si estaremos mal que hasta los policías se niegan a cumplir con su deber servicialmente. Por poco termino en la comisaría. Le explico que mi tos puede significar mi muerte y el posterior desencadenamiento de una epidemia. Me toma como alguien cuerdo que cumple con su deber civil y me indica donde está el hospital. “Que allí me atenderán bien” me dice. Llego al hospital. En la recepción, Gladys, la recepcionista, me indica con un pesado gesto de cabeza que pase directo al consultorio. Típico de Gladys su malhumor mañanero. Espero en la puerta del consultorio 8. Dos señoras aguardan para entrar. En el correr de diez minutos, toso diez veces. Mi corazón se acelera. La puerta del consultorio se abre y la angelical voz del doctor Kollman aleja la guadaña de mi cabeza. Desgraciadamente llama a las señoras. Pero yo no soy alguien pasivo y siendo consciente de la fragilidad de mi vida, me antepongo a las señoras, pechándolas fuera del consultorio. El doctor Kollman no se ve sorprendido. Se lo nota un poco hastiado. No debe haber desayunado sanamente. Con el doctor ya somos como compinches. Aunque yo siempre mantengo el trato cordial y él como buen profesional que es nunca me tutea y siempre me habla seriamente. “¿Qué le pasa ahora Echeverría?” pregunta con voz solemne, propia de alguien cuyos títulos cuelgan en la pared. “Es esta tos”. Le hago una serie de demostraciones. “Me suena tuberculosa. ¿Se acuerda de los cassettes que le traje hace unos meses? Aquellos catálogos de toses de distintas enfermedades. Hice la comparación sonora y ésta se asemeja a la tuberculosa”. Mi caudal de conocimiento debe haber sorprendido al doctor. “¿Ha tosido sangre Echeverría?” me pregunta sabiamente. “No, pero puede que en una de estas toses lo haga” contesto astutamente. “Bueno Echeverría, cuando lo haga, venga y será atendido. Ahora, retírese que debo ocuparme de gente verdaderamente enferma” dice esto, casi empujándome afuera del consultorio. “Pero doctor, ¿y la tos?” pregunto desesperadamente. “Acá en la esquina hay un kiosco, hágame el favor, cómprese unos caramelos de propóleo y me deja trabajar en paz” me contesta muy sabiamente. “Gracias doctor, ha salvado mi vida nuevamente” le digo notablemente conmovido y viendo que las señoras me observan les digo “Permiso señoras, que mi vida depende de un caramelo”. Las señoras me abren paso y salgo casi corriendo del hospital. Caramelos de propóleo. Caramelos de propóleo. Es en lo único que puedo pensar. Avisto el kiosco y cruzo la calle a paso apresurado. Error mío. La tos me jugó una mala pasada. Toso. No miré a los costados. Vuelvo a toser. Paro de pecho un camión. Me fracturo el cráneo ahí mismo. Muero. Y todo por una tos perra…
Elugo

10 comentarios:

  1. jajaja genial Augusto!

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  2. bienvenido el renovado toman! muy bueno todo.

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  3. Al fin de pusiste las pilas augusto y empezaste a publicar a tus muchachos!

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  4. Muy bueno eh tiene estilo. El final llega a una excelente cima que, opino, me resulto un poco "corta pal' disfrute"; me hubiese gustado saber como quedo el cuerpo de Porfirio mal doblado ahí en el pavimento, como una de las heces de su inodoro supongo.
    Un lujo botija saludos cordiales !

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  5. ejjmmm... venía tan bien y se cayó al final!

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  6. bien elugo sos es el campeón. me alegra de sobremanera la vuelta de Augusto. ya extrañaba al excéntrico de los martes

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  7. Con la carita de luquita y willy al lado del espacio para comentar me siento intimidado así que voy a decir que todo es perfecto.

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  8. quería disfrutar con mas detalles de la pronta muerte de Porfirio...
    El Lobo celebra la vuelta del toman vamo y vamosss!!!

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  9. Gracias por los comentarios! Admito que me ganó la ansiedad y apuré el final del texto... puede que haya nuevas entregas de Porfirio Hipocondria!

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