miércoles, 26 de septiembre de 2012

Fin del Invierno


Eran las tres de la tarde en el reloj de la televisión. Afuera una tormenta agresiva comenzaba a gestarse, llovía mucho, el viento distribuía el agua sobre cada árbol, cada baldosa, cada peatón. De lejos pero con apuros parecía venir un monstruo de altas patas con un gran torso, como una tortuga gigante con cuatro eléctricas piernas: el monstruo curioso, ingenuo, se instalaría sobre Montevideo y rompería todo lo que más pudiese por más de veinticuatro horas. Los periodistas intentarían subir a su lomo para conseguir imágenes exclusivas; en las redes sociales sus usuarios como por alienación mental colgarían fotos de sus dentaduras a espaldas de algún auto aplastado por un semáforo o una chapa voladora incrustándose en una vidriera comercial. Pero hasta entonces, eran las tres de la tarde y el monstruo todavía estaba lejos. Mi primo me hizo una llamada al celular, estaba en la puerta de mi edificio: apagué la tele y baje las escaleras. De regreso en el apartamento y mientras él veía por la ventana como el cielo se revolvía, le acerque una toalla y ropa seca. Me agradeció con los ojos contentos y una punta ya colgando de sus labios. Le pregunté si tenía las pelotas muy mojadas y riéndose bastante me confesó que sí. Puse agua a calentar en la cocina para aprontar un mate; a esa altura la habitación ya estaba llena de aire rico y en los parlantes sonaba Flite de Cinematic Orchesta. Entre golpes en las costillas nos dijimos que hacía mucho no nos veíamos y era una vergüenza que eso sucediese. Hablamos sobre nuestros últimos pasos sobre el tablero, luego me contó de una pelea de boxeo que yo no había visto. Después nos abrazamos al comprobar que ambos teníamos entradas para ir a ver a Nacional esa misma noche, aunque la emoción disminuyó cuando evidenciamos que eran para diferentes tribunas. Es un grato momento cada vez que nos vemos con el primo Joe.
El vapor desde la caldera se hacía escuchar hacía un rato, fui por la yerba, mate y bombilla. Los trapos mojados de mi primo colgaban sobre la estufa a gas apagada. Había papeles por todos lados, acordes de canciones, prácticos de Español I, una cuadernola con mi lápiz 0.5 y la goma encima. Sobre el amplificador, frente al catre disfrazado de sillón, estaba el cenicero a igual distancia entre nosotros dos. Mi perro obligaba a mi primo a que lo acariciase, no le otra dejaba opción. Y entre mates humeantes, tabaco y la armonía ahora de Man With a Movie Camera nos dispusimos a hacer lo que hacíamos desde chicos cuando estábamos juntos, sin nada que hacer: inventar realidades paralelas o directamente distorsionar la ya vieja y conocida…
- Para mí los seres humanos vamos a terminar siendo todos calvos –sentencié mientras procuraba no quemarme la piel con el agua hirviendo en el termo– por una cuestión de adaptarnos a los nuevos climas que se vienen y se seguirán dando.
- ¡Jajá! ¿Decís? Sería cómico, todos con gorritas onda condón capilar –decía Joe mientras se estiraba una media de fútbol seca que le había alcanzado. En ese sentido, y llevando esta idea un poco más al carajo, también usaríamos trajes aislantes, platinados, bien justitos al cuerpo, porque entiendo lo de pelarnos por el calor ¿Pero en invierno? Esto me hace acordar a una película..
- Quedaríamos a imagen y semejanza del prototipo de un extraterrestre. Ya dejaríamos lentamente de ser terrestres, estamos lentamente dejando de ser terrestres… -dije rascándome la cabeza sin encontrar demasiado fundamento a lo que había escuchado salir de mi boca.
- ¡V Invasión Extraterrestre! En esa serie los Visitantes se filtran entre los humanos para, yendo al punto, robarles el agua y cosecharlos a ellos como alimento –afirmó Joe redondeando con dos fuertes chupadas a la bombilla, de esas que hacen que chille la yerba.
- Quizá seamos parte del proyecto de una raza superior –aporte con cara de boludo. La tierra poco a poco irá dejando de ser un lugar humanamente habitable. , aumentará mas la pobreza a la velocidad de la tecnología, el hombre empezará a mirar para arriba como posible salida viable de lo que se supone son los últimos tiempos del planeta Tierra.
- Capaz terminamos viviendo en praderas de suelo muerto, en grandes cápsulas acondicionadas, tramando ya los últimos detalles del despegue final hacia otra galaxia – decía mi primo parado frente a la ventana con un puño cerrado contra el pecho, graciosamente sobreactuado, mientras las gotas golpeaban el vidrio como queriendo atravesarlo.
- Y estamos hablando de una transformación que se daría de forma inconsciente –insistía yo aplastando un tabaco contra el cenicero. Todo será táctil, todo lo necesario podrá conseguirse apoyando levemente la yema del dedo, se daría una mutación en los sentidos, cambiarían las necesidades básicas…
- ¡Jajá! Eso también pasa en la película Wall-E de Pixar –me recordaba Joe para que la conversación se fuera definitivamente a la mierda y los dos nos riéramos de todo y nada al mismo tiempo, como dos pendejos, rodando por el living.
 Pasaron horas, más humo, mas de tres discos, incluso en un momento recuerdo haber tocado la guitarra mirando como afuera el día se deshacía mientras el dormitaba un poco, mal apoyado sobre uno de sus brazos. El horizonte de ventanas permanecía inmóvil contrastando con todo lo demás. Seguramente había libros que debía leer para la facultad, en el cuarto estaba todo tirado, los platos de la última cena seguían malolientes en el fregadero, pero en pocas horas estaría mojándome a propósito en el estadio Centenario para ver a mi cuadro y contaba con la grata compañía de mi gran primo Joe: todo estaba bien, no había nada de qué preocuparse… Si bien los temporales a veces son inevitables, en otras ocasiones uno los elige, elige tener que lidiar contra las inclemencias que amenazan, sacar alguna victoria de eso. De otra manera no podríamos gozar de la resaca, de la derrota con final feliz, del paraíso que parece la vida una vez que se termina el tour nocturno por el inframundo.
 Ese día, ya caída la nochecita, mi primo y quien escribe nos preparamos para salir a la tormenta, fuimos felices haciéndolo. Queríamos dar con el agua, sí, por eso nos arropamos bien, queríamos dar contra el viento, sí, y por eso también nos hicimos de coraje para restarle importancia a su presencia. Salimos a la calle y ahí comenzó lo mejor: el agua nos daba con fuerza en la cara, inmediatamente las piernas se nos empaparon, las gotas se filtraban por los zapatos y el viento conspiraba para que cada paso fuese complicado, diferente al anterior. Como dos indigentes arrastramos las piernas por calles y avenidas, cada uno con su pensamiento perdido en diferentes abismos, lejos el uno del otro pero a la vez muy cerca. Los dos éramos uno contra el cielo de nubes barrocas.
 Y así moría el invierno, en su mejor momento. Esa noche y todo el día siguiente quedarán en la historia meteorológica de nuestro país. No solo muchos quedaron sin sus casas, una señora del interior perdió a su esposo y sus dos hijos, se los trago la furia de un arroyo y la impaciencia de un hombre. Cada ciudadano es fanático de alguna anécdota personal en aquel largo día que duró unas treinta horas. Por mi parte no cuento con ningún suceso digno de ser narrado de aquel temporal, solo estuve en las primeras horas con mi primo y no me importo más nada que ir a alentar a mi equipo. Durante la tormenta me dedique a ser feliz, más allá del frío, de la soledad en aquella tribuna sabiendo que Joe estaba igual que yo al otro extremo del estadio, más allá de que Nacional ese día quedaría afuera de la copa perdiendo bien, superado dignamente por un equipo ecuatoriano totalmente irrelevante en el fútbol latinoamericano (dicen, que cuando Nacional fue a jugar a Ecuador, lo recibieron como “al primer equipo tricampeón mundial invicto en visitar su Estadio Federativo Reina del Cisne”, nos sabían grandes, y el problema fue que nosotros también). Esa noche me fui acompañado de un amigo de la infancia, un cigarrillo, y muchas dudas. Maldito sea el roce en la entrepierna, cuando uno está mojado y con las articulaciones acuchilladas por el frío… El monstruo ya estaba sobre nosotros. A mi primo Joe no lo encontré más. Así tenía que ser. Nada del otro mundo. Todo sucede como debe suceder. Vendrán veranos, otoños y más primaveras. Por ahora eso es todo. Por ahora.

                                                                             Seba

4 comentarios:

  1. Wow Sebita. Q buen cuento! Q buen rato me hiciste pasar en el horario de trabajo! Q bueno verte por acá!

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  2. Excelente relato me encanto

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  3. Seba! que buena sorpresa.
    Llego un poco atrasado a leerte pero no me arrepiento porque fue una linda lectura de sábado al medio día.
    Tiene momentos que me gustaron pila y que me hicieron sentir nostalgia de esas tormentas que hacen que todo lo que pase dentro de una casa este mas unido. La inclemencia de afuera une lo que pasa adentro. Un matesito música lluvia y si es compartido mejor todavia.


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  4. excelente! año y medio después llegue y lo volví a leer, excelente

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