- Buenos días.
- Buenos días, su nombre?
- Seoane.
- Seoane?
- Sí.
- Ese es su nombre o su apellido?
- Mi nombre, a secas.
- Por qué motivo viene?
- Para presentarme al puesto de redactor en la sección cultura. Vengo a hablar con el señor Lagos.
- Bueno. Espere un momento. Siéntese por ahí.
Con la mirada me señala una hilera de tres bancos colocados contra la pared. Voy y me siento.
Dos o tres días atrás vine por primera vez a hablar con el jefe de redacción. Lagos. Era de tarde y afuera oscurecía. A nuestro lado se podía ver a los periodistas enfrente a las computadoras y sentir como el ruido de los teclados martillaba nuestras voces, lo poco que quedaba del día. Vení dentro de dos o tres días que capaz tengo algo para vos, me dijo.
Y acá estaba.
Y acá estaba.
Ahora, a media mañana, la sala de redacción estaba casi vacía y todavía se podía sentir la actividad de la tarde flotando por encima de las maquinas como un fantasma.
Lo primero que me llama la atención es ver a una persona sentada en la esquina de un sofá, con los auriculares puestos y una taza de la que sale un humo caliente. Tiene la mirada perdida y fija, en el sentido en que le damos a esas palabras cuando la mirada no apunta a un lugar determinado del mundo físico. Su mirada me atraviesa sin necesidad de modificarse, sin prestarme atención.
No se cuanto tiempo de espera tengo. Me lamento por no haber traído un libro.
Miro a la persona sentada. Con movimientos delicados mueve la cabeza mientras entrecierra los ojos. Con una de sus manos se golpea la rodilla, como golpeando las teclas de un piano invisible. Los movimientos son controlados, y los hace solo por momentos, como por raptos. El resto del tiempo está inmóvil, exactamente igual a como lo vi por primera vez.
Con esa capacidad de la música para interactuar y transformar todo lo que toca, estará viendo el mundo de una manera distinta a como la vemos el resto de nosotros. Más armónico, más poético. Más doloroso. Me viene a la cabeza una imagen y la escribo: como si estuviese viendo el mundo a tráves del vidrio de un acuario. Nosotros no debemos ser para él más que animales acuáticos, grandes peces un poco torpes, respondiendo sin saber a un compaz, a unos tiempos, a algunas notas, como el tiempo corre sin saberlo de acuerdo a las agujas que marcan el reloj.
Me pregunto que estará escuchando. Pero se que es imposible que me atreva a preguntarle.
Un poco para pasar el tiempo me empiezo a imaginar el fondo de esa persona. Con lo poco que tengo a mano. Un hombre sentado, solo, de piernas cruzadas, el humo caliente, la mirada perdida entre una música que desconozco.
Conoce dos o tres verdades y estas le bastan para moverse en el universo que se ha construido, pienso, como un marinero precisa los cuatros puntos cardinales de su brújula para moverse por la llanura del mar interminable.
Quizás de todos los momentos del día, este sea el más tranquilo, el que más espera.
Imaginé a un hombre escapando constantemente de las confidencias y de los espejos.
Imaginé a un hombre escapando constantemente de las confidencias y de los espejos.
En determinado momento se levanta y se va.
Cerca mio se encuentra un tipo alto con pinta de bueno revisando una pila de diarios. Me mira y me pregunta si estoy esperando a alguien y por qué motivo estoy acá.
- Estoy esperando a Lagos. Vengo a presentarme para el puesto de redactor de cultura.
- A mira que bien. Y ya has publicado alguna otra cosa en algún diario?
- En realidad no.
- Bueno está bien, por algún lado hay que empezar.
- Si, supongo. Che una pregunta, el pibe ese que estaba sentado. Quién es?
- El que estaba ahí? Pablito, macanudo, trabaja acá hace poco. Lo conoces?
- No, en realidad creo que no. Capaz lo vi en algún lado.
- Puede ser, Montevideo es chico.
- Si, es verdad.
Mientras, pasa el tiempo. De repente la mujer en recepción me llama.
- Señor, si, disculpe.
- Si?
- Usted estaba esperando a Lagos?
- Si
- El señor Lagos dice que no puede atenderlo
- Ah Bueno. Paso en otro momento
- Bueno, como usted quiera
- Bueno. Que pase bien
- Igualmente
Bajo las escaleras. Camino las calles. Una persona sentada, sola, de piernas cruzadas. El humo caliente. La mirada perdida entre la música de Schumann.
Quién es él? Por qué me obliga a escribir esto?
Seoane