Movió la mano automáticamente y se volvió a rascar la nuca, una conducta reiterada a lo largo de esa noche. No tenía ni puta idea de lo que estaba haciendo. Se paró, estaba caliente, fuera de sí, trató de respirar, se calmó, se volvió a sentar.
Era un tipo grande, calvo, de cara regordeta y convicciones fuertes, no pasaba de los 50. En su vida nunca pensó que el destino le iba a poner semejante carga, a él, un simple profesor de educación física, que hijos de puta, seguro se lo hacían de gusto, se estarían riendo los otros desgraciados, que mamaderas. Su esposa lo había dejado porque él no podía dejar la joda, le encantaba el trago y alguna que otra estudiante, siempre mayores. Preferentemente recibidas, tenía algún tipo de ética profesional que le ponía frenos, no era cualquier cosa, era un tipo respetado, por algo le habían encomendado ese gran trabajo. No era para cualquiera motivar, dar un aliento de esperanza a esos que perdieron la fe, no era fácil. Sintió que su trabajo era en vano, no tendría resultados, la delegación oriental estaba muy desmoralizada.
El apartamento no era grande, un living comedor, dos habitaciones, la cocina y un baño bastante chico. Uno de los cuartos hacía de oficina, tenía una mesa, tres sillas y una ventana muy pequeña, que daba a un pozo de aire. Por suerte estaba ahí porque sino el humo del cigarro lo habría viciado por completo. Esos días estaba perturbado, no conseguía aferrarse a una idea y desarrollar, eso le molestaba, mucho.
Volvió a pararse, caminó de un lado al otro, esperando algo, lo encontró. Le dieron ganas de fumar, pegó la vuelta, agarró un cigarro, lo prendió y se quedó detrás de la silla, se apoyó en ella con sus dos manos mientras sostenía el pucho con la boca, cerró los ojos. Se vio a él mismo frente a muchas personas, estas se miraban, cuchichiaban, unos reían por lo bajo, otros tenían una sonrisa burlona. Los más buenos ponían cara de comprensión, eran pocos. Abrió los ojos y pateó la silla con toda su fuerza.
-¡Aaaaaaaa, la puta que me pario!
Se agarró la pierna, mientras seguía emitiendo un quejido cada vez más tenue. Rengueando fue hasta la cocina, abrió la heladera y agarró una cerveza.
Rendido, pensó que lo mejor sería prender un rato la tele, en una de esas, nunca se sabe. Fue hasta el living comedor, se hecho en el sofá. Buscó el control remoto pero no hubo caso, estaría en el cuarto. Se paró con mucho aplomo y decidía, haciendo el mínimo esfuerzo, y con la punta del dedo índice alcanz a prender la tele. Cuando ese misterioso aparato arrancó, estaban pasando el informativo, no iba a cambiar, ni siquiera lo pensó.
Poco a poco la cerveza iba jugándole una buena pasada, se sentía más calmo, feliz, relajado. De a poco de olvido del discurso, de la delegación, de sus problemas, de su ira. Pero todo esto fue efímero, porque lo que la vida da sin que se busque, así lo quita. La tv hablaba de una promoción de Mc Donald, donde uno podía ir con un acompañante a Londres a ver las olimpíadas, luego comentaba que esta compañía era la auspiciante de los juegos olímpicos. Cada palabra iba limpiando su sangre hasta el punto de que los efectos del alcohol se esfumaron, se encolerizó, se paró de golpe
-¡Hijos de puta, hijos de puta! Los voy a matar uno a uno.
De repente se acordó de muchas cosas, sus principios le volvieron al cuerpo, esto no podía ser, era el colmo del colmo, Mc Donald el principal auspiciante de los juegos olímpicos, no señor, no sería parte de esto, de esta injurio, de esta hipocresía mundial, pero que hijos de puta.
-¡Hijos de putaaa!
Agarró el teléfono celular, buscó un contacto y llamó. Era tarde, del otro lado nadie atendió, esperó, esperó y cortó. Se sirvió un vaso de whisky y volvió a llamar. Nada, no atendía nadie, pero no le importaba, esperó, esperó.
Temprano, como a eso de las 8 de la mañana, el ministro de turismo y deportes se levantó, fue al baño, orinó, volvió al cuarto y prendió la radio. Antes de ir a la cocina agarró el celular, vio que tenía dos llamadas perdidas de un número desconocido y un mensaje de voz. Discó *66 y esperó, del otro lado. Escuchó anonadado como una voz amenazante, verborrágica y muy iracunda despotricaba contra él, su madre, Mc Donald, la bic mac, los juegos olímpicos, Milton Wynants, Débora Rodríguez y cada uno de los deportistas Uruguayos de la delegación olímpica. Que cagada pensó el ministro precisarían otro gil para el discurso de despedida de la delegación.
tito