A continuación una posible explicación para dicho fenómeno.
A lo largo del tiempo han sido variados los selecionados de fútbol que lograron títulos, mundiales o continentales y que obtuvieron cierta hegemonía por sobre el resto, no son muchos los que lo han conseguido, pero en todos los casos (o en casi todos) se puede observar un patrón común entre ellos; equipos o selecciones de países poderosos tanto en lo político como en lo económico, con gran poder de inversión en proyectos futbolísticos profesionales; dirigentes, técnicos y jugadores dedicados pura y exclusivamente a su función y por supuesto con cifras y sueldos exageradamente altos. En todos los casos, menos uno, en Uruguay. Aquí sucede exactamente lo opuesto, un fútbol local pobre en lo económico, con sueldos e infraestructura totalmente amateur o semiprofesional en los mejores casos; una asociación rectora del futbol con innumerables inconvenientes, etc. Pero estos aspectos negativos son contrarestados por el amor y la pasión que el uruguayo tiene por el fútbol. Podrá faltar en el país cualquier cosa, pero si falta el fútbol, falta la vida. Y así se vive acá, amando, respirando, viviendo el deporte rey.
Es así desde los primeros años del siglo pasado y seguirá siendo así por el resto de los días.
El amor por el fútbol en el país es más poderoso que cualquier otro sentimiento o suma de dinero; acá lo que paga es la gloria, y quizás hasta por una cuestión genética a esta altura, la historia se seguirá tiñendo de celeste por unos cuantos años más.
Zapa
y el otro?
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