sábado, 22 de diciembre de 2012

Son los nombres


contra todo pronóstico
ella tenía razón:
la cosa está en la vida cotidiana.
levantarse este día atrás del otro.
serán los verbos, claro, los culpables.
hacer, comer, dormir, ir y venir.
¿por qué la conmovían más los nombres
si el tiempo está en los verbos?
mesa silla reloj y aparador.
¿será culpa del cine?
para el cine la mesa tiene alma.
esa mujer tan viva con sus ojos azules
me dijo “son los nombres”
pero mi soledad no la entendía.
reloj cama cuchara cielo patio
los nombres de las cosas 
son las cosas sin tiempo: la existencia.
cuando recuerdo el suyo
su nombre de mujer, antiguo y bello
su nombre que está lejos en la ciudad plateada
la pienso en el pasado del recuerdo
y es ella misma con sus ojos claros:
su nombre antiguo y bello me la trae
siempre igual con sus ojos y su pelo.
al verbo no se vuelve con altura
es eso que se usa y que se gasta
pero el nombre
reloj barco princesa luz marea
y  la escritura es otra vez campana 
que no suena, es sonido
que no late
corazón muerte gruta sol peligro
nombre nombre 
palabra.
                                        La Gata Flora

viernes, 21 de diciembre de 2012

Locura sobre un fondo de agua




I

 Vamos, había que tener mucha suerte para meter ese tiro, más para un tipo que no tiene ni puta idea de cómo se juega y que encima a esa hora de la noche está un poco borracho. Pero la bola decidió meterse sin demasiada timidez en la tronera y por un momento me sentí como el Johnny Archer sanducero. Cuando miré a mi alrededor con los brazos extendidos, un poco como  Cristo o el loco Mario Balotelli (más bien como Super Mario, si) me di cuenta que la mayoría de mis amigos no habían visto el tiro, o fingían no haberlo visto para molestarme. De repente yo era un loco queriendo convencer al resto de mi cordura. No lo viste? entró, en serio pelotudo, contá las bolas si querés. Intercambiando algunas variantes, claro, era como estar diciendo yo no la maté, te lo juro, fueron los aliens, en serio pelotudo, no te das cuenta que están jugando con nosotros. Una realidad horrenda donde al resto de las personas, además, de alguna forma eso les pareciera divertido, como en una pesadilla.
 Fue entonces  cuando él se acercó despacio, me dio la mano, y me dijo yo lo vi maestro. En ese momento comprendí que no me había reconocido y que no tenía sentido explicarle quien era, y que también de alguna manera era un alivio que no lo haya hecho y poder ser los dos unos extraños que comparten algunas palabras en medio de la noche.

II   

 Enseguida después de eso volvió al rincón en el que estaba. Desde mi lugar lo observé un tiempo, deteniéndome en el gorro de cowboy que usaba a pesar de tener todavía todos los pelos en su cabeza, en la manera en que encendía un cigarrillo detrás de otro, en el vaso en su mano que siempre daba la impresión de estar medio vacío. No hacía falta mucho para darse cuenta que estaba loco y también que estaba solo. Mientras lo miraba bailar y reírse me preguntaba si él se daba cuenta de lo que pensábamos los demás que lo conocíamos, antes de que ella lo dejara. Pensaba en la inocencia (o vaya a saber uno cuál es la palabra) con la que se mostraba así adelante de nosotros, en lo fácil que parecía perder la cordura, abandonarse. Verlo era darse cuenta de cómo no tenemos ningún derecho sobre la locura, ninguna posibilidad de apelación sobre la sentencia que se nos aplica, pues ser un loco es ser percibido como un loco por los demás. Por el contrario, pensaba, en el momento en que nos damos cuenta de que lo estamos nos alejamos sin saberlo de la locura, del mismo modo en que cuando recordamos que soñamos estamos ya cerca del despertar.

III   


 Yo lo conocí siendo un niño. Mis padres eran amigos entre sí y como tenían un hijo de mi edad yo comencé a era ir a su casa cada vez más seguido. Recuerdo que los dos éramos fanáticos del Bolso, los que nos daba una complicidad que una persona a la que no le gusta el fútbol nunca va a poder comprender. Recuerdo también de su casa el árbol grande en medio del jardín y la rueda de auto colgando como a veces se ve en las películas.


IV

 El final de la historia me lo dio mi madre. De alguna forma ya estaba escribiendo esta historia en mi cabeza cuando se me ocurrió preguntarle por el hombre, por Remy. 
 El recuerdo era más o menos el siguiente: una noche mi madre iba caminando junto con su amiga cuando de repente lo ve a él a unos metros, en la vereda de enfrente. Con un poco de inocencia se lo señala a su amiga, le avisa que Remy está cerca y que la está saludando. En este punto de la historia mi madre se detiene a hablar del rostro de Remy, de la sonrisa de Remy, de lo visiblemente emocionado que se encuentra. Pero su amiga sin mirarlo se dirige a mi madre, no voy a saludarlo, le dice, no lo quiero ni ver. No sé cuanto tiempo habrá demorado Remy en entender que el saludo no iba a llegar nunca o cuanto tiempo habrá mantenido la mano levantada, como también desconozco los motivos de su ruptura o si la locura es una causa o una consecuencia de ésta. Pero seguro sucedió en algún momento, seguro comprendió cuando dejó caer el brazo que era historia terminada, que ella no quería saludarlo, que no tenía sentido seguir pensando el tiempo como un nosotros.


V

 Aunque ahora que lo pienso el verdadero final lo imagino. Consiste en un hombre caminando calle abajo hacia el bar más cercano, un hombre decidido a sentarse en el mostrador hasta que la pena se convierta en la inconciencia de una sonrisa, decidido a regar la locura que de a poco iría creciendo hasta tapar por completo al Remy que conocíamos. El que me hablaba de Hugo De León y Luis Artime rodeado por los perros del jardín enorme. El que conocieron mis padres en los veranos que siguieron a la dictadura. Acercándose, Remy, con cada remada en el paisaje acuoso de la noche, al tiempo en que mirarlo sería ver las ramas floridas de su locura. Oculto como sus ojos en la sombra del gorro de cowboy con que lo vi esa noche.
 Esa misma noche que seguía volviendo a mi cabeza noches después, cuando levantaba el vaso y miraba el espacio y a las personas a través de la consistencia espesa del alcohol, pensando, como si estuviese sentado en el mostrador al lado de Remy, en lo fácil que era, en cómo se nos escapan las cosas de las manos, como peces en el agua.

                                                                                                     Seoane
    

jueves, 20 de diciembre de 2012

El transmisor



Cuando el reloj marco las 6:00 su alarma rompió el tranquilo silencio de una mañana de mayo. Estaba frío, el invierno se arrimaba, así lo indicaban los grados dibujados en un termómetro, en una calle desértica. Esto no fue impedimento para que la señora se levante y de por comenzado su día.
No llego a pisar el suelo, sus pantuflas la esperaban con el calido abrigo de la lana. Se puso un saquito. Era viejo y lindo; negro y estaba bordado con un rojo oscuro que le daba un detalle oriental. Pronta, se dirigió al baño, su primera parada “la parada obligada” como solía decir su difunto amante. Al concluir las cuestiones fisiológicas de primer orden, la señora se dirigió a la cocina.
Mientras el agua llenaba la caldera prendió la radio. Una voz ronca y áspera arengaba, cual político en campaña, parecía desconocer la hora, el momento, el seguía en enardecido trance. Con la caldera en la hornalla, comenzó a cortar un pan, lo rebanaba en pedasos de 5 cm de diámetro por 2 de ancho. Hacia mucho tiempo que su desayuno era el mismo: tostadas con dulce, un té, algún martín fierro y por ultimo el mate. Que recuerdos le traía este. Desde el mate cocido en su pueblo natal, único alimento de la mañana, pasando por su adolescencia bordando y zurciendo, hasta que fue mujer, se sebo para ella, le cebo a hombres y amigas. Ahora ahí estaba, sola, cebando para su alma.
Al terminar de comer se disponía a juntar la mesa, pero prefirió, termo y mate en mano, contemplar la preciosa vista que su hogar le ofrecía. Estuvo largo rato mirando, viendo como la naturaleza, sabia, terminaba de hacer lo suyo, como la mañana se desperezaba, limpiando nubes y regalando un precioso día.
Con pereza y mucho aplomo, pero con el entusiasmo de la primera vez, ella se fue deslizando en el sofá bien cerca del teléfono. Lo miro y suspiro, cual enamorada, que amigo había encontrado, volvió a suspirar mientras una sonrisa se dibujaba en su rostro. Cerró los ojos y recordó.

Tiempo atrás la vida se le había llevado al que la cuidaba. Esa persona que no hacia compromiso, que la miraba con intriga, con amor, con cariño. El posaba su mano sobre la suya y escuchaba sus anécdotas. Reales, inventadas, repetidas, nuevas, no le importaba, su forma de hablar le bastaba, era una narradora nata.
Al principio todo fue difícil, sintió que la vida ya no tenia sentido, no afano en ella todo la rebeldía de otras veces, de otras perdidas. Envejeció, se apreció muy sola, en un cuerpo que le era ajeno. Pero un día, eso cambio, fue por la pura magia de su vida, de su energía, porque esta mujer merecía revancha. Todo sucedió de una manera rara, loca, confusa, como no podía ser de otra manera. Una triste tarde de Septiembre se disponía llamar a un familiar, total no disfrutaba de nada para perder, en una de esas alguien se dignaba a visitarla, si lograba hacer que se acordaran de ella.
En el momento que discaba, la magia se apodero de sus dedos y quiso que en vez de digitar el número de un pariente, frío, lejano y ocupado, digitaran un teléfono que reposaba discreto en un living chiquito, en una casa en un barrio lejano.
-Hola ¿Estela?
-No, yo soy Rosa, ¿Quién es usted?
-Ay, disculpe, le disque mal, es que de donde vengo no somos muy duchos con esto de la tecnología.
-Señora, no se aflija, no tiene que pedir disculpas.
-Bueno, muy amable, que ande bien.
-¡Pere!, pere, usted disculpara mi atrevimiento, pero ¿Dónde es ese lugar de donde es usted, ese lugar de poca tecnología?
-Jajaja, ay doña, me hizo reír.

Y con esta simpleza, fue que aquel aparato le cambio el mundo, ahora ya no era una mera maquina más, desde ese día encontraría una revolución, un salto al más aya. Fue como si se le abriera un portal, un quiebre en el espacio que la trasladaba a lugares inimaginado, le permitía explorar los cuentos más raros, conocer gente loca y divertida. Alguna vez, simplemente escuchaba, desde problemas personales hasta chismes  viles y crudos. En cambio no falto oportunidad para poder seguir explorando sus locas aventuras de su juventud, o aquellos cuentos que poco a poco se llenan de guirnaldas. La tecnología había abierto una brecha que parecía infranqueable, la ponía en contacto con toda esa gente que esperaba ser timbrada, que agazapadazo en los lugares mas simples, raros, no importaba. Era una conexión, una victoria a la soledad, un grito a la vida.


                                                                                                             tito

martes, 18 de diciembre de 2012

Tarariras


  Distan los pies del hombre de la superficie del río. Su cuerpo termina de balancearse al son del canto de su hijo. “Pica, pica tararira” canta en susurro el niño. La tararira es conocida mordedora, entregada al placer de corroer la mugre entre las uñas del pie. Los viejos lo saben, por eso gustan de mecer sus pies debajo del agua, así los peces hacen su trabajo. Hoy no hay viejos. Sólo el padre, el hijo y el muelle. El pie del hombre empujado por el viento traza figuras efímeras en el lienzo calmo del río, mientras el monte, con su oído absoluto, escucha sombrío el tronar de los pájaros. El niño canta, su padre ya no lo escucha. Reposa inmóvil sobre las tablas roídas del muelle, sus piernas colgando sobre los buitres de agua. Ya sea por aburrimiento, por desgano o a falta de escuchas, el niño deja de cantar. Asoma su cabeza al borde del muelle para contemplar la indiferencia de las tarariras, que lejos de ocuparse por la vida de quien cede sus pies, muelen la suciedad con entusiasmo.

Elugo

lunes, 17 de diciembre de 2012

Percepción de un imbécil.


I

Un día termino mi verano.
Me arrastraron de los pies y me dejaron en el mundo. El mundo real.
El inicio de mi vida adulta, el momento más solitario de mis días.
Por ese entonces yo creía que tenía que encontrarle significado a la vida, significado propio.
Se habían ido las obligaciones impuestas por los demás, la rutina de todo niño o adolescente.
Se fue mi casa, mis padres, se habían ido mis juegos de niño durante las siestas, se fue la sombra del árbol del patio.
A veces cerraba los ojos y veía las hojas verdes y anchas, las ramas abriéndose sobre mi cabeza, el interior del árbol con sus cicatrices, respiraba hondo y veía el movimiento y el viento más cálido que he sentido envolverme el cuerpo.
La realidad había sido superada por el recuerdo, eso yo lo sabía y lo supe cuando volví a casa de mis padres, cuando sentado en el pasto, levante la vista dentro del árbol,  pero no sentí, porque ni él ni yo éramos los mismos.
Me costaba comprender la vida adulta, y me avergonzaba preguntarlo.
Veía a la gente viviendo sus vidas y me parecían increíblemente tristes una tras otras, construidas sobre nada.
Me decía a mi mismo así es?  Así fue siempre?
Una vez lo pregunte con la misma ingenuidad que lo digo ahora, y me contestaron:
Que pretendes?
Tenían razón… que pretendía?
Que pedazo de pelotudo tiene tiempo para  andar por ahí deprimido por que no le encuentra sentido a las cosas?
Esto es lo que hay, un trabajo, una mujer, hijos y comerse un asado de vez en cuando si tenes suerte –me dijo- y se rio.
Intente mostrar una mueca restándole importancia.
Si, si claro -dije-
Hacía algún tiempo me había quedado sin culpables y sin soluciones.
Me había cansado de escuchar a pelotudos de 50 años gritar conceptos por un micrófono que se le permiten solo a un pendejo de 17.
Caminaba y me los cruzaba, corriendo a mí alrededor, estaban por todas partes.
Todos atrapados o así los veía.
Gente junta a otra gente por falta de opciones, autos con vidas grises, caras cansadas.
Nunca creí en el amor mucho menos en el matrimonio, así que no fue una desilusión comprobar que la gente hace con su vida mierda.
Sobre todo las mujeres que tanto luchan por ese fin, las veía por todos lados junto a un gordo desagradable que no hacía más que mirarle el culo y las tetas a otras mujeres, con hijos con mocos que gritaban, y que ellas zarandeaban del brazo,  avejentadas de cansancio, con innumerables cuentas que pagar que la esperaban en el cajón de la mesa de luz.
Varias mañanas me encontré revolcándome entre las sabanas inhóspitas, resultado de una noche perturbada entre sueños.
Sintiendo mis miedos que en la oscuridad del cuarto chorreaban  por mi cuerpo y morían en el colchón, que los guardaba y acumulaba para que nadie nunca los viera.
Cuando entraba al cuarto después de un rato me invadía el olor y pensaba que era coherente, porque ahí se acumulaba la parte de mi que había muerto el día anterior, ese olor, es el olor de lo que murió de mi y lo que va a seguir muriendo y acumulándose.
El sol a más de media altura empezaba a colarse entre la persiana rota, entonces el día invadía a prepo mi vida, obligándome a levantar.
Sentía la agitación en la calle, los motores de los ómnibus, el chillido de los frenos, el ruido que hacían al pasar por la lomada y nuevamente el motor que se los llevaba lejos.


                                                                                                             Nano

sábado, 15 de diciembre de 2012

PARA NO AMANECER


Despertó por el mal estomacal, la tos cansadora y una sensación  que lo quemaba por dentro  y lo hacía transpirar a tal punto que estaba totalmente mojado.
Tanteando en la oscuridad consiguió alcanzar la caja de cigarrillos y el encendedor.
Los labios silenciosos  apretaban la colilla con fuerza mientras gritaba por dentro.
El torso desnudo e iluminado por las cenizas del cigarrillo reposaba sudoroso sobre el catre.
Se sintió sucio, la boca pastosa, el olor que desprendía el colchón  se hacía insoportable.
Pensó en levantarse y tomar un baño, pero lo creyó poco autentico.
Se puso de pie y camino hacia la pared, descolgó un cuadro sin terminar y en su lugar coloco uno nuevo.
Como un faro, la imagen en blanco le guiaba el paso.
La observo sin demostrar expresión, giro, apoyo la cabeza en el centro, abrió la boca y sintió el caño helado del revolver tocándole el paladar.




                                                                                                            Nano