I
Vamos, había que
tener mucha suerte para meter ese tiro, más para un tipo que no tiene ni puta
idea de cómo se juega y que encima a esa hora de la noche está un poco
borracho. Pero la bola decidió meterse sin demasiada timidez en la tronera y
por un momento me sentí como el Johnny Archer sanducero.
Cuando miré a mi alrededor con los brazos extendidos, un poco como Cristo o el loco
Mario Balotelli (más bien como Super Mario, si) me di cuenta que la mayoría de
mis amigos no habían visto el tiro, o fingían no haberlo visto para molestarme. De repente yo era un loco queriendo convencer al resto de mi cordura. No lo viste? entró, en serio pelotudo, contá
las bolas si querés. Intercambiando
algunas variantes, claro, era como estar diciendo yo
no la maté, te lo juro, fueron los aliens, en serio pelotudo, no te das cuenta que están jugando con nosotros. Una realidad horrenda donde al resto de las
personas, además, de alguna forma eso les pareciera divertido, como en una pesadilla.
Fue entonces cuando él se acercó
despacio, me dio la mano, y me dijo yo
lo vi maestro. En ese momento comprendí que no me había
reconocido y que no tenía sentido explicarle quien era, y que también de alguna
manera era un alivio que no lo haya hecho y poder ser los dos unos
extraños que comparten algunas palabras en medio de la noche.
II
Enseguida después de
eso volvió al rincón en el que estaba. Desde mi lugar lo observé un tiempo,
deteniéndome en el gorro de cowboy que usaba a pesar de tener todavía todos los
pelos en su cabeza, en la manera en que encendía un cigarrillo detrás de otro,
en el vaso en su mano que siempre daba la impresión de estar medio vacío. No
hacía falta mucho para darse cuenta que estaba loco y también que estaba solo. Mientras lo miraba
bailar y reírse me preguntaba si él se daba cuenta de lo que pensábamos los
demás que lo conocíamos, antes de que ella lo dejara. Pensaba en la inocencia (o
vaya a saber uno cuál es la palabra) con la que se mostraba así adelante de
nosotros, en lo fácil que parecía perder la cordura, abandonarse. Verlo era darse cuenta de
cómo no tenemos ningún derecho sobre la locura, ninguna posibilidad de
apelación sobre la sentencia que se nos aplica, pues ser un loco es ser
percibido como un loco por los demás. Por el contrario, pensaba, en el momento
en que nos damos cuenta de que lo estamos nos alejamos sin saberlo de la
locura, del mismo modo en que cuando recordamos que soñamos estamos ya cerca
del despertar.
III
Yo lo conocí siendo
un niño. Mis padres eran amigos entre sí y como tenían un hijo de mi edad yo
comencé a era ir a su casa cada vez más seguido. Recuerdo que los dos éramos
fanáticos del Bolso, los que nos daba una complicidad que una persona a la que
no le gusta el fútbol nunca va a poder comprender. Recuerdo también de su casa
el árbol grande en medio del jardín y la rueda de auto colgando como a veces se
ve en las películas.
IV
El final de la
historia me lo dio mi madre. De alguna forma ya estaba escribiendo esta historia
en mi cabeza cuando se me ocurrió preguntarle por el hombre, por Remy.
El recuerdo era más o
menos el siguiente: una noche mi madre iba caminando junto con su amiga cuando
de repente lo ve a él a unos metros, en la vereda de enfrente. Con un poco de
inocencia se lo señala a su amiga, le avisa que Remy está cerca y que la está
saludando. En este punto de la historia mi madre se detiene a hablar del rostro
de Remy, de la sonrisa de Remy, de lo visiblemente emocionado que se encuentra.
Pero su amiga sin mirarlo se dirige a mi madre, no voy a saludarlo, le dice, no
lo quiero ni ver. No sé cuanto tiempo habrá demorado Remy en entender que
el saludo no iba a llegar nunca o cuanto tiempo habrá mantenido la mano
levantada, como también desconozco los motivos de su ruptura o si la locura es
una causa o una consecuencia de ésta. Pero seguro sucedió en algún momento,
seguro comprendió cuando dejó caer el brazo que era historia terminada, que
ella no quería saludarlo, que no tenía sentido seguir pensando el tiempo como
un nosotros.
V
Aunque ahora que lo
pienso el verdadero final lo imagino. Consiste en un hombre caminando calle
abajo hacia el bar más cercano, un hombre decidido a sentarse en el mostrador hasta que
la pena se convierta en la inconciencia de una sonrisa, decidido a
regar la locura que de a poco iría creciendo hasta tapar por completo al Remy
que conocíamos. El que me hablaba de Hugo De León y Luis Artime rodeado por los perros del
jardín enorme. El que conocieron mis padres en los veranos que siguieron a la
dictadura. Acercándose, Remy, con cada remada en el paisaje acuoso de la noche,
al tiempo en que mirarlo sería ver las ramas floridas de su locura. Oculto como sus ojos en la sombra del gorro de cowboy con que lo vi
esa noche.
Esa misma noche que
seguía volviendo a mi cabeza noches después, cuando levantaba el vaso y miraba el
espacio y a las personas a través de la consistencia espesa del alcohol,
pensando, como si estuviese sentado en el mostrador al lado de Remy, en lo
fácil que era, en cómo se nos escapan las cosas de las manos, como peces en el
agua.
Seoane
imposible no sentir esta historia. tenes una manera de nombrar las cosas, no se como decirlo de expresar las cosas(evidente que la facilidad de palabras no la heredé, si es que se puede heredar)no se pablito, senti empila de cosas al leerlo..ta salado, capaz que porque conozco a remy, y el quedar cucú debe ser de las pocas cosas que le temo, salado. igual bien seoane que reaparezca antes que se termine el mundo. ceci
ResponderEliminarme gusto seoane, muy bien por cumplir
ResponderEliminargracias por tu literatura es de calidad
me gusto pila. aunque no conozco al personaje fuè emocionante leerlo y coincido con el primer anònimo en lo de la forma especial de nombrarlas cosas
ResponderEliminarSeoane muy buen relato, rodeado del toque seoane por todos lados.
ResponderEliminarBuenisimo hermano el gran augusto puede esperar el fin del mundo tranquilo sabiendo que sus hijos están intactos.
Cuando digo hijos digo sanguíneos, todos sabíamos que el manso sosa es adoptado.
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