Cuando el
reloj marco las 6:00 su alarma rompió el tranquilo silencio de una mañana de
mayo. Estaba frío, el invierno se arrimaba, así lo indicaban los grados
dibujados en un termómetro, en una calle desértica. Esto no fue impedimento
para que la señora se levante y de por comenzado su día.
No llego a pisar el suelo, sus pantuflas la esperaban
con el calido abrigo de la lana. Se puso un saquito. Era viejo y lindo; negro y
estaba bordado con un rojo oscuro que le daba un detalle oriental. Pronta, se
dirigió al baño, su primera parada “la parada obligada” como solía decir su
difunto amante. Al concluir las cuestiones fisiológicas de primer orden, la
señora se dirigió a la cocina.
Mientras el agua llenaba la caldera prendió la radio.
Una voz ronca y áspera arengaba, cual político en campaña, parecía desconocer
la hora, el momento, el seguía en enardecido trance. Con la caldera en la
hornalla, comenzó a cortar un pan, lo rebanaba en pedasos de 5 cm de diámetro
por 2 de ancho. Hacia mucho tiempo que su desayuno era el mismo: tostadas con dulce, un té,
algún martín fierro y por ultimo el mate. Que recuerdos le traía este. Desde el
mate cocido en su pueblo natal, único alimento de la mañana, pasando por su
adolescencia bordando y zurciendo, hasta que fue mujer, se sebo para ella, le
cebo a hombres y amigas. Ahora ahí estaba, sola, cebando para su alma.
Al terminar de comer se disponía a juntar la mesa,
pero prefirió, termo y mate en mano, contemplar la preciosa vista que su hogar
le ofrecía. Estuvo largo rato mirando, viendo como la naturaleza, sabia,
terminaba de hacer lo suyo, como la mañana se desperezaba, limpiando nubes y
regalando un precioso día.
Con pereza y mucho aplomo, pero con el entusiasmo de
la primera vez, ella se fue deslizando en el sofá bien cerca del teléfono. Lo
miro y suspiro, cual enamorada, que amigo había encontrado, volvió a suspirar
mientras una sonrisa se dibujaba en su rostro. Cerró los ojos y recordó.
Tiempo atrás la vida se le había llevado al que la
cuidaba. Esa persona que no hacia compromiso, que la miraba con intriga, con
amor, con cariño. El posaba su mano sobre la suya y escuchaba sus anécdotas.
Reales, inventadas, repetidas, nuevas, no le importaba, su forma de hablar le
bastaba, era una narradora nata.
Al principio todo fue difícil, sintió que la vida ya
no tenia sentido, no afano en ella todo la rebeldía de otras veces, de otras
perdidas. Envejeció, se apreció muy sola, en un cuerpo que le era ajeno. Pero
un día, eso cambio, fue por la pura magia de su vida, de su energía, porque esta
mujer merecía revancha. Todo sucedió de una manera rara, loca, confusa, como no
podía ser de otra manera. Una triste tarde de Septiembre se disponía llamar a
un familiar, total no disfrutaba de nada para perder, en una de esas alguien se
dignaba a visitarla, si lograba hacer que se acordaran de ella.
En el momento que discaba, la magia se apodero de sus
dedos y quiso que en vez de digitar el número de un pariente, frío, lejano y
ocupado, digitaran un teléfono que reposaba discreto en un living chiquito, en
una casa en un barrio lejano.
-Hola ¿Estela?
-No, yo soy Rosa, ¿Quién es usted?
-Ay, disculpe, le disque mal, es que de donde vengo
no somos muy duchos con esto de la tecnología.
-Señora, no se aflija, no tiene que pedir disculpas.
-Bueno, muy amable, que ande bien.
-¡Pere!, pere, usted disculpara mi atrevimiento, pero
¿Dónde es ese lugar de donde es usted, ese lugar de poca tecnología?
-Jajaja, ay doña, me hizo reír.
Y con esta simpleza, fue que aquel aparato le cambio
el mundo, ahora ya no era una mera maquina más, desde ese día encontraría una
revolución, un salto al más aya. Fue como si se le abriera un portal, un
quiebre en el espacio que la trasladaba a lugares inimaginado, le permitía
explorar los cuentos más raros, conocer gente loca y divertida. Alguna
vez, simplemente escuchaba, desde problemas personales hasta chismes
viles y crudos. En cambio no falto oportunidad para poder seguir explorando sus
locas aventuras de su juventud, o aquellos cuentos que poco a poco se llenan de
guirnaldas. La tecnología había abierto una brecha que parecía infranqueable,
la ponía en contacto con toda esa gente que esperaba ser timbrada, que
agazapadazo en los lugares mas simples, raros, no importaba. Era una conexión,
una victoria a la soledad, un grito a la vida.
tito