Si hablamos de pedos, son muchas
las acepciones que esta sutil palabra puede albergar, por lo menos en nuestro
rico idioma español. Hoy particularmente me quiero referir al pedo como “gas
que desprende el organismo por el ano”. Este “suceso” o “acto” acompaña al
hombre desde el principio, inclusive antes de que este fuera lo que es hoy. Con
el devenir de la historia, por procesos culturales, mas que nada, y talvez
higiénicos los hombres comenzaron a reprimir este natural y democrático
proceder. Tal fue la represión occidental al “suceso” que algunos hombres en su
afán incontenible de expresarse, de liberar lo que la naturaleza llama,
desarrollaron una habilidad digna de ser relatada.
Conforme paso el tiempo, las
técnicas libertadoras se fueron mejorando, así como su represión. La sutileza
llego a niveles impensados, alcanzando las más diversas clases sociales. Ricos,
pobre, aristócratas, clero, todos, absolutamente todos, nadie estaba a salvo.
Los pedos y su condena social crecía día a día y con ello, a la par, como una
dimensión paralela el fino arte del disimulo flatulento.
Pero si hablamos de grandes
hombres, de habilidosos en la materia, tengo que referirme a un familiar, y con
orgullo lo digo, mi abuelo. Don Héctor. Mucho se dijo sobre su excelente labor
en el mundo profesional, pero los que lo conocíamos, de verdad, en la pura
intimidad, sabíamos de sobra que su verdadera contribución a este mundo, fue en
el complejo arte de los “pedos camuflados”.
El era un verdadero ingeniero de
la materia, no solo sabia de movimientos, de cómo poner las piernas, de cuanto
ceder en la apertura anal, como contraer, cuanto gas desprender, manejar
tiempos (era un gran tiempista); lo de el llegaba al extremo. Recuerdo el día
en el que yo tratando de disimular un gas fui sorprendido por sus ojos, me miro
y con un leve gesto me aparto de la multitud. Contento, feliz y compinche como
siempre, me miro y me dijo “joven niño, yo te voy a enseñar”.Me sentó en su
falda y comenzó a exponer.
No olvidare jamás esa voz elocuente,
esa seguridad en sus conjugaciones, en sus pausas, gestos miradas, era
implacable. Recuerdo su primer consejo, uno de oro según supe luego “si somos
dos el pedo se guarda, salvo excepciones indescriptibles, que tu sabrás
valorar” y para rematar su afirmación dijo “pero un perro, talvez una grasera
pueden ser actores”. Los consejos seguían, y no escatimaba en ellos “Lo
fundamental es saber si uno va a requerir del arte del disimulo, ante la duda,
la respuesta es siempre afirmativa”. “Un estudio rápido del lugar puede ser más
del 70%, ventanas, caños, ventilaciones, animales, todo influye, todo”. “Pero
la perfección, el restante 30% se divide en dos, 15% practica, 15% raza,
sangre, madera”. “Si la podredumbre es culmine, la ansiedad es el peor enemigo,
la receta es la paciencia, el control del fruncido. Lento, pausado, soltando
muy de a poquito y por sobre todo, muy natural, a no olvidar que la actuación
es a nivel de todo el cuerpo, un error en la expresión facial puede terminar
revelando todo”.
Esa noche no pude dormir, medite
mucho sobre lo sucedido, sobre aquellas enseñanzas tan importantes, me trate de
acordar de todos los detalles, las palabras, los gestos. Repasaba una a una sus
reglas, repetía sin cesar, tratando de no olvidar. No podía contener la
ansiedad, quería ponerme a prueba, sacar a relucir mis nuevas técnicas,
mostrarle al mundo que yo era fiel nieto de don Héctor, del gran embustero.
Mucho tiempo después, peleas,
discusiones, victorias y fracasos de por medio, me hicieron comprender el sacrificio
que este arte conlleva, el crudo y frío anonimato. El desconocimiento publico,
la no gratificación, la simple y aterradora impasibilidad. Pero conforme fui
creciendo, madurando, fue sentando en mí la sabiduría y pude comprender que
esta fina prueba de fuego, de ego era lo que separaba y separaría por siempre a
los buenos de los mejores, y yo señores, soy de los mejores.
Hay gente que puede ver el aura. Y hay otra que puede ver los pedos. Los ven de colores, según su acidez. Son los que en el bondi te miran de una si soplás con las nalgas. Los hay pocos, pero de ellos ni con maestría zafás.
ResponderEliminarSalute.
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BLOGONOVELA #MIMAMÁNOMEQUIERE
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Aplauso de nalgas! Exijo saber quién es el autor de esta flatulencia literaria!
ResponderEliminarMuy bueno.
ResponderEliminarElugo creo que lo que pedís no se va a poder cumplir ya que si no se mantiene el anonimato su carrera de desmorona, creo que asi lo quiso su autor... esperemos no verlo en persona pero si por nuestro querido toman de nuevo. abrazo
Che facundo anduve por tu blog novela. Muy buena...
ResponderEliminarArrancando el segundo capitulo. excelente ilustraciones