Era una noche fría
bien fría de esas de Paysandú en invierno.
Estábamos apoyados
en la chapa de la estufa cuando mis padres se fueron, que no
demoraban dijeron antes de que la puerta se cerrara.
Desde que era muy
chico sentía una capacidad especial para percibir las reacciones que volaban en el ambiente.
Ese día pude sentirlo todo.
Hacía más o menos
una semana mi madre se había hecho unos estudios de rutina, esa
tarde sonó el teléfono, yo sesteaba en el sillón y escuche que
ella decía que cuando mi padre llegara irían a verlo.
Pasaron dos horas o
menos desde que se habían ido, yo miraba la tele con mi hermana y
miraba el reloj.
Después de un rato,
sentí que los perros ladraban, corrí la cortina y me quede mirando
por la ventana el auto detenido en la puerta de mi casa, con las
luces apagadas y los cuerpos inmóviles dentro, perdidos entre la
niebla.
Los tres formábamos
parte de una misma imagen a la distancia, ellos no queriendo entrar nunca y yo que ya entendía todo lo que se podía entender, deseaba a la distancia que nunca se abrieran las puertas de ese auto, que no llegara la verdad, el tiempo o la vida.
Espere con la vista
fija y la mente en blanco, cuando las puertas se abrieron me aleje,
me puse a acomodar el fuego en la estufa, intentando convertirme en un hombre en esos minutos que nos separaban.
Primero entro mi
madre, yo deje de hacer lo que invente estar haciendo y la mire
directo a los ojos.
Negro -me acuerdo
que me dijo- hizo una mueca de dolor y giro esquivándome la mirada
mientras colgaba la cartera en la silla, mi padre entraba atrás con
una pila de leña en los brazos que dejo caer en el cajón,
provocando un estruendo que me retumbo adentro.
Mi hermana era una
niña, comprobé con ternura y alivio que no entendía.
Y si pedimos una
pizza –dijo con el entusiasmo- y la risita de una niña alegre, yo
la mire con ganas de abrazarla de envolverla entre los brazos protegiéndola de todo.
Sentí que esta noche no era necesario hacer preguntas, pensar en mañana, le pedí a mi cabeza
que me concediera eso al menos por hoy.
Cuando todos se
fueron a dormir me quede con mama al lado del fuego que se sacudía
buscando una madera de donde aferrarse para no morir, desde la tele
sonaba facundo Cabral, me acuerdo que le agarre fuerte la mano como
si yo fuera la madera y ella el fuego mientras escuchábamos.